hecho, comprendi enseguida que el suplicio debia ser continuo y particularmente espeluznante, a fin de que la victima, superados pronto sus limites de resistencia al dolor, desease confervor la muerte y, para lograrla, se apresurase a entregarme su tesoro. Los torturaba sin descanso, dia y noche, con toda la ferocidad que era capaz de improvisar sobre la marcha, pues alli no disponia de sofisticados ingenios mecanicos. Cuando me cansaba, y para no perder tiempo en desplazamientos, recuperaba el aliento alli mismo, entre los aullidos y excrementos del prisionero, pero otras veces me veia obligado a regresar a Paris para atender compromisos ineludibles, en cuyo caso los dejaba encadenados y amordazados, lo que espoleaba mi inquietud mientras aparentaba tranquilidad en la reunion o el coctel que habia requerido mi presencia: temia, sobre todo al principio, que el prisionero se liberase por sus propios medios e irrumpiese, furioso y ensangrentado, donde yo me encontraba. Tambien imaginaba que alguna casualidad te llevaba a descubrirlos; porque has de saber que en tres ocasiones coincidiste con ellos; incluso en una de ellas, mientras te regodeabas una y otra vez con el vals que, remoto, llegaba hasta la mazmorra, yo torturaba a una de mis victimas mas tercas, un pistolero gascon. Descubri asi, al amordazarlo para que sus gritos no llegaran hasta ti, que el dolor humano se duplica, se triplica, se multiplica hasta el infinito cuando la victima no puede gritar: pegado al rostro del gascon mientras separaba la piel de su torax, pude observar como los alaridos obligados a permanecer dentro de su cabeza se hinchaban como un globo y amenazaban con reventar las venas del cuello o hacer saltar lejos de si los globos oculares. Aquel gascon fue tambien el ultimo de mis inversores: con el considere satisfactorio el tesoro reunido y pude abandonar la tensa actividad que, a esas alturas, habia llevado ya a la Gestapo a tratar de esclarecer las extranas desapariciones nombrando a un sagaz investigador especial que incluso llego a fisgonear peligrosamente en las proximidades de mi entorno: hubiera sido penoso ser fusilado por un ejercito vencido, al borde del desastre y la desbandada. Pero en fin, cosa pasada; ahora, Jeannot, baja a la bodega. Los cadaveres de mis victimas estan -supongo que alli siguen- en el gran tonel hueco que hay a la derecha de la puerta; en cuanto a los lingotes de oro que no pude llevar conmigo, deben de continuar bajo la octava baldosa de piedra del suelo, contando desde la entrada. Quedatelos en concepto de alquiler de la mazmorra y sal enseguida al jardin: ahora llega lo verdaderamente importante.
Acercate al viejo pozo que, en aquella lejanisima visita que Florence, tu y yo hicimos al caseron, tan siniestro nos parecio. ?Sigue seco? ?Sigue tapada su boca por la cubierta abatible de madera? Si es asi, y si tus fuerzas te lo permiten, levantala. O tal vez a estas alturas, verificado el hecho de que no miento por el vistazo que hasechado al interior del gran tonel y bajo la octava baldosa, te imaginas ya quien ha reposado tantos anos ahi abajo, al fondo del estrecho agujero de oscura humedad. No quise que ocurriera, pero no me dejo otra opcion. Cuando, con la excusa de prepararte una fiesta sorpresa, la convenci para que me acompanara a Loissy, mi unica intencion era seducirla y satisfacer el deseo intolerable que, azuzado por la circunstancia no menos intolerable de que eras tu quien la poseia, me carcomia sin remedio. Estaba dispuesto a tomarla como fuese, e imaginaba que ella, sensibilizada por mi resolucion tanto como por el solitario entorno, acabaria por concederme los favores sexuales que tan liberalmente regalaba a otros. Pero no: tuvo que resistirse; es mas, con esa conviccion que la caracterizaba, amenazo con denunciarme apenas llegase a Paris. Vi que hablaba en serio, y claro esta que no lo podia consentir. Estaba realmente furiosa, y eso la hacia mas bella, mas excitante, mas codiciable. Fui mas fuerte y la viole, y luego, ya relajado, decidi, mientras miraba su cuerpo desvanecido, que hacer con la inesperada situacion. No te entretendre con mis elucubraciones, aunque si con la conclusion que extraje de ellas, con la que sin duda tuvo que ver algun transitorio estado de ofuscacion. La ate a la cama y, cuando desperto, segui montandola. Su rabia crecia y hacia crecer mi deseo. La mantuve asi, sujeta a la cama en la que os habiais acostado, un dia, y luego dos, y luego tres. En mi mente se iba abriendo camino la necesidad de solucionar de alguna manera el comprometedor asunto, cuya gravedad se hacia mas patente por la angustia que te atormentaba y por tu resolucion, que como recordaras enfrie con logica en mas de una ocasion, de acudir a la policia, pero ningun amago de raciocinio resistia al deseo que me despertaba la posesion de Florence. Al quinto dia -tal vez para entonces mi subconsciente ya habia asumido que no podia salir viva de alli- la obligue a escribir la misiva que luego un conocido italiano te remitio a Paris. Florence fue lista hasta el final: accedio a escribir la carta porque, en su primera version, introdujo, entre las palabras de contenido sexual que me divirtio dictarle, una referencia a cierto dosel cargado de leyendas bajo el que estaria durmiendo en su alojamiento italiano. La alusion nada me dijo, y probablemente nada hubiese significado tampoco para ti, pero algo de su precision, de su aroma a contrasena, me recomendo no pasarla por alto. El intento le costo a Florence un castigo: castigar sus intentos de rebeldia era maravilloso, y lo siguio siendo hasta que tu decision de pasar un fin de semana solo en Loissy me aconsejo quitarla de en medio. Ni siquiera se me paso por la cabeza ocultarla en la bodega: la estrangule y la arroje al pozo desde el que ahora su calavera te mira. Jamas imagine que tantos anos despues aquel cuerpo, o mas concretamente su esqueleto, me serviria para espolear tu adiposa desidia vital.
