Cada generacion emite sus propios juicios y estos suelen ser implacables. La de Regina habia sido la mas radical en la ruptura. Nada les valia de lo anterior, se creyeron inventores de la rebeldia cuando no eran sino un eslabon mas en la larga cadena de inadaptados que dio este pais en los anos oscuros. Cobraron los reditos de la resistencia anterior, solo porque habian gritado mas y mas alto (tambien los tiempos eran otros: la bota de la gastada dictadura los piso de refilon). Y cuando llego la hora del relevo, cuando les toco disenar el futuro, se sintieron con derecho a administrarlo desde su arrogancia. En el poder no solo se creyeron mejores, sino unicos. En su juventud, Regina habia sido como la mayoria de sus coetaneos. Habia prescindido de cuanto le estorbaba, mezclando en el mismo saco lo bueno y lo malo: personas, sentimientos…

De forma inesperada, la chica de negro, mientras Regina escribia su dedicatoria en la pagina inicial de un sobado ejemplar de su ultima novela («Para Judit, con el deseo de que este libro te ayude a vivir», menuda tonteria, viniendo de alguien a quien ni este ni ningun otro libro le ha impedido naufragar), le habia murmurado, en tono confidencial y con una voz ronca y solemne que la sobresalto:

– Te venero tanto.

«Te venero tanto.» ?Decian cosas asi las muchachas de hoy, las muchachas vestidas de esperpento? ?Quienes eran, que querian? Fue entonces cuando se le ocurrio que la tal Judit podria resultarle util si aceptaba la sugerencia de Blanca para que escribiera una novela sobre la juventud actual. Aunque, ?no era un disparate? Quiza el esfuerzo de entender a alguien que podria ser su hija le abriria un nuevo camino por el que una escritora como ella sabria manejarse para encontrar un buen filon. ?0 eso solo serviria para que siguiera huyendo hacia adelante?

Desde el pesimismo de su crisis, Regina ni siquiera estaba segura de conocerse a si misma. Y, sin embargo, seguia concediendo entrevistas, pronunciando charlas, como si todavia disfrutara de la autoridad con que hasta hacia poco se habia sentido investida. Aquella supremacia moral que, segun sus exegetas, se hallaba presente tanto en sus libros como en los articulos de opinion (ecos y mas ecos, penso) que publicaba con frecuencia en diferentes periodicos y revistas. Dudaba. Nunca, antes, habia experimentado una desazon similar. Habia perdido el control de su existencia, y hasta este pensamiento la turbaba. ?Puede alardear de autoridad moral alguien que nunca se ha movido del comodo asilo que proporcionan unas cuantas certezas absolutas? Asi se veia, desde su desconfianza actual: dogmatica, aferrada a ideas fijas, a rigidos conceptos cuya identidad consistia en que nunca cambiaban. No te rindas, le escribian sus admiradores. Sigue asi, Regina. Lo que tu escribes es lo que yo pienso. Dejadme en paz, queria gritan Dejadme admitir que me he equivocado.

?Queria reconocerlo? Era lo bastante decente para confesarse que sus vaivenes del presente nada tenian que ver con una autocritica sincera. Ni se la planteaba: acabaria en desastre. La vision negativa que hoy tenia de su vida se debia a que sentia desaparecer bajo sus pies el trampolin desde el que se proyectaba: su capacidad, que en otro tiempo le parecio inagotable, para producir materiales que a su vez le eran devueltos en forma de exito, dinero, adoracion (veneracion, habia dicho la joven). Mas le valdria no detenerse a reflexionar y bracear hacia una nueva novela en la creencia de que acabaria por encontrarle el gusto.

Acometio otra tanda frenetica de solitarios. Temia verse abocada a la introspeccion tanto como que le fallara la buena estrella.

Muchos anos antes, cuando Regina apenas levantaba medio metro del suelo, Santeta, la criada de sus padres, colgo en la despensa del piso del Eixample una bolsa de red que contenia caracoles vivos.

– El ayuno no los mata, pero los purga -le explico, sacudiendo la bolsa, que emitio un sonido como de maracas.

Durante un par de dias, la nina vivio hipnotizada por la presencia de aquel bulto aterrador. Los caracoles se agitaban dentro de la red, asomaban sus cabecitas de cuernos retractiles por los agujeros, tratando de escapar, mientras sus excrementos resbalaban e iban cayendo en una palangana. Una manana, la bolsa desaparecio, y Regina suspiro con alivio, pero su bienestar duro poco. La sirvienta habia metido los moluscos en un cubo con un fondo de harina.

– Para que acaben de cagar -informo Santeta.

Tres dias mas duro la nueva modalidad de martirio, en el que las victimas permanecieron atrapadas en sus propias babas. Por fin llego el momento de lavar los caracoles en la pila. Cuando la criada acabo de pasarlos por el chorro frio, los puso en una olla, con un poco de agua.

