Tatuaje, por Concha Piquer, para gran susto de tus vecinos, porque eran horas muy tempranas. Casi te electrocutaste al salir de la ducha y precipitarte a abrirles la puerta, chorreando agua y pisando cables, a aquellos amigos que consideraron que era contigo con quien tenian que compartir su duelo por mi. Me escribiste una fina necrologica, basada en la plenitud de mi relacion con el bacalao.

– La que me dedicaste tampoco estuvo mal, reina -tercio Terenci, desde su alfombra volado-

ra-. Pero debo reconocer que mi preocupacion por que se cumplieran los requisitos indispensables para mi multitudinario funeral me impidio leer las necros inmediatamente.

– ?Me vigilabais! Y me leiais -recapacite, mas irritada que complacida-. Seguiais mis pasos. Fuisteis testigos de mi desconsuelo. ?Y ni un gesto de simpatia por parte de los fantasmas! Ni un movimiento de mueble, ni un balanceo de lampara, ni un libro vuestro caido desde mis baldas. Ni una posesion de cuerpo para manifestaros. Bien podiais haber utilizado a mi Neus y a mi Maricruz, que son muy dispuestas. Os veo: tu, Manolo, recibiendo mi correspondencia en la porteria, y tu, Teren-ci, fregoteando en mi cocina… Pero careceis de sensibilidad. Ni una senal me disteis. Mereceis que os hubiera olvidado.

– Tu, nunca. Si morias por nosotros… Nos convocabas con vasos. Primero los llenabas con whisky, luego te bebias su contenido, los empujabas y movias la mesa hasta que senalaban las letras de nuestros nombres.

– Y le hablabas a mi retrato. Lo ponias delante de la tele, metias en el DVD Sinuhe el Egipcio o Tierra de Faraones y decias: «Apa, Terenci, a tu salud». Ay, punetera, la de veces que me sente a tu lado, en el sofa. Manolo y yo escuchabamos tus lastimeras parrafadas. «Tengo frio», repetias. «Me entra el aire por los costados. Me he quedado sin mis dos paredes maestras, me tambaleo. ?Que hare para mantenerme en pie todos los dias?…»

– «?A quien consultare, con quien me reire, con quien compartire los recuerdos que son solo nuestros?» -Mi murmullo se acoplo a sus palabras, no habia olvidado el dolor. Ni en el Otro Mundo se olvida.

– ?Como no ibamos a traerte con nosotros? -inquirio Manolo, con un gesto que proclamaba la obviedad con que daba la pregunta por sobrante.

?Traerme con ellos? ?Se referian al hecho mistico de seducir mi cuerpo astral hasta conducirlo a su Mas Alla o a que, literalmente, me habian dado matarile? No sabia si considerarme aterrorizada o complacida. Porque tenian que haber deseado mucho volver a verme para plantearse, siendo quienes eran, mi asesinato. Esta ultima hipotesis mejoro mi opinion acerca de mis amigos, y de los hombres en general.

– ?A comer! -canturrearon a duo-. ?A comer y a gozar!

Sonreian divertidos, cada uno apostado a un ex-tremo de una mesa rectangular cubierta con un mantel a cuadros. Ni rastro de la oficina de Car-valho. Manolo lucia una guayabera blanca y el mostacho oscuro de sus buenos tiempos. Y Terenci llevaba puesta su mejor chaqueta, con su pin de Sal Mineo en la solapa.

Delante de Terenci se materializo una bandeja de percebes.

– ?Percebes de Galicia! -exclame-. Dice la voz popular que estan extinguiendose.

– Aqui no faltan – me tranquilizo Manolo-.

Lo primero que has de aprender sobre la Eternidad: el ingrediente principal de nuestras fantasias es la memoria. Estos percebes incumben a la de nuestro Terenci, que moria por ellos, como sabes. Me temo que la reconstruccion de Can Leopoldo es un error compartido.

Ahogue una despectiva exclamacion. No asi las palabras:

– ?Casa Leopoldo? ?Esto?

