seais i ncapaces de representar ni siquiera su mas afamado restaurante? ? Que hay en vosotros que os lo impide? O peor aun, ?que no hay?

Dejaron de dirigirse visajes compinchados y se volvieron hacia mi, con intencion de buscarme tambien los hitos. Era una sensacion agradable: admirativos, pendientes de mi.

– Que lista eres, punetera -me alabo Te-renci.

– Tipica inteligencia natural del Barrio -sentencio Manolo-. Me siento orgulloso de ti, siempre has sido asi. Y no nos fallaras en este trance.

– Bien -resople, repantingandome en el sillon Ticrney-. Ya era hora de que hablaramos con sinceridad. Contadme.

Manolo abrio la boca, pero Terenci se le adelanto:

– Propongo que recuperemos la alfombra magica de El ladron de Bagdad, en talla grande, y que sobrevolemos el mundo y sus amenidades. De este modo la narracion a que someteremos a nuestra mujera resultara graficamente mas amena.

Salte de la silla, tan entusiasmada que ya no sentia miedo, y les tome del brazo:

– ?Oh, si! ?Tiene glamour! ?Tiene glamour-glamour-glamour!

4

?Esto es Hollywood!

– Menos mal que no nos ven. Con estas trazas -comente-, nos tomarian por inmigrantes ilegales y nos detendrian.

– Les pareceriamos un grupo multicultural formado por expertos en Oriente Proximo -opino Manolo-, de esos que desembarcan esporadicamente en nuestra mediterranea ciudad para pasar la gorra o poner el cazo.

Terenci seguia ataviado de Sabu en El ladron de Bagdad. Pretendia que Manolo aceptara su propuesta de estilismo a lo Gran Visir.

– En el cine, el Gran Visir siempre es malo -adujo el otro, para sustentar su rechazo-, una premonicion de Dick Cheney codicioso y maqui-nador, pero con rimel.

Que ocasion para una cinefila viajada.

– El ladron de Bagdad -apostille, rauda y pedantona- fue una pelicula profetica, pues a los bagdadies, oprimidos por un califa muy ominoso, a todas luces el avance de Sadam Husein, un anciano les vaticina que alguien acudira a rescatarles y que ellos le veran acercarse entre nubes. Ese al-

guien no iba a ser otro que George W. Bush, con su peculiar idea de la salvacion de los pueblos de la Mesopotamia y aledanos, es decir, mediante bombardeos aereos.

– Reina, no te politices que nos amargaras la excursion. Y tu, Manolo, dejate de tonterias. Un disfraz de Gran Visir le sentara de miedo a tu bi-gotazo.

Manolo acepto a reganadientes, como un nino contrariado que cede para no ser excluido del juego:

– Vale. -Se volvio hacia mi-. ?Y tu, quien quieres ser?

Lo habia deseado tantas veces.

– Me pido Jean Simmons en Narciso negro. Recordad, la sensual adolescente nepali Kanchi, con sharong, collares, pendientones, pulseras de cascabeles en los tobillos y un piercing de oro en la nariz. Kanchi se ennoviaba contigo, Terenci, es decir, con un Sabu siete anos mayor que el que ahora te habita.

– Viva el cine, que todo lo consigue. -Terenci inclino su enturbantada cabeza-. Y el Mas Alla, que tampoco es manco.

Me ondule, tintineando, y sacudi la melena azabache, que me llegaba hasta la cintura. Los ojos color de mar de Jean Simmons centellearon en mis cuencas. Fui Kanchi, con la fascinacion de su belleza y juventud. Y con unos pechos que cortaban el espacio.

Terenci tomo el mando.

– Poneos comodos, que yo conducire al volante de mi propia alfombra. Ademas de haber nacido, como Scaramouche, con el don de la risa y la conviccion de que el mundo esta loco, conozco mis fantasias como la palma de mi mano.

Se coloco en la proa, las piernas abiertas, las babuchas firmemente pegadas al fragil vehiculo. Cruzo los brazos sobre el torso, el cuerpo tieso, la cabeza erguida, desafiando el Tiempo. Manolo y yo nos tumbamos boca abajo, sobre cojines adamascados. Mi amigo Gran Visir me paso un brazo por los hombros y yo doble las rodillas, acercando los talones a mis nalgas y sacudiendo los tobillos para que mis pulseras repiquetearan en la Eternidad. Con disimulo, ejecute un gesto muy domestico: palpe con una mano el reverso de la alfombra y no localice nudo alguno.

– ?Estafa-estafa! -brame-. Esta alfombra no ha sido tejida a mano.

– Callate, Wendy, que no eres una turista catalana en el bazar de Estambul. ?No ves que viene de La Meca, pero la buena, La Meca del Cine? ?En que otro lugar quedan, si no, alfombras voladoras para gente como nosotros?

Dicho lo cual, Terenci aspiro profundamente. Gozaba de unos pulmones envidiables, alla en el Otro Mundo.

– ?Preparados! ?Listos! ?Despeguen! ?Ahi va Sabu, el ladronzuelo dignificado, cuando se aleja al final de la pelicula! Pero el esta solo, y yo parto en la mejor de las companias. Lanzare su exclama-

cion ultima, que convertiremos en nuestro lema, si no os importa.

– ?Y cual era? -Si me hubieran rematado no habria conseguido recordarlo.

– «Fun and adventures, at lastl»

Manolo me estrecho con mayor fuerza.

– Eso. Aventuras y diversion. A nuestra manera.

?Quien no ha sonado que podia volar? ?Quien no ha temido caer infinitamente? Son esfuerzos nocturnos comunes a la humanidad. El sueno de volar y la pesadilla de despenarse pesan sobre los parpados, platillos que raramente equilibramos. Metafora del angel que tememos ser. Angel en su gloria, angel derribado.

Os evitare, pues, la narracion de aquello que sentisteis si os contais entre los elegidos para volar en suenos. Sabeis que no existen palabras para describir la plenitud, esa corriente de conocimiento que abre el pecho, que irrumpe en el cerebro y lo amplia y oxigena y que, para nuestra desdicha, se esfuma al despertarnos, dejando en su lugar nostalgia de la ausencia, una conmocion semejante a la que suscita la perdida del mejor juguete o de la mejor infancia. En cuanto a la caida, este libro no trata de ello. O si. Veremos.

Se anadia el componente carinoso. Volar con mis mejores amigos del Barrio, despues de haber vivido.

Terenci inicio el estribillo de una cancion que los tres conociamos muy bien:

– «?Si acaso quieres volaaaar, piensa en algo en-cantadoooor!»

– «?Como aquella Navidaaaad, que encontraste al despertaaaaar…» -Manolo y yo.

– «…juguetes de cristaaaal!» -los tres.

Nos importaba muy poco que la sintaxis de la version lanzada por la factoria Disney para acompanar el clasico vuelo de Peter Pan y los ninos Darling por los paises de habla hispana se saltara unos semaforos. Pese a lo que la cinefilia aconseja -siempre version original con subtitulos-, aquel himno de infancia inolvidable o era en su version portorriquena o no era.

– Te brindaremos una demostracion de nuestros saberes… -empezo Terenci.

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