– Y ahora, a fuego lento. A joderse. Hay que mantener la llama muy baja, para que se confien y no escapen - le explico.

Tuvo que afianzar la tapa con varias pesas, porque los agonizantes, con sus ultimas fuerzas, no dejaron de intentar la evasion una y otra vez.

Es extrano, penso Regina, tecleando el raton para colocar un as de diamantes. En alguna parte de su vida, los caracoles volvian a reptar.

Decidio abrir el Paquete con las pruebas. Podia corregir un par de capitulos antes de que Judit se presentara, y eso haria que se sintiera mejor. Al cortar el cordel se dio cuenta de que tenia la piel de las manos deshidratada. No podia seguir descuidando su cuerpo. Pensandolo bien, las pruebas podian esperar. Aun iba en bata. Venerada tiene que arreglarse para recibir a Venerante, se dijo, y de inmediato se arrepintio. Esa era otra cosa que le preocupaba: su ironia, tan admirada por los lectores, se volvia contra si misma.

En el bano, se sento en el taburete, de espaldas al espejo, y procedio a untarse los pies, subiendo centimetro a centimetro por la piel, en la que se dibujaban debiles escamas. Piel seca, flujo vaginal inexistente, insomnio, sofocos. Eso tambien empezaba para ella. «Si Flaubert hubiera tenido la regla -habia dicho en aquella estupida conferencia-, Madame Bovary jamas habria sido escrita.» Las mujeres habian premiado su comentario con una jubilosa carcajada. A Regina le ponia frenetica que el hecho de que semejante obra maestra pudiera no haber existido regocijara al publico de aquel modo. ?No era eso lo que buscaba, la risa facil? Penso, con amargura, que podria ampliar la frase: «Si Flaubert hubiera tenido la regla y, despues, la menopausia…» Regina tenia pendiente una cita con su ginecologo, pero no queria oir su diagnostico, no hoy. Iba a cumplir cincuenta anos y nada estaba en su sitio. Dios, pronto alcanzaria la edad a la que murio Teresa.

Lo ultimo que necesitaba era oir hablar de osteoporosis y de parches. La voz que escuchaba en su interior, la viscosa presencia de los caracoles, no tenia nada que ver con sus hormonas.

Rocio, pese a ser materialista y laica, tenia la supersticion de creer que los hijos vienen a este mundo mejor o peor dotados segun la ocasion y el lugar en que se les engendro. Era una creencia que le habia transmitido su madre y que, seguramente, esta habia recibido de la suya: mujeres de campo acostumbradas a mirar al cielo y a los ojos de sus maridos para adivinar la proximidad de las tormentas. Si Paco habia salido tan tranquilo era porque habia sido concebido en la cama matrimonial; a Judit, en cambio, Manolo y ella la engendraron la noche de la acampada por la construccion del ateneo popular, en pleno jolgorio vecinal y en una epoca de excesivas esperanzas. «Cultura para todos», habia sido el lema de la fiesta.

?Que iba a hacer Judit con su vida?, se preguntaba Rocio, mientras llenaba diestramente con ensaladilla rusa una bateria de platos. A la cocina del restaurante del Puente Aereo llegaba el estrepito del aeropuerto, pero Rocio estaba tan acostumbrada que ni lo notaba. Eran casi las doce, aun le quedaban cuatro horas para acabar su turno. La cultura esta muy bien, penso, no seria ella quien dijera lo contrario, pero sin estudios y con su caracter retraido, sin relaciones, su hija no tenia muchas posibilidades de labrarse un porvenir. Rocio no era una de esas madres que creen que todo se arregla con un buen matrimonio. El matrimonio, aunque sea bueno, no soluciona nada, penso, mas bien complica las cosas. Le daba miedo Judit, porque no sabia quien era. No habia salido a nadie de la familia. Ni siquiera a Manolo, que fue un hombre debil y no tuvo rumbo desde que aquel grupo de rock en el que tocaba la guitarra se disolvio sin haber podido grabar ni siquiera un miserable microsurco. ?Podia ser que el caracter de Judit se hubiera forjado de un golpe, cuando todavia estaba en su vientre, la madrugada en que Rocio recibio la noticia de su muerte?

Nunca olvidaria la forma en que Judit habia abordado la cuestion cuando estaba a punto de cumplir ocho anos.

– ?El papa cogio la moto borracho? -le habia preguntado, con su vozarron de adulta.

Rocio, que ademas de materialista, laica y supersticiosa, era de las que creian que la verdad nunca hace dano, le dijo que su padre no se emborrachaba nunca, aunque no les hacia ascos a una cerveza y un canuto, pero que en todo caso no era el quien conducia la moto aquella noche, sino su propietario, el Gede, un chico de Badalona que era amigo suyo desde la infancia, otro fantasma empenado en que un dia u otro volveria a hacer de manager de roqueros. El tambien habia muerto en el accidente.

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