servicial conserje nocturno y, como cabia esperar, no me costo predisponer a los tres mercenarios hacia el nuevo plan. Cumplido este, ya de dia, abandone la pension, deposite los negativos en el laboratorio y regrese a nuestro lujoso hotel de la Quinta Avenida.

No fue hasta bien entrada la tarde cuando, machacado por los rescoldos de la monumental borrachera, Tete reaparecio y acepto mi solicita sugerencia de someterse a una cura tibia de agua caliente, aspirinas y masajistas: no recordaba detalle alguno de la vispera, y le habia sorprendido, al despertarse, no encontrarme en los alrededores. Entre guinos de viril camaraderia, le recorde que habia desaparecido en compania de dos hermosas senoritas, y la mentira le complacio: sentia su cuerpo satisfactoriamente maltrecho de placer, dijo sin sospechar que su frase favorecia de forma inesperada mis propositos.

La carta, a su nombre, llego dos dias despues; cuando el botones se la llevo hasta la cama aguarde, aparentemente absorto en la lectura del diario, el estallido de colera, pero Tete, en vez de saltar entre imprecaciones revanchistas, se acerco arrastrando los pies con pasitos desolados, noqueado por el impacto que le habia provocado la fotografia que llevaba en la mano. Cuando me la mostro, fingi asombro -y un punto de intima decepcion de amigo: estos detalles humanistas son los que dan verosimilitud a las mentiras de rango- ante la imagen que lo mostraba desnudo sobre la colcha de la cama de la pension, ofreciendo su grupa al miembro erecto de un velludo rufian cuyo rostro escamoteaba con toda intencion el encuadre; a un lado, los penes tiesos de otros dos fornicadores anonimos aguardaban impacientes su turno de penetrar al futuro presidente de Leonito, cuyo desvanecimiento etilico real adquiria en la imagen la apariencia de un extasis erotico incontestable. Aparentemente solidario con su angustia, levante la vista hacia Tete: la ira y la incredulidad parecian a punto de implosionar en el rostro de mi enmudecido pupilo; y tambien el miedo: ?como reaccionaria el hosco Viejo ante la prueba de la depravacion de su cachorro? ?Que seria del prestigio del futuro amo de la Finca Nacional si llegaba a circular entre sus compinches de uniforme -y tambien entre los esclavizados ciudadanos de a pie- la explicita imagen, que para colmo, y segun anunciaba una socarrona carta adjunta, era solo la primera y menos jugosa de la serie? Tete se dejo caer en la silla mas proxima y me aseguro entre sollozos que no recordaba nada de la horrenda escena; jure que le creia -y era cierto: entre foto y foto, entre coreografia obscena y coreografia obscena, habia verificado personalmente que continuase inconsciente- y, cual inquebrantable hermano entristecido por su dolor, fingi crecerme ante la adversidad para ponerme al frente de la negociacion con los inexistentes chantajistas. A los ojos de Tete, el tira y afloja fue intenso y desabrido: cuando abonabamos una cantidad - ?hace falta decir que, al abandonar el hotel con el correspondiente maletin lleno de billetes, no me dirigia al lugar de la supuesta cita con los criminales, sino al banco cercano donde el director, ablandado ya por los sustanciosos ingresos anteriores, se apresuraba a recibirme entre reverencias?- y la pesadilla parecia concluida, una nueva imagen pornografica venia a ajustar nuestros respectivos desasosiegos, el impostado mio y el verdadero de Tete, al que atormentaba mas que ninguna otra cosa la posibilidad, sutilmente avivada una y otra vez por mi, de que su cuerpo hubiese disfrutado con la celebracion homosexual: ?que otra explicacion cabia para su bienestar, a estas alturas ya mil veces maldecido, de la manana de autos? Yo bajaba la vista, agravaba la expresion y abria los brazos, impotente y compungido por la evidencia que lo estigmatizaba para siempre… Cuando la broma habia costado a Tete los cien mil dolares que constituian sus ahorritos, engrosados en sus pinitos como saqueador juvenil de Leonito, decidi concluir la comedia con un toque de melodrama, y la manana de nuestro regreso le entregue, solemne, los negativos que certificaban sus recias inclinaciones platonicas; emocionados, ambos juramos -Tete con la mano izquierda sobre el corazon y la derecha ceremoniosamente elevada; yo soplando en su direccion un matasuegras invisible- guardar el terrible secreto, y la mismisima Estatua de la Libertad fue testigo del pacto eterno que me unia para siempre con el bobo apocrifamente sodomizado que pronto heredaria un pais.

Tete, como primera muestra de agradecimiento, me designo apenas aterrizamos Consejero del Ministerio Leonitense de Seguridad, tal y como yo mismo le sugeri: la caprichosa eleccion con que fui distinguido no disgusto ni sorprendio a los tres lobos veteranos, acostumbrados desde siempre a ejercer la arbitrariedad, y aunque el propio nombramiento de mi amigo entranaba mas parafernalia simbolica -compartida ademas con los otros dos herederos del triunvirato-que poder ejecutivo real, me permitio acceder a algunas de las reuniones que hasta entonces se celebraban a puerta cerrada; ya no se me consideraba solo «mon-a-mi»: si jugaba bien las nuevas cartas podia recuperar la dignidad que correspondia a mi talento.

