camarero. En su cabeza resonaban las palabras que, estaba cada vez mas convencido, afectaban a su vida de forma insospechadamente ominosa.
Voy a buscarte, Victor Lars. Y cuando te encuentre te matare.
Capitulo Cinco
– Asi es, senor. Entre a trabajar en el hotel en el ano cuarenta y siete, de botones. Tenia catorce anos.
Raul era un mulato canoso que a pesar de sus kilos de mas lucia con elegancia el impecable esmoquin blanco que lo distinguia como jefe de sala del restaurante del hotel. Parecia un hombre de espiritu sereno, satisfecho de sus logros. Ferrer, al estrecharle la mano, habia percibido que era feliz o se hallaba cerca de serlo.
– El caso es que estoy escribiendo sobre un hombre que se hospedo aqui por entonces, y queria saber si usted lo recuerda.
– ?El ano cuarenta y siete? -enarco Raul las cejas para subrayar la insuficiencia del dato.
Ferrer abrio el libro de registro que le habia prestado el director del hotel y fue deslizando el dedo indice por las casillas correspondientes a los meses: Lars, segun sus propias palabras, debia de haberse hospedado poco despues del primero de mayo. Y, en efecto, no tar-do en hallarlo, con el apellido ingenuamente maquillado: un nombre anotado con mayusculas, probablemente por el recepcionista de turno, y a su lado el trazo escueto y puntiagudo de una firma apresurada: Victor Lasa, 4 de mayo de 1947… El frances habia aprovechado bien su tiempo: apenas setenta y dos horas despues de haber disparado el flash fotografico en la embajada ya podia permitirse la mejor habitacion de la ciudad. Y sin duda se sentia a salvo: Lasa en sustitucion de Lars era un disfraz poco sofisticado. Pero tal vez precisamente por eso resultaba mas seguro que otros.
– Aqui esta -dijo volviendo el libro hacia Raul-. Esta es su firma. Lasa. Victor Lasa. ?Lo recuerda?
Una expresion de franca alegria animo a Raul.
– ?Como no! ?El senor Lasa!
– ?Era… eh… un hombre rico? -improviso al azar.
– Para mi, entonces, lo parecia. No tenia otra referencia que las propinas de los demas clientes, normalmente mucho mas bajas. Y luego comprobe que ademas de parecerlo lo era.
– ?Luego?
– A lo largo de los anos.
– ?Es que lo siguio tratando?
– Siempre que venia por aqui, ya como simple visitante. Alguna fiesta, alguna reunion de negocios… En el hotel, como cliente, estuvo… -consulto el libro de registro-. Si, lo que pone aqui: hasta el final del cuarenta y siete. Y parte del cuarenta y ocho tambien.
– ?Recuerda hasta cuando? -Ferrer se recrimino no haber pedido el libro de registros del ano siguiente: podria haber conocido la fecha exacta de cambio de residencia de Lars.
– Principios de verano, mas o menos. Luego debio de instalarse en otro lugar, supongo que su propia casa. Pero cuando la ocasion lo requeria nos honraba con su presencia. El senor Lasa era un hombre importante. Bueno, y sigue siendolo.
– ?Sigue siendolo? ?Sabe a que se dedica?
– Negocios. Y durante muchos anos, magnificas relaciones con el regimen de los coroneles… Supo aprovecharlas, supongo.
– ?Conoce por casualidad su direccion?
– En eso siempre fue extremadamente discreto. Yo le he tratado y le trato solo en el hotel.
Ferrer sintio un escalofrio.
– ?Le trata? ?Quiere decir que aun suele venir?
– Por supuesto; aunque cada vez menos, a causa de la edad. Pero lo normal, en un acontecimiento como el de hoy, seria que estuviera aqui. Le gustan mucho estas reuniones.
Ferrer lanzo una mirada inquieta hacia la entrada del jardin, por la que seguian accediendo los invitados a la fiesta. Raul consulto expresivamente su reloj y Ferrer capto la indirecta.