Anne Vanel llego tres horas despues de que la llamase, apenas me recupere del impacto provocado por el descubrimiento del oro enterrado y de los esqueletos envueltos en telaranas del fondo del tonel: algunos de ellos todavia mantenian la mandibula desencajada en un alarido terrorifico, como si el momento del fallecimiento, lejos de culminarse en un ultimo suspiro apacible, se hubiese producido en medio de un intenso sufrimiento concreto. No queria implicar aun a la policia, pero necesitaba el consejo de un profesional. Vanel controlo rapidamente la situacion: sus hombres, con ayuda de equipo trasladado desde Paris, extrajeron al amanecer otro esqueleto, este fragmentado por el frio paso de las decadas, del fondo del pozo. No detallare los sentimientos que me anonadaron, pues imagino que son obvios; solo dire que sigue despertandome entre sudores frios la idea de que, si Lars no hubiera reparado en la referencia al dosel con la que Florence me lanzaba un desesperado mensaje de socorro, hubiera podido salvarla. Encerrado en la vieja habitacion de nuestro amor, donde tambien habia tenido lugar la prolongada violacion de Lars, me pregunte, observando hundido desde la ventana a los hombres de Vanel concluir el trabajo, si esa retorcida jugada del destino no justificaba mi rendicion definitiva a la tristeza que en esos momentos me invadia. Este dia fatidico que vi de nuevo a Florence era, como ya he dicho antes, el 22 de agosto de 1991: la fecha, podia decirse, en que enviudaba de la mujer amada, de la mujer al menos mitificada. Tal vez, si Lars no se hubiese cruzado en nuestro camino, me encontraria en ese momento llorando a la mujer fallecida de muerte natural tras cincuenta anos de felicidad comun en el castillo de Loissy, donde nos habriamos trasladado al finalizar la guerra… tal vez el cesped estaria verde y luminoso, como el resto de la vegetacion del jardin que ahora veia desnudo y salpicado de zarzas sobre la tierra seca… Solo una cosa me impidio decidirme a abandonar mi cuerpo a la muerte: el destello subito de una palabra jamas pronunciada ni considerada: venganza. «Voy a buscarte, Victor Lars -repetia la ira en mi cabeza; y notaba como ese afan insuflaba coraje y juventud a mis venas-. Y cuando te encuentre te matare»… Se, sin embargo, que tal afan se habria ido disolviendo con el paso de las horas, apenas mi habitual frialdad analitica se hubiese asentado de nuevo sobre el arranque de odio: en tal caso, usted nunca habria sabido de mi ni de lo que tanto le afecta de Victor Lars… Pero, cuando caia ya la tarde, Anne Vanel golpeo suavemente en la puerta, entro, se sento junto a mi y, con encomiable delicadeza hacia mi dolorosa circunstancia, me dijo: «Iba a llamarle justo cuando usted lo ha hecho. Hemos estado estudiando el material que me entrego. Y se donde se encuentra Victor Lars».
Azuzado por la urgencia, Ferrer dejo el manuscrito a un lado, busco la tarjeta que Laventier le habia entregado por la tarde y marco con impaciencia el numero de telefono anotado en ella: Laventier habia hablado de una cita con Lars, y le aterraba la idea de que se vengase de el, de que lo matara sin darle tiempo a esclarecer la relacion que le unio a Aurelio y Cristina.
– ?Hotel Atlantico, digame?
– Queria hablar con la habitacion doscientos seis. Senor Laventier.
– Un momento…
El telefonista paso la llamada. Sono el hilo musical, una version descafeinada de alguna banda sonora de los sesenta. Nadie levantaba el auricular al otro lado. Volvio a hablar el telefonista.
– Lo siento, senor. No contestan.
Ferrer colgo. El telefono sono antes de que hubiese podido retirar la mano.
– Son las nueve y media, senor.
La fiesta… Ferrer pensaba en una excusa para no acudir cuando el recepcionista continuo:
– Me dicen que Raul le espera.
– ?Raul? Ah, si… Bien, bajare ahora…
Ferrer colgo, se cambio a toda prisa y salio de la habitacion apresurado por el deseo de hablar con el viejo