universales, lo busque en las privadas: me force a visualizar el esqueleto de mi amada Florence, su violacion y su muerte, pero la mano, cada vez mas temblorosa, seguia negandose a matar. Me derrumbe y hasta puede que sollozara, pues el pequeno asexuado detuvo un momento su tarea para mirarme con indiferencia despectiva. Luego siguio acariciando los dedos de su amo, que no amago exteriorizacion de sentimiento alguno. En ese momento aparecio el medico. Coherente con su aura de extrema sedosidad, me dibujo con precision el cuadro clinico del convaleciente: durante los ultimos dias, Lars habia empeorado de repente, y su estado habia desembocado la vispera en un derrame cerebral que explicaba su actual mutismo ausente. Debo reconocerlo, tan asumida tenia la superioridad de mi enemigo que no me habia detenido a considerar una verdad inamovible: su cuerpo, como el de todos, es un juguete en manos del paso del tiempo. Un derrame cerebral benigno del que se recuperaba satisfactoriamente, pues tal -«satisfactoria»- era la definicion idonea para el estadio en el que a partir de ahora viviria el invicto canalla: un cerebro adormecido -un cerebro sin conciencia alguna del mal causado, un cerebro inmune a los reproches y remordimientos, un pasado limpio… la pureza de un hombre bueno- en un cuerpo con salud razonablemente buena: la corona de laurel que culminaba el monumento de insultos al Ser Humano. El paciente, calculaba el medico, viviria sin problemas otros diez o quince anos. Diez o quince anos que serian de alguna manera envidiables, explico misteriosamente a la vez que me entregaba un sobre lacrado: el testamento de Lars. Esta aqui, lo he traido conmigo… Deme la valija.
Ferrer obedecio. Laventier, parsimoniosamente resignado a la certeza de que el tiempo se le acababa, revolvio en el interior del viejo maletin hasta sacar de el un sobre blanco. El lacre seguia intacto.
– No esta abierta… -constato Ferrer timidamente.
– No… -los labios del frances dibujaron una sonrisa amarga-. ?De nuevo Laventier el Cobarde! Llevo conmigo esa carta desde hace dias. Y no he tenido el valor de abrirla. La causa es, ademas del temor permanente a Lars, el enigmatico tono que utilizo el medico al entregarme el sobre. Se que el escrito que aguarda dentro de ese sobre no puede entranar ninguna sorpresa desagradable para mi, que al fin y al cabo voy a morir. Y sin embargo… no me atrevo a leerla. No a solas. Por eso quiero que… Por eso me gustaria -suavizo el matiz de la suplica mientras alargaba el sobre hacia Ferrer- que usted la leyera para mi…
Los ojos de Laventier, conmovidos y pateticos, suplicaban ese esfuerzo y Ferrer quiso concederselo.
– Lo hare -dijo Ferrer; el frances era el unico hombre que conocia la autentica historia de la muerte de Pilar. Se lo debia.
– Se lo agradezco -Laventier entrecerro los ojos. Ferrer penso que, una vez obtenida su promesa, aceptaba por propia voluntad a la muerte que le aguardaba, pero se trataba solo de un respiro… De pronto, el frances le miro fijamente otra vez. Y otra vez hablo con acuciante, renovada intensidad-. Pero antes quiero decirle algo que… Se lo hubiera dicho de todas formas, no quiero que crea que soy un canalla, pero prefiero hacerlo despues de saber que va a leerme la carta. Es mas caballeroso, mas solemne… Algo, digo, que le interesa sobremanera: el lugar donde se encuentra el Nino de los coroneles.
Ferrer trago saliva y no dijo nada. Laventier continuo:
– Lars relata en su manuscrito, que tras lo que ahora voy a decirle se que usted concluira, el final que tuvo su creacion. O lo que el creia que fue el final. Ocupado como se hallaba en complejos menesteres que tambien conocera por la lectura, descuido sellar expeditivamente, tal y como solia hacer el, el capitulo del Nino. Sin embargo, dejo una serie de cabos sueltos que me permitieron iniciar una serie de gestiones encaminadas a localizar al patetico monstruo perdido.-?Perdido? -la ansiedad llevo a Ferrer a interrumpir al frances, que de nuevo pidio paciencia con un gesto.
– Si, finalmente huyo de su encierro. Pero no me haga perder tiempo en relatarle cosas que puede usted leer por si mismo, y permita que me concentre en contarle la busqueda… que concluyo satisfactoriamente, pues por una vez la casualidad se puso de mi lado, en un hospital publico de Leonito. El Nino, su… su hermano, habia escapado de Lars en circunstancias que este, furibundo, relata en su texto. Gracias a ese relato pude suponer que tras su huida tal vez, solo tal vez, habria vagado hasta un centro habitado donde alguien, apiadandose de su estado, lo llevaria a un hospital. Y acerte. Tras multiples llamadas telefonicas y exhaustivas gestiones en busca de un hombre ciego…
– ?Ciego?
