que siguieron al desastre del Tercer Reich, fue tambien inflexible con los huidos: la cotizacion de los oficiales nazis, y particularmente la de los entusiastas y brillantes como yo, habia bajado en picado, y para ninguno de nosotros fue sencillo encontrar un lugar donde ubicarse con garantias de seguridad y satisfaccion. En mi caso, me encontre ademas con un obstaculo inesperado: apenas desembarque, fui atracado y apaleado por un grupo de maleantes, probablemente compinchados con algun miembro de la organizacion que me llevo a America. Me arrebataron el oro, abandonandome medio muerto en las cercanias del poblacho perdido donde, teoricamente, debia aguardarme el coche que me trasladaria al siguiente punto de destino. Durante dias convaleci en un hospital publico, y cuando recibi el alta pude sobrevivir gracias a la reserva de dolares que habia ocultado en el interior de mi corbata. Por supuesto, en todo ese tiempo no deje de buscar remedio a mi situacion, que resultaba mas irritante porque en Francia seguia, intacta en su escondite, la jugosa parte de mi fortuna que no habia podido llevar conmigo. Llevaba semanas de malvivir en un charco inmundo, un ruinoso pais americano de saldo cuyo nombre no te desvelo, tratando de introducirme en el exclusivo circulo de los militares duenos del poder mientras esperaba el momento de largarme a cualquier otro lugar, cuando la suerte me regalo una de sus conjunciones mas inhabituales: ya sabes, lugar oportuno y momento oportuno. Fue durante una fiesta nocturna en la embajada espanola a la que habia conseguido ser invitado. Al parecer, una subversiva se habia introducido en el edificio y el embajador espanol negaba el permiso de registro. El oficial que estaba al frente del contingente militar, ante la oposicion del diplomatico, desenfundo su arma y le amenazo alli mismo, en el centro del jardin, delante de todos; le puso la pistola junto a la cara y, por como le ardian de furia los ojos, se que estaba dispuesto a apretar el gatillo. Calculando que la muerte del embajador espanol seria un engorroso asunto para este pais de opereta, me deje llevar por la intuicion y actue deprisa. Arrebate la camara a un indeciso fotografo que miraba la escena con la boca abierta y pulse el disparador: la luz del flash lo ilumino todo y, como el chasquido de los dedos de un hipnotizador, devolvio al energumeno la cordura. El soldadito guardo el arma y se fue con sus hombres. Al dia siguiente, suponiendo que mi oportuna actuacion me abriria las puertas del palacio de gobernacion, solicite audiencia al presidente. Cual no seria mi sorpresa al averiguar que el oficial de la pistola, el energumeno, era nada menos que su hijo. El presidente se mostro muy agradecido por mi ayuda, en verdad deseoso de recompensarme. Le hice saber que me encontraba eventualmente sin trabajo. Hablamos… y aqui me quede. Aqui me quede y aqui sigo, Jeannot, aguardando insomne el momento fatidico, asomado a la misma atalaya desde la que durante tanto tiempo he visto la vida a mis pies, sometido a la rigurosa crueldad de un reloj peculiar aunque, como todos los relojes, indiferente al tiempo que segundo a segundo me va robando: existe frente a la entrada de la bahia proxima a mi propiedad un faro cuyo haz, con los colores de la bandera nacional por quien sabe que delirio de supuesta actividad ludico-turistica, completa su giro, dia y noche, exactamente cada sesenta segundos, como calcule y comprobe a,lo largo de los anos mientras, aqui mismo acodado, reflexionaba sobre los proximos pasos de mi carrera americana o celebraba los exitos de esta; ahora, cada vez que los rayos de luz recorren la barandilla de mi terraza con su inagotable precision, solo sirven para recordarme que me queda un minuto menos… Acaba de hacerlo en este instante: luz azul mientras escribia los puntos suspensivos, rojo ahora, mientras acabo esta frase: otro giro y otro minuto menos, decididamente no tengo tiempo que perder. No tenemos, amigo mio, tiempo que perder. La renuncia al premio Nobel, golpe publicitario genial ante el que me descubro, te ha puesto en la primera plana de periodicos y programas de television: ese revitalizado prestigio es el vehiculo idoneo para que, a traves de ti, se hagan publicas mis actividades de las cinco ultimas decadas. Tal vez te estes preguntando si no debo fidelidad a algun equipo, empresa u organizacion. La respuesta es afirmativa y negativa a la vez: reconozco que respetar hasta el ultimo momento la fidelidad pactada seria, ademas de sancionable por la otra parte, lo eticamente justo; pero no me permitiria cumplir el deseo de verme reconocido. La traicion no me preocupa: ?que haran mis jefes -en realidad no son exactamente jefes. ?Socios? Tampoco; tampoco exactamente- cuando lo cuente todo antes de morir? ?Matarme? Mi trabajo -que, te lo aseguro, nunca ha consistido en aplicar corrientes electricas a un cuerpo inmovilizado- te intrigara e interesara sobremanera. En realidad, ya lo ha hecho: ?o has podido quitarte de la cabeza la muerte del chilenito Fiorino? Seguro que no. Espero tu respuesta y ansio el momento de que nos reunamos de nuevo. Inmerso en mi narracion me olvidaba de subrayar que sera un enorme, enorme placer, volver a ver a una de las pocas personas interesantes que he conocido.
