Cuando vi aparecer a los dos desconocidos, pense que eran sicarios de mi amigo -dudo y se atrevio a rectificar, muy atento a la reaccion que su matizacion pudiese despertar en Ferrer-, de nuestro amigo Victor Lars. Pero no… Eran estos indios, que me explicaron el problema y me trajeron hasta aqui. Un viaje incomodo para alguien de mi edad. ?Y mi peso! -continuaba el frances; resuelto al fin a exponer su asunto, extrajo de la parte inferior del camastro las pertenencias de Ferrer y las deposito sobre el suelo; todas excepto el manuscrito, que con cuidado coloco sobre sus rodillas-. Pero debo reconocer que no hubieron de insistir mucho en que les acompanara: ya le he explicado que yo tambien tenia gran urgencia de hablar con usted. Sobre nuestro manuscrito, que por lo que he visto ha leido casi en su totalidad. Tengo novedades, ?sabe? Novedades sobre Victor Lars.

Ferrer estaba confuso: antes de que le hirieran, la situacion en la Montana era, segun Roberto Soas y como tambien el mismo habia podido analizar, una bomba a punto de explotar, especialmente tras los ultimos ataques de los indios. ?Estaba el ejercito listo para intervenir? ?Habia intervenido ya? Y Soas, ?logro huir de la ratonera del hotel? Muchas cuestiones cuya respuesta deseaba conocer, y sin embargo fue otra la pregunta que lanzo:

– Y la mujer… ?Por que me disparo?

Laventier hizo una nueva pausa. Su expresion se volvio sombria.

– Es obvio, ?no le parece? -dijo por fin-. Disparo contra usted porque le reconocio.

– ?Reconocerme? ?Nunca nos hemos visto! -rechazo Ferrer con seguridad, pero la mirada de Laventier, fija sobre el, logro hacerle dudar. Tambien sentir miedo.

– Usted a ella no -sentencio el frances misteriosamente-. Pero ella a usted si. Por cierto, se llama Maria.

– ?Usted como lo sabe?

El frances agito el manuscrito en el aire significativamente.

– Aqui lo dice. Mientras estaba inconsciente me he permitido indagar sobre el punto al que habia llegado en su lectura. Digame, ?puede leer por si mismo?

– Estoy un poco mareado, pero…

– En ese caso, descanse. Leere yo en voz alta.

Ferrer, aunque intrigado por la actitud de Laventier, se dejo caer sobre el camastro dispuesto a escuchar. Maria le disparo por una unica razon posible: lo habia confundido con el Nino de los coroneles. Ferrer se pregunto que le habria hecho el monstruo creado por Victor Lars para que lo odiase de tal modo.

En la primavera de 1975 ocurrio un suceso extraordinario.

Eran dias cruciales para mi actividad: en Chile y Uruguay se asentaba lo que estaba a punto de eclosionar tambien en Argentina, y Bolivia, Panama o Guatemala se perfilaban como posibles clientes mientras representantes del sistema represivo paraguayo, de corte tan tradicional y autosuficiente, realizaban las primeras visitas de cortesia al Paraiso en la Tierra… Mi prestigio crecia, me veia imprescindible en el continente. Y en la evolucion de todo el proceso, la ferocidad del Nino seguia resultando valiosisima como prologo introductor a mis cursos, por eso me irrito tanto que le asaltara, en el momento mas inoportuno, una de sus crisis depresivas, otra mas, manifestada en este caso con un silencio sombrio e inescrutable. Apenas le excitaban las drogas, a cuyos efectos se habia habituado, y el alcohol que tan efervescente lo habia vuelto en otras ocasiones no era ya sino una adiccion incurable que le mantenia permanentemente semianestesiado, le engordaba dia a dia y hacia En la primavera de 1975 ocurrio un suceso extraordinario.

Eran dias cruciales para mi actividad: en Chile y Uruguay se asentaba lo que estaba a punto de eclosionar tambien en Argentina, y Bolivia, Panama o Guatemala se perfilaban como posibles clientes mientras representantes del sistema represivo paraguayo, de corte tan tradicional y autosuficiente, realizaban las primeras visitas de cortesia al Paraiso en la Tierra… Mi prestigio crecia, me veia imprescindible en el continente. Y en la evolucion de todo el proceso, la ferocidad del Nino seguia resultando valiosisima como prologo introductor a mis cursos, por eso me irrito tanto que le asaltara, en el momento mas inoportuno, una de sus crisis depresivas, otra mas, manifestada en este caso con un silencio sombrio e inescrutable. Apenas le excitaban las drogas, a cuyos efectos se habia habituado, y el alcohol que tan efervescente lo habia vuelto en otras ocasiones no era ya sino una adiccion incurable que le mantenia permanentemente semianestesiado, le engordaba dia a dia y hacia adiposos sus movimientos y rasposa su respiracion. El minotauro languidecia en su peculiar laberinto, y ni siquiera sus animalizadas mascotas humanas le divertian ya.

