– Todo ha sido como en el cine, cono – comentoel Faraon con gesto meditativo y meneando la cabeza.

A pesar de la destruccion, entre aquel terraguerio de colores, el brazo saludador, ya hueso puro, seguia con la mano donde estaba. El sargento, sin forma, solo esquema, seguiria su imperio en la fosa comun, imponiendo en aquella oscura republica de radiografias el brio de su modesta autoridad.

Cuando todos se repusieron un poco de la evaporacion de 'lo funebre' – como decia el enterrador – este tomo definitivamente la caja bajo el brazo, camino del osario. Uno de los parientes del 'tio Pedro' dijo de pronto al forense:

Don Saturnino, yo querria llevarme el sable del sargento.

– Pues tomelo, suyo es.

Y el hombre echo a correr tras de Matias para que le diese el arma antes de lanzar el ataud por la lumbrera. Los demas parientes lo aguardaron y el forense, conPlinio, el Faraon y don Lotario, reanudaron su operacion 'nicho robado'.

– Al hombre le ha gustado el sable del militante.

– No te creas que no me ha dado envidia a mi – respondioPlinio, siempre anorante del arma blanca, antepasada de la porra.

En camino otra vez, Antonioel Faraon conto con pelos y senales al medico la peripecia de su huesa nueva.

– Desde luego, don Saturnino, una cosa asi no le ha pasado a nadie en este pueblo.

El medico se aplico bien el nudo de la corbata bajo la nuez y dijo que no con la cabeza.

Cuando llegaron al rodal de la Galeria de San Juan,el Faraon senalo con el dedo.

– Ese es.

– Se diria que el yeso todavia esta fresco – dijo don Lotario aPlinio.

Este asintio, y en seguida se puso a mirar los nichos de al lado por si veia huellas de algo.

– A ver si es que Matias le dejo a otro la faena de algun enterramiento y el sustituto se equivoco – sugirio el medico.

– O que estaba trompa – anadioel Faraon.

– Dice que no – aseguroPlinio.

El sepulturero se aproximaba con la escalerilla al hombro y la picola en la mano. Lejos, como muchacho con reyes, corria el hombre de luto con el sable en la mano.

– De todas formas, Manuel, creo que debia usted hacerle un interrogatorio en forma – aconsejo el forense.

– Vamos a ver primero lo que hay. Y si es muerto, tiempo habra de declaraciones.

– Lleva razon el Jefe – comentoel Faraon.

– El sargento Birria, al echarlo al osario era propiamente como si vaciase un saco de serrin. ?Que ruina!, con la apariencia que mostraba. Asi son de aparentes las cosas de este mundo… Alla cayo el esqueleto con las espuelas puestas. Como empiece a poner firmes a los de abajo, va a dejar el dormitorio de las canas hecho una malva – discurseo el enterrador mientras colocaba la escalera bajo el nichobirlado.

– Esto de la muerte – dijoel Faraon -… y por supuesto lo de la vida, es un folklore de colgante de mico. Cada vez que piensa uno en los berrinches y follones, en las pasiones y arrebatos que nos aprietan dia si y dia no, para luego acabar en lenos y harineta, es para mear y no echar gota… Porque en este mundo justicia no hay. Eso esta mas claro que el agua. Que esta uno hartismo de ver morirse ladrones y criminales con las manos cruzadas sobre el Cristo, ungidos de glorias y estandartes como sanjuanes… Justicia no hay, Manuel, para los que estan bien agarrados a los machos de la sociedad, o sea el dinero. Solo hay… la de ustedes… para los robaperas y despistados. Y usted lo sabe.

– He dicho – cortoPlinio. Aunque luego quedo pensando un poquillo y sentencio:

– La historia no suele fallar, y dia llegara, como decia dona Polonia la de Manzanares, que cada hijo regrese con su padre y cada duro con su dueno.

– Yo no se muy bien lo que es la historia, pero de momento le he hecho un ?miau! como una casa – nego Antonioel Faraon.

– Y… algo mas habra alli donde no sabemos – casi musito el medico.

– No digo que no – replico rapido el corredor de vinos-, pero todavia no ha llegado carta detallandolo… Amen de que seguir la zarabanda en otro sitio, sin carne, huesos ni apetitos, hechos mera nube, tampoco le veo el chiste.

– Venga, pica, Matias – cortoPlinio dirigiendose al soterrador.

El hombre se subio en el potro, dijo en un medio suspiro 'sea lo que Dios quiera', y empezo a picar en el tabiquillo.

Ante la inminencia del descubrimiento, la suspension trabo lenguas y filosofias, dejo sin epilogo la platica teologica y los que esperaban alzaron los ojos y abrieron la boca.

El viento se habia echado dando paz vertical a los cipreses, y las nubes abrieron hendijas al ultimo sol.

Apenas hubo boquete suficiente, Matias miro por el.

– ?Ves agua? – le preguntoel Faraon.

– Todavia ni agua ni peces.

Y siguio horadando.

– Desde luego la paredilla esta hecha a conciencia.

– La tarde se ha puesto guapa, menos mal – dijo el gordo por decir algo.

Cuando por la brecha cabia un cabeza gorda, el camposantero, con visible acelero, encendio su mechero y lo metio en el nicho. Luego de mirar y remirar se volvio a los de la boca abierta con cara rara:

– Es un cajon.

– ?Como un cajon? ?Un ataud grande quieres decir?- preguntoPlinio.

– No, un cajon de mercancia.

– Anda, acaba.

– ?Ay!, mama mia, mama mia, el turron de la feria- dijo el gordo.

En un momento estuvo manifiesta toda la boca del nicho.

Matias metio la cabeza.

– Un cajon bien larguico… con sus flejes y todo… Vaya tarde de rarezas.

Plinio subio por la otra ladera del potro y miro tambien a la luz de su encendedor.

– Vaya, si.

– No, si… ?Ay, Virgen de Penarroya, paisana mia! – exclamoel Faraon limpiandose el sudor.

En estas estaban, cuando llegaron dos zagalones, que segun la cuenta eran hijos del enterrador.

– A tiempo llegais – Ies dijo Matias – para ayudarme a bajar una mercaderia que han dejado aqui al senorFaraon.

– Oye tu, rompetoscas, no me suenes el apodo, que no esta la tarde para fiestas.

– Bueno hombre, no se ponga usted asi, que yo no se su nombre.

Los zagalones miraron alFaraon con mal encare.

– Antonio Romero y Solicito es mi nombre. Romero por mi padre y Solicito por la mama.

– Apuntao y disculpe.

– Venga, muchachos, a bajar ese bulto – dijoPlinio zanjando la cuestion.

– A mi me ha dicho rompetoscasy me he callao… - rezongo Matias al ver la cara seria de Plinio.

– Venga.

Matias y uno de los mozos, desde el potro, empezaron a atraer el cajon. Cuando estaba bien fuera, lo bascularon sobre la escalera y entrePlinio y el otro mozo lo recibieron sobre el pecho, hasta descansarlo, entre todos y poco a poco, en el suelo.

Era un cajon de pino de unos dos metros de largo y mas de medio en cuadro; de maderas recias, con

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