tampoco conseguia que el caballo se detuviese o ralentizase el paso. Se agacho y espero, sabiendo por la posicion de los otros caballos que iba a perder, o peor aun, que iba a caerse. Habia sido jockey durante ocho anos y odiaba todos y cada uno de los dias que habia tenido que hacer dieta, todos y cada uno de los momentos que habia estado subido en lo alto de aquellos estupidos animales a los que apenas toleraba. No le gustaban. Habia sido un jockey pesimo. Como ladron era mediocre. Si pudiese despertar se tomaria algo, un vaso de agua, algo. Entonces podria volver a dormirse. Habia llegado a su apartamento hacia menos de una hora. Habia hecho lo que tenia que hacer. Habia sido facil. Ahora tenia su dinero. Entonces, ?por que tenia pesadillas? Ese sueno en particular, que volvia a situarlo sobre un caballo, sabiendo que iba a perder. Se esforzo, grito en el sueno, lucho y aparecio en la oscura vigilia. El rugido de la multitud no era mas que el ulular del viento. La brisa que llegaba hasta sus piernas procedia de las ventanas, que no encajaban bien. El sudor que perlaba su frente no se debia al agotamiento por la carrera sino a una creciente sensacion de terror. Jacob el jockey tenia miedo de volver a dormirse.
Ella tenia tres nombres: el que le pusieron al nacer, el que adopto al casarse con el capullo que se largo de casa una noche mientras ella dormia, y el que usaba en el trabajo, su nombre profesional, su nombre respetable.
Helen Grandfield nacio a la edad de treinta anos, habiendo dejado atras su identidad como bailarina de
Ed Taxx y Cliff Collier no dormian. Ni siquiera lo intentaron. Se suponia que no tenian que dormir. Estaban sentados en una habitacion de hotel, Ed leyendo una novela de misterio de Jonathan Kellerman, Cliff viendo un partido de hoquey sobre hielo en diferido jugado horas antes. Habia evitado ver las noticias de la cadena ESPN para no conocer el resultado. En ese momento, los Rangers iban por delante, 3 a 1, al inicio del tercer periodo. Cliff se estaba tomando una Coca Cola
La chica se llamaba Lilly. Tenia once anos, era un poco baja para su edad pero no demasiado. Algo la desperto. Miro a su madre desde la cama y vio que respiraba como solia hacerlo cuando dormia. Lilly estaba casi completamente segura de que la habia despertado el viento.
Salio de la cama y fue hasta el salon, donde encendio la lampara de la mesa que habia en el rincon. Alli estaba el perro. No era un perro feo, pero tampoco podia decirse que fuese bonito. Se pregunto si tendria que haberlo pintado en tonos marrones y dorados en lugar de hacerlo en blanco y negro. Aun no era demasiado tarde, pero sabia que no lo iba a rectificar. Estaba cansada. Podria cometer un error, empeorarlo. Tendria que quedarse en blanco y negro. Esperaba que a el le gustase, aunque se tambalease cuando se ponia de pie. Habia dibujado una de las patas traseras demasiado corta. Lilly cogio un vaso de un estante de la cocina y la leche chocolatada de la nevera. Se sento con el vaso de leche y una galleta con trocitos de chocolate y siguio examinando al perro. Decidio llamarlo
Acabo la galleta y la leche, dejo el vaso sobre la mesa y se reclino hacia atras. Podia ver la nieve golpeando contra la ventana, no es que quisiese entrar dentro sino que simplemente caia despacio. Se quedo dormida.
1
El hombre muerto estaba sentado con la espalda apoyada contra la pared del fondo del pequeno ascensor con paneles de madera. Tenia la cabeza apoyada en el hombro izquierdo, las manos cruzadas sobre el pecho. Justo por encima de su mano derecha habia una mancha de sangre. La pierna izquierda salia por la puerta del ascensor.
El pie calzado con una zapatilla deportiva fue lo primero que vio el detective Mac Taylor, mientras recorria a toda prisa el suelo de marmol del vestibulo del bloque de apartamentos de la avenida York, cerca de la Calle 72.
Mac dejo atras a dos agentes de policia uniformados y se coloco frente a la puerta abierta, cerca de Aiden Burn, que estaba fotografiando con su camara el cadaver y el ascensor. El muerto vestia un traje gris que presentaba dos agujeros en el pecho tenidos de sangre oscura.
– ?Sigue nevando? -pregunto Burn cuando Mac comprobo la hora. Pasaban unos pocos minutos de las diez. Se puso un par de guantes de latex.
– Se espera que el grosor aumente unos diez centimetros mas -dijo Taylor acuclillandose junto al cuerpo. Apenas habia espacio para los dos CSI y el cadaver dentro de aquel pequeno ascensor.
– ?Quien es? -pregunto Mac.
– Su nombre es Charles Lutnikov -respondio Burn-. Apartamento seis, tercera planta.
Lutnikov debia de rondar los cincuenta anos de edad, tenia el pelo oscuro y tupido y una barriga prominente.
– El traje no tiene bolsillos -indico Mac haciendo rodar suavemente el cuerpo, primero a la derecha y luego a la izquierda-. ?Quien le ha identificado?
– El portero -dijo Burn echandole una miradita al agente de policia que, sin ningun reparo, admiraba en esos momentos su trasero.
– ?Esta casado? -le pregunto Burn al agente sosteniendo la camara con la mano enfundada en un guante de latex.
– ?Yo? -pregunto el policia con una sonrisa senalando hacia su propio pecho.
– Usted -dijo ella.
– Si.
– Aqui hay un hombre muerto -aclaro-. Probablemente se trata de un homicidio. Mirele a el, piense en el y no en mi culo. ?Podra hacerlo?
– Si -respondio el agente dejando de sonreir al instante.
– Bien. Ahi, junto a la puerta, hay un maletin con instrumental. Acerquelo para que pueda acceder a el.
– ?Una mala noche? -pregunto Mac.
– Las he tenido mejores -dijo Aiden sin dejar de hacer fotos al tiempo que el policia le acercaba su maletin.
Mac tenia fija la mirada en el pecho del hombre muerto.
– Parecen dos agujeros de bala. No hay quemaduras.
Mac observo las paredes, el suelo y el techo del pequeno ascensor forrado con paneles de madera y despues se inclino y tiro ligeramente del cadaver hacia delante.
– No hay orificios de salida -dijo, dejando de nuevo que el cuerpo se apoyase en la pared.
– Entonces las balas siguen dentro -replico Burn.
– No -aclaro Mac, sacando de una pequena caja de cuero que tenia en el bolsillo una fina sonda de acero parecida al instrumental de los dentistas.
Con mucho cuidado desabrocho y abrio la camisa del muerto para ver con mas claridad las heridas.
– Un disparo -dijo como para si mismo tocando ambos agujeros con la sonda-. Esta es la herida de entrada. Un calibre pequeno. Esta casi cerrada. Esta es la herida de salida, mas ancha y de peor aspecto, la piel ha salido