Eche una ojeada alrededor. La luz mortecina que entraba de la calle apenas delimitaba los contornos de las mesas y los cuerpos que ocupaban el primer comedor, y los azulejos de la pared, las fotografias y los carteles taurinos no hacian justicia al abigarrado y clasico original. En una mesa, al fondo, un tipo escualido golpeaba la superficie con el puno.

– Es Manolete -susurro Terenci-. Se nos ocurrio convocarle cuando recordaba una mala tarde, y ahi lo tienes, despotricando sin parar. Yo no me acercaria a el.

– ?Y Rosa? ?Ni siquiera habeis podido traeros a la duena, que es el alma del lugar?

– No seas animal, ?no ves que Rosa esta viva? Hemos llamado a su padre. Ahi viene.

Me alegre de verle. El senor Gil siempre habia sido muy amable conmigo. Iba a preguntarle que tal le sentaba el Otro Mundo, pero el hombre, sin percatarse de mi presencia y como saliendo de un sueno, recito:

– De primero, mariscada muy fresca. Y una lubina exquisita.

Decididamente, la reconstruccion del propietario era tan poco fiel al original como la del restaurante.

– Muy bien -aprobo Manolo-. Primero me bajare una de callos. Mi tapa preferida, que solia tomar cuando pasaba por aqui a media manana, en uno de mis regresos nostalgicos al Barrio, despues de hacer algunas compras en el mercado de la Bo-queria.

Bien agarrada a mi Tierney, probe los callos, que vinieron solos -ya he dicho que mis amigos tampoco se habian apuntado un exito con el senor Gil; no regreso-, y dictamine:

– Suculentos…

– Los recuerdo muy bien -musito Manolo, entrecerrando los parpados-. Demasiado bien.

– Veamos, recapitulemos, ponderemos -levante el tronco de percebes que sujetaba con la mano derecha-. Estabas diciendome… ?como era? Ah, si, que el principal ingrediente de vues-tras fantasias en este pintoresco Ultramort son los recuerdos.

– Y el Deseo -intervino Terenci, a quien un lino reguero de jugo de percebe le recorria la barbilla en direccion a la chapa de Sal Mineo.

Era un incidente tan humano que, de no haber sido por mi prevencion a abandonar mi butaca y quedarme flotando en el dudoso eter, de buena gana me habria sentado sobre sus rodillas y le habria echado los brazos al cuello.

Telepatico, se seco convenientemente y, alar-

gando un brazo, coloco una mano sobre la mia. Le mire sin palabras. Senti entonces la mano de Manolo cubriendo mi izquierda. Cerre los ojos, porque no podia ser mas feliz, ni mas amada, ni mas comprendida. ?Que importaba haber tenido que morir para lograrlo?

– Ha pasado un angel -dijo Manolo, ironico.

Me aclare la garganta. Habia llegado mi hora de preguntar.

– ?Cual es el misterio? -pregunte.

– ?Que misterio? -Otra vez sincronicos. Y esquivos.

– ?Como volvais al dueto me dejare caer con tanta fuerza que llegare a la misa de doce en Montserrat antes de que se persigne un abad loco! ?Os dejare solos! Os conmino. Ahora mismo, y de uno en uno, reveladme el secreto de…

– ?… nuestro poder de convocatoria?

– ?…la razon de tenerte aqui?

– ?… por que esto es mejor que Hollywood?

– ?… quien mato a John F. Kennedy?

Les contemple de hito en hito pero no supe discernir ningun hito en ellos. Nunca he visto hito alguno, ni en Este Aca ni en Aquel Abajo.

– Eso, despues -indique, cortante-. No voy a perdonaros tales explicaciones, las dejo para mas adelante. Ahora exijo que me conteis cual es el Fallo.

– ?El Fallo? -se entregaron a aquella mirada complice y furtiva que les alejaba de mi y me ponia frenetica.

– Si, superhombres. El Fallo, la Cagada, la Desilusion. Llamadlo como querais. Algo que os ha sorprendido con el pie cambiado. Algo para cuya resolucion precisais de mi. No-ataje sus nerviosos intentos de atajarme, ofreciendome para ello las tentadoras reservas de percebes y callos-. No me interrumpais. Si os basta con recordar para recuperar… Despues de cuanto habeis escrito y pontificado sobre el Barrio, ?como es posible que

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