lugarteniente el desinteres que demostraba por nuestro objetivo: Crandell, sin saberlo, estaba ayudando a mi plan. Una de las veces que el malestar de Laffont se hizo particularmente notorio a todos los presentes, me decidi. Adoptando un tono agresivo, recrimine al borracho su actitud. Crandell no reacciono entonces, pero si lo hizo cuando pidio mas vino al camarero y se lo volvi a censurar. Torciendo la boca en gesto obsceno, afeminando repugnantemente su vozarron y maneras, comenzo a desvelar todo aquello que yo, con doble intencion, le habia suplicado que callase. Eche lena al fuego aparentando verguenza y nervios a punto de desatarse. Envalentonado por el efecto de su ataque,Crandell persistio en el. Laffont, puse buen cuidado en cerciorarme, endurecio con disgusto la mandibula y se decidio a poner orden. Mi humillacion publica duro unos pocos minutos, pero a ninguno de los presentes le gusto. Terminada la velada, me ofreci a acompanar al borracho a casa. Todos pensaron que queria recriminarle en privado su actitud. Salimos en medio de un grave silencio roto solo por las afeminadas chanzas etilicas de Crandell: junto a la puerta, manoseo mi sexo entre risotadas supuestamente campechanas que nadie le secundo: fue el ultimo favor que me hizo. Ya en la calle, lo mate con el revolver que el mismo me habia regalado: un disparo en la boca, mientras se tragaba de rodillas el canon del arma entre sollozos y suplicas repentinamente serenas, y los otros cinco en el sexo que en el pasado me habia obligado a chupar todas esas veces de las que no deberia haber alardeado. Que no te sobrecojan la resolucion y el valor fisicos implicitos en esta confesion: mi supervivencia exigia el esfuerzo, y el endurecimiento verificado en la carcel me dio fuerzas para llevarlo a cabo. El corpachon de Crandell flotando en el Sena fue mi pasaporte al respeto definitivo del grupo: ninguno de mis colegas volvio a referirse al asunto, y todos vieron en el ensanamiento entre las piernas la evidencia de que lo habia matado yo. Tambien Laffont. El dia que me invito a comer a solas hizo alguna referencia complice, me atreveria a decir que incluso humoristica, a la primitiva personalidad de Crandell, cuya brutalidad a la hora de trabajar, aunque eficaz, no cumplia los requisitos de sutileza e inteligencia que en aquellos momentos precisaba mi anfitrion para impresionar a Heydrich, con el que ibamos a reunimos al dia siguiente el y yo; suspire de alivio: el primer peldano estaba superado.

Retozon como cualquier otro mamifero, el ser humano tiende a conformarse con los objetivos alcanzados si estos son suficientemente gratificantes: la reunion en los salones del Grand Hotel entre Heydrich y los fascistas franceses fue una prueba viviente de ello. Muchos de los notorios colaboracionistas alli presentes -que de no ser por determinados matices patibularios podrian haber pasado por honrados comerciantes de ultramarinos festejando las provechosas ventas del ano- escucharon las palabras de Heydrich con atencion protocolaria, sin captar la invitacion a mejorar nuestra prosperidad que subyacia en las palabras del brillante orador al que aplaudieron intercambiando gestos de aprobacion. Si enseguida me resulto evidente que aquella caterva de patanes estaba sobradamente saciada con los despojos que arrancaban a latigazos a sus victimas, ?como no iba a resultarselo al inventor de la represion inteligente? En estas circunstancias, era logico el gesto de desagrado que Heydrich mantuvo tras su alocucion, como tambien lo fue que, cuando logre sortear el circulo de los que le adulaban y me presente osadamente como psiquiatra especializado en tecnicas represivas, insistiera para que permaneciese a su lado. Influyeron, debo tambien decirlo, mi dominio del aleman, que me permitia comunicarme matizadamente con el, y, por supuesto, nuestras afinidades esteticas. Si en alguno de los libros de tu biblioteca se reproduce una fotografia de Reinhard Heydrich, abandona por un momento la lectura y buscala. ?Ves sus manos? Blancas, esbeltas, de elegantisimos dedos sensuales… nitidas, concluiria yo. Manos de violinista -Reinhard lo era, y dicen que muy bueno-que por fuerza debian sentirse asqueadas ante la proximidad de las zarpas peludas y torpes, proclives a la palmada ruidosa y el apreton sudoroso, que pululaban aquella noche a su alrededor. Tras la cena de protocolo llego el momento de dar paso al agasajo putanero que mi jefe y sus colegas habian organizado para la delegacion nazi. Apenas habia la orquesta concluido la segunda pieza, Heydrich, enigmatico de repente, me aparto del ruidoso trajin de acarameladas mujerzuelas y se ofrecio a mostrarme algo que sin duda despertaria mi interes. Picado por la curiosidad, lo segui tras poner buen cuidado en pedir al suspicaz Laffont autorizacion para ello, e instantes despues recorria, lleno de orgullo, la calurosa noche parisina de agosto de 1941 a bordo del Mercedes descapotable oficial de Reinhard Heydrich, que me hacia complice de sus ironias sobre los inconvenientes de las reuniones concurridas como la que habiamos abandonado. El aire que me azotaba el rostro llenaba mis pulmones de hermosas perspectivas de exito a corto plazo.

