Mantuve un preocupado silencio, pues aquello imponia respeto y, aunque seguiamos conectados por nuestras volatiles extremidades, y sentia de cerca la respiracion de mis companeros, me preguntaba si mi reconocido coraje de otrora me serviria para afrontar espectrales bretes.

– ?Uhhhhhhhhhhhhhhh!

– ?Ayyyyy!- grite.

– ?Hostia, Terenci, deja de hacer el ganso! -se irrito la voz de Manolo.

– Perdona, cuca, pero me apetecia mucho pegarte un susto, como si fueras la Bergman en Luz

de gas, cuando oia pisadas en el desvan y temia haberse vuelto loca.

La niebla se desvanecio tan imprevistamente como habia aparecido. No habia pasado en vano. La humedad, que era su misma esencia, nos apabullo el apresto; mi pelo, lacio, se rae pegaba a los pomulos y se aglutinaba en mi cogote; los garbosos lienzos que nos habian cubierto hacia poco colgaban como vainas vacias. A traves de la tela percibi la expresion de desamparo de mis amigos. Imagine mi cara de tonta.

– Ya ves. Lo que mas deseamos, lo que mejor recordamos, nuestro Barrio querido… no podemos reconstruirlo. Niebla y mas niebla -gimieron a duo, en plena regresion-. Solo disponemos del balcon.

– ?Que balcon? -pregunte.

– Ahi detras -senalaron con el pulgar un mausoleo que se dibujaba a sus espaldas-. Es lo mas parecido a un rinconcito del Barrio que hemos podido reproducir.

Me quede sin habla. Y no es facil callarme a mi.

– ?Estais de broma? ?Como es posible que vuestras privilegiadas mentes, muertas pero con poderes, alumbren semejante birria? Es todavia peor que esa lobrega version de Can Leopoldo en donde hemos comido.

Nos encaramamos a lo que llamaban balcon. Una tribuna de piedra gris, sombria y suspendida en el vacio.

– Ya dije yo que nos habia salido una pifia se amohino Manolo.

Me senti insolitamente grandona. Dicho de otra manera, experimente un subidon de estima. Nada alimenta tanto el ego de una mujer como reconocer las flaquezas de los hombres, por amigos que sean.

Golpetee la superficie del pretil.

– Aqui, hierro. Una baranda sencilla, de las que a mi me gustaba chupar de pequena. ?Y donde estan las persianas verdes, recien pintadas? ? Don-de, las macetas de geranios y clavellinas? ?Donde, la ropa tendida, aquellos monos azules de obrero metalurgico, los calzones de senora y los calzonci llos de caballero, las sabanas remendadas, los pa nuelos de cuadros deferfarcells, imprescindibles complementos que toda mujer utilizaba, a falta de bolsas, para liar los bultos? ?Donde, los trapos para limpiar el polvo hechos con restos de viejas mantas del Ejercito vencedor, de aquellas que repartian las malas putas del Auxilio Social? ?Donde, los cantos de las mujerucas que sacudian esteras y colchones de borra? ?Donde, los maullidos de los gatos y el ladrido de los canes?

Hice una pausa efectista, que nunca he sabido distinguir de una pausa para respirar, y anadi:

– No comprendo que semejante par de inutiles pudierais, no obstante, acercaros a mi, espiar mi duelo por vosotros. Mis duelos, mis redundantes duelos, ya que tuvisteis la osadia de