Tal vez de entre los muchos detalles de nuestra ultima entrevista recuerdes, Jeannot, que jure no permanecer mucho tiempo encerrado. Debo reconocer que, en aquel momento, fue solo un impulso instintivo con el que pretendi impresionarte, mantener ante ti algun resquicio de orgullo; pero enseguida el horror del encierro haria evidente que, en efecto, tenia que fugarme como fuera. Quiso la suerte que el hampon que se encapricho sexualmente de mi, un tal Louis Crandell, resultara ostentar cierto poder en nuestra galeria; esa circunstancia me libero de verme forzado a satisfacer a otros amantes no menos repulsivos. Suyo en exclusiva, me obligue a ganar su confianza, y lo hice con tal teson y habilidad que llego a creerse depositario de mi amistad sincera. Curiosos mecanismos de la mente: yo mismo, a pesar de la aversion que me despertaba este jabali primitivo y velludo, desarrolle hacia el una especie de aprecio derivado de la proteccion que me otorgaba; por la misma razon, le odie cuando, a mediados de 1939, finalizo su condena y me dejo solo, abandonado de nuevo al azar que esta vez aguardaba para mi en los ases de una grasienta baraja con la que se decidio quien pasaba a ser mi nuevo propietario sexual. Llegaron asi meses terribles, en los que los enfermizos caprichos de mi nuevo amo, un viejo que reinaba en la galeria gracias a los esplendidos sueldos que pagaba a su guardia pretoriana de presos y funcionarios, atormentaron y desquiciaron mi mente hasta el punto de que la guerra con Alemania era para mi un remoto rumor que solo paso a primer plano cuando se tuvieron noticias de la capitulacion de Francia y de la ocupacion de Paris: esta circunstancia, se ilusionaban algunos condenados a cadena perpetua, podria ser buena para la poblacion reclusa. Y para mi, en efecto, lo fue.

Un dia particularmente caluroso del verano de 1940, Crandell entro de nuevo en la galeria; pero esta vez no como un convicto reincidente: vestia su corpulencia con un elegante traje cruzado, y sus maneras y aplomo parecian evidenciar alguna clase de ilimitado poder. Traia una orden de indulto a mi nombre y una propuesta que acepte sin apenas darle tiempo a exponerla. Ya en la calle, Crandell me explico la esencia de los nuevos tiempos: Alemania era la duena de Paris y de casi toda Francia, y pronto lo seria del mundo entero. Los invasores estaban reclutando un ejercito paralelo, formado por civiles franceses, para actuar contra los ultimos focos de resistencia. Crandell, designado para formar uno de los grupos operativos, habia pensado en mi. Emocionado por la libertad, fui sincero al agradecerselo de corazon; unas horas despues, la primera copa fuera de la jaula, el traje nuevo y el revolver que lastraba mi costado me hicieron sentir el dueno del mundo. Mas aun que de los invasores, Paris era totalmente mio. Aunque, ?que importancia tenian en ese momento tales sutilezas? Mis companeros de grupo, todos reclusos liberados para esta mision, y yo habiamos pasado de ser escoria arrojada por los jueces a un pozo ciego donde se nos apaleaba y violaba a sentir como los ciudadanos de bien, que habian alentado y aplaudian nuestra reclusion, temblaban ahora cuando llamabamos a su puerta.

Al poco de mi reclutamiento conoci al jefe de nuestro escuadron de la muerte; sin duda, habras oido hablar de Henri Chamberlain.

Por supuesto, conocia a este criminal de la peor ralea francesa; pero usted tal vez no, asi que interrumpo su lectura para explicarle que el tal Chamberlain, alias Laffont, era un canalla sin escrupulos que no dudo en poner su ambicion y entusiasmo a las ordenes de la Gestapo. Tal y como cuenta Lars, fue efectivamente Laffont quien, consiguiendo la liberacion de un punado de presos comunes, organizo una banda criminal cuyo cuartel general de la calle Lauriston 93 provoca todavia hoy escalofrios en la memoria de los parisinos. Alli, Laffont y sus secuaces, sin mediar otros alicientes que el dinero y la ascension personal, secuestraron, torturaron y asesinaron a cientos de antifascistas e inauguraron la lista despreciable a la que se anadirian, igualmente pletoricos y ansiosos de colaborar, Frederic Martin Ruy de Merode, Georges Delfane Masuy y tantos otros… Nombres que ensombrecen la memoria historica de Francia igual que ensombrecio mi vida saber que a ese batallon infame debia anadir el nombre de quien habia sido mi amigo.

Chamberlain era un hombre inteligente y muy ambicioso. Uno de esos elegidos que saben servirse del devenir historico sin vacilar. Pronto quiso el azar que hiciese amistad con el: creo que distinguio enseguida que tenia en mi a un colaborador que podia aportarle ideas infinitamente mas brillantes que las de los matones a los que, sin otra opcion, habia tenido que contratar; pura canalla que, como Crandell, servian para poco mas que avasallar por la fuerza a sus victimas, cualidad suficiente si el objetivo era tan solo martirizar a los opositores al regimen nazi y quedarse con sus bienes a cambio, pero escasa cuando asomo en nuestro horizonte la posibilidad de medrar realmente. Supongo,Jeannot, que sabes quien era Reinhard Heydrich.

