sorpresa, lucias en tu cuello, tan reacio a esa sumision social… Digo «tus» anhelos, pero deberia hablar en plural. Porque, apostado frente a tu puerta en ese momento adverso de mi vida, me resulto imposible no verme de algun modo reflejado en la placa que simbolizaba tu exito mediano, irrelevante, estancado y gris (entonces desconocia que esa fachada era el habil disfraz que te permitio, durante tanto tiempo, ocultar a la Gestapo tus hoy miticas actividades clandestinas). Al poco, abandonaste la casa y subiste a un viejo automovil. Ya emocionalmente enredado en el espionaje de tu persona y circunstancias, utilice mis credenciales para requisar otro coche en el que te segui con discrecion. Un par de horas despues, tomamos el desvio del viejo caseron de tu familia que yo habia visitado en una ocasion. ?Que podias hacer alli tu solo?, me pregunte. ?Una amante? ?En tan inhospito lugar? Abandone el coche a una distancia prudente de la verja de entrada y me acerque con cuidado hacia la casa. No logre verte durante el resto de la tarde, hasta el anochecer, cuando las luces de la sala principal me permitieron identificar tu silueta. Casi enseguida escuche la musica: un viejo vals que, segun creia recordar, estaba entre tus favoritos. ?Me equivoco al afirmar que lo bailaste solo, tomando entre tus brazos al aire por pareja? La noche habia caido ya sobre el caseron solitario, aislado como una tumba en medio del campo, y unicamente destacaba en la oscuridad tu silueta moviendose en el centro del rectangulo luminoso de la ventana; el sonido fantasmagorico del vals, repitiendose una y otra vez, acabo por estremecerme. Impelido por un miedo subito e inexplicable -no supe a que: ?a la oscuridad nunca temida antes? ?Al desvario mental que parecia anunciar tu espectral pareja? ?A mi futuro? ?A los tiempos felices de la juventud que, irreversiblemente perdidos, habian degenerado en ese siniestro baile con la nada que espiaba separado de ti por la oscuridad?- corri hacia el coche y no deje de conducir hasta que, con las nuevas luces del alba, entre en Paris. El desasosiego, en contra de lo que habia esperado, no se diluyo a medida que el dia, al asentarse, me devolvia a la inquietud por mi situacion personal.
Curiosamente, ninguna orden de Berlin habia venido a despojarme, tras la muerte de Reinhard, de las prebendas oficiales: mis subalternos seguian cuadrandose cuando aparecia ante ellos y las dos putas seguian siendo de mi propiedad. Con rabiosa decepcion, estaba a punto de aceptar que mi insignificancia en el escalafon de la Gestapo era tal que ni siquiera justificaba el despido, cuando el piloto de un vuelo especial se presento ante mi con la orden de trasladarme a Berlin: Heinrich Himmler queria verme. El en persona.
Seis horas despues, el todopoderoso nazi me invitaba a sentarme frente a el en un amplio sofa que no habia elegido unicamente por su comodidad: sobre una mesita, muy cerca de nosotros, se encontraba la mascara mortuoria de Reinhard Heydrich. Supe despues que Himmler, del que se decia que podia haber instigado el atentado contra su ambicioso subordinado, conservo ambiguamente esta reliquia durante meses: ?tributo al camarada muerto o trofeo de caza recordatorio del poder absoluto de su poseedor? Sin mediar pausas que permitiesen elucubrar una respuesta a la cuestion, Himmler puso sobre la mesa la agenda que habia sido de Reinhard y la abrio por la pagina en la que mi difunto protector, durante nuestra primera entrevista en la Sombra Azul, habia anotado mis datos sin otra intencion que la de entregarselos a su ayudante. Para un paranoico de la fiscalizacion como Himmler, los circulos de tinta que rodeaban las palabras «Victor Lars» -habia querido el azar que Reinhard los trazase mientras me enunciaba las ventajas de pertenecer a su equipo-, mas el hecho de que en los ficheros sobre colaboradores de las SS habia una carpeta con mi nombre que nada contenia en su interior - logico, pero nadie mas que yo y el muerto podiamos saberlo-, solo podia significar que el aprecio de Reinhard hacia mi trabajo y mi persona eran acordes al tan celoso secretismo que Himmler quiso imaginar y agiganto. ?Quien era ese Victor Lars que tan clandestinamente colaboraba con el fallecido?, me interrogo con amabilidad. ?Cual era mi trabajo? Heydrich habia fallecido antes de que pudiese entregarle una sola linea de mis, por otra parte, inexistentes conclusiones, y no podia desaprovechar ese factor… Me atrevi a mirar a Himmler a los ojos, adopte un tono grave y, poniendo por testigo a la mascara mortuoria que ninguna de mis mentiras podia enmendar, presente el balbuciente experimento Tuccio -del que, a mi conveniencia, solo revele difusas lineas maestras- como un proyecto asentado que entusiasmaba a Heydrich y del que no habia constancia escrita a causa precisamente de su envergadura, de la importancia que el le habia concedido. Enardecido por mi propio discurso, al que daban alas el interes de mi oyente y su mirada ocasionalmente aprobatoria, logre transmitirle mi entusiasmo, y esa misma tarde regresaba a Paris con un encargo personal de Himmler, que tal vez vio en la absorcion de mi talento una victoria postuma sobre su ambicioso ayudante fallecido. Fuese como fuese,debia presentar lo antes posible un informe amplio sobre mis avances en el campo