hacia fuera.
– Entonces tendria que haber sangre esparcida frente al cuerpo -dijo ella.
– Y la hay -anadio Mac, bajando la vista hasta unas manchitas oscuras en forma de lagrima desperdigadas por el suelo.
Se puso en pie. Aparto la sonda y se quito los guantes de latex, los metio en una bolsa en su bolsillo, y se coloco otros limpios.
Cuando hay restos de sangre, es necesario cambiarse los guantes cada vez que se toca algo. Hay que evitar contaminar el escenario del crimen. Es algo que saben los criminalistas de todo el mundo. Fue necesario que en el caso de O. J. Simpson se cometiesen varios errores tontos para convertirlo en una norma universal.
– ?No hay arma? -pregunto el.
– No hay arma -respondio Aiden-. Ni bala.
– ?Temperatura corporal?
– Lleva muerto menos de dos horas, probablemente menos de una. El portero encontro el cuerpo y llamo a urgencias.
Mac echo un ultimo vistazo al muerto y dijo:
– Toma fotografias de sus tobillos. En ese tiene un hematoma. -Mac senalo con el dedo hacia la pierna que salia del ascensor-. Y despues…
– Pasamos a las paredes, el suelo, el traje… ?No?
Mac asintio y anadio:
– Repaso completo.
El repaso completo incluia un examen con luz ALS, que iluminaria fluidos corporales como semen, saliva, orina, huellas dactilares e incluso restos de drogas. Aiden disponia de su propio equipo ALS compacto, que cabia en una caja del tamano de una funda de gafas. Llegaba a cualquier rincon, y lo usaba para asegurarse del grado de limpieza de las habitaciones de los hoteles de carretera en los que tenia que alojarse cuando salia de la ciudad.
Mac salio del ascensor, paso entre los dos agentes y se acerco al portero, ataviado con un uniforme de color purpura con ribetes dorados, que miraba por encima del hombro a los policias. Era un hombre bajo, negro y muy nervioso. No sabia que hacer con sus manos, asi que se las retorcio, luego se las metio en los bolsillos y despues volvio a sacarlas cuando Mac se coloco frente a el.
– Esta muerto -dijo el portero-. Lo se. Parecia evidente.
– ?A que hora entro a trabajar, senor…?
– McGee, Aaron McGee. Todo el mundo me llama senor Aaron. Me refiero a los inquilinos. No se por que.
– ?A que hora entro a trabajar, senor McGee?
– A las cinco de la madrugada -miro su reloj-. Hace cinco horas. Cinco horas y diez minutos. Tarde dos horas en llegar hasta aqui debido a toda la nieve que ha caido.
Mac saco su cuaderno y tomo nota cuidadosamente.
– ?Quien cubre el turno anterior al suyo?
– Ernesto, Ernesto… Dejeme pensar. Lo se. Lleva aqui cinco o seis anos. Se su apellido. Pero es que ahora, ya sabe…
Mac asintio.
– ?Tienen un libro de registros? -pregunto Mac.
McGee asintio.
– Apuntamos todas las visitas. Lo compruebo con los inquilinos antes de dejar entrar a nadie. A los inquilinos siempre les digo «Buenos dias» o «Buenas noches» o cosas por el estilo. Durante el mes de vacaciones, les digo «Feliz Navidad» a los que se que son cristianos y «Feliz Hanukkah» a los judios. A los Melvoy no les digo nada. Son ateos, pero igualmente me regalan algo en Navidad.
– ?El senor Lutnikov ha tenido visitas esta manana?
– Ni una -dijo el portero negando con la cabeza enfaticamente-. Para el no. De hecho, nadie en el edificio ha tenido visitas. Se suponia que los tecnicos informaticos tenian que venir a reparar el ordenador de los Ravinowitz esta manana.
– ?Algun inquilino ha salido esta manana?
– Los Shelby, a las diez -dijo el portero acercandose a Mac para seguirle hasta la puerta principal del Belvedere Towers-. Sacan a pasear al perro unos minutos y luego vuelven. Hace demasiado frio para ese animalillo, pero hace lo que tiene que hacer. La senora Shelby llevaba una de esas bolsitas para caca de perro, ya sabe. Regresaron rapido.
