casa de la playa, en Costa Rica, frente al Pacifico. Una especie de despedida que ella me quiso regalar. Cuando empezo a no estar bien lo deje todo y nos fuimos alli hasta que murio. En los ultimos tiempos solo pensaba en acabar cuanto antes. Y acabo. Despues de hacer el amor esa ultima vez salio en la barca, de noche, y se tiro al mar.

Ferrer hizo una pausa respetuosa y luego, sin saber por que, se sincero tambien:

– Mi mujer y yo ibamos a salir de viaje cuando lo supimos -dijo; solo un instante antes, cuando Soas habia derivado la conversacion de Pilar hacia su propia tragedia, se habia sentido agradecido por no tener que hablar de su hija ante ese hombre inteligente, respetable y ligeramente inquietante; ahora, sin embargo, la intimidad del otro le animaba a exponer la suya propia-. Es curioso, hace anos que no hablaba de esto… Cuando nos dijeron lo de su enfermedad estabamos preparando el viaje…

Ahora fue Soas el que no hizo comentario alguno; se limito a rellenar las copas. Los dos hombres bebieron a la vez.

– El primero solos desde que nacio Pilar. La ibamos a dejar con sus abuelos… Hace ya cinco anos que mi mujer murio… Cinco.

– ?Y lo soportaste?

– Se soporta todo.

– Yo no -afirmo Soas.

– Tu tambien, ya lo veras…

– No, yo no -subrayo, de pronto, Soas. Y luego, transitando igual de repentino hacia la melancolia:

– Yo no, te lo aseguro.

Las ultimas palabras sorprendieron e impresionaron a Ferrer. Sintio que era otro hombre quien las habia pronunciado: uno profundamente sincero. Un hombre todavia enamorado. ?Quien era el verdadero Roberto Soas? ?El ejecutivo invicto que habia conocido hasta ahora o el amante perpetuo de la esposa suicida?

Sin darle tiempo para mas reflexiones, Soas, acaso subitamente consciente de la rendija abierta por culpa del descuido en el hermetismo de su intimidad, se apresuro a replegarse tras su dura eficacia habitual. Brillo de nuevo su fria inteligencia -y a la vez supo Ferrer que toda la conversacion, con la posible excepcion del infinitesimal destello sentimental, habia estado encaminada a propiciar ese instante- cuando dijo:

– ?Te has dado cuenta de una cosa, Luis? ?Una cosa que nos une?

Ferrer nego con la cabeza sin dejar de mirarle; ansioso por escuchar el resto, no aparto la vista de el para interesarse por el ruido que se produjo en el pasillo. Tampoco Soas se volvio. Miro a Ferrer muy al fondo de los ojos mientras pronunciaba despacio sus palabras:

– Estabamos solos en la casa de la playa. Se podria pensar que mi mujer no se suicido. Que la mate yo.

Alguien entro en la habitacion, pero lo que acelero el corazon de Ferrer no fue eso, sino que supo lo que Soas iba a decir un segundo antes de que efectivamente lo dijera:

– Lo mismo que se podria pensar de ti y de tu hija. Que la mataste tu.

Ferrer se quedo helado. Ambos mantuvieron los ojos fijos en el otro hasta que Soas levanto la vista y hablo por encima de la espalda de Ferrer, de nuevo campechano.

– Hombre, regresa el heroico Huertas -dijo en tono jocoso, como si pretendiese ahora restar importancia a la tormenta que habia desencadenado en la mente de Ferrer-. ?Que tal las Cruzadas, capitan?

Huertas hizo caso omiso de la ironia de Soas.

– He encontrado linternas. Nos vendran bien -dijo depositando sobre la mesa una ronosa bolsa de viaje con la cara de Mickey Mouse estampada en el lateral.

Soas se levanto para examinar las linternas. Ferrer se quedo en la tumbona, sosteniendo en el aire el vasito de licor ya vacio. Lo paralizaba el miedo por las palabras de Soas. Desde la muerte de Pilar nadie habia puesto en duda su version del suicidio. ?Que pretendia Soas con su morboso juego? Tal vez nada, pero Ferrer no pudo evitar que le ardiese en el estomago un cosquilleo de fuego que ni la amenaza de los indios habia logrado desatar. Se puso en pie para aliviar el ardor pero no lo consiguio. Siguio latiendo dentro de el cuando, artificialmente simpatico como antes, Soas adjudico a Huertas la primera guardia y se fue a dormir.

– Hasta manana… -dijo sin asomo de miedo al tumbarse en la cama boca arriba y con las manos bajo la nuca, sonriendo. Ferrer se pregunto si le divertia el estado de ansiedad que habia logrado provocarle.