– Cuando escapo, la luz del sol lo cego para siempre. Habian sido treinta y tantos anos inmerso en la oscuridad… El caso, digo, es que lo halle en un hospital de Leonito capital. ?Que podia hacer con el? ?Que pretendia? ?Ni yo mismo lo sabia! ?Salvarlo? A estas alturas de su vida, parecia ya un empeno harto dificil. ?Utilizarlo como prueba viviente de las terribles actividades de Lars? Se me antojaba crueldad innecesaria y acaso esteril… Sin embargo, alli me encontre una manana de hace unas semanas, sentado a la cabecera de la cama del desgraciado Nino de los coroneles. Aunque poco pude hacer ya. Agonizaba cuando lo encontre y murio unos pocos dias despues de hallarlo yo. Concretamente, se lo especifico porque imagino que deseara memorizar la fecha, el dieciocho de abril pasado, el dieciocho de abril de mil novecientos noventa y dos. Me permiti enterrar sus restos en el orfanato del que el, como usted, salio hace cuarenta anos. El honorable Panizo, que sigue dirigiendo el centro, no hizo preguntas: si ese cadaver habia salido de alli siendo un nino, dijo, alli tenia derecho a hallar descanso eterno, con independencia de los actos oscuros que hubiera podido cometer. Pero lo esencial, lo que debe usted saber, es que alli, en el orfanato, le aguarda tambien lo que yo me atrevo a calificar como su destino, senor Ferrer. Visite la tumba de su hermano, lea lo que le resta de las palabras de Lars y decida… Decida usted mismo si este viejo moribundo que le habla se ha excedido al considerarle a usted un hombre bueno. Y ahora, por favor, leame la carta.
Mientras asimilaba lo que acababa de escuchar, Ferrer rasgo el sobre lacrado. Debia leer su contenido y cuanto antes lo hiciese, mejor; por eso no se entretuvo. Miro a Laventier, que respiraba con ansiedad paralelamente intensa al fuego de su mirada, y comenzo a leer con la consigna mental de no detenerse hasta el final.
Leonito, 4 de febrero de 1992
Querido Jeannot:
«Quimica inmersa en el azar: asi nacemos y eso somos. Por esa causa morimos»… ?Recuerdas? Asi comenzaba la primera de las cartas que en estos meses te he ido enviando. Quimica y azar, deciamos en nuestra remota juventud… ?Injusta quimica y obsceno azar!, me atrevo a adjetivar ahora, desde el promontorio de teorica sabiduria que admite -ya que no implica- la vejez. Si, amigo mio, por culpa de la injusta quimica y el obsceno azar me veo obligado a redactar esta suerte de informal testamento, de -si lo prefieres- coloquial mutis metafisico: mi medico me recomienda dejar bien atados todos los cabos porque en cualquier momento -estas, ya ves que desolacion, han terminado por ser las palabras mas trascendentes de mi existencia: «en cualquier momento»- puedo sufrir ese ataque cerebral que desde hace meses anuncian mareos todavia veniales y lagunas de la memoria intermitentes pero progresivas: para poner fecha a la carta, mas arriba, he debido pensarlo, concentrarme durante un instante en el que he pugnado por no perder la serenidad y al final, de todos modos, me he visto obligado a cotejar el calendario. Un lapso brevisimo -aunque, te lo aseguro, estremecedor-, pero sobre todo una advertencia, la de que mi mente puede ausentarse definitivamente del cuerpo sin previo aviso. «En cualquier momento». Por eso escribo: para que no seas tu quien diga la palabra ultima de esta relacion epistolar que culmina nuestras vidas. En realidad, es el unico asunto que me queda pendiente, pues como sabes por el resto de mis cartas -o lo sabras: aun quedan algunas por enviarte-, todo el plan relacionado con la Montana Profunda sigue ya su propio curso, y puedo decir que confio en los mercenarios que, disfrazados de directivos benignos de la tapadera denominada La Leyenda de la Montana, vigilan por su puntual cumplimiento. No, esta otra misivaes cosa solo tuya y mia, y la escribo ahora porque se que, en el futuro, puede sorprenderme la muerte cerebral a traicion, incluso, ?por que no? concluyendo una de las cartas en las que te informo de la evolucion de ese complejo plan.
Concedeme la gracia de jugar un momento contigo, deja que me ponga en tu lugar y trate de adivinar las inquietudes que en estos tiempos han pasado por tu
A.- detenerme y ponerme ante la justicia.
B.- matarme (si, hombre bueno, no escondas la