Al ver escrito el nombre de la mujer que ame, supe que Lars lo habia tenido en mente desde el principio. Como el as en la bocamanga del jugador. Senti miedo de verdad. Miedo fisico.
?O no fue primario tu orgullo cuando, al conseguir por fin poseerla, me restregaste la victoria con maneras ancestrales de macho arrogante? Se que no la olvidaste cuando se fue a Italia porque tu mismo, involuntariamente y sin explicitarlo, me lo permitiste saber durante aquellos dias del Paris ocupado en que te segui y te vi vagar por el caseron de Loissy (no es que me haya acordado de pronto del nombre; es que en mi anterior carta aparentaba haberlo olvidado) como una sombra herida de muerte. Asi supe que el recuerdo de Florence no solo habia sido lo mas importante de tu vida: tambien seguia siendolo. Supongo que con la edad se habra remitido aquella pasion, pero aun asi probare a ver como reaccionas ante las nuevas noticias. Puede que guardes su ultima carta; si, eres de esos, de los que escuchan el vals que le gustaba a su amada, de los que bailan con su espectro, de los que se regodean en su masoquista desesperanza… De los que guardan las cartas de amor. ?La tienes a mano? Probablemente si, ya de joven eras muy fetichista, pero por si me equivoco, permite que te recuerde algunos de sus parrafos, aquellos que, como si asi preservases integras las posibilidades de su regreso, te negabas a mostrarme. Ya ves que no era necesario. Los conocia bien, los habia escrito yo. Aunque no, no es exacto: en realidad, no fue mi mano la que trazo las palabras. ?No me crees? ?Quieres que te lo demuestre? ?Por ejemplo con lo que decia la posdata? Alla va, imaginame caricaturizando un tono afeminado y frunciendo los labios: «Hace sol, estoy tumbada en la cama, desnudandome, un te amo por cada prenda que me quito»…
Ferrer volvio las paginas del manuscrito hasta regresar a la carta que, por indicacion expresa de Laven-tier, habia dejado senalada.
«Posdata: estoy tumbada en la cama del hotel, tengo una gran terraza al lado, hace sol y calor, me acuerdo de ti, me voy a ir quitando la ropa, un te amo por cada prenda. Te amo… te amo… te amo… te amo…»
No le costo imaginar el mazazo que debio suponer para Laventier la evidencia de que Lars, en circunstancias que solo cabia imaginar siniestras, habia tenido la carta en sus manos antes que el. Ferrer noto removerse y comenzar a latir en las venas la inquietud por la relacion de sus padres con Lars.
Y luego repetia varias veces «te amo», ?verdad, Jeannot? Algo asi: lo siento, mi memoria no da para mas. Aunque si recuerdo que era cierto y que falso en aquel texto. Por ejemplo, Florence no se estaba quitando la ropa porque ya estaba desnuda. Y hacia sol, si; pero no donde ella se encontraba (que, desde luego, no era Italia). Y aqui se acaba esta carta, cuecete un poco en su jugo. O, si tienes mucha prisa por saber mas, coge el coche y vete a Loissy. Alli, junto al fonografo que guardas como una reliquia, te espera otra carta. Si, no te sorprendas, aunque ahora no pueda desplazarme tengo por todo el mundo colaboradores para estos pequenos encargos que tanto me gustaba hacer personalmente a mi antes de que me atacase un amago de infarto en mi habitual suite de Madrid, durante mi ultima gira europea.
?Lars en Madrid! ?Y no esa unica vez, a juzgar por la familiaridad con que se referia a su hotel! Ferrer visualizo tenebrosas ramificaciones del subito presentimiento que le asalto: Lars coincidiendo en alguno de los actos sociales que sus padres frecuentaban, sentado incluso a su misma mesa, departiendo amablemente con ellos… preguntandoles con encantadora cortesia por su hijo. La asociacion de ideas fue mas alla: Lars, desde la seguridad de un coche de cristales ahumados, espiando a Bego mientras llevaba a Pilar al colegio; o departiendo amablemente con ambas tras la fachada de encantador caballero anciano que sin duda era su especialidad impostar.
?Por que no? ?Que me habria impedido estar alli? Todo esta a mi alcance, tambien -o sobre todo- los mas intimos santuarios de aquel a quien me propongo acosar. Solo tuve que dar las ordenes precisas y mi mensajero se desplazo hasta Loissy para depositar la carta. Corre a leerla. Florence te espera.
