pecheras del naciente Ensanche. Para que se consumara el gueto.

Veniamos de los astilleros y de los cuarteles, de la mala vida y de la miseria. A lo largo de su historia, se produjeron luchas de marginados, revueltas por el precio del pan y rebeliones contra esos cancerberos de los ricos, esos capataces de la beneficencia que son las monjas y los curas. A los perdedores se les ejecutaba y colgaba, como escarmiento, a las puertas de la ciudad. Con el tiempo, el Raval, convertido en Barrio Chino y en parte del Distrito V, aprendio a comerse la rabia y a callar, a salvarse de la derrota como pudo, despues de que la sangre del anarquismo tinera sus cloa-cas. Trabajo y compasion y fraternidad, y tambien peleas, golpes, gritos, la ira que estallaba como petardos de verano. Tal fue mi Barrio, nuestro Barrio.

Cada uno lo vivio a su manera. Yo entre las pulas, las pensiones de habitaciones por horas, los distribuidores de libros y revistas, los zapateros remendones, las tiendas de preservativos y lavajes, las tabernas; Manolo, unas calles mas hacia la Ron-da, en una zona predominantemente obrera, de vencidos de la guerra; Terenci afinando su oido de escritor en las calles de la menestralia algo menos precaria, en donde las vecinas le mimaban. los tres, locos por el cine.

A Terenci le conoci en mi adolescencia, a Ma-

nolo a mis veintipocos. Para entonces, los tres ya nos habiamos aventurado en el paisaje de otra Barcelona, la que nos ofrecia un futuro. Pero nunca expulsamos el Barrio de nosotros.

3

El Gran Fallo

Manolo se aclaro la garganta con un buen trago de orujo seco y frio antes de responder a mi pregunta. Entre el y yo mediaban una mesa de oficina y una lampara de flexo. Reconoci el lugar: era el despacho de su criatura de ficcion, el detective Pepe Car-valho, aunque con una decoracion mas minimalista que la que sugerian sus novelas. No olia a guisos de Biscuter ni nos llegaban los sonidos de la cercana Rambla.

– El como te desvaneciste ya te lo hemos contado. En pleno hastio. Se trata de una consecuencia natural del fastidio prolongado. El alma padece, sometida a un opaco desgaste, y el cuerpo, que es el que paga nuestros errores, pide auxilio, tal como le dijo el papa bueno al Padrino en la tercera parte de la saga. Tu acumulaste tanto tedio durante los ultimos anos que un buen dia, sin mas, te pegaste el piro.

– ?Lo pase muy mal? -insisti.

– No creo. Es mas, sucedio para tu beneficio, como veras mas adelante. Pues este es un relato moral, aunque no te des cuenta.

Un tanido de lira quebro nuestro naciente intercambio. Era Terenci. Recostado en un triclinio de oro cuyas patas tenian forma de garra, y apenas cubierto por una tunica blanca, tania el instrumento mientras sacudia una triguena y abundante cabellera.

– ?Hostia, Terenci! -grite-. ?Tienes pelo!

– Si. Y no es postizo, ni injertado. Cambio de peinado cuando y cuanto me viene en gana. ?Me lo quito y me lo pongo, me lo quito y me lo pongo! -canturreo, exhibiendo, para mi deleite, un surtido de pelambreras.

– ?Podemos continuar con nuestra charla? -una impaciencia casi humana hizo que Manolo el detective golpeara la mesa con los nudillos.

Terenci, que seguia de efebo romano pero ahora lucia una mata de cabellos verdes, no le hizo caso.

– Abandonad esa aburrida conversacion… Ya esta bien de pompas funebres. Como investigador es posible que conozcas perfectamente los pasos a dar para resolver un caso, pero en esta tu encarnacion aurea dejas atras al Manolo novelista. Fastidiaras la intriga si le cuentas de golpe a nuestra amiga los secretos del expediente que llevamos entre manos.

