las ultimas filas, rien y cotorrean en un castellano pastoso. El conductor tiene un periodico deportivo doblado sobre los muslos. Otro que tampoco quiere estar aqui, piensa Judit.
La zona muerta.
Judit nunca ha salido al extranjero, pero imagina que ciertas fronteras no son como una linea que se atraviesa despues de cubrir los tramites necesarios, sino que constituyen una peregrinacion agonica similar a la que ella realiza por esta pista serpenteante, salpicada de plazas que son como coladeros, o como nudos, y a cuyos lados no existe lugar donde guarecerse. La gente que sube al autobus parece brotar de la nada, y es engullida por la nada al bajar, porque mas alla del asfalto y de las raras combinaciones de mobiliario urbano que forman lo que no es mas que una arteria habilitada para que los vehiculos circulen con rapidez de un punto a otro (pueden llamarla paseo pero solo es un cano de aire), no hay referencia viva a la que asirse, no hay tiendas, ni bares ni estancos ni bancos o cajas de ahorros, solo algo intangible que transmite, por ausencia, la idea de un ordenamiento superior en el que todo cuanto es individual se diluye.
A la derecha se extienden, durante kilometros, ambulatorios y hospitales (su hermano trabaja en uno de ellos), instituciones publicas para ancianos, algun complejo deportivo oculto a la vista por una repentina barrera de apretados cipreses, terrenos todavia agrestes y nuevos bloques a medio edificar, con sus gruas gigantescas. Judit imagina que los edificios hospitalarios y geriatricos son como enormes cajas de herramientas bien dispuestas, cada llave inglesa en su lugar, ni una sierra ni una tenaza ni un martillo fuera de su sitio, y que la gente, los destinatarios pasivos de semejante organizacion, se amontonan como tornillos en los compartimentos que les han sido adjudicados. Al otro lado, a su izquierda, en la mitad inferior de los cerros que coronan la ciudad, partidos sin remedio por la pista, Barcelona se despena y se amansa, se une y apretuja hasta el mar. Hay otro mundo ahi pero, desde el autobus, Judit no puede verlo.
Nunca vuelve a casa en el 73. Lo hace en metro, y es el viaje subterraneo, clandestino como la confesion de un fracaso, lo unico que le permite regresar. Si tuviera que volver en la misma linea de autobus, al descubierto, no podria resistirlo. No podria pasar de largo la Bonanova y la plaza de J. F. Kermedy y enfrentarse con las manos vacias a la arida perspectiva de cemento, barandillas metalicas y pasos elevados, ni bordear la plaza de Karl Marx, con sus inutiles parterres idilicos a los que los peatones no pueden acceder salvo que se jueguen el fisico sorteando coches.
«Las mas elevadas metas que puede alcanzar una mujer son aquellas que conquista partiendo de la nada», dijiste en una entrevista. Recuerdo con exactitud tus palabras porque las anote en uno de mis cuadernos.
Tengo muchos cuadernos, Regina. Cuadernos-ayer, repletos de balbuceos adolescentes. Cuadernos-manana, en los que he tratado de imaginar, hasta quedar exhausta, que va a ser de mi, de mis afanes. Navego por un rio de palabras que ignoro adonde me conduce. Y no tengo nada mas: palabras. Tambien dijiste que de nada le sirve al escritor su talento si no practica sin piedad, si no se esfuerza por encontrar su estilo, si no posee una vision del mundo que quiere levantar con sus palabras. Si eso es cierto, hace anos que me preparo para alcanzar lo que deseo. Pero todo lo que es interesante ocurre lejos de mi.
Este es mi primer cuaderno-hoy, que he empezado a escribir desde que se que me estas esperando. Nunca lo leeras; tampoco los otros. Mis cuadernos son el borrador de mi misma. He garabateado en ellos lo que aspiro a ser, una pagina tras otra. Poco a poco, las lineas se han tornado firmes y, de las largas parrafadas que me han consumido mas tiempo que el vivir, surge esta Judit que tienes cada dia mas cerca. Soy letra, soy papel. Carezco de experiencia. Dime que debo mirar, que horizonte puedes ofrecerme que me arranque de la aridez fragmentada del suburbio, de esta ausencia de armonia y de belleza. Hazlo pronto, antes de que se me atrofien los sentidos. Ahora me esperas, pero ignoras quien soy y que puedo hacer con tu ayuda. Mirame, te lo ruego. Mirame.
Cuando te descubri, cinco anos atras, en aquel programa de television que para mi fue trascendental y del que tu no puedes acordarte te invitan a tantos-, experimente la misma agitacion gloriosa que me invadia mientras caminaba, no importaba el destino, viviendo el anticipo de los finales felices que daria a mis historias. En aquella ocasion, yo tenia quince anos, pronunciaste la frase que me marco: «Las mas elevadas metas que puede alcanzar una mujer son aquellas que se conquistan partiendo de la nada.» La nada era el lugar donde yo vivia. Sigue siendolo, pero en esta existencia paralela de mis cuadernos hay alguien que me recogera para que no me pierda en el vacio: Regina Dalmau.