?Tan poco has tardado, Jeannot? No, no te inquietes, no te estoy observando, carezco de camaras de control remoto e ingenuidades similares; simplemente, tiene logica que, apenas terminada mi nota anterior, hayas ordenado a tu chofer que te traiga hasta aqui: ?me equivoco al pensar que, dentro de los margenes que te imponen el exceso de peso y ese baston que siempre llevas en publico, has entrado al caseron con precipitacion y has corrido hasta el fonografo en busca de esta carta? Pues ya la estas leyendo; ahora, despide al chofer con la orden de regresar manana a recogerte. Bien, ya lo has hecho… Estamos por fin solos: es el momento de confesarte que en mi primera carta larga no te he dicho toda la verdad; en realidad, he mentido con cierta holgura en determinados pasajes. En algunos casos se trataba de una cuestion de seguridad, de impedir que por tus propios medios pudieras aproximarte a mi o a determinados fragmentos de mi pasado: el nombre de Chandelis -tal vez te has molestado en comprobarlo- es falso, aunque no lo que ocurrio en el palacio que requise para instalar mi laboratorio de tortura; en otras ocasiones te he mentido con el objetivo -no alcanzado, evidentemente- de ablandar tu sensibilidad para predisponerla en mi favor: por ejemplo, en la estacion de tren desde la que emprendi la huida no senti angustia alguna por el futuro de soledad que me aguardaba; y tampoco vi a la puta rubia: igual que a su companera morena, la mate en el burdel, como el testigo incomodo que era, antes de que los americanos entraran en Paris. De todos los sentimientos que, a proposito de ella, he reflexionado y matizado, solo la fascinacion que ejercio sobre mi la ignorancia sobre cual de las dos era la puta profesional y cual la abnegada madre es cierto; eso, y el hecho de que no hay nada como la sumision mental absoluta de un cuerpo hermoso desnudo. Pero como ves, se trataba de maquillajes de la verdad de orden secundario. Sin embargo, hay otra mentira verdaderamente importante que, sin duda, ya te intrigo durante la anterior lectura: tu colaboracion, involuntaria pero decisiva, en el exito de mi plan de fuga. ?A que me referia?, estoy seguro de que te preguntaste al leerlo… Durante la ocupacion de Paris, coincidiendo con mi conocimiento de la muerte de Heydrich, en junio de 1942, recuerdas que te encontre por casualidad en el Sena, te segui hasta Loissy y te vi bailar a solas con el espectro que, lo comprendi de inmediato, solo podia ser de Florence… A partir de aquella visita, Loissy fue mi segunda casa, el cuartel general desde el que ejecute los preparativos de mi plan de fuga que, como recordaras, debia permanecer oculto para todo el mundo y especialmente para mis colaboradores directos. Consistia este plan en el secuestro y cobro de rescate de personas adineradas. Gracias a Loissy el espacio donde mantener discretamente ocultos a mis futuros prisioneros estuvo resuelto: la amplia bodega del caseron y sus oscuros sotanos eran celdas que nadie descubriria, ya que, como me demostraron las telaranas que cubrian las puertas el primer dia que me aventure a inspeccionar el lugar, tu nunca bajabas a ese subsuelo de moho y oscuridad. Por tanto, tenia ya mis mazmorras secretas y clandestinas: compartes conmigo el honor de haber sido copropietario de la unica prision de Francia que la Gestapo desconocia. Veamos ahora a mis victimas. Te preguntaras a quien se le podia exigir un rescate en el Paris ocupado: logico, yo tambien me lo pregunte… Todas las fortunas expoliables estaban ya expoliadas, y sus nuevos titulares, al detentar el poder, eran intocables. Entonces, ?a quien secuestrar? Reconozco que el problema me estanco durante algun tiempo; hasta que un dia, mientras me acicalaba en Berlin para acudir a la opera con Vera madre y Vera hija, el espejo me mostro a la victima ideal: fascistas franceses que, como yo, estuviesen ya preocupados por la fuga y se dedicasen a atesorar, mas o menos clandestinamente, valores con los que iniciar una nueva vida. En una palabra, mis propios colegas. Naturalmente: ?como no lo habia pensado antes? Con mis conocimientos y contactos, no fue dificil encontrar a las victimas concretas o incluso crearlas a medida: en dos ocasiones me encargue de que sendos ayudantes temporales a los que habia contratado fueran pagados con oro. Eran hombres jovenes, sin ataduras, a los que yo mismo hice ver los tiempos dificiles que se avecinaban y las ventajas de ocultar su fortuna en lugares secretos, y fueron los primeros a los que lleve hasta Chandelis con la promesa de una especialisima orgia, los primeros a los que, tras narcotizar sus bebidas, encadene a las paredes de tu bodega. No podia entretenerme en chantajear a los familiares de la victima con ayuda del convencional goteo del paso del tiempo: en mi particular planteamiento cada segundo contaba. El secuestrado debia entregarme sus bienes en un tiempo minimo, y la tortura era la herramienta adecuada. Aun recuerdo la primera experiencia: violenta y trabajosa, angustiosa incluso desde mi perspectiva de verdugo; nada tenia que ver observar y dirigir sesiones de tortura con ejecutarlas personalmente; los detalles -desnudar al sujeto para desprotegerlo por completo, amordazarle contra su voluntad, oler de cerca su sudor- se volvian sordidos y contagiosos en su obscenidad, y la aplicacion de dolor con los escasos medios de que disponia, ardua de por si, veia acrecentada su dificultad por el hecho de que, al menos en dos de los casos, la rabia por mi traicion volvio a los prisioneros iracundos y temibles, verdaderamente aterradores a pesar de su inmovilidad: sabian, porque no podia extraerse otra conclusion, que en cuanto hablaran estarian muertos. De