analizarlo desde el presente, Regina veia con claridad que se desarrollo en dos fases, dos caidas en picado hacia la ruptura, frenadas por una enganosa meseta intermedia que ellos bautizaron como periodo de reflexion. En la primera etapa del conflicto, Jordi habia sido victima de un estado de gatillazo permanente que la llenaba de frustracion. No podia consumar el coito.
– Si no me deseas, dilo y en paz. Nos separamos. Nadie manda sobre el deseo -lo apremiaba ella-. O puedes… podemos ir a un psicologo.
– ?Que no te deseo? ?Toca! -y le tomaba la mano para que comprobara la magnitud de su miembro erecto.
En cuanto la penetraba, su sexo iniciaba un acelerado retroceso, como un nino atemorizado al entrar en la guarida del monstruo. Jordi se disculpaba: no se lo que me pasa, no es culpa tuya, te juro que aun me vuelves loco, etcetera. Habia algo enfermizo en la forma que el tenia de rechazar la confrontacion, en como intentaba ser un enamorado intachable y atento durante el dia para, de noche, embarcarse de nuevo en la rutina de la frenetica e imposible jodienda. Regina se levantaba con la saliva amarga del fracaso, pero alli estaba el, esperandola para desayunar, con un compacto de Mozart en la mini cadena de la cocina y la presencia atareada de Flora, la asistenta, que impedia toda conversacion intima, revoloteando alrededor.
Una noche, Regina se nego a secundar su juego:
– Sera mejor que nos demos una tregua -decidio, apartandolo antes del primer intento-. Creo que los dos necesitamos un poco de aire.
– ?Quieres que me vaya? -se espanto el.
– No, solo que vivamos un poco mas despegados, no tan pendientes el uno del otro. Bajo el mismo techo, en lo que llamaba «nuestro refugio», habia aprovechado aquella pausa para dar unos cuantos pasos bien meditados: conquistar a una mujer, Patricia, tan bien relacionada como ella pero mas proclive a la dependencia y el agradecimiento; utilizarla para medrar.
Tendria que haber puesto sus maletas en el descansillo, antes de que el me dejara como a un trasto inutil, se arrepentia. Porque lo que vino despues del parentesis todavia fue peor. Cuando Regina, harta de reflexionar a solas y de que el se diera la gran vida, le dijo que habia llegado el momento de intentarlo otra vez, Jordi se mostro de acuerdo, aunque dejo claro que no pensaba renunciar a la parcela de libertad conquistada. Que facil es sumar dos y dos cuando se tiene frio el corazon, penso Regina. A el, las semanas de descanso le habian proporcionado nuevos brios. Ella estaba hecha una ruina. Queria a Jordi y habia esperado que se tratara del hombre definitivo. En cierto modo, penso con ironia, asi habia sido, porque despues de el no le quedaron ganas de volverse a enamorar.
Despues de la tregua, Jordi regreso a casa dispuesto a esgrimir cada una de las armas con que los debiles se vengan de los fuertes. Regina sentia que la nueva situacion era mucho peor que la precedente. Volvio a ocupar su sitio en la cama, pero no la tocaba. Era como dormir en medio de una corriente helada. Se acabaron las pantomimas nocturnas. Tambien las diurnas: Jordi perdio sus buenos modales y se apresuraba a subrayar el menor de sus errores. En las raras ocasiones en que salian juntos, la ridiculizaba en publico. Echaba mano del repertorio ofensivo tipico de las parejas que se desmoronan: «Lo peor de ti…», empezaba una frase, aflautando la voz. o bien: «Ya te lo habia dicho…», «Tu siempre tan lista…».
Su instrumento mas demoledor fue la pasividad: su forma de permanecer en silencio, tumbado en la cama, a su lado, con cara de victima. Regina tuvo que empezar a consumir pastillas para dormir, pero aun en suenos asi sentia el rechazo del otro, su insultante respiracion. Al despertar, la mujer corria a su estudio y se encerraba. Fue entonces cuando se acostumbro a hacer solitarios en el ordenador. Le vaciaban el cerebro, pero no lo suficiente.
Una manana, Regina no pudo mas. Le golpeo la cara.
– ?Se lo puedes firmar? -pidio el mas joven-. Te admira mucho, pero ha sufrido un accidente y no recuerda nada de su vida anterior. Cuando recupere la memoria, se alegrara de tener tu libro dedicado.
Con un nudo en la garganta, Regina escribio una frase de aliento y su firma. Entonces el acompanante blandio una instamatic y dijo:
– ?Te importa que os saque una foto juntos? Fotografio todo lo que hace para que, cuando vuelva a ser el de antes, sepa que no hemos dejado de compartir todo lo que le gustaba.