En mi mundo no habia mujeres como tu. No las hay.
Esa noche anote la siguiente observacion, que hoy considero candorosa en la forma pero acertada en su esencia: «Pensandolo bien, en lo fisico no es nada del otro mundo. Tiene los ojos y el pelo castanos y los rasgos regulares. Nada en ella destacaria en un concurso de belleza, pero resulta imposible dejar de mirarla, porque siendo tan normal no se parece a nadie, y eso es lo que mas me ha impresionado de su larga intervencion de esta noche en la tele. Las demas mujeres que participaban en el coloquio, una profesora, una sociologa y una ginecologa, se volvieron insignificantes cuando ella empezo a hablar. Hasta el locutor parecia hipnotizado, y la camara la enfoco mucho mas que a las otras. Viste con una elegancia que alucinas.»
Aquella ingenua percepcion se ha convertido, con los anos, en un sentimiento mucho mas complejo, pero la idea basica permanece: no te pareces a nadie, Regina. No solo en lo que dices cuando te entrevistan o en lo que escribes en tus novelas, que tanto apoyo y consuelo me han proporcionado. Tienes razon, sobre todo, en la forma en que conduces tu vida. Parece como si siempre hubieras encontrado ante ti el camino justo. Aunque tu nunca te refieres a ello, imagino que creciste amparada por una firme cultura, una familia solida, una educacion sensata en buenos colegios; que te rodearon los mejores amigos. Has sido, eres, libre; has tenido amantes, has elegido siempre. Con todo eso, y pudiendo consagrarte por completo al merecido exito que ha recompensado tu trabajo, en lugar de mostrarte egoista no dejas de preocuparte por como va el mundo en general y por la situacion de la mujer en particular.
Yo naci en la sala de partos del Clinico mientras el cadaver de mi padre se encontraba en el deposito, varias plantas mas abajo, a la espera de ser descuartizado por los estudiantes de anatomia. Pienso en ello todos los dias de mi vida. No por dolor: no puede dolerme, carezco de recuerdos. Pienso en ello porque lo considero un desposeimiento simbolico.
Desde el primer momento, alguien se quedo con algo que me pertenecia.
Tambien se leer mientras camino. Muchos lo hacen, pero no como yo. La gente, cuando va de un sitio a otro, hojea periodicos y revistas, incluso si se trata de libros se limita a realizar consultas rapidas. En la calle solo se lee de verdad cuando se espera: el autobus, a una persona… Yo leo mientras camino, y al hacerlo conservo la misma intensidad y capacidad de abstraccion que cuando leo en mi dormitorio. Es una tecnica que desarrolle cuando empece a encontrar en los libros mejores historias que las que yo me contaba y a saber que, fuera a donde fuera, el trayecto no dejaria de decepcionarme, porque no saldria de los limites de mi barrio. Mi metodo consiste en detenerme cada equis metros, depende de por donde vaya, y en un segundo calibrar lo que tengo por delante: poseo una memoria fotografica. Tantas farolas y en tal lado, tantos baches dentro de tantos pasos, dos peatones por aqui, tres ninos por alla, un perro, un ciego. Lo que sea. Una vez memorizados todos los detalles, me abstraigo en el libro y sorteo los obstaculos. Me demoro para llegar a los semaforos cuando se ponen en ambar. Entonces me paro y se que podre despreocuparme durante uno o dos minutos.
Hablo de leer en serio, leer de verdad. Como leo lo que escribes desde que te vi aquella primera vez en television y al dia siguiente corri a una libreria, a comprar la que por entonces era tu ultima novela: Dolor de hembra. Yo era muy joven, te lo he dicho, y nunca habia leido el relato de una pasion contado, como ponia en la contraportada y todavia recuerdo con exactitud, «desde la profundidad del corazon de las mujeres, ese planeta desconocido que Regina Dalmau sigue explorando a lo largo de su obra novelistica, una de las mas aclamadas de este pais».
Desde entonces, no hay nada tuyo que no haya hecho mio. Leo lo que los criticos escriben sobre cada una de tus novelas, y me complacen sus elogios tanto como sin duda te agradan a ti. Y a ese mal bicho, a ese Xavier Feliu que siempre te ridiculiza, ese frustrado que parece estar esperando que saques un nuevo libro para volcar en ti su mala baba, le detesto tanto como tu lo debes de despreciar: es un don nadie que se empena en nadar contra corriente para darselas de exquisito ante su camarilla de resentidos. ?Que puede importarte, mientras tengas al resto de los medios de comunicacion a tu favor y a los lectores, que te adoramos? Aunque ninguno como yo, que se de ti hasta de que color son las cortinas de tu dormitorio. Se, sobre todo, de tu bondad y generosidad. Recuerdo como sufriste cuando el hijo de tu companero sentimental trato de suicidarse, como acudiste a la clinica, a pesar de que no tenias ninguna obligacion, porque habiais roto. Tu imagen aparecio en television: tu rostro, tan dulce, contraido por una mueca de dolor. No quisiste hacer declaraciones durante esos dias; una vez mas te