Mac asintio.
– Y la senorita Cormier -prosiguio McGee-. Sale todas las mananas, llueva, haga sol o nieve; nunca falla. Da un paseo. A las ocho de la manana. Siempre dice: «Buenos dias, Aaron». Esta fuera una media hora, incluso los dias como hoy.
– ?Lleva algo consigo? -pregunto Mac.
– Siempre lo mismo -respondio McGee-. Una bolsa grande de esa libreria…, la que tiene la imagen de un tipo con barba. ?Como se llama esa libreria?
– ?Barnes & Noble? -pregunto Mac.
– Eso es -dijo McGee-. Siempre la misma bolsa.
McGee arrastro los pies con un ligero balanceo. Debia de tener unos setenta anos, tal vez mas.
– A veces, los Glick salian temprano los sabados -anadio-. Pero como ahora el esta recibiendo quimioterapia, ultimamente se quedan en casa.
Se detuvieron frente al mostrador de la porteria a la derecha de la puerta de entrada. Parte del frio de febrero se colaba por el marco de la puerta. La nieve, de por lo menos unos sesenta centimetros de grosor, habia dejado de caer hacia dos horas, pero la temperatura seguia descendiendo y se esperaba que nevase mas. Mac estaba convencido de que la temperatura debia rondar los 18 ?C bajo cero.
Su coche estaba aparcado a una manzana de distancia en una zona de carga y descarga frente a un restaurante. Habia bajado la visera para que quedase bien a la vista el distintivo del CSI. El trayecto desde el coche al edificio de apartamentos le habia llevado unos cinco minutos. Algo que, en circunstancias normales, no le habria tomado mas de un minuto o dos. Mac se acordo de una terrible tormenta de nieve en Chicago, seis anos atras. Tras la tormenta, se formaron pequenas colinas de nieve que habia que escalar con extremo cuidado, pues resultaban muy resbaladizas. El distrito en el que vivian Mac y su esposa estaba representado por un concejal que no pertenecia al partido Democrata, lo que implicaba que eran los ultimos en recibir la ayuda de las maquinas quitanieves. Pasaron dias antes de que pudiesen sacar el coche del garaje. Pero convirtieron aquella especie de desastre en un reto nocturno, con escaladas, patinaje y caidas para recorrer las cuatro manzanas de la calle principal hasta llegar a un lugar limpio de nieve y comprar en el unico supermercado abierto del barrio.
Cuando Mac resbalo en una de las colinas y cayo de culo en la nieve camino de casa, Claire rio con ganas. La comida se desparramo a su alrededor, y se incrusto en la nieve iluminada por la brumosa luz de las farolas.
Mac no tuvo ganas de reir. Alzo la vista frunciendo exageradamente el ceno, pero el gesto acabo convirtiendose en una sonrisa. A Claire le llegaba la nieve por encima de los tobillos, tenia las orejas, el gorro de lana rojo calado hasta la frente y las bolsas de la compra en las manos enguantadas. Estaba riendo. Ahora podia rememorarlo todo, la calle a oscuras, la nieve blanca, la luz de las farolas, la risa de su esposa.
– Veamos -dijo McGee-. Es sabado, asi que la gente que tiene que trabajar se lo piensa tres veces antes de salir con este tiempecito, y todavia es temprano…
Observo el libro.
– Nada -dijo-. No ha entrado nadie. Y tampoco ha salido nadie.
– ?Cual es el turno de Ernesto? -pregunto Mac regresando de golpe al presente.
– Desde medianoche hasta que llego yo, a las cinco.
McGee observo de nuevo el libro, entrecerrando los ojos.
– Tampoco hay entradas en el turno de Ernesto. Ni una sola. Ni una entrada. Ni una salida.
Una ambulancia se detuvo frente a la puerta con las sirenas apagadas. Salieron dos enfermeros vestidos de blanco bajo sus abrigos azules, abrieron la puerta trasera del vehiculo y sacaron una camilla y una bolsa para cadaveres.