Fue entonces cuando paso, al regreso de uno de mis viajes a Santiago. Era, como he dicho, la primavera de 1975. Mi magnifico humor por los resultados obtenidos en la neutralizacion de elementos subversivos (resultados de los que obtenia doble rentabilidad, pues los exhibia orgulloso ante los amigos argentinos a los que ya asesoraba de cara a su inminente asalto al poder) se vio empanado por la noticia que, apenas descendi del coche, me espeto mi edecan: el Nino habia sufrido la vispera una crisis terrible. Inicialmente no me preocupe, pues tales ataques -durante los cuales se diria que los gritos de dolor del Nino estuviesen originados en su espiritu, a la postre aun humano, o en su conciencia, que enfrentada en los flashes de clarividencia al destino en el que ya se sumia su vida pedia socorro a quien sabe que imposible redentor – ocurrian con cierta frecuencia. Pero aquella vez la locura alcanzo limites insolitos, exteriorizandose en epileptica ansiedad destructiva que tuvo graves consecuencias: fuera de si, el Nino -en lo que, segun algunos testigos, no fue afan premeditado, sino simple rabia desatada- destrozo las cerraduras y libero a sus mascotitas, que, aunque aterradas al principio, se animaron pronto a seguirle en su huida hacia el exterior. La fuga fue posible porque los guardianes tenian la orden estricta, bajo amenaza de muerte, de proteger y cuidar a cualquier precio la valiosisima vida de mi creacion, que gracias a ese reglamento pudo franquear la salida seguido de sus acolitos y perderse en la noche. Afortunadamente, fue recuperado poco despues en una operacion que no entrano problemas -mi Nino dormia en el suelo la modorra de la misma euforia alcoholica que horas antes le habia animado a la insurreccion-, aunque no seria este saldo el mas importante arrojado por la frustrada huida.

En cuanto a los ocho cuadrupedos humanos que si habian logrado escapar, yo los habria abandonado a su suerte de no ser porque un grupo de turistas europeos se topo con ellos y aireo de inmediato la noticia. «Hombres Perro» fue el apelativo que acuno la prensa mas sensacionalista de Leonito para avivar el interes de los lectores hacia estos fantasmales animales de aspecto humano que «vivian desnudos, se desplazaban a cuatro patas y emitian sonidos guturales e ininteligibles». Cuando algun imbecil ilustre anuncio desde su catedra universitaria que podiamos hallarnos ante una burbuja milagrosamente conservada de los primeros pasos del ser humano sobre la tierra, el interes por los «Hombres Perro» se disparo. Habia llegado el momento de actuar: lo ultimo que interesaba a mi academia era que rondasen sus proximidades turistas ansiosos de obtener el premio fotografico del Reader's Digest. Por supuesto, la zona permanecia, como siempre, acotada; pero preferi no dejar cabos sueltos. Prepare una expedicion de caza y captura que dirigi en persona: nunca me ha gustado dejar en manos ajenas la clausura de los asuntos en los que, en mayor o menor medida, me sentia emocionalmente implicado, y no cabia duda que los llamados «Hombres Perro» gozaban de cierto aprecio por mi parte; al fin y al cabo, eran muchos los anos de convivencia compartida.

En apenas dos dias, los batidores hallaron su rastro en las cercanias de la Montana Profunda, situada algunos kilometros al norte del lugar donde se habia producido la evasion. Pronto los tuvimos a tiro. Cediendo a una tentadora excitacion instintiva, ordene a mis hombres que me dejaran solo para la caceria.

Las presas se hallaban acorraladas en el fondo de un valle sin salida, a merced de la mira telescopica de mi rifle. De tres disparos abati tres piezas; resuelto a anadir emocion al aburrido tiro al blanco, aguarde la proximidad del anochecer para descender hasta el fondo del refugio. Al valle se accedia por un pasillo angosto que clausure, una vez franqueado, con teas encendidas: nada aterraba a mis victimas mas que el fuego que en tantas ocasiones habia servido para castigarles, y gracias a este recurso fui acotando progresivamente la zona, despacio y con delectacion en el juego, de forma que cada nueva antorcha restaba a las bestias espacio por el que desenvolverse. Por ultimo, tuve a no mas de veinte metros de mi a los cinco supervivientes ateridos de panico. Salivando ante su desvalidez, renuncie a la ventaja del sofisticado rifle de mira infrarroja, desenfunde los dos revolveres que llevaba conmigo y arroje lejos la canana con la municion de repuesto. Como precaucion suplementaria, encaje el cuchillo de monte entre la camisa y el cinturon. Las bestias me miraban indecisas y expectantes, como si sopesaran que posibilidades tendrian si osaban atacar al amo por primera vez alejado de su territorio. Yo, en cambio, no dude. Amartille los revolveres y comence a disparar al dictado de las reglas del juego que me habia sugerido la escena: los cinco primeros disparos serian para herir a cada uno de ellos, los cinco siguientes para rematarlos y aun me sobrarian dos balas. El extasis duro unos segundos. ?Pero que segundos! ?El umbral de la juventud infinita, entrevisto por un instante! ?El orgasmo de Dios, eyaculando eternidad en mi cabeza y en todo mi ser! Tal vez, sin darme cuenta, era yo quien gritaba en medio del estruendo de polvora; aquellos

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