– Aunque eso fuera cierto, se trataria de un caso aislado. Y no tienes pruebas. Lo cual casi es mejor -matizo amargamente-: capturasteis, torturasteis y matasteis a un militar espanol…
– Para mi, la ejecucion de un asesino. El asesino de mi gente. ?Es que no lo ves? Tu pais esta en guerra con el mio. Declare la guerra a Espana para llamar la atencion del mundo. ?Y Espana respondio! ?Nos ataco con helicopteros manejados por pilotos espanoles! ?Estuvo en guerra con nosotros! ?Lo esta todavia! ?O quien crees que dirige a los soldados que nos estan atacando ahora mismo, en este mismo momento? ?Dime que has tenido alguna vez una noticia mejor!
Ferrer callo… Aunque solo una parte de la version de Leonidas fuese cierta… Una guerra durante la celebracion del Quinto Centenario. Si, era sin duda una noticia espectacular… «???MUERTE AL REY DE ESPANA!!!, historia de una guerra imposible, por Casildo Bueyes y Luis Ferrer».
– Ahora te acompano hasta donde te aguarda el frances. Anselmo os acompanara a la capital. Te llevas las declaraciones de guerra, la de Iribarne y la nuestra. Haz con ellas lo que te parezca justo. Escribes en un periodico espanol importante. Cuando supe que venias pense que podrias ayudarme y te hice seguir. Primero en la ciudad, luego en el tren que te llevo al Desfiladero del Cafe y despues por el rio, cuando…
– ?Fuiste tu quien mato a los soldados en el Desfiladero del Cafe?-No.
– ?Y los quemados vivos del Paraiso en la Tierra? ?Tampoco fueron cosa tuya?
– Tampoco. Desde que supe que llegabas a Leonito nos limitamos a seguirte. Para hablar contigo, como estamos haciendo ahora.
– ?No mataste al consejero Arias?
– No.
– ?Ni lo secuestraste? ?Ni le hiciste leer un mensaje por television?
Leonidas nego con la cabeza.
– Supe por nuestros hombres en la ciudad que ibas a coger ese tren para venir hacia la Montana y lo aceche para traerte hasta mi, eso es cierto. Pero nada mas. Vi desde las rocas como os atacaban, no se quienes eran. Y luego os segui por el rio. Solo queria hablar contigo. Contarte todo esto para que tu lo contaras en tu periodico.
– Pero Maria me disparo… -Ferrer se quejaba; se limitaba a exponer un hecho.
– Te confundio con otro. Fue un error. Maria -Ferrer capto un inesperado asomo de ternura honda en la pronunciacion del nombre- no es ninguna asesina… Pero por eso hice venir al frances, para salvarte y contarte todo esto -abarco con un gesto del brazo la inmensidad de la Montana- antes de que se acabe el tiempo. Y se esta acabando ya… Debes irte.
– ?Y luego tu? ?Vosotros?
– Esta es nuestra casa -dijo Leonidas. Y callo expresivamente antes de senalar a Ferrer un punto del camino, mas alla de una pequena colina-. Alli, junto a aquel gran arbol, hay una chimenea estrecha que da al exterior. No tardaras mas de media hora. Anselmo os llevara al frances y a ti a la ciudad. No te demores. Dentro de cinco minutos comenzare a volar las primeras cargas. Y en dos horas no quedara Montana. ?Te deseo suerte!
Dio dos pasos hacia atras, se giro y corrio agilmente entre las rocas. Habia desaparecido de la vista cuando Ferrer, con la boca semiabierta, buscaba todavia una palabra de despedida.
Permanecio quieto, callado, embrujado por el aire del interior de la Montana, cuya densidad humeda podia percibir en la piel. A los pocos minutos resono una gran explosion: la primera. Ferrer tuvo la sensacion de que disminuia la luminosidad que lo rodeaba… Y comprendio: la voladura habia anegado parte de las entradas naturales. Las cargas de Leonidas comenzaban a transformar la Montana Profunda en una gigantesca tumba sellada.
Capitulo Nueve
Una oscuridad desleida, manchada de inconcretas claridades, lo acosaba y se cernia a su alrededor, mas densa a medida que las explosiones iban taponando las entradas de la gran cueva.
