retrasar el enfrentamiento con lo que acababa de descubrir y tenia terror de verificar. En un infructuoso intento de dominar la situacion, se dijo que lo que habia visto era imposible. Pero al analizarlo con objetividad descubrio que las fechas coincidian. Busco el principio del parrafo y, tras otra pausa cobarde, se atrevio a leer de nuevo las palabras de Victor Lars. Esta vez muy despacio, como si tras cada letra se ocultase un secreto crucial del que pudiera depender su vida.
Llevaba semanas de malvivir en un charco inmundo, un ruinoso pais americano de saldo cuyo nombre no te desvelo, tratando de introducirme en el exclusivo circulo de los militares duenos del poder mientras esperaba el momento de largarme a cualquier otro lugar, cuando la suerte me regalo unade sus conjunciones mas inhabituales: ya sabes, lugar oportuno y momento oportuno. Fue durante una fiesta nocturna en la embajada espanola a la que habia conseguido ser invitado. Al parecer, una subversiva se habia introducido en el edificio y el embajador espanol negaba el permiso de registro. El oficial que estaba al frente del contingente militar, ante la oposicion del diplomatico, desenfundo su arma y le amenazo alli mismo, en el centro del jardin, delante de todos; le puso la pistola junto a la cara, y por como le ardian de furia los ojos se que estaba dispuesto a apretar el gatillo. Calculando que la muerte del embajador espanol seria un engorroso asunto para este pais de opereta, me deje llevar por la intuicion y actue deprisa. Arrebate la camara a un indeciso fotografo que miraba la escena con la boca abierta y pulse el disparador: la luz del flash lo ilumino todo y, como el chasquido de los dedos de un hipnotizador, devolvio al energumeno la cordura. El soldadito guardo el arma y se fue con sus hombres. Al dia siguiente, suponiendo que mi oportuna actuacion me abriria las puertas del palacio de gobernacion, solicite audiencia al presidente. Cual no seria mi sorpresa al averiguar que el oficial de la pistola, el energumeno, era nada menos que su hijo. El presidente se mostro muy agradecido por mi ayuda, en verdad deseoso de recompensarme. Le hice saber que me encontraba eventualmente sin trabajo. Hablamos… y aqui me quede. Aqui me quede y aqui sigo, Jeannot, aguardando
Ferrer leyo el parrafo otra vez y luego otras dos veces mas. Buscaba algo que contradijese la casualidad prodigiosa que se materializaba ante sus ojos, pero no lo encontro. Sin apartar la vista del papel, busco en la cartera la fotografia. Casi con miedo, apoyo sobre la carta de Lars
Y bien, Ferrer. Antes de dejarle con Victor Lars y lo que de el nos interesa a usted y a mi, una ultima aclaracion. Mi interes porque le alojaran en la habitacion en la que ahora se encuentra no era gratuito; respondia a un afan de que, digamoslo asi, estuviera usted ambientado mientras leia. Debe saber que, tras muchas pesquisas -pues Lars nunca me dijo desde donde me escribia-, averigue que, mientras buscaba un acomodo definitivo, mi amigo ocupo esta suite en la que se encuentra usted ahora. Durmio en su misma cama y contemplo el mismo paisaje.
Tal vez su mente habia concebido ya al monstruoso Nino de los coroneles.
El mismo paisaje… Ferrer marco el numero de recepcion.
– Queria hablar con el director del hotel.
Le pasaron.
– ?Algun problema, senor Ferrer? -pregunto la amable voz masculina.
– No, al contrario, todo bien. Vera… Tengo una curiosidad… Los libros de registro del hotel, ?se conservan desde hace muchos anos?-Estan en la caja fuerte. Son como un diario del establecimiento.
– ?Podria ver el del ano cuarenta y siete?
– No veo por que no… ?Algo relacionado con un reportaje para su periodico?
– Si -mintio Ferrer-. Si me lo bajase despues, a la fiesta.
– Ah, ?va a acudir? Magnifico. Y no se preocupe, yo se lo llevare.
– Gracias.
– Estaba pensando… si va a sacarnos en el periodico tal vez le interese hablar con Raul. Es el decano de nuestros camareros. Entro en el hotel de botones, cuando se inauguro en mil novecientos cuarenta y tres. Ahora lleva el restaurante.
– ?Estara en la fiesta?
– Naturalmente.
– Pues si, si me gustaria hablar con el.
– Cuando usted diga.
– La fiesta empieza a las…
– A las diez.
– ?Podrian avisarme a las nueve y media?
– Ahora dare la orden.
– Gracias. Hasta luego pues. Y digales tambien que no me pasen mas llamadas.
Ferrer colgo, tomo el manuscrito y se instalo en la mesa ante la ventana. El sol rojizo se retiraba hacia la linea del horizonte. Llegaba la noche… El mismo paisaje que contemplo Victor Lars cuando «tal vez su mente habia concebido ya al monstruoso Nino de los coroneles»… Ferrer se acomodo y busco entre las paginas el momento en que comenzaba Lars la narracion de su historia.
Capitulo Cuatro
«Quimica inmersa en el azar: asi nacemos y eso somos. Por esa causa morimos.» ?Recuerdas, Jeannot? Era uno de nuestros lemas, uno de aquellos criterios de observacion, segun nosotros revolucionarios, que ibamos a aportar a la mojigata ciencia de nuestro tiempo. Supongo que, como en los demas «Teoremas Lars & Laventier», tambien en este caso ensayariamos un enunciado. ?Cual podria haber sido? ?Algo asi como «Reacciones provocadas en el interior de un ser vivo por sucesos que, como consecuencia a su vez de otros sucesos, tienen lugar alrededor o dentro de ese ser»? No me hagas mucho caso, seguro que nuestra definicion poseia mas solvencia. Aunque la esencia de ese concepto no deja de ser cierta: quimica inmersa en el azar - sumida, diriamos aqui mejor- eramos tu y yo, acusando cada unosus propias reacciones a los hechos que nos abrumaban, la ultima vez que nos vimos. Aun recuerdo tu estampa al otro lado de la reja -seria mas preciso decir