Un abrazo.
Esta es la carta que Lars -explicando luego el tortuoso sistema que debia utilizar para comunicarme con el- me escribio. Tal vez usted, al leerla influenciado por el hecho de hallarse en la misma habitacion que ocupo el hace anos, sostiene en estos momentos mi escrito como en su momento sostuve yo el suyo: lleno de perplejidad e indignacion.
Habia terminado de leer con las primeras luces del alba, y tal vez eso afilo mi energia. Los recortes sobre la muerte de Fiorino y la obra de teatro que el desdichado ya nunca terminaria me recordaron el deber que inicialmente me habia impuesto: poner a Lars ante la justicia. Para ello era imprescindible seguirle el juego, pero su intolerable arrogancia me llevo a actuar por instinto antes que con frialdad y analisis y, casi a renglon seguido, redacte y envie al desconocido numero de fax que Lars me facilitaba una respuesta iracunda y contundente en la que exponia -con nobleza absurda que no debi cometer- mi intencion de denunciarle y perseguirle con todos los medios legales a mi alcance, y le escupia ademas todos y cada uno de los puntos de mi colera y desprecio. Tal vez esto ultimo, el desprecio explicitado a un canallesco psicopata, fue lo que lo provoco todo. Segun mi abogado, al que puse al corriente de la situacion, la carta de Lars no era prueba de indicio claro de delito, pues podia tambien tratarse de la broma bien armada de alguien retorcido en cuya localizacion, dificultosa y puede que imposible, no cabia esperar que se implicasen los sobresaturados y pragmaticos servicios policiales. Siguiendo su consejo, solicite opinion a un profesional de la investigacion; para alguien que, como yo, jamas se habia planteado contratar a un detective y por tanto solo tenia de esta figura las topicas referencias cinematograficas, fue una sorpresa comprobar que, segun las solventes fuentes que consulte, era una mujer la mejor detective de Paris. De cincuenta y tantos anos, corpulenta y pequena, con el brillo de la autentica inteligencia en la mirada, Anne Vanel dirigia con voz suave y maneras educadas a un nutrido equipo de profesionales jovenes, hombres y mujeres, que parecian reverenciarla: Vanel coincidio con mi abogado en que la policia no dedicaria un minuto al peculiar asunto y se comprometio a elaborar un primer informe del mismo en el plazo de dos semanas. La espera se me antojo interminable y, como si en esa indagacion pudiese hallar pistas que aportar a la efectividad de la detective, dedique el tiempo a rememorar mi ya lejanisima amistad con Lars. La evocacion fue imponiendose imperceptiblemente,casi diria que a traicion, sobre el enfado y el afan de justicia, y desemboco en una depresiva anoranza del propio pasado que acabo por enfrentarme, a pesar de mi estado de salud razonablemente bueno, a la idea de mi propia muerte, que por simple ley natural no podia acechar demasiado lejos. Contra esos lobregos pensamientos me esforzaba por rebelarme cuando llego una nueva carta de Lars. Era seca y no menos iracunda que la mia. Pero no era eso lo peor.
No has querido por las buenas, Jeannot. A ver por las malas: ?es que no he sido claro al pedirte tu colaboracion, al explicarte que te necesito? ?Es que no has entendido que, para darme a conocer, nadie reune el nivel profesional, de un lado, y el conocimiento de mi pasado y persona, por otro, que reunes tu? ?Que crees, que no he indagado otras posibilidades? ?Claro que hay periodistas de fama mundial que pagarian millones por lo que yo deseo revelar! Pero no me conocieron como tu, y seria el suyo un retrato incompleto, frio e incomparablemente inferior; eso, sin contar con la probabilidad de que concediesen en sus escritos mas importancia al impactante tema que a su genial autor; tambien hay jueces e historiadores, cientificos y humanistas… pero ?quien de ellos ha rechazado el Nobel? Esa catapulta mediatica fue lo que, tras mucho meditarlo, me decidio a escribirte. Ahora no puedes rechazarme. Aunque quieras. Asi que, ya que no he conseguido inflamar el supuesto afan justiciero -que, ahora lo veo, poca consistencia tiene- del «Medico de la Resistencia», apelare al instinto de hombre, de ser humano que se pretende digno, de Jean Laventier. Apelare a tu odio, Jeannot; lo avivare… Dime, ?donde prefieres que te hiera? ?En el sentido del honor de medico y caballero? ?En ese tan cacareado valor que te convirtio en heroico pacifista frances y mundial? ?En el corazon de tu imperio humanista? Pero no, que tu decidas nos llevaria tiempo y carecemos de el, asi que permiteme que sea yo quien elija… Olvidemos por un momento tus dedicaciones humanitarias, la grandeza de tu espiritu y lo que representa esa «mirada de un nino desvalido» a la que tanta importancia dabas en algun anuncio reciente de television, y centremonos en tus instintos primarios. Hablemos de Florence.