Le arranco a la lira una escala de alegres sonidos, una especie de foxtrot, y en seguida, en el mas puro estilo de vecindona de la calle Ponent, le reprendio:

– ?No ves que la asustaremos si se lo contamos de sopeton? Esta pobre recien viene, como quien

dice, de pastar entre coetaneos bien pensantes y adictos a los restaurantes bendecidos con estrellas Michelin.

– Hombre -protesto Carvalho, ahora muy Manolo-. Yo mismo no deje de frecuentar con ahinco a unos cuantos muy estrellados.

– Sabes bien que quiero decir. Gente que, mientras come, habla de comer, y que se reafirma en la metafisica gastronomica mientras posterga las preguntas incomodas.

Terenci abandono su postura y se cruzo de brazos y de piernas sobre una alfombra que flotaba a la altura de nuestras cabezas. Subitamente vestia una casaca de largo tres cuartos, en brocado amarillo. Por debajo asomaban unos pantalones a juego y unas babuchas carmesies. Se tocaba con un turbante blanco, rematado en lo alto por una pluma de pavo real prendida con un desmedido rubi.

– ?Hagamosle una demostracion! -suplico-. ? Tiene que saber que esto es mejor que la MGM y la Paramount en sus buenos tiempos, con un toque RKO!

Manolo sacudio la cabeza y se palpo el puente de la nariz con el indice derecho, como si se ajustara las gafas. Conservaba ese gesto pese a que ahora ya no las usaba.

– Quisiera seguir de Carvalho un rato mas y ayudar a esta pobre chica en sus vicisitudes. Aunque es evidente que, por edad y por extraccion social, nada tiene en comun con las muchachas doradas que solian acudir a mi despacho y que me

arrastraban hacia oscuras tramas de estafas y asesinatos.

– Al final te rompian el corazon. Y el de Charo -intervine-. Charo era cien veces mejor que las otras. ?Malcasadas de barrio alto, pijas sedientas de mala reputacion!

– Nadie manda en su entrepierna sentimental -sentencio Carvalho-. Algo que ya no ha de importarnos. Al menos, a nosotros dos.

?Se referia a el y a mi, o a el y a Terenci?

Clavo en los mios sus ojos inquisitivos. Pasaron unos segundos muy largos. Me movi con cautela en la silla de Gene Tierney, intranquila. Manolo agarro bruscamente el flexo. Crei que iba a dirigir la luz hacia mi, como los policias de las peliculas en los interrogatorios, pero inesperadamente le dio la vuelta y dispuso la lampara de tal modo que el haz de la bombilla le dio completamente en la cara. Era una cara triste.

– Mirame bien. A lo largo de toda mi vida no he hecho otra cosa que buscar la verdad. La verdad politica, la verdad literaria, la verdad poetica. Ahora trabajo en un caso mas inabarcable, lo reconozco. La verdad de la muerte. Que podemos hacer.

– ?Que podemos hacer desde Aqui Arriba para que Alla Abajo no cometan los errores de siempre? -Me entro un punto sesentayochista muy excitante.

– No. Que podemos hacer para pasar la Eternidad de la mejor manera posible. En cuanto al resto… Si en vida no conseguimos cambiar el

mundo, imagina que lograremos transformar ahora. Nada desde la Nada. Sin embargo, quiza dispongamos de una oportunidad para reparar algo muy cercano, algo pequeno en relacion con el mundo pero grande en si mismo. ?Recuerdas? Cada uno llego a tal conclusion por su cuenta, no nos lo dijimos pero tacitamente lo admitiamos y no sin amargura, antes de asomar por aqui. No ponernos metas imposibles, arreglar lo cercano, actuar en la medida de nuestras fuerzas… Ya que la vida no era como la esperabamos, sino como la temiamos, y que la Eternidad tampoco depara grandes soluciones…

– ?En que manera intervengo?

– Eso te lo cuento luego. Dejame confiarte que, de todas las lagrimas que se vertieron por mi ausencia (aparte de las estrictamente familiares), y a pesar de que soy partidario de la moderacion en el dolor, conservo el recuerdo preferente de las tuyas. Llorabas como una nina, a gritos, y pusiste en el equipo de musica

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