– Tranquilo. Soy yo. Soy amigo.

El soldado no altero la alucinacion de su mirada: el dolor de las quemaduras lo situaba mas alla de cualquier posibilidad de tener amigos o de poder simplemente evocar ese concepto. Mas alla de la capacidad de alterar la alucinacion de su mirada. Ferrer imagino que tras el juego macabro habria burlado a sus perseguidores, refugiandose en el viejo gimnasio en vez de internarse en la selva. Dependiendo de cuando hubiera ocurrido eso volverian los indios a su guarida, pero el soldado no podia dar esa informacion ni ninguna otra: cuando Ferrer lo agarro para incorporarlo, el soldado emitio un suspiro infinito y dejo de respirar. Por fin habia logrado abandonar el lugar espeluznante en que para el se habia convertido la vida.

Ferrer lo devolvio con cuidado al suelo y se puso en pie: Soas y Huertas tenian que conocer su macabro hallazgo cuanto antes.

Avanzaba hacia la salida para informarles cuando vio, a traves de uno de los ventanucos del semisotano, el haz de una linterna rasgando la oscuridad del exterior: ?el capitan, impaciente, venia en su busca? Vio entonces un segundo haz, y la cautela le insto a apagar su propia linterna. Aguardo en la oscuridad quieto y callado, empapado en el sudor frio de una intuicion.

Las siluetas adivinadas tras los haces penetraron en la sala: eran tres. Ferrer trato de no respirar y lo consiguio con ayuda del panico. El liquido pegajoso que se deslizaba desde su frente le velaba la vision. Los recien llegados se encontraban en la sala contigua, a unos pocos metros de el, separados tan solo por la plancha de la puerta.

– Deben de estar durmiendo en el edificio principal, Anselmo -susurro una voz de acento leonitense. Ferrer comprendio que hablaba de el y de sus companeros.

– O no, el militar sospechaba que les seguiamos -dijo otra voz de identico acento refiriendose a Huertas, cuya suspicacia se demostraba ahora, demasiado tarde, fundada y cabal. El corazon de Ferrer resonaba con tal fuerza que temio que los latidos le delataran. Se revolvio con silenciosa lentitud, buscando con la vista cualquier salida. Entonces estallo contra su cara la luz de una linterna.

– ?Aqui esta! -dijo una voz euforica-. ?Uno de ellos!

Ferrer cerro los ojos y trago saliva.

– Luis Ferrer, el periodista -dijo una de las voces, tal vez la del tal Anselmo. Pero eso era ahora secundario: lo importante era que le habian reconocido. Y, segun Soas, lo querian vivo. Esa minima esperanza le permitio renovar el flujo de aire a los pulmones. Sintio una humedad obscena empapandole el pantalon desde los muslos hacia las rodillas. Opto por abrir los ojos. La luz seguia sobre el, cegandole.

– ?Leonidas? -se atrevio a preguntar a pesar del miedo de saber que el indio era el responsable de muchas muertes: soldados que Ferrer habia visto caer en el Desfiladero del Cafe, hombres quemados vivos en el Paraiso en la Tierra, probablemente, casi seguro, Arias y Bueyes Ferrer.

– ?Luis Ferrer? -quiso verificar la voz sin responder a su pregunta.

– Soy yo. ?Puede bajar esa luz? Si eres Leonidas…

– ?Los otros dos han escapado por la selva! -irrumpio una voz nueva. Era la voz de una mujer.

– Pero tenemos al periodista -explico Anselmo a la recien llegada, que se planto frente a Ferrer sin decir nada. Todavia cegado por la luz, escucho como la mujer comenzaba a respirar agitadamente, cada vez mas deprisa, como si fuera presa de una repentina crisis nerviosa. Dio dos pasos atras y se ilumino el rostro con la linterna. Era morena y hermosa, pero el odio rabioso convertia en demoniacos sus rasgos de india pura.

– Nos volvemos a ver -escupio a Ferrer-. ?Ya no te acuerdas de mi?

Ferrer no supo que contestar. Los demas indios permanecian inmoviles, atentos.

– ?Pues yo si, hijo de puta! -le grito la india-. ?Yo no te he olvidado!

Ferrer noto el impacto fisico del odio. Iba a responder pero la mujer no le dio tiempo: desenfundo su revolver y disparo a quemarropa contra el. Ferrer nunca supo si fue el terror de la propia muerte o la fuerza del balazo en el pecho lo que lo lanzo por el aire como a un pelele.

– ?Hijo de puta! ?Hijo de puta! -otro tiro a cada silaba-. ?Yo si me acuerdo!

Fue lo ultimo que Ferrer oyo. Cuando se hundio en la nada, la mujer seguia disparando contra el.

Capitulo Ocho

B-A-I-L-A-R-I-N-A

«Querida Marisol: si estas leyendo esta carta, yo habre muerto.

»Pero no queria hablarte de mi, sino de Pilar. De lo que paso realmente.