– No se preocupe, no le entretengo mas. Pero digame, ?como era el senor Lasa?
– ?De aspecto fisico, quiere decir? No muy alto, apuesto, de pelo blanco… de trato enormemente cordial. Seductor, diria yo. Y tambien le dire que era, si me permite una opinion puramente personal…
– Por favor…
– Un hombre bueno.
«Un hombre bueno»… Con esa expresion comenzaba Laventier su manuscrito… «?Sabe usted por que matan los hombres buenos, senor Ferrer?»
– ?Bueno? ?En que sentido?
– En el unico que tiene la palabra. Ayudaba a la gente. Le gustaba hacerlo. Y le sigue gustando. A mi, por ejemplo, me recomendo para un ascenso en al menos dos ocasiones. Al parecer, admiraba mi profesionalidad. Dos ocasiones que a mi me consten, me lo conto al jubilarse el que por entonces era director del hotel. Y le aseguro que lo hizo por pura generosidad. Igual que con todos los demas, hombres y mujeres de Leonito. Necesitaba personal para sus empresas y siempre preferia contratar a gente humilde. Ya le digo, un hombre bueno -concluyo Raul-. Y ahora, si no desea nada mas…
– Unicamente que, si recordase algo que me permitiera localizar al senor Lasa y hablar con el, me lo haga saber.
Raul asintio con una levisima inclinacion de cabeza y se alejo.
Ferrer, ya a solas, camino hacia el bar de Lili: toda la actividad estaba concentrada en el jardin, y la tranquilidad de la desierta barra en penumbra era lo que necesitaba. Apoyo el libro de registros sobre el mostrador y paso el dedo sobre la vieja rubrica de tinta: mas de cuatro decadas atras, sobre ese punto exacto del papel, Victor Lars habia garabateado la firma que el rozaba ahora. Le estremecio pensar que, aunque minimo, se trataba de un contacto fisico con el. Como el de estrecharle la mano. Como el de imaginarlo cerca, tal vez en el jardin o a punto de llegar a el… La proximidad de «un hombre bueno». Cerro el libro de registros y saco del bolsillo el manuscrito de Laventier, preguntandose por que el frances no respondia a su llamada.
El cadaver de mi pobre Florence fue arrojado a la humedad del pozo completamente desnuda, quemadas las yemas de los dedos y machacada la dentadura a martillazos para evitar posibles identificaciones, sin el menor miramiento, sin el menor atisbo de respeto: un despojo de carne del que convenia librarse, un zapato viejo que por el mas monstruoso de los azares permanecio durante medio siglo a dos pasos de la persona que lo hubiera dado todo por rescatarlo, por darle un entierro digno, por ofrecerle la fidelidad inutil de mi dolor eterno… Mientras ella se pudria en su mazmorra de soledad yo bailaba nuestro vals abandonado a la melancolia… ?Cuantas veces desde el fatal descubrimiento hube de entrever que su espiritu, sobreviviendo irracionalmente y durante decadas al cuerpo descompuesto, revivia por la cruel llamada de esa melodia maldita para, entre pateticos alaridos, suplicarme inutilmente que asomase la cabeza a la boca del pozo! La rabia por esa imagen, sin duda la mas insoportable de las que he padecido, fue la que, sobresaltandome puntual apenas el agotamiento me concedia unos momentos de sueno, acabo por espolearme para vencer a la depresion inapetente e insomne que, tras la exhumacion, alarmo a mis mas cercanos colaboradores durante la larga semana que permaneci encerrado en mi despacho, ejerciendo a la vez de fiscal y defensor de mis sentimientos y mi razon; la rabia por esa imagen, finalmente, ilumino tambien en mi mente al juez que, a pesar de todo, renuncio al afan de condena a muerte contra Lars con el que la pena y el odio me habian tentado y me tentaban: mi enemigo me provocaba para que