La luz que a lo lejos entraba por la ancha hendidura en la piedra hacia la que se dirigia era la mejor brujula posible, y hacia ella corrio aterrado por la posibilidad de terminar encerrado en el laberinto de piedra. Unos minutos despues diviso a sus proximos companeros de viaje, Anselmo y Laventier.
Pero algo terrible estaba ocurriendo.
Esforzo la vista entre las sombras y no tuvo duda: el frances yacia tirado en el suelo y el supuestamente leal Anselmo, sentado a horcajadas sobre el, lo estrangulaba. Ferrer corrio hacia ellos, armandose con una pesada piedra.
Llegaba junto al gran arbol con el brazo levantado y listo para golpear cuando Anselmo se volvio.
– ?Ferrer! ?Deprisa, deprisa! -le urgio antes de volver
– ?Deprisa! -se giro otra vez el indio-. ?El maletin con las medicinas! ?Es un ataque al corazon!
Al ver el rostro abotargado de Laventier, Ferrer comprendio. Dejo caer la piedra y, contagiado de pronto de la prisa de Anselmo, abrio la valija medica del frances y se arrodillo junto a ellos.
– La valija… La valija… -suplicaba, en un hilo de voz, Laventier.
Cuando la tuvo a mano, tanteo en su interior hasta hallar un envase del que extrajo dos comprimidos que trago con ansiedad. Unos segundos despues, recuperaba poco a poco la respiracion.
– El siguiente susto sera el ultimo. Y no tardara en producirse -explico a Ferrer con pasmosa serenidad; sin embargo, sus obsesiones no flaqueaban ante la posibilidad de la muerte-: ?Ha podido terminar el manuscrito?
– Aun no -contesto Ferrer, ligeramente irritado por tal insistencia-. ?No cree que…?
Laventier le interrumpio:
– Cuando sali de Paris, hace ahora poco mas de un ano -dijo apretandole el antebrazo con fuerza insospechada-, mi objetivo estaba claro: creia que lo ultimo que iba a hacer en esta vida seria matar a Victor Lars. Pero las circunstancias, ese azar del que tanto le gusta hablar a mi enemigo, han preferido que sea salvarle a usted el acto con el que concluye mi paso por la tierra… ?Que giro de las cosas! Tal vez usted y yo deberiamos meditar sobre ello…
Laventier se detuvo a tomar aire. Cerro los ojos…Ferrer miro a Anselmo: el indio no comprendia en detalle las palabras del frances, pero guardaba silencio con respeto instintivo.
– La vida a cambio de la muerte, la luz imponiendose sobre la oscuridad, el Bien… Si, ?por que no?… El Bien imponiendose sobre el Mal, derrotandolo… ?Hermosa teoria! Y adecuadas reflexiones para este lugar, donde la luz que no deberia existir reina sobre las tinieblas legitimas… Divago, estoy cansado y divago. Disculpe, procurare ser mas concreto. Tenga, coja… -El frances abrio de nuevo los ojos. Emitian una extrana energia lucida, a pesar del dolor por su esforzada respiracion. Con gran trabajo, se incorporo y apoyo su cuerpo sobre el codo derecho. Sabia que cuando se tumbase para reposar no volveria a levantarse, y el terror a ese punto sin retorno le daba fuerzas-. Coja aqui… En mi camisa…
Senalo con los ojos caidos hacia el bolsillo del pecho. Ferrer lo desabotono y extrajo del interior un estuche rectangular.
– Abralo.
Ferrer obedecio. El estuche contenia una estilografica negra.
– El otro dia, cuando usted y yo nos conocimos, tenia una cita con Victor Lars. ?Lo recuerda?
– Lo recuerdo. ?Estuvo con el?
– Estuve, si… Lars descansaba en una butaca frente al mar. Una butaca de mimbre, ?por que se me habra quedado en la cabeza ese estupido detalle? -sonrio el anciano. La expresion de su rostro se dulcificaba involuntariamente. Ferrer sabia lo que eso significaba.
– ?Como llego hasta el?
– ?Como? -Laventier escupio una risita asmatica-.?Recuerda que, en alguna parte de su manuscrito, Lars dice que todo lo tragico tiene una parte comica, aunque sea un simple chispazo?
Ferrer no lo recordaba, pero mintio afirmando con la cabeza.