Huertas se instalo junto a la ventana desde la que se dominaba la entrada a la explanada, con el arma en la mano, y Ferrer, que se sabia incapaz de dormir pero no queria mostrar su nerviosismo al militar, tomo una de las linternas y se acomodo en el desvencijado tresillo del otro extremo de la suite. Agradecio ahora haber llevado consigo la hoja del informe de Marisol referida a Soas… Roberto Soas Menchen: hijo de militar nacido en Barcelona en 1940, alumno de la Academia General del Aire de San Javier, Murcia, en 1958, licenciado en Economia y Derecho por la Universidad Nacional de Educacion a Distancia en el 1978, carrera ascendente de meritos, ascensos y destinos relacionados de forma cada vez mas estrecha con los servicios de prensa y relaciones externas del Ejercito del Aire, relacionado en los ultimos diez anos con diversos proyectos empresariales privados, el ultimo de los cuales era el Consorcio La Leyenda de la Montana… Datos sobre los que Ferrer paso apresuradamente los ojos hasta llegar a lo que le interesaba: en 1980 Soas se caso con Maria de la Concepcion Alvarez Vidal, economista diez anos mas joven que el. Desde entonces trabajaron juntos en todos los proyectos laborales que Soas abordo. Eran, segun las notas de Marisol, «autentica una y carne rica, guapa y feliz: lo que a todos nos gustaria, Luis. Juntos, segun dicen, se atrevian con todo y podian con todo. La muerte de Alvarez Vidal, acaecida en Costa Rica en agosto de 1991, enloquecio a Soas. Alvarez no soporto el cancer galopante que la consumia y acabo con sus dias arrojandose al mar en la casa familiar. Soas hubo de ser internado, victima de una fuerte depresion que casi acaba con el. Sufria alucinaciones, y una vez estuvo a punto de arrojarse por la ventana de la habitacion. Veia una luz blanca y cegadora, desde la que le llamaba su mujer. La alucinacion se repitio seis veces y, ya recuperado y con el alta en la mano, seguia afirmando que la vio. E insistia: era su mujer llamandole. Bueno, cosas mas raras se han visto. Otra cosa, que puede servirte: Soas empezo a trabajar en La Leyenda de la Montana para salir del pozo depresivo en el que se hallaba, llego a Leonito en octubre de ese mismo ano, el 91». Ferrer se reconocio impresionado: luz blanca, luz cegadora… El gelido Soas amaba profundamente a su esposa muerta, como el mismo habia podido comprobar durante un breve instante que, ahora lo sabia, habia sido sincero. Y tal vez la habia matado. A solas, a escondidas. «Estabamos solos en la casa de la playa. Se podria pensar que mi mujer no se suicido. Que la mate yo… Lo mismo que se podria pensar de ti y de tu hija. Que la mataste tu». La simpatia que sentia por el militar espanol y su solidaridad con el drama que habia vivido no aliviaban la incertidumbre por sus enigmaticas palabras, que necesariamente ocultaban alguna intencion precisa y, por lo que sabia de Soas, meditada en profundidad. ?Que intencion?, se pregunto mientras regresaba al manuscrito.

Al regreso de Madrid, me encontre con que aquel verano de 1968 se habia recrudecido la guerra en la Montana Profunda.

Las incursiones de rapina ordenadas por Jose Leon Segundo en busca de su El Dorado leonitense eran, ademas de infructuosas e interminables, cada vez mas sanguinarias, porque los indios, por fin furibundos, habian decidido pasar de la defensa al ataque, y sus selectivos golpes de mano resultaban cada vez mas eficazmente daninos. La guerra se estanco. Y fue asi, estancada, como force que conviniese a mis planes. Hice ver a los coroneles la necesidad de ensanarse con ese foco de rebelion, pero la persecucion de los indios de la Montana Profunda -con la excusa de la busqueda del tesoro que teoricamente protegian- tenia en realidad por objeto convertirse en el banco de pruebas desde el que consolidar el proyecto Nino de los coroneles y sus ramificaciones.

Las caracteristicas de la Montana facilitaron el aislamiento tactico del sector: una vez acotado este, nadie pudo entrar ni salir del cerco. Invisibles o no -inexistentes o no-, los indios quedaron sitiados, igual que algunos poblados indigenas habitados por lo que algun observador ajeno al conflicto -tu, sin ir mas lejos, Jeannot- habria definido como «seres inocentes». Estableci dos cordones militares. Uno, integrado por numerosos reclutas de reemplazo, circundaba el area A: media circunferencia con un radio de diez kilometros cuyo centro era la Montana, a cuya espalda el mar ocupaba lo que habria sido la otra media circunferencia; los hombres e incluso muchos oficiales de este contingente creian ser la retaguardia de un comando antiterrorista especial, y nunca sospecharon que, en realidad, eran los vigilantes encargados de ocultar al resto del mundo los sucesos que alli iban a tener lugar. El area B, semicircunferencia con el mismo centro pero un radio inferior en tres kilometros, era la zona por la que campaban a sus anchas, bajo mi mando directo, mil seleccionados Pumas

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