trance… ?Permites que dibuje tu ultima percepcion de mi? Probemos: ?me viste fanfarron, cinico a pesar de la condena de quince anos, aparentemente dueno de la situacion bajo el uniforme de recluso? ?Ah, Jeannot, que ajeno eres en tal caso al esfuerzo infinito que supuso para mi no suplicar cualquier esfuerzo por tu parte para liberarme! Deduje que, distanciados desde tiempo atras como estabamos, esa patetica actuacion, asustandote, solo hubiera acelerado tu despedida, y por eso preferi encerrarme en el silencio arrogante. Fuese como fuese, alli me quede: la quimica de Victor Lars inmersa en el azar, de ramificaciones solo pavorosas, de la quimica de la carcel. Siempre, durante estos algo mas de cincuenta anos que han transcurrido desde entonces, me he preguntado que habrias hecho si, prescindiendo de pudores absurdos, te hubiera pedido que me ayudases en nombre de nuestra vieja amistad. Pero no, no te asustes. No me he puesto en contacto contigo para que respondas a esa espinosa pregunta, sino a otra. Esta:
?Alguna vez, a lo largo de tu vida, te han detectado una enfermedad grave? De haber sido asi, no sera necesario que te pida el esfuerzo de recordar: tendras bien presentes las reacciones de terror y vacio que provoca ese primer contacto con la proximidad de la muerte, y podras comprender mi torvo estado actual de animo. Pero dado que tampoco quiero cansarte con el catalogo de mis sintomas de angustia, paso a exponerte la causa por la que te he escrito tantos anos despues. En realidad, se trata de una simple cuestion de negocios. Peculiares, ciertamente, pero negocios al fin. Y la culpa, dicho sea con carino, la tiene tu frenetica actitud profesional y humanitaria de todas estas decadas, esa por la que has llegado al «alto honor de rechazar el premio Nobel».
Lo peor de mi situacion -permiteme este pequeno prologo ambiental- es saber que la muerte se acerca minuto a minuto, que tus dias tienen un limite prefijado e ineludible que para colmo desconoces con exactitud. Los ultimos meses de reflexion me han permitido concluir que, por lo demas, morir no es malo. Incluso, si ocurre de repente, puede ser bueno: ojala, cuando llegue tu turno, no tengas tiempo de darte cuenta, puedo asegurarte que soy sincero al desearte esa paz que a mi me ha sido negada. Pero las cosas son como son, y aqui estoy: quimica a punto de pudrirse por la azarosa enfermedad que pretende frustrar la terminacion de mi trabajo… que acabaria por frustrarla de no ser por ti. Porque ocurre que vas a vencer a la muerte en mi lugar. Gracias a tu colaboracion, mi obra, que hasta la actual situacion dramatica he ocultado con celo obsesivo -es logico: me iba la vida en ello-, obtendra por fin el reconocimiento que merece. No se trata de un frivolo cambio de criterio: el anuncio del fin ha despertado en mi un inaudito afan de pervivencia, y hacer publico mi pasado es la unica forma de permanecer, aunque sea como el peor de los hombres, en la memoria colectiva. Tu me daras a conocer y, a cambio, culminaras tu propia carrera de salvador de la humanidad. De alguna manera, lo que sonamos tantas veces en nuestra juventud: los dos cruzando juntos el umbral de la gloria.
Por supuesto, seria mas comodo contartelo todo en persona, pero debo ser cauteloso: quiero la fama, no pasar el resto de mis dias en prision. Por eso debo insistir en llevar la iniciativa de nuestra insolita conversacion. Y hablando de eso, basta de charla: ambos sabemos que, efectivamente, una imagen vale mas que mil palabras, y ha llegado el momento de darte la primera.
En nuestro querido Paris, en el 85 de la calle Laigle, vive un exiliado chileno llamado Oscar Fiorino. Tiene cuarenta y cinco anos aunque aparenta mas, como se puede apreciar en la fotografia que te adjunto, tomada el verano pasado. Por la vida que lleva, podria pensarse que ha superado los traumas de su detencion y tortura en Chile entre 1973 y 1976. En la actualidad, colabora ocasionalmente en la prensa francesa y escribe piezas teatrales militantes, de las que, al estar de moda en Europa el tema de los exiliados sudamericanos, ha logrado estrenar dos. Como se imagina a salvo, todas las mananas -el no sospecha que yo lo se-escribe o lee en el cafe situado frente a su portal. Te pido que vayas a ese cafe llevando contigo un telefono movil, que identifiques por la fotografia a Fiorino y que, a prudente distancia y sin perderle de vista, llames al numero del cafe, preguntes por el y, cuando se ponga al auricular, le digas «helado de menta y canela». Solo eso, «helado de menta y canela». El resto lo veras con tus propios ojos.
