habitacion en la que un dia, bajo el dosel de cuya maldicion me rei entonces insensatamente, palpe por unica vez la felicidad verdadera. Tenia ya asumido que habia de finalizar asi mis dias, sumido en la melancolia por ese recuerdo. Sin embargo… Tras anunciar mi renuncia al Nobel, comenzo a llover sobre mi un aluvion de mensajes procedentes de distintos lugares del mundo. Todos pidiendome que reconsiderara mi decision.
Todos excepto uno.
Era un paquete rectangular cuidadosamente embalado y protegido por el plastico transparente de la empresa de mensajeros que lo entrego, cuya direccion era el unico remite a la vista, y contenia un ejemplar de
A principios de este siglo no existia en el mundo honor mas grande que ser Caballero de la Orden del Imperio Britanico. Tu admirado Joseph Conrad, querido amigo, fue elegido para recibirlo; pero lo rechazo y hoy, en la inscripcion de su tumba, solo puede leerse, desnudo de calificativos, citas biblicas o panegiricos inevitablemente desmerecedores, su escueto nombre. Y es que «solo una cosa supera la gloria de aceptar la mayor distincion, y es la gloria de rechazarla». Me alegra que tu, como en su dia Conrad, lo hayas comprendido asi al desairar a la rancia academia sueca. Recibe mi mas cordial enhorabuena por tu noble decision. Afectuosamente,
Victor Lars.
Victor Lars: nunca tres silabas habian sido tan contundentes. La firma de mi antiguo amigo me provoco un escalofrio y una extrana excitacion, y tambien un miedo dificil de clasificar: habian pasado mas de cincuenta anos desde que lo vi por ultima vez, sonriendo tras la reja de la celda -«Tranquilo, Jeannot. No sufras por mi. No estare aqui mucho tiempo»- con el mismo aplomo cinico con que ahora, como si nunca se hubiera marchado, como si en realidad siempre hubiera estado cerca de mi, reaparecia en medio de un premeditado halo de secretismo que, si bien me hacia feliz por un lado, despertaba tambien interrogantes sobre las verdaderas pretensiones de la misiva. Mientras mis dedos, nerviosos, tamborileaban sobre la portada del libro, repare en que Lars no habia perdido su tendencia a marcar las reglas: ninguna direccion, ninguna pista… Me encontraba por tanto a su merced: ?le asaltaria el capricho de reaparecer otra vez? Y, de ser asi, ?le apeteceria satisfacerlo? Molesto por la perspectiva de aguardar la respuesta y por el trasfondo de estupido forcejeo infantil del juego, me encamine de inmediato hacia la direccion que figuraba en el albaran de la mensajeria que habia entregado el paquete. Estaba a unas pocas manzanas de mi casa y era uno de esos dias en que el trafico colapsa Paris, asi que camine, reflexionando durante el trayecto que me sentia gratamente inquieto por la irrupcion del viejo y querido amigo en mi monotona existencia, y mi excitacion crecio cuando el encargado del almacen de la agencia me mostro un segundo paquete que debia serme entregado una semana despues, ocultando tambien cualquier pista sobre su origen. Fue inutil que tratara de sobornar al empleado: hasta pasados los siete dias -que consumi entre la impaciencia y el enfado: al final, Lars habia logrado hacerme entrar en su juego; pero no importaba: ansiaba verle. ?Teniamos tanto que contarnos!- no pude abrir el sobre, que, en este caso, contenia una carta. Esta:
?Nervioso, Jeannot?
Inciso para su informacion, Ferrer: Jeannot era el diminutivo con el que Lars me llamaba cuando pretendia irritarme -asi, ya lo he dicho, lo hizo el dia de nuestra ultima entrevista en la carcel-; pero aqui no era esa la funcion del arrogante guino: el antiquisimo apelativo, de uso exclusivo entre ambos y por tanto secreto, me demostraba que era el verdadero Lars quien sonreia al otro lado del papel.