»?Te acuerdas del once de junio del setenta y seis, cuando fuimos a Barcelona a ver a los Rolling Stones? Bego estaba ya embarazada, pero fue la que mas insistio en hacer el viaje. En el coche (?recuerdas? Tu viejo Seat 127 amarillo claro) os turnabais las dos conduciendo mientras yo, detras, desempaquetaba bocadillos, abria cervezas y ponia en el equipo del coche las dos unicas cintas que teniamos, una de Velvet Underground y otra de Mocedades. Me acuerdo como si fuera ahora de las conas que hicimos con esa combinacion tan delirante, igual que me acuerdo de nuestra felicidad de aquel dia: al coche parecia empujarlo nuestra euforia, tu dijiste que eramos inmortales y todos pensamos que tenias razon. Tres inmortales, cuatro con la nina que Bego llevaba dentro. Y ya ves, con el paso del tiempo: de aquellos cuatro que no iban a morir nunca solo quedas tu. Tres a uno a favor de la muerte. Pero si he vuelto de la tumba es porque necesito (es la palabra exacta: el peso del secreto me impide respirar y pensar, a veces hasta caminar) contarte que Pilar no se suicido, tal y como os he hecho creer a todos. La mate yo, y tienes que saber por que lo hice: eres la unica amiga que tengo. Y la unica persona que merece saber la verdad: los otros que merecerian saberla, mis padres y mi mujer, estan tambien muertos. Afortunadamente muertos: me horroriza pensar en su dolor si hubieran conocido lo que vas a saber ahora. Me horroriza y tambien me obsesiona… el otro dia sone que, en contra de lo que pensamos los ateos, Dios existia, y tambien la vida despues de la muerte, los juicios finales y los castigos eternos. En la pesadilla, yo habia muerto y me encontraba en una fila de fallecidos recientes, esperando la asignacion de alguna especie de destino. Entonces veia a mis padres y a Bego (en el sueno no salia Pilar; no estaba, no me preguntes por que, en esa casa de muertos): inquietos y felices por el inminente reencuentro (ellos, por sus buenos actos en la tierra, habian ganado el cielo de la Biblia, que tambien existia: era limpio, y se flotaba en el con placidez) me esperaban como familiares que acuden al anden a recibir al hijo prodigo. Ignoraban que mi destino era otro, el infierno ganado tambien a pulso. La idea de tener que explicarles donde estaba Pilar me empujaba, y me escabullia de la fila de muertos. Comenzaba asi un destierro infinito, huyendo durante el resto de la eternidad de los seres que mas habia amado y respetado en vida, que a su vez (yo lo sabia como se saben las cosas en los suenos: porque si) iniciaban su propio proceso de angustia: ?por que yo los esquivaba?, se preguntaba mi madre con una mirada de tristeza que nunca llegue a verle en vida… Te juro que al despertarme me senti aliviado de que Dios no exista, aunque la tregua duro poco: enseguida volvio la realidad, enseguida volvio la imagen que permanentemente me taladra la cabeza: Pilar mirandome como aquella ultima vez, la de sus ultimos momentos de vida. Tambien entonces, cuando la vi morir, me habian venido a la cabeza, no se por que, Barcelona y la irrupcion de los Rolling Stones en escena (?te acuerdas? ?como rubrico aquel instante nuestra felicidad interna, nuestra euforia, nuestra inmortalidad!) al ritmo de Honky Tonk Woman. Durante anos hemos discutido respecto a ese detalle: tu asegurabas que yo estaba equivocado, que la primera cancion del concierto habia sido otra, no recuerdo cual (aunque claro esta que no era esa cuestion la que me asalto durante la agonia de Pilar). Con la cancion que sonaba en escena, fuese cual fuese, se creo un estado de extasis colectivo, y yo (imagino que como todos y cada uno de los asistentes) me senti bendecido (ojo, bendecido en singular) por los dioses del rock, del universo, por los dioses de la vida: ?que felicidad! ?Cuantas cosas, todas buenas, nos esperaban! Recuerdo que alguien me apreto el brazo: eras tu. Sonreias tocada por la misma gracia, y con un gesto me indicaste que mirase hacia delante, donde Bego bailaba con ese estilo suyo que lograba que le hicieran corro, como de hecho ocurrio aquel dia en la Plaza Monumental de Barcelona. Me dijiste (no se me ha olvidado nunca, y eso fue exactamente lo que se me vino a la mente en la muerte de Pilar): 'con los genes de la madre, tu hija sera bailarina, te lo digo yo'. Bailarina… A veces, inesperadamente, la palabra se me deletrea sola en la cabeza, y clava entre letra y letra un guion de separacion que me hiere como un cuchillo. Ahora mismo, al contartelo, esta sucediendo. Lo logico es que me ocurriera al pensar en mi mujer, pero no: me pasa al pensar en Pilar. Cuando nos dijeron (?hace ya cinco

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