Aquella era, precisamente, la clase de relacion en la que Regina pensaba cuando se referia a una pareja estable. Despues de Valencia, habia dado instrucciones a su agente para que anulara el resto de la campana. Tambien le dijo que queria cambiar de editorial y fichar por una de Barcelona, lo que a Blanca le parecio muy bien, porque llevaba anos tratando de convencerla para que lo hiciera.
– De acuerdo -accedio Regina, cortando en seco la perorata telefonica de Jordi-. Mandamelo.
Sentia por Alex un amor verdadero que ni siquiera podia explicarse a si misma.
Hacia mucho que Judit habia decidido que lo maximo que su familia llegaria a saber de su vida era si se depilaba o no las axilas. Su cuerpo vivia con ellos, y nada mas.
Meses despues de tener que marcharse de la agencia inmobiliaria, su madre y su hermano seguian creyendo que aun trabajaba alli. Salia por la manana y regresaba por la noche, simulando cumplir con su horario laboral. En realidad, dedicaba la jornada a escaparse en el 73 a la Barcelona opulenta que le ofrecia sus tentaciones. El dinero que aportaba a su casa cada fin de mes, como si todavia cobrara el magro sueldo de la empresa, procedia de la indemnizacion que Luis Viader, el delegado de zona, le habia entregado para que se largara sin rechistar.
– Llevas poco tiempo trabajando en la agencia y ni siquiera tienes contrato. Podria echarte sin contemplaciones, pero soy mejor persona de lo que piensas. Este dinero lo pongo de mi bolsillo. Es mas de lo que ganarias aqui en seis meses, y espero que me lo agradezcas.
Judit sabia muchas cosas de su jefe, pero no contaba con que en una ocasion asi se mostrara tan cinico. Aunque Viader no le importaba lo mas minimo, habia creido que estaba loco por ella y que podia manejarlo a su antojo. Las heroinas de Regina Almau tenian razon: «Un hombre se convierte en un extrano cuando deja de pensar en una con el pene», habia escrito.
Viader se habia levantado, la habia acompanado hasta la puerta de su despacho y le habia tendido formalmente la mano, mientras Judit buscaba en su mente una replica digna de su autora predilecta. Por fin se le ocurrio. Abrio el sobre que el hombre acababa de darle, leyo la cantidad y, dirigiendole una de sus gelidas miradas, abronco la voz y dijo:
– No sabia que la indemnizacion por eyaculaciones precoces estuviera tan devaluada.
Y se largo, dejandolo con la boca abierta.
La aventura con Viader habia empezado a los pocos dias de que Judit entrara en la empresa, una tarde en que el hombre le propuso que lo acompanara a examinar un piso recien incorporado a los listados de posibles ventas.
– Quiero tu opinion de chica de hoy -le habia dicho Viader, abriendo la puerta del ascensor lo justo para que Judit tuviera que pasar rozandolo.
Judit se la dio sobre el falso parquet de aquella pretenciosa vivienda situada en la parte nueva del barrio. El hombre se desconcerto un poco porque le resulto evidente que lo que buscaba en la chica estaba tan por estrenar como el piso, y despues de manosearle rapidamente los pechos se derramo con tal celeridad en el condon que ella no noto nada mas que un dolor corto y agudo, y una irritacion que le duro varios dias.
En las ocasiones que siguieron, Judit comprendio que no solo era culpa del hombre que ella no llegara a sentir gran cosa. Viader, excitado, la manejaba con torpeza, agarrandola por la cintura y deslizandola por encima y por debajo de su cuerpo robusto y peludo; a un lado y a otro, piernas por aqui, piernas por alla, mientras repetia compulsivamente:
– ?Que joven eres! ?Que delgadita estas!
Entretanto, Judit no podia dejar de pensar, como habia hecho toda su vida, no podia dejar de maquinar, e imaginaba lo fondona que debia de ser la mujer de el, su manera de vestir, su peinado, y luego pasaba revista al piso en el que estaban haciendo el amor ese dia. Viader enloquecio durante las semanas en que follaron al menos dos veces al dia, convirtiendo en fugaces picaderos casi la totalidad de los pisos que figuraban en el listado de la agencia. Al principio solo la llevaba a los que estaban recien construidos, y entonces Judit, mientras la jodia, pensaba en la gente que algun dia los habitaria, en los muebles que pondrian y en los que ella habria puesto en el caso impensable de que pudiera interesarle seguir viviendo en el barrio y en un edificio tan poco noble como el de