Florence capitaneaba. Lars y ella conectaron de inmediato, y dedicaron el resto de la noche a piropearse con brillantez y ambiguedad tales que nadie de los presentes, y yo menos que nadie, dudo que en los dias siguientes se consolidaria el idilio. Sin embargo, no me conforme esta vez con el papel habitual de comparsa: estaba decidido a conseguir a Florence, a pugnar al menos por ella. Aunque no era facil: verlos juntos era descorazonador y a la vez irresistible, se comprendia la admiracion que despertaban a su paso: fascinantes, seductores, hermosos y osados, parecian reencarnaciones miticas o carismaticos mensajeros de un futuro que se presentia inmediato y resultaba inconcebible sin las consignas de bohemia modernidad que ambos pregonaban. Ella, musa de cineastas de vanguardia y heredera millonaria, acababa de regresar de un viaje a la India y se disponia a iniciar otro, de resonancias no menos legendarias, a las fuentes del Nilo, expediciones aventureras de halo misterioso y casi magico que Lars vampirizaba habilmente, casi hasta el punto de hacerlas pasar por experiencias propias; desde el primer momento, mi amigo busco en la permanente explosion de vitalidad de Florence la plataforma idonea desde la que epatar a los demas, y tuvo la inmensa suerte de que ella, siempre ansiosa de notoriedad en fiestas y reuniones extravagantes, llevase meses buscando un, llamemoslo asi, companero de baile acorde con su valia, y decidiera distinguirle con tal honor publico. Lars logro asi incorporar algo de sus admirados referentes Byron y Rimbaud a un personaje, el suyo propio, con el que deslumbraba por igual a companeros de estudios y compinches de juergas. Ante esa perspectiva, oculte con pudor y cautela mis sentimientos y llegue a sentirme afortunado por el mero hecho de respirar el mismo aire que mi amada, misera compensacion inicial que, para mi sorpresa, pronto se vio premiada por la amistad sincera, basada en sensibilidades insospechadamente paralelas, que fue surgiendo entre Florence y yo.

Tal distincion me llenaba de orgullo y felicidad aun mayores porque en ese terreno sentimental Lars no lograba hacerme competencia. Bien, se decia mi orgullo entre el dolor y la euforia, el llegaria a ser el amante ocasional. Pero yo era el amigo, el amigo leal, el amigo intimo, el amigo del alma… y lo seria para siempre. Por primera vez, Lars y yo nos enfrentamos abiertamente por los favores de Florence: sin perder la sonrisa, iniciamos uno contra el otro una feroz carrera cuya meta se presento de golpe, inesperadamente, durante la excursion al campo que, apenas un mes despues de conocer a Florence, realizamos los tres. El fin de semana fatidico del caseron de Loissy.

Propiedad de mi familia desde varias generaciones atras, estaba situado a unos cien kilometros de Paris; rodeado de terrenos en otra epoca ajardinados, habia servido de lugar de esparcimiento veraniego a varias generaciones de los Laventier, pero ahora se encontraba deshabitado desde tiempo atras, y solo algun empleado de mi padre visitaba de vez en cuando sus grandes estancias vacias para comprobar que el orden del abandono continuase inalterable. Loissy seguia formando parte del patrimonio familiar tan solo porque mi avispado padre mantenia la teoria de que esos terrenos, por su situacion en relacion a posibles ampliaciones de la red ferroviaria, valdrian algun dia una fortuna, pero para mi tenia tanto interes como un armario lleno de ropa vieja, y jamas hacia mencion a el. Un dia que, por casualidad, hable de Loissy a mis amigos, mostraron tal entusiasmo por conocerlo que les invite a pasar un fin de semana en el caseron sin luz ni agua corriente al que la imaginacion de Lars enseguida supuso transitado por gemidos pateticos de almas en pena y fantasmales espiritus del mal. Durante el viaje en tren alimentamos todo tipo de tetricas visiones que, para excitacion nuestra, parecieron presagiarse como posibles cuando la gran reja metalica, tras la que se recortaba la silueta del caseron contra el cielo rojizo del ocaso, chirrio sombriamente. Fascinados, mis amigos consideraron enseguida que nos encontrabamos en el decorado idoneo para una pelicula vanguardista que Florence podria financiar y protagonizar y Lars, como no, escribir y dirigir, y su vehemencia creativa, que enseguida me contagiaron, hallo un torrente de posibles motivos argumentales bajo las telas que cubrian los muebles de los salones, tras los apolillados aromas del gran dosel de la habitacion principal, que segun los anales familiares convertia en malditos todos los amores que bajo el se declaraban, o en la rotundidad dramatica del pozo seco del patio, donde decidimos que indefectiblemente habria de tener lugar el desenlace del film. Nuestra calenturienta imaginacion dedico buena parte de la noche a profundizar en los matices de la pelicula, pero tras la cena y las primeras copas la evidencia de que no eramos tres amigos, sino una mujer y dos hombres enfrentados por causa de ella, fue abriendose paso hasta imponerse entre silencios mas significativos a medida que llegaba el momento de acostarse. Quiso la suerte -los hechos demostrarian despues que se trataba de la fatalidad, asi de inofensivamente disfrazada, que sin que yo lo sospechase habia decidido ya acompanarme durante elresto de mi vida- que alguna frase nimia propiciara una conversacion sobre nuestras respectivas familias que desde el principio Lars trato de abortar con comentarios arrogantes e ironias de dudoso gusto; podia tener logica: en alguna ocasion me habia contado las multiples desavenencias con sus padres y la consecuente ruptura definitiva en que la situacion habia desembocado un par de anos atras. Pero Florence, en cambio, se mostro repentinamente sincera y entristecida al relatar la muerte en accidente de sus progenitores, que con tan solo quince anos la habia convertido en millonaria solitaria. Adivine en su mirada que habria renunciado a su fortuna por echar el tiempo atras y recuperar el derecho a la infancia feliz que le habia sido arrebatada; su inesperada desvalidez me emociono, y supe transmitirle mi solidaridad hacia sus sentimientos -y hacerlo con credibilidad que nos aproximo intangiblemente mientras Lars, obstinado en sus comentarios sangrantes, se iba quedando fuera del cada vez mas estrecho circulo en el que pronto solo cabrian dos- al narrarle mi propia historia, la muerte de mi madre y las discusiones con mi padre, mi llegada a Paris, mis secretos suenos de grandeza junto a Notre-Dame… Esa, lo vi tambien en los ojos de Florence, fue la chispa que decidio mi victoria. Lars, acaso consciente tambien de ello, trato de recuperar su cetro a base de brillantez y referencias a nuestra pelicula imaginada, pero ya era tarde para desbaratar lo irreversible: al poco, Florence y yo le dejamos solo. En la habitacion nos besamos con suavidad acorde con el hilo desensibilidad que se habia tendido entre nosotros, y recuerdo que para relajar los nervios iniciales bromee a proposito del dosel de leyenda sombria bajo el cual comenzamos a desnudarnos.

