Maruja Torres

Mientras Vivimos

Premio Planeta 2000

© 2000

Para Ana Maria y Terenci Moix

Por la amistad compartida.

Hoy es el principio de su vida.

Por primera vez, alguien la espera.

Judit no ha nacido para lucir ropa barata. Nunca sera sorprendida en los probadores de Zara, embutiendose en un sinfin de prendas, ni la veremos competir con una multitud de chicas de su edad en las rebajas de unos grandes almacenes. Judit posee el don o la condena del desprecio por lo falso. No quiere, si no puede. Por eso no se viste: se disfraza. Porque no se conforma con menos que lo autentico y, como carece de todo, se lo inventa. De esa privacion absoluta nace su fuerza, se alimenta su fe. Su fe, que aprieta entre los dientes hasta que el frio prematuro de un noviembre que parece enero le taladra las encias. Es la manana de Todos los Santos, y Judit va al encuentro de Regina Dalmau.

Se aleja calle abajo tan de prisa como puede, dejando atras bloques de viviendas de los que siempre teme no saber salir, quedarse convertida en herrumbre o en una mancha del techo, un elemento mas en la asimetria de los edificios que se apinan en lo alto de la cuesta y que parecen apoyarse unos en otros para protegerse de la degradacion. Pasa ante varias pintadas. Sus vecinos estan siempre en combate: contra lo que consideran injusto, contra la autoridad, contra las guerras que se libran en lejanos paises que solo conocen por los telediarios… A Judit le basta consigo misma.

Al final de la calle tuerce a la derecha, sobrepasa el mercado y cruza la calzada en direccion al paseo. Camina bajo las palmeras y los platanos, sortea la estacion del metro, una conquista de la unidad vecinal, al igual que el techado metalico que sirve de cobijo a los viejos, y el parque infantil. junto con los escasos espacios verdes y pasos elevados que han sustituido los cruces antano peligrosos, el paseo, pletorico de pequenos comercios, constituye uno de los orgullos del barrio. Para Judit, en cambio, representa la cruda constatacion de sus barreras. Aqui podria desarrollarse su futuro, en el irrelevante hormigueo de una clase media que pretende convertir el suburbio en remedo de la verdadera ciudad.

Si se lo preguntaran en television, en uno de esos concursos para ganar millones que le producen verguenza ajena, podria recitar de memoria los escaparates que se alinean a ambos lados de la rambla. Agencias inmobiliarias, tiendas de telefonia, electronica, alquiler de videos, material de oficina, fotocopias y servicio de fax; las viejas mercerias y bodegas son ahora comercios de indumentaria deportiva y aparatos gimnasticos, y estudios de tattoo y de piercing-, las perfumerias han sido ampliadas para albergar vitrinas dedicadas a marcas extranjeras e incluso salones de depilacion, masajes y aplicacion de unas postizas, y gabinetes de bronceado con rayos ultravioletas; los almacenes de confeccion se han trocado en boutiques de ingenuas pretensiones, que surten a la gente del barrio y exhiben nombres como Melany's o Bibiana's; y lo que antes fueron establecimientos que proporcionaban al vecindario muebles baratos pagaderos a plazos, hoy incluyen la asesoria de un decorador de interiores dentro de esa compra de todo lo necesario para su hogar, financiable en terminos a convenir. La unica taberna antigua que queda, en una casa de una sola planta con un parral en la azotea, morira cuando lo haga la clientela que tiene mas o menos su misma edad y que aun le es fiel; abundan los restaurantes de comidas rapidas.

Como odia Judit este paisaje, que podria describir al detalle con los ojos cerrados. Lo ha recorrido en busca de trabajo, con la secreta esperanza de no obtenerlo. Ha sido empaquetadora de regalos en Navidad, vendedora a domicilio de polizas de seguros, ha cuidado ninos en una guarderia, ha intentado hacerse experta en informatica y ha ensenado pisos por cuenta de una agencia. Se vanagloria de haber fracasado en todos estos intentos y por eso hoy avanza por el paseo, sin mirar a los lados, empujada por su odio a cuanto la rodea desde que tiene memoria. Rocio, su madre, y Paco, su hermano mayor, no han penetrado nunca en sus pensamientos, no pueden entender su rechazo, no la conocen. Y la entenderian aun menos si la conocieran bien. Ella tampoco comprende su conformismo, la dicha que les produce ser quienes son, hacer lo que hacen y estar donde estan.