El desafio tenia toda la apariencia de los irritantes juegos juveniles de Lars, pero la enfermedad mortal de mi antiguo amigo me obligaba de algun modo al respeto. Ademas, y como siempre, habia sabido apretar las teclas exactas de la intriga: ?que, tan aparentemente importante, iban a ver mis ojos tras pronunciar las absurdas palabras?Al llegar al cafe, marque el numero de telefono apenas ubique a Fiorino, un hombre pequeno y rechoncho de barba canosa, mas avejentado que en la fotografia incluida por Lars en su carta, que parecia reposadamente concentrado en sus papeles, dispuestos sobre una mesa cercana al ventanal. Cuando el camarero se acerco a el para comunicarle que le llamaban, trague saliva: mi actuacion tenia algo de mezquina e intolerable, y estuve a punto de colgar y marcharme. Pero era tarde: Fiorino desaparecio tras la columna que llevaba a la cabina telefonica y, unos segundos despues, escuche por el auricular el leve acento sudamericano de su voz aflautada. Tras una pausa dubitativa, me decidi a pronunciar las palabras magicas: «helado de menta y canela». De inmediato me senti ridiculo; Lars, crei comprender, apareceria en ese instante carcajeandose de mi ingenuidad, intacta cincuenta anos despues, y nos abrazariamos antes de dar paso a la narracion mutua de nuestras vidas. Estaba reprochandome la facilidad con que habia caido en la trampa cuando Fiorino, sin haber respondido una palabra, salio de la cabina. De inmediato supe que ocurria algo de extrema gravedad: demudado, el chileno miro a un lado y a otro y abandono el cafe con precipitacion tal que apenas me dio tiempo a seguirle tras recoger las carpetas y papeles que abandono sobre la mesa. En la calle, lo vi caminar con la prisa decidida de quien conoce con precision su itinerario; en dos o tres ocasiones tropezo con los transeuntes, y gracias a esos involuntarios retrasos pude seguirlo hasta la boca de metro de Porte des lilas, por la que desaparecio a toda prisa. Fui tras el y, con los pulmones al limite, llegue a tiempo de localizarlo en el anden: presa de creciente inquietud, receloso de la cercania de cualquier viajero, caminaba sin parar, diez pasos en una direccion y otros tantos en la contraria, y miraba cada poco hacia la oscuridad del tunel por donde debia aparecer el tren. ?A quien esperaba? La angustia de su expresion me decidio a dirigirme a el, y la devolucion de sus carpetas era la excusa perfecta para abordarle. Me concentraba en la busqueda de las palabras que debia utilizar para no despertar su recelo cuando el tren entro por fin en el anden. La gente se aproximo instintivamente hacia los vagones. Fue sin duda ese bullicio humano el que me impidio ver el momento en que Fiorino se arrojo a la via: solo escuche el frenazo, un siniestro golpe seco y los gritos aterrados de los testigos. Entonces, como una revelacion, comprendi que Fiorino habia seguido un plan exacto, previsto -y acaso ensayado durante anos- para escapar, con la ayuda de la propia muerte, del espeluznante horror que entranaban para el las palabras «helado de menta y canela». Hui de la estacion como si fuera un asesino -?Y no lo era? ?Que nombre se asigna a los que, aunque sea ignorandolo, dan el paso ultimo para que culmine con exito un asesinato escrupulosamente estudiado? ?Y que, sino eso, era lo que, con mi involuntaria colaboracion, habia cometido Lars con el chileno?-. A pesar de los muchos atenuantes con que la razon trataba de aliviarme, notaba la conciencia como un dolor fisico en el pecho: habia empujado a un hombre hacia la muerte. Lo habia matado. Pero ?habia sido yo? Es decir, ?era plenamente responsable de su muerte? Durante los dias siguientes, que consumi aterrorizado y hundido, a solas con las resenas periodisticas del suicidio de Fiorino, lei, en busca de alguna luz, los papeles que este habia abandonado al salir del cafe: contenian una obra teatral en proceso de escritura; era mediocre y simplista, puede que ridicula en algunos pasajes, pero eso no cambiaba mi implicacion en la muerte de su autor. La presencia fisica de aquellos papeles me desasosegaba: arrojarlos a la chimenea era destruir pruebas -?pruebas de que?-, pero guardarlos se parecia demasiado a ocultarlas.
Habian transcurrido quince dias de la muerte de Fiorino cuando el mensajero trajo otro paquete sin remite. Lo abri con ansiedad: como si conociera mi impaciencia y hubiera visto mis desvelos a traves de un agujero en la pared,
Lars entraba directamente en materia.
Sorprendente, el coraje del chilenito, ?eh, Jeannot? E inesperado, ademas: pocas veces he visto resoluciones tan drasticas.
?Resoluciones? ?Asi, en plural? ?Se habian dado, pues, otros casos? La indignacion me llevo a devorar la carta a trompicones, saltandome parrafos, dudando si llamar a la policia en ese mismo instante o esperar a la conclusion de la lectura, hasta que me di cuenta de que para comprender esta en su totalidad debia comenzar de nuevo,desde el principio y sin interrupciones. Pero fueron inutiles los deseos de leer mansamente: abri un cuaderno y comence a anotar en el todas las ideas que pudieran servir a la detencion de Victor Lars por el asesinato de Oscar Fiorino. No me preocupaba mi implicacion, que asumiria con gusto ante cualquier tribunal: la patetica angustia del desdichado exiliado chileno exigia justicia. Y yo iba a hacer todo lo que estuviera en mi mano para darsela.