Dime: ?cuanto le has ofrecido al mensajero para que te entregue esta carta antes de tiempo? No habra sido mucho, seguro; la generosidad extrema nunca estuvo entre tus defectos. Pero en fin, aqui la tienes: la prueba de que todo acaba por llegar o por regresar. Mirame a mi: aunque tambien podria decirse que en realidad nunca me fui… ?No eras tu el que decia en uno de tus libros que el corazon, o como minimo una parte de el, siempre se queda alli donde ha amado? Pues entonces, podria decirse que siempre he estado en Paris. Ahi, junto a ti, junto a la sombra difusa de lo que fuimos. Que hermosos, aquellos anos. ?Que felices! Y que lejanos, mas de medio siglo ya. No, la amistad tampoco se olvida. Me consta que tambien tu lo sabes porque
Sono el telefono. Ferrer interrumpio la lectura y estiro la mano para coger el auricular. El manuscrito le estaba creando la desagradable sensacion de ser la pelota en un partido cuyas reglas no alcanzaba a vislumbrar, y el duelo dialectico entre los dos ancianos comenzaba a resultarle indiferente.
– ?Si? -contesto.
– ?Luis Ferrer? -pregunto con elegancia cautelosa una voz masculina cargada de conviccion.
– Soy yo.
– Hola, Luis -se transformo la voz en afable y seductora, claramente amistosa-. Soy Roberto Soas.
Soas… El nombre le sonaba; alargo la mano hacia el informe de Marisol y busco en el sumario el apartado correspondiente, que en este caso carecia de fotografia del personaje: «Roberto Soas, cincuenta y dos anos, economista y coronel del Ejercito del Aire espanol. Ahora esta metido en el proyecto hotelero de la Montana».
– Ah… ?Como estas? -respondio Ferrer con cierto fastidio por la interrupcion. Curiosa combinacion, penso: «militar y economista».
– Pues ya ves, muy ocupado. Pero llamo para darte la bienvenida.
– Hombre, gracias. La verdad es que todavia estoy un poco perdido -mientras hablaba, Ferrer continuo leyendo; ahora las notas manuscritas de la propia Marisol: «Yo definiria a Soas como una especie de gerente atipico, que lo mismo organiza una campana publicitaria que da instrucciones al jefe de seguridad; en todo caso, tiene mucho poder y es un trabajador obsesivo, sobre todo desde que su mujer murio en circunstancias tragicas hace unos meses». Viudo: una corriente de simpatia hacia Soas invadio a Ferrer; no solo porque su propia mujer hubiese fallecido tiempo atras, sino porque la perdida de Soas era reciente. Como la de Pilar. Ferrer arranco la hoja referida a Soas y la guardo en su cartera.
– Precisamente porque te imaginaba perdido -continuaba Soas- me he permitido invitarte a la fiesta de esta noche. Presentamos la maqueta de nuestro complejo turistico en tu hotel, el Madre Patria, y creo que te puede gustar. Ademas, en el asunto que te ha traido, el de los indios, soy el maximo experto. El que se chupa todos los dolores de cabeza que provocan.
– Si, estaria bien que me contases -dijo Ferrer sin demasiada conviccion; distraidamente, mientras sostenia el auricular entre el hombro y la mejilla, comenzo a ojear el manuscrito. El texto de Laventier se alternaba con las cartas escritas, a mano y tambien en frances,por Victor Lars. Mientras hablaba, leyo al azar algunas lineas de estas.
– Mira -seguia la voz de Soas-, la fiesta es a las diez. Bajate un poco antes y mi secretaria te buscara por el bar. Se llama Marta.
– Vale -admitio Ferrer-, y asi hablamos tranquilam…
Se interrumpio de golpe, con la mirada clavada en una frase de Lars. Atonito, leyo un poco mas. La voz de Soas era un murmullo que no escuchaba. De pronto, Ferrer sudo frio. Luego sintio, inconfundible en el estomago, la garra de la inquietud y del miedo.
– ?Luis? ?Sigues ahi?
– Si, si… Roberto, disculpa. Luego hablamos. Hasta ahora.
Colgo. Fue entonces consciente del repentino silencio, que estupidamente se empecino en escuchar para