de «la aplicacion del dolor mental como alternativa al dolor fisico». No tenia tiempo que perder: habia vendido algo que no existia y tenia que inventarlo a toda prisa. Pero no fue dificil. Tu recuerdas mi convincente oratoria, y entenderas por tanto que, con el adecuado apoyo de fotografias y peliculas filmadas en mi laboratorio de torturas, el primer informe que envie, «La tortura como arma de futuro», resultase convincente: me fueron concedidos mas fondos, el grado de capitan de las SS -como tal vez ignoras, Himmler era muy proclive a premiar con graduaciones militares a los civiles cuyo trabajo e iniciativa le resultaban satisfactorios-, y recibi la invitacion personal de mi nuevo jefe para acompanarle en algunas de sus visitas a los campos de concentracion. Tal y como haces ahora en tus cotizadas conferencias, arengaba yo en esos casos a los oficiales que los dirigian o iban a dirigirlos; por supuesto, tus charlas eran distintas de las mias en lo superficial -tu, por ejemplo, te explayabas y te sigues explayando sobre la importancia que adquiere la educacion infantil en la erradicacion del racismo, y yo hablaba de lo conveniente que resultaba, como primer trauma de choque, obligar a las mas recatadas de entre las prisioneras recien llegadas a exhibirse desnudas, una por una, ante los oficiales del campo-, pero identicas en lo esencial: los dos dabamos a nuestros oyentes lo que querian oir; los dos sacabamos halagos, aplausos y beneficio economico de ello; los dos eramos lo mismo: charlatanes de maneras elegantes. Y tu, reconocelo conmigo, mucho mas que yo, que al fin y al cabo trabajaba forzosamente apartado de la vida publica. ?Que bien rentabilizaste tu apoyo a la Resistencia! Y que bien, no tengo mas remedio que admitirlo, supiste ocultarlo durante los anos de la ocupacion. Aunque tambien fue cuestion de suerte: coincidio que nunca hiciste nada sospechoso -y por tanto nada sospechoso pude yo ver- durante las semanas que te segui. Porque has de saber que, despues de aquel casual encuentro junto al Sena, y una vez estuvo mi prosperidad asegurada por Himmler, me empene en saber mas de ti. Imagino que buscaba materializar el reencuentro de nuestra amistad, y por eso, durante aproximadamente tres meses, eligiendo dias o noches al azar, me apostaba frente a tu consulta y espiaba tu actividad. Eras, como yo, un hombre solo; puede que eso te salvara: distraido por esa solidaridad, no fui meticuloso en la observacion de otros detalles que hubieran podido llevarme a conocer tu actividad clandestina. Pero eras tan rutinario y mediocre… Pronto deduje que la mujeruca no era tu esposa, sino tu empleada, y que no tenias hijos, ni amigos relevantes, ni siquiera conocidos con los que compartir una conversacion estimulante. Solo destacaban tus ocasionales visitas, siempre en fin de semana, al viejo caseron familiar: el vals, tu baile con el fantasma… rigurosamente solo en el centro de la oscuridad, Jeannot… ?Practicabas alguna forma de brujeria o te aguardaba tras el baile una ninita atada a la cama?, me preguntaba yo, apoyado en el arbol del jardin que habia convertido en punto de observacion. ?Rezabas o estabas simplemente chiflado? La curiosidad me llevo una manana a inspeccionar el caseron, tras comprobar que estabas ocupado en la consulta y no podrias por tanto interrumpirme: no halle nada, excepto mis propios recuerdos de aquella noche que pasamos tu y yo en compania de cierta dama de la que ambos estabamos enamorados, y fue ese momento el que marco mi progresivo desinteres hacia ti: tal vez porque te dibujabas como un hombre prematuramente envejecido y aburrido, abandone la idea de propiciar un encuentro contigo y fui abandonando tu esteril vigilancia. Ademas, a finales de aquel ano 1942, comenzaron a reclamarme otros asuntos.
Siempre me he preguntado si fui yo el primero en entrever el desastre. Supongo que no, pero puedo asegurarte que si fui uno de los mas diligentes en planear mi salvacion personal, azuzado por la disposicion sobre el tablero que adquirian las fichas de la partida belica. En octubre y noviembre,las catastroficas derrotas de El Alamein y Stalingrado habian venido a sumarse a la de principios del verano, cuando el intruso americano habia machacado en Midway a nuestro socio japones. Mis aspiraciones de lograr un puesto de privilegio en el nuevo orden que surgiria tras la guerra pasaban por la victoria. Pero ?y si perdiamos? Aunque seguia trabajando con normalidad -de hecho, disene metodos que fueron aplicados con exito en los campos de concentracion, lo que aumento la estima que Himmler me tenia-, comence a librar, sobre ese supuesto adverso, mi propia guerra. Una derrota del Reich, razone, convertiria Europa en un campo de tiro contra los nazis y sus simpatizantes. No habria ningun sitio seguro en el territorio europeo ni en el del enemigo americano, y las posibilidades quedaban reducidas a Asia, Africa y America del Sur, lugares en los que las sospechas que un ciudadano frances pudiese despertar serian acalladas, mejor que de cualquier otra manera, con dinero: en concreto, y para no ser erroneamente optimistas, oro, joyas o dolares. No podia contar con los inmuebles a mi nombre, que me serian arrebatados tras la eventual derrota, ni con la saneada cuenta bancaria en una moneda, la legal, que perderia en