anos!) que Bego tenia cancer y que no habia que desesperar hasta ver la evolucion de la quimioterapia pense cosas de todo tipo, todas terribles, y cuando murio, solo supe venirme abajo. Nunca fui capaz de asumir esa brutal injusticia. Lo teniamos todo, eramos felices y lo ibamos a ser siempre. ?Como pudo pasar que en aquella consulta (la visita fue de rutina; tan de rutina que despues de recoger los analisis ibamos a ir a cenar y a la inauguracion del bar de un amigo) el medico se pusiera serio y dijera que habia que repetir, solo por precaucion, una prueba? Pero aunque todo se vino abajo, te hice caso: tenia una hija y no era el momento de derrumbarse, por eso segui adelante, por eso me volque en Pilar y en sus proyectos… Hoy me sigue atormentando pensar que, de no haber sido asi, nunca habria conocido a la gente de aquel grupo de teatro, no se habria embarcado con ellos (ilusionada de nuevo por primera vez desde la muerte de su madre, que feliz me hizo verla asi) en una funcion que precisaba de una bailarina (ella: su primer paso profesional) y no les habria acompanado a la funcion contratada a las afueras de Madrid aquel dia fatidico. Sin aquella funcion nunca se habria subido a la furgoneta (?viajaria en ella euforica, inmortal como nosotros en el viejo 127?) que se salio de la carretera. Nunca se habria partido la columna vertebral. Cuando me lo dijeron me defendi quitandole importancia, pense instintivamente que tendria que llevar un collarin durante algun tiempo y que ahi se acabaria el problema, por eso el medico tuvo que repetirme varias veces que la medula espinal se habia roto y que Pilar estaba tetraplejica. Era tetraplejica. Me desmaye en el pasillo del hospital, y al despertarme solo sentia terror: terror por encontrarme solo, por no contar con mis padres o con Bego (o con alguien, con quien fuera) para enfrentar la desgracia. Y terror de decirle a Pilar que le habia pasado, de explicarle que no volveria a caminar, a moverse, a correr sin ayuda, a girar la cabeza, a hacer cualquier cosa que requiriese mas movilidad que la de los tres dedos de la mano derecha que el azar del accidente habia olvidado destrozar. Alli, en la silla del pasillo del hospital donde tuve que sentarme ante la inminencia de otro desmayo, supe que no habia futuro. O peor: que lo habia y era espeluznante. Rogue para que mi hija tardase en despertar (o para que no despertase nunca: tal vez habia entrevisto ya que lo mejor para ella era estar muerta) y luego, cuando me dijeron que habia recuperado el conocimiento, rogue para que lo volviese a perder: tenia miedo de verla, de tener que decirle la verdad. Cuando entre en la habitacion, me hundio mas que ninguna otra cosa su expresion: angustiada pero llena de esperanza: papa venia por fin a rescatarla. Pero supo enseguida (lo adivino en mis ojos) que algo iba mal, muy mal. Y cuando le conte la verdad empezo a gritar y no paro hasta dos dias despues. Dos dias, con sus noches y cada una de sus horas. Los sedantes la apaciguaban, pero apenas despertaba y recuperaba la consciencia volvia a comenzar. Atrozmente inmovil, desgarraba sus cuerdas vocales, aterrorizaba a los internos de toda la planta y apresuraba a la enfermera, una y otra vez, a ponerle una nueva inyeccion. Cuando por fin callo no fue porque hubiese asumido su destino (?como podria nadie asumir ese destino?), sino porque su garganta era incapaz de emitir otro sonido que un quejido continuo y rasposo, una agonia que escucho todavia hoy, ahora. Ahi, no se en que momento del tiempo interminable que pase con los ojos abiertos al pie de la cama, decidi que era mejor para ella estar muerta. Igual que es mejor para mi estarlo ahora: muerto ya. Muerto por fin. De regreso a casa, Pilar se hundio en un mutismo vegetativo. Yo me esforzaba por cuidarla, por limpiarla lo mejor y mas carinosamente posible, por tratar de aparentar esperanzas que no tenia, pero la idea de que su invalidez era irreversible me asaltaba de pronto, en el momento mas inesperado, y me derrumbaba a veces incluso literalmente: en una ocasion el desanimo me golpeo cuando trataba de darle de comer, y perdi el conocimiento sobre la cama y sobre el pure, y me quede alli durante algunos minutos, inconsciente sobre ella, hasta que me despertaron sus gritos. No eran gritos de alarma o de miedo. Eran gritos de pena… Aquel instante lo marco todo. Su pena me decidio, nos decidio a los dos. Esa noche apartaba, con ayuda de sus tres dedos, las piedrecitas de un monton de lentejas desparramadas sobre la mesa: el medico nos habia recomendado que intentase concentrarse en alguna actividad fisica, la que fuese, y descubrimos que esa fue una de las escasas que podia realizar sin mi ayuda. Separar piedrecitas de las lentejas… Lo estaba haciendo y, de pronto se detuvo. Vi el garfio retorcido de su mano repentinamente parado sobre las lentejas y trague saliva, aterrado por la inminencia de otra crisis de angustia, de nuevos gritos y lagrimas. Pero, aunque con la tension brillandole en los ojos, estaba muy serena cuando levante la vista. 'Quiero morir', dijo. 