Por supuesto, como todos los que padecimos la guerra, lo sabia; pero por si usted, de nuevo, no tiene una idea clara del personaje, le cuento quien era. Reinhard Heydrich nacio el dia siete de marzo de 1904 en Halle, cerca de Leipzig, en una familia…

Aunque no era un experto en la Segunda Guerra Mundial, Ferrer supuso que lo que recordaba de Heydrich -el ambicioso ayudante de Heinrich Himmler en las SS fue un hombre brillante, cruel y carente de cualquier escrupulo que, desde su despacho berlines, supo extender la mas brutal red represiva por toda Europa -seria por el momento suficiente, y salto los parrafos que Laventier dedicaba a su biografia para retomar el relato de Victor Lars.

Francia entera debe odiarse a si misma. Debemos, en el crucial campo de batalla de las ciudades y pueblos del pais doblegado, obligar a cada ciudadano a cometer actos de vileza. La opcion ideal -y por tanto el objetivo a cubrir- es que cada hombre, cada mujer, cada nino delate, conspire, traicione a su vecino, a su pareja, a su mejor amigo, a sus padres y a sus hijos. Que todos sean viles y sepan que lo han sido y que lo seran para siempre; y que todos, tambien, conozcan las vilezas de los otros. Que sientan verguenza de mirarse al espejo y de mirar a quien se le cruce por la escalera o por la calle, que esa verguenza sea atroz e imperdonable y perdure durante lustros. Una Francia -una Europa-habitada por hombres, mujeres y ninos que se sepan indignos de levantar la mirada nunca mas tendra fuerzas, legitimidad moral ni honor para hacernos frente. Esa es la opcion ideal. Ese es el objetivo a cubrir.

Palabras de Heydrich que me parecieron ciertamente inteligentes cuando las lei en una nota interna de la Gestapo que llego a mis manos junto a la noticia de la inminente visita a Paris del jefe nazi, interesado, entre otras actividades, en conocer a los principales colaboracionistas de la ciudad. De nuestro grupo, solo Laffont y su lugarteniente Crandell habian sido invitados a esa reunion, y yo maldecia al ver pasar ante mi, sin poder rozarla siquiera, la posibilidad de acercarme a Heydrich, con el que, estaba seguro, lograria sintonizar. Sin embargo Crandell, apenas se embriagara y abriese la boca, se pondria en evidencia ante el culto Heydrich, que desecharia la idea de encomendar al grupo de Laffont otra tarea que la de apalear compatriotas a cambio de quedarnos con sus neveras: yo seguiria siendo carrona despreciada igualmente por vencedores y vencidos. Y ese rol, al poco mas de un ano de haber abandonado la carcel, ya me repugnaba. Queria comenzar 1942 con otras perspectivas, y Crandell era el unico obstaculo: sabia, por la simpatia que Laffont me habia demostrado en multiples ocasiones, que de no mediar mi grosero ex companero de celda seria yo quien lo acompanase a la cena ofrecida por Heydrich. Friamente, resolvi eliminar el problema. Pero era un asunto delicado: Crandell tenia en la banda partidarios que no tolerarian un ataque a cara descubierta. La solucion, sin embargo, la sirvio en bandeja mi propio adversario.

En los ultimos tiempos, cuando tomaba unas copas de mas -circunstancia que se repetia con frecuencia creciente-, Crandell habia adquirido la costumbre de hacer chanzas entre los compinches de nuestro grupo a proposito de las relaciones sexuales que, empujado el por el rigor del encierro y yo por la imperiosidad de su proteccion, habiamos ambos mantenido; paradojicamente, no tenia la jactancia otro objetivo que el de la broma viril entre camaradas, y de hecho era habitual que recurriese a ella antes de las juergas que organizabamos con regularidad en los burdeles de la ciudad, a las que yo habia dejado de sumarme precisamente por los humillantes sambenitos que su zafia verborrea amenazaba con acarrearme. Unos dias antes de la llegada de Heydrich, todos los miembros de la banda decidimos juntarnos alrededor de una mesa para estudiar nuestros intereses y estrategias de cara a la esperada reunion. Fijada la cita a las nueve, hice creer a Crandell que deseaba confiarle algo importante e intimo,y acepto verse conmigo antes de esa hora. Como habia calculado, la primera copa a la que insisti en invitarle se convirtio en una segunda y esta en una tercera. Cuando le rellenaron el vaso por cuarta vez, adopte un tono compungido para suplicarle que no airease en publico las felaciones que habia aceptado practicarle en el pasado. Su reaccion fue tambien la prevista: rio escandalosamente, con alborozo ya alcoholizado, y comenzo, en ese mismo instante, a hacer chistes al respecto. Mis protestas y suplicas, mi fingido embarazo, solo sirvieron para desbocar aun mas su groseria. Crandell llego a la cena mas borracho de lo habitual; a Laffont le disgusto, y tuvo que mantener fria la cabeza para no censurar a su

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