Detesto esa ostentacion grosera y despreciable con que algunos hombres se jactan de las intimidades sexuales de sus amantes, pero no es esa la razon por la que declino desvelar mi noche con Florence, sino el miedo de que, al compartir ese secreto, pudieran perder intensidad mis recuerdos, lo que de alguna manera equivaldria a olvidarlos. Baste, pues, saber que cuando despertamos felices y abrazados, con el sol del nuevo dia iluminando ya el campo, nuestros labios fueron sinceros al susurrarse promesas de amor eterno. Del resto de aquel dia inolvidable solo guardo un unico recuerdo ingrato: al abandonar la habitacion para reunimos con Lars no pregonamos nuestra euforica nueva relacion, pero tampoco la ocultamos, pues ambas cosas, por poco naturales, hubieran sido ridiculas: no obstante, recuerdo aun mi nerviosa expectacion por la reaccion de mi amigo, al que tanto admiraba y queria, y cuya alegria ante mi felicidad, ante nuestra felicidad, tanto me hubiera complacido. Sin embargo, Lars fingio absurdamente no percatarse de la evidencia, lo que le aboco a una patetica actuacion de incontinencia verbal e irritabilidad por nimiedades del clima o del horario del tren con las que no conseguia disimular la verdadera causa, no aceptada ante nosotros, de su furia: su incapacidad de afrontar una derrota a la que solo el -resultaba patente con su actitud- daba y habia dado siempre parametros de competitividad. Florence y yo, comprendiendolo asi, optamos por dejar pasar el dia, dolidos y perplejos por el despecho amoroso que nuestro amigo se empeno en demostrarnos. De regreso a Paris, tras despedirnos de el, Florence y yo nos sentimos libres para dedicar a las expresiones amorosas reprimidas a lo largo del dia el resto de la noche, el resto de todas las noches siguientes… La pasion del primer dia, lejos de adquirir visos de fugacidad que no hubieran sido inverosimiles, crecio y se ramifico hasta el punto de asustarnos -o sea que era cierto, recuerdo que dijo ella, de pronto, una manana… ?ibamos a ser asi de felices siempre!-, y la fortuna de Florence permitia que Paris fuera nuestro: casi obscenamente, jugabamos a derrochar el dinero en el hotel mas caro de la ciudad o lo regalabamos al primer borracho incredulo que nos cruzabamos cuando la vitalidad que ambos nos contagiabamos dirigia nuestros pasos hacia los barrios bajos de Paris. Durante una semana vivimos aislados del mundo, a solas con nuestro amor, que solo oscurecio ocasionalmente el recuerdo del infantil despecho de Lars; por eso sentimos la mayor de las alegrias cuando, de regreso a la realidad, lo primero que hizo nuestro amigo fue recibirnos con un abrazo y pedir disculpas por su estupido comportamiento; Florence, me dijo con sana envidia apenas nos encontramos a solas, era un sueno que me habia tocado a mi y no a el, que tendria que conformarse con su amistad. Volvimos a ser el trio de siempre, aunque yo me sentia aun mas feliz por la recuperacion de mi amigo. Un amanecer, durante una de las secretas visitas solitarias que, por encima de amistades y amores, continuaba dedicando a Notre-Dame, me acode en mi puente y, recordando las palabras de Florence, me senti infinitamente agradecido con la vida. No era para menos: ?iba a ser asi de feliz siempre!

En esa tesitura euforica, no me alarme el dia que Florence desaparecio durante unos dias. ?Por que habria de hacerlo si ese era su caracter y, ademas, pronto me entrego el cartero una misiva en la que explicaba su repentina ausencia? Esas palabras de letra menuda y a veces ilegible, que durante muchos anos han sido el unico

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