Judit se mantiene equidistante entre ambos como si estuviera aprisionada dentro de un iceberg. Paco hace el amor con Ines, su novia, en la habitacion que ha ocupado desde nino; ambos trabajan como enfermeros en el mismo hospital publico, y ahorran para pagar la entrada del piso y solicitar la hipoteca que les permitira, si conservan sus empleos, casarse antes de cumplir los treinta y quedarse cerca de sus respectivas familias; el suyo es un porvenir sin complicaciones, sin aspiraciones que no puedan realizar. Por su parte, Rocio ha ido saltando de un desengano a otro, en su lucha obrera, sin perder sus creencias ni sus ganas de conseguir un mundo mas justo; tiene amigos que son como ella, tiene su ateneo popular, sus reuniones, su vermut de los domingos, su solidaridad, su historia. Judit carece de futuro y de pasado.

Cuando consigue trabajo, una de esas ocupaciones eventuales que tanto tiempo le hacen perder, Judit apenas embrida la irritacion que le provocan las muchachas que, como ella, tienen veinte anos, incluso menos, y que todas las mananas se dirigen, palidas y banales, a sus puestos de oficinistas, vendedoras, encuestadoras o lo que sea, vestidas con adocenadas faldas cortas y diminutos jerseis que les dejan el ombligo a la vista incluso en invierno, cargadas con mochilas y subidas en zapatones que las llevan hacia su destino a paso de res. Judit, entre otras cosas, no les perdona que hayan trivializado el negro, que para ella es el unico color que no miente y que le permite disfrazarse mientras suena con vestirse como la mujer que le gustaria ser.

Judit, cuando algunos domingos va a la ciudad real, de la que su barrio no es mas que una excrescencia, practica la costumbre de husmear en las casetas de libros viejos del mercado de Sant Antoni, en busca de buena literatura a bajo precio. Alli se enamora de anejas revistas femeninas y consigue que los vendedores se las regalen; esos Lecturas y Garbo bicolores con estilizados disenos de Balenciaga, de Pertegaz, de Pedro Rodriguez, con dibujos de mujeres etereas, trazadas con la extrema delicadeza de contornos que solo una pluma afilada y sumergida en tinta es capaz de sugerir. Como no tiene dinero para copiar esos modelos -ni siquiera podria comprar en Zara, en el caso de que le gustara hacerlo-, se empecina en su disfraz, en su mascara, desde que se levanta hasta que se acuesta, dia tras dia. No siempre con las mismas prendas, cuestion de higiene; pero si muy parecidas, cuestion de estilo.

De pies a cabeza, Judit es una pincelada en negro, color devaluado por la insistencia de sus coetaneas en lucirlo de cualquier manera, y que ella intenta ennoblecer con sus rarezas. Mientras aguarda el autobus cerca de la plaza y contempla la estatua desnuda del monumento a la Primera Republica («Las republicas siempre van en pelotas y las monarquias con capa de armino», suele comentar su madre), tiene dudas acerca de su extravagante uniforme, y se pregunta si no la confundiran con una viuda reciente, o una huerfana, una mas entre los muchos deudos que hoy se disponen a rastrear en los cementerios hasta dar con tumbas de parientes a los que honrar. No hay peligro, se tranquiliza. ?Que clase de viuda o huerfana se dirigiria al camposanto sujetando contra su pecho una abultada carpeta escolar, en vez de un ramo de crisantemos?

Si la oyeramos hablar, mucho mas sorprendente que su aspecto nos pareceria su voz honda y abrupta: como la voz de un visitante que sabe mas de lo que cuenta y habla poco para ocultar lo que sabe. Su voz marca distancias y la defiende, tanto como su aspecto, en su solitaria contienda por abrir una grieta en el iceberg.

La manana tiene un caracter sagrado, fundacional, y Judit la ha hecho suya al saltar de la cama. Ha dormido muy poco, como siempre, pero no por las razones que habitualmente la exaltan, sino por la turbacion que siente desde que Regina Dalmau la ha citado en su casa y le ha devuelto la fe en los milagros. Desde que cree que puede derribar las barreras.

Saltar de la cama llena de expectativas y correr hacia el cuarto de bano con los pies desnudos: como en los

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