'Tienes que matarme, papa.' Voy a serte muy sincero, Marisol, y a cambio quiero que medites muy seriamente lo que te confieso ahora: creo que mi condena o mi perdon (no se cual de los dos merezco) estan en lo que senti ese instante… Fue alivio. Un descanso infinito me corrio por todo el cuerpo dandome, literalmente, felicidad. He analizado aquel sentimiento hasta agotarme, y creo que las palabras de Pilar, tan valientes y perturbadoras, supusieron la puerta abierta que yo no me habia atrevido a empujar. Por eso me aliviaron. Yo sabia que la muerte era la mejor solucion para Pilar: ?que, por ejemplo, seria de ella cuando yo faltase? Una de las mas intolerables imagenes que mi cabeza podia concebir era la de mi hija tumbada, sola, sobre la cama de cualquier asilo de incapacitados, esperando los escasos minutos que la enfermera pudiese dedicarle al dia. No habia duda: contra mi corazon y contra mi vida, Pilar debia morir. Pero su muerte natural, a pesar de las atrofias desencadenadas por la tetraplejia en su organismo, que acabarian por matarla, podia tardar dos decadas en producirse. O tres, asi de duro y asi de simple lo percibia tambien ella, a juzgar por la decision de su mirada al otro lado de la mesa de las lentejas. Volvi a tragar saliva; ella lo interpreto como signo de rechazo, duda o cobardia y ataco los obstaculos que mi razon oponia con lucidez inclemente y, a la vista de sus palabras, largamente meditada: no eramos una hija y un padre, sino la que debia morir y quien, por amor, debia ayudarle a hacerlo. 'Nadie te culpara de nada. Pensaran que me he suicidado. Con esto.' Dirigio la mirada hacia los dedos retorcidos. 'Si pueden separar lentejas pueden tomar pastillas. Lo he ensayado. Mira.' Actuo con decision aterradora: mi hija no era una nina, sino una voluntad de morir embutida en un cuerpo igualmente muerto. Sus dedos se cerraron sobre un punado de lentejas. Las llevo con mucho trabajo hacia la boca, forzando el brazo e inclinando la cabeza para demostrar que su esperanza era viable. Comprendi que solo para realizar ese entrenamiento, ese ensayo de su muerte, habia insistido en dedicarse al absurdo ejercicio de las lentejas. Pero la mano y la boca, desesperadamente tensas, quedaron quietas, separadas una de otra por dos centimetros infinitos. Entonces, ante el fracaso, si surgio la nina; ahi estaba otra vez mi hija: en la repentina pena, en la patetica impotencia, en la suplica de su mirada. La estreche entre mis brazos, la protegi, la bese y me esforce para que no me viese llorar, porque en ese instante prometi que la liberaria y no queria que la perturbasen dudas sobre mi resolucion. Se quedo dormida en mis brazos, relajada por primera vez desde la tragedia, y pasamos asi el resto de la noche, los dos absolutamente inmoviles: por nada del mundo me hubiese arriesgado a despertarla del sueno de nina que habia sido el unico desde la desgracia e iba a ser el ultimo de su vida. Mientras la abrazaba, miraba las lentejas. Y en ellas encontraba fuerzas: efectivamente, ?quien, una vez muerta Pilar, podria demostrar si sus dedos habian sido capaces o no de recorrer esos ultimos dos centimetros? El azar que habia destrozado su vida y la mia nos dejaba un resquicio infimo, y lo aprovechamos. Te obvio los detalles, basta que sepas que la noche elegida acoste a Pilar, le di las pastillas y me sente a su lado, muy cerca de ella. A veces, durante la enfermedad, habia sido meticulosamente detestable y se regodeaba en su amargura como si quisiera hacerla grande y transmitirmela en su integridad (tal vez, un camino para despertar mi odio y conmover mi voluntad). Pero ahora, dulcificada por la proximidad de la muerte, volvia a ser mi Pilar. La volvi (ella me lo pidio) para que pudiera reposar la cabeza en mi hombro, y me rodee con su brazo muerto el pecho. En esa postura, cuando era nina, solia quedarse dormida mientras le contaba historias de aventuras. En esa postura, ahora, murio. Cuando su respiracion se apago, alargue la mano hasta la mesilla y extraje del cajon el segundo bote de pastillas, el que sin revelarselo a ella (antes de comenzar a tragarlas me habia hecho jurar que intentaria ser de nuevo feliz) me disponia a tomar para acabar, tambien, con mi propia pesadilla. Pero la vida volvio a traicionarme porque, llana y terriblemente, me nego el valor concreto de tomarlas. Mi mente y mi cuerpo (o al menos una parte de ellos, en todo caso la suficiente) se negaban a dejar de existir. Pase la noche entera debatiendome en esa lucha, con la mirada fija en el techo y empapando de sudor el frasco que apretaba en la mano y que finalmente, al amanecer, deje de nuevo sobre la mesilla. Todos los remordimientos y todas las angustias surgieron entonces: habia abandonado a Pilar en la muerte. Y, segun las reglas establecidas por el mundo que me resistia a abandonar, era el peor de los asesinos: el asesino de mi propia hija. Durante horas, trate de asumir ese destino como el mas legitimo que podia corresponderme, y para abandonarme a el trate de escribir una confesion completa de lo que habia ocurrido, que me propuse fuera tan sincera como lo esta siendo esta. Pero comprendi enseguida que el mundo no eres tu, que sus leyes no son tu amistad, que sus designios no son tu comprension. Y, como el cobarde que soy (o, mejor dicho, que descubri en ese instante que era) mi mente fue descartando la idea de la confesion para comenzar a maquinar la trama exculpatoria, la version del suicidio de Pilar, que ante todos me convirtio de verdugo en victima. En la ansiedad de esa culpa consolidada he vivido este tiempo, buscando cada minuto de ellos el valor de acabar con todo. En una de esas ocasiones, el otro dia, sono el telefono y eras tu con tu oferta de viaje a Leonito. Acepte porque tal vez aqui, en mis origenes, hallase alguna senal de algo, no me preguntes de que… Espero que
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