Sin duda no has olvidado nuestras ya remotisimas visitas a los burdeles de Paris. Pocos, de entre nuestros amigos y conocidos, nos creian cuando afirmabamos que la prioridad de tales incursiones no era el sexo, sino, ?te acuerdas?, continuar exprimiendo juntos la noche con el aliciente que a esta le daba la disponibilidad de cuerpos femeninos hermosos y anonimos que a veces ni siquiera utilizabamos. El mismo espiritu, puedo afirmarlo, presidio la visita con Reinhard a la para mi hasta entonces desconocida Sombra Azul, exclusivo burdel que dirigia una dama parisina de mirada altiva y apreton de mano firme. «?Un poco de musica para amenizar nuestra charla?», no he olvidado que dijo Reinhard cuando, tras atravesar los pasillos y salones extranamente solitarios del local, tomamos posesion del lujoso reservado hasta el que la dama nos habia precedido. Asenti, y entonces entro la insolita orquesta: dos mujeres desnudas, rubia una y morena la otra, tan hermosas que su irrupcion, mas que excitarme, me embeleso; para evitar que mi anfitrion pensase que regalaba a un patan, ensaye una sonrisa de suficiencia y pregunte por los instrumentos. «Ellas son los instrumentos», sentencio Reinhard mientras hacia un gesto: de inmediato las putas, sumisas como ingenios mecanicos, iniciaron una coreografia lesbica plagada de sonidos sexuales a la que Reinhard, viniendo a recordar que la interpretacion era unicamente musica para amenizar nuestra charla, dio la espalda con indiferencia tras mostrarme el sencillo mecanismo que regia la direccion orquestal: chasqueo una vez los dedos y la partitura de gemidos se ralentizo automaticamente; los chasqueo dos veces, y arrecio de inmediato hacia un crescendo que otro chasquido devolvio al volumen inicial de sugerente envoltorio sonoro para nuestra conversacion. Esta resulto particularmente instructiva: aunque para entonces yo ya imaginaba que la guerra solo buscaba instaurar a un nivel sin precedentes una estructura de amos y esclavos garantizada por mercenarios uniformados, jamas me habia enfrentado a sinceridad tan descarada como la de mi nuevo amigo. Reinhard concebia la guerra como una empresa -fue la primera vez que escuche un termino mercantil aplicado a un proceso politico, aunque no seria la ultima- cuyo motor de arranque habia sido el acceso al poder, otorgado a traves de las urnas por la manipulable imbecilidad nacionalista de una mayoria suficiente de alemanes, ignorantes del futuo de servidores mas o menos bien remunerados que, segun su nivel de utilidad, les aguardaba tras la victoria; sin embargo, las tenaces oposiciones que habian surgido y seguian surgiendo en Europa al paso del nazismo obstaculizaban el proyecto. Hombres como los que mientras nosotros hablabamos celebraban su grosera juerga en el Grand Hotel estaban preparados para terminar con los opositores encadenados a los potros de tortura, pero, fiandose en exceso de esa brutalidad, despreciaban temerariamente el valor humano, y no acababan de comprender que sin la erradicacion definitiva de la ultima chispa de rebeldia la empresa nunca se asentaria por completo. Y ahi era donde podia entrar yo, concluyo Reinhard mientras chasqueaba los dedos, esta vez tres veces: las putas acometieron entonces una representacion de climax erotico que fui invitado a observar en profundidad. Supe entonces por que estabamos intimando alli y no en otro lugar: «Una de las dos mujeres es una conocida profesional de la prostitucion -revelo mi nuevo amigo poniendo cuidado en ocultar cual-. Si juega bien sus cartas puede enriquecerse, y lo sabe; la otra, sin embargo, se esfuerza por excitarte por otra razon. Te invito, o mejor, te reto a que averigues cual. Dispones del resto de la noche». Me dejo entonces con las dos mujeres, y pude disfrutar de ellas: eran perfectas, sublimes; todos sus movimientos,incluso cada uno de sus suspiros, estaban encaminados a profundizar otro poco mas en los matices de mi placer, y nada alteraba sus vehementes entregas de objetos sexuales resignados al caracter irreversible de su condicion, pero tenian prohibido hablar de cualquier cosa que no estuviera en relacion directa con mi satisfaccion y, por mucho que escrute en detalle a cada una de ellas, me fue imposible entrever siquiera una aproximacion de respuesta para la pregunta de Heydrich, que me desvelo el misterio a la manana siguiente: «La segunda mujer se esfuerza por excitarte porque mantenemos secuestrada a su hija, y la seguridad de la pequena depende de que tu satisfaccion sea la que esperas y no otra inferior», explico mientras las dos putas, arrodilladas frente a mi a la espera de nuevos caprichos, exhibian en sus rostros una obscenidad irreprochable que impedia averiguar quien era la profesional y quien la angustiada madre; lo absoluto de esa sumision me excito con morbo que iba mas alla de lo puramente sexual: era el punto mas algido que la posesion de un ser humano podia alcanzar. Reinhard, divertido por mi entusiasta reaccion, me dio a las dos putas como regalo de bienvenida a su nuevo equipo y anuncio que iba a dar ordenes a su ayudante para que me proveyera de fondos y salvoconductos y pusiera bajo mi mando una pequena dotacion de la Gestapo. ?Psiquiatria aplicada alas tecnicas represivas? Ahora iba a tener oportunidad de demostrarlo… Ignoro si fui capaz de disimular la brutal descarga de adrenalina que la perspectiva del exito me inyecto. Si manejaba con inteligencia esa oportunidad de

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