Aunque los coroneles representaban el propotipo ideal del dictador americano malvado, zafio y codicioso, carecian de sentido de futuro y afan de superacion. Sus necesidades vitales no eran complejas: sujetar a toda costa las riendas del poder -para lo que disponian de un elemental sistema represivo basado en la brutalidad-, expoliar desde esa situacion de privilegio los recursos del pais a fin de mantener sus arcas llenas -y literalmente: en dos ocasiones vi, perplejo, como se portaban hasta la sala de reuniones presidenciales cajones llenos de oro o papel moneda- y, gracias a esta seguridad financiera, dedicarse a «vivir la vida», como ellos mismos definian al trasiego de diversiones ramplonas y esencialmente sexuales que se repetian por palacetes, fincas y playas acotadas para el disfrute privado. Lo mas sorprendente era que mis propuestas para modernizar la rentabilidad de sus inversiones -primer objetivo en el que puse mi empeno: era sencillamente ridiculo que los millones de dolares robados al pais estuviesen amontonados, muchas veces en toscos rollos de billetes, en cajas de seguridad de bancos extranjeros elegidos al azar y no probando suerte en otras formas de inversion mas rentables- despertaban sus recelos: ?que era yo?, parecian preguntarse, ?un ominoso hechicero que en vez de sapos despellejados y filtros humeantes utilizaba para sus embrujos tablas de calculo y cotizaciones bursatiles? Tuve que realizar tres operaciones brillantes con mi propio dinero -en realidad, el de ellos: ?era tan facil engrosar delante de sus narices, y sin que lo percibiesen, el de por si generoso sueldo con que me remuneraban!- hasta que comprendieron que se podia obtener beneficio comprando, en el momento preciso, seda en China o solares urbanos en San Francisco. Poco a poco fui ganando su confianza, y el dia que, gracias a una unica gestion particularmente afortunada, gane para ellos un millon de dolares decidieron nombrarme Ministro de Economia. Rechace el cargo -la seguridad del anonimato era por aquellos anos, y es aun hoy, la obsesion que me ha llevado a actuar siempre en la sombra- a cambio de lo que desde aquel dia instaure como remuneracion de mis servicios: paquetitos de acciones de esta empresa, paquetitos de acciones de aquella… Empece la decada de los cincuenta siendo un hombre prospero que no dejaba de incrementar su fortuna, y calculaba feliz que en unos pocos anos el tiempo habria borrado en Europa todo vestigio de mi recuerdo, de forma que, tranquilo en lo referente a mi seguridad, podria regresar a mi venerado Paris. Pero el destino -de nuevo el – tenia otros planes, y por eso puso en mi camino el intento de magnicidio del 7 de febrero de 1952.

Por supuesto, no era mi aun humilde persona el objetivo de tal plan criminal, pero sabido es que en el criterio de los terroristas no computa la misericordia hacia quienes componen los cortejos de sus victimas. La bomba oculta, que pretendia acabar de un solo golpe con las dos patas del triunvirato presentes en la inauguracion de una ostentosa escultura -tres jinetes, ?hace falta decir quienes?, cabalgando heroicos hacia nebulosas cotas de gloria sublime-, estallo con precision profesional que, para fortuna mia, no pudo prever el asfixiante calor de la jornada: su apremio provoco el desmayo de una de las mujeres del sequito, y por esa causa los proceres -y quienes les acompanabamos- demoraron unos segundos cruciales su llegada al emplazamiento del artilugio, que al reventar descabezo unicamente a los tres jinetes de piedra. En el caos posterior nadie supo identificar a la mano que se ocultaba tras la agresion, y todos -yo, como responsable de Seguridad, el primero- mostramos nuestro asombro ante el primario mensaje que reivindico el atentado en nombre de una comunidad de trogloditicos indiecitos enquistados en una guarida de ratas llamada la Montana Profunda.

– Ferrer dio un respingo: en ninguna de las multiples cabalas sobre la relacion entre Victor Lars y sus padres habia imaginado al frances relacionado con la Montana y sus implicaciones, es decir, los indios leonitenses y Leonidas.

Se puso en pie, meditando. El techo del compartimiento del tren militar era bajo, y se golpeo la cabeza contra el. Afuera, al otro lado de la ventanilla, la noche discurria silenciosa entre los deserticos parajes que conducian a la Montana Profunda, y la velocidad impuesta por la maquina, aunque moderada, provocaba algun movimiento de aire fresco. Eran las tres de la madrugada: faltaban dos horas para el amanecer, y a partir de ahi Leonidas podia aparecer en cualquier momento. Ferrer no disponia de mucho tiempo para concluir la lectura, sin contar con que Roberto Soas pronto daria por concluida la reunion que celebraba en el compartimiento contiguo y vendria a interrumpirle.

– Paso a verte en cuanto acabe -le habia dicho una hora antes, al descender del helicoptero que les traslado

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