-mi calculo era forzar, e insisto en que tenia medios para ello, un nuevo crac economico en 1993- y el futuro les parecia suyo. ?Por que la exactitud de esta fecha? ?Por que 1993? Ante todo, porque para entonces se habrian apagado ya tiempo atras los fuegos artificiales de los huecos eventos del
La perfecta resolucion de este mi hermoso cuento de Navidad necesitaba de una perfecta coordinacion para el perfecto acoplamiento de todas las piezas. Y, sobre todo, exigia precision cronometrica: queria ver ejecutado mi plan antes de morir. Era el ultimo capricho de un pobre viejo acabado.
Por eso, porque carecia del tesoro del tiempo, me irrito tanto el primer imprevisto: apenas un mes despues de la huida de los coroneles -es decir, al principio de todo el plan: cuando todo, aun, podia venirse abajo-, un misteriosamente rebrotado grupo de indios perpetro la matanza de una patrulla del ejercito que habia osado acercarse a la, en teoria, pacificada Montana. Los soldados fueron salvajemente torturados hasta la muerte, y de los testimonios espeluznados de forenses y periodistas deduje que un nuevo elemento habia venido a interferirse en mi plan: alguien con sed de venganza habia decidido tomar revancha de las masacres de unos meses antes. Sin duda, un superviviente de alguna de aquellas matanzas habia logrado arrastrarse hasta el corazon de la Montana Profunda, soliviantando a los indios que, tambien inesperadamente vivos y activos, debian de quedar todavia en ella. El incidente no habria tenido mayor importancia de no ser porque el vengador misterioso pronto se revelo osado, inteligente e insaciable: tras eliminar con metodos igualmente astutos y brutales a las dos expediciones de castigo que se enviaron contra el, paso a la ofensiva, y en diciembre de 1990 asalto un cuartel militar situado en la comarca limitrofe a la Montana. Por primera vez, los indios atacaban fuera de su territorio. Por primera vez evidenciaban un afan de venganza que se revelaba meditado. Por primera vez difundian un comunicado -eso si, ridiculamente redactado- reivindicativo de la autoria del asalto, lo que para quien supiera leer entre lineas arrojaba un dato inquietante: por primera vez, tenian un lider… Te aseguro, amigo mio, que sopese infinitos matices para madurar y ajustar el plan de cuya realizacion te estoy dando cuenta: pues bien, lo ultimo que me hubiera molestado en considerar era la posibilidad de que un zarrapastroso que comia masa de arroz con los dedos pudiese interferir en mi camino tan seriamente como lo hizo el indio llamado Leonidas.
– Lo sabia -mascullo Ferrer. Una alegria absurda le invadia el pecho: la conexion entre Lars y Leonidas, sobre la que el llevaba elucubrando desde la emboscada del Desfiladero del Cafe, salia por fin a la luz.
Miro a Laventier.
– ?Lo sabia! -repitio.
El frances, sentado a la sombra sobre una piedra plana, se revolvio al captar su excitacion.
– ?Ha reaparecido ya el Nino de los coroneles? -pregunto senalando el manuscrito. Parecia ser la unica cuestion de su interes.
– ?El Nino…? -Ferrer, por un momento, habia olvidado a su hermano, al que de forma inconsciente imaginaba enfermo o moribundo, definitivamente apartado de la historia que en las ultimas paginas habia adquirido otros derroteros.
En ese instante se produjo una explosion lejana. Ferrer sintio un temblor leve de tierra que habria catalogado como producto de su imaginacion de no ser por la celeridad felina con que Anselmo, con el rostro repentinamente ensombrecido por la alarma, se levanto y agudizo el oido.
– Ya ha empezado -dijo.
– ?Empezado? ?El que?
Anselmo saco unos prismaticos de la mochila que llevaba a la espalda y escruto la lejania. Ferrer se acerco a el.
– Disparos -murmuro el indio sin apartar la vista del frente.
– ?Disparos? -Ferrer se esforzo inutilmente por captarlos.
– El ruido del rio impide oirlos. Pero mire alla -Anselmo le entrego los prismaticos senalando con el dedo un punto lejano del valle-. Detras de la segunda cascada.
Ferrer tardo unos segundos en localizar el lugar. Todo le parecia vegetacion y rocas en calma, hasta que atisbo algunos chisporroteos de color anaranjado, intermitentes y freneticos; pegadas a ellos, las figuritas humanas que apretaban los gatillos: el verde oliva de los uniformes se confundia con los indisciplinados atuendos de los indios, y vista desde la distancia, se diria que la lucha era cuerpo a cuerpo. En el caos de la refriega, Ferrer localizo de pronto la cabellera negra de Maria: la mujer destacaba como la mas ardorosa combatiente.
– Se diria que ella es la que.manda -Ferrer se volvio hacia Anselmo-. Dime una cosa… ?Donde esta Leonidas? ?Es que ha muerto? ?O…?
– Que le conteste el -respondio Anselmo dirigiendo los ojos hacia la espalda de Ferrer.
Se volvio, imaginando por un instante que iba a enfrentarse a una gallarda silueta situada sobre un alto y recortada mitologicamente contra la luz solar, pero ante el habia un hombre pequeno y muy delgado, casi enclenque, de mas de cincuenta anos y rasgos que parecerian subdesarrollados de no ser por la intensidad de una mirada entrecerrada en la que solo cabian la desesperanza y el dolor.
– Anselmo -dijo Leonidas sin dejar de clavar los ojos sobre los de Ferrer-. Lleva al frances a la salida.
Anselmo asintio y comenzo a tirar con suave firmeza del brazo de su protegido, que se zafo para enfrentarse cara a cara, sin asomo de temor, a Leonidas.
– Un momento, senor. No he venido hasta su montana para irme sin mas. Si usted tiene que hablar con Ferrer, sepa que yo tambien. ?Luis! -se volvio hacia el con expresion apremiante-. ?Termine de leer el manuscrito! Solo le quedan una paginas. ?Lealo!
– De acuerdo -susurro Ferrer.
Su promesa le recordo a otra, casi identica, que habia realizado al frances en el vestibulo del hotel donde se conocieron, una eternidad de tres dias atras. Antes de que entrara en su vida Victor Lars. Aparentemente mas tranquilo, Laventier acepto ahora seguir a Anselmo.
Cuando se quedaron solos, Ferrer se volvio hacia el hombre por el que habia recorrido medio mundo. No supo por donde empezar. El otro le ayudo.
– ?Conoces a Juan Carlos I? -pregunto.
– ?El rey?
– El rey de Espana, si. ?Lo conoces?
Ferrer, en una multitudinaria recepcion, habia estrechado una vez la mano del monarca. Pero supuso que Leonidas se referia a una relacion mas estrecha.
– No -contesto-. No lo conozco.
– Hmmm -asintio Leonidas; y anadio enseguida, con la misma tranquilidad-: Mejor para ti. Si hubieras dicho lo contrario, tal vez te habria matado.
Ferrer no hizo comentario alguno. Leonidas lo miro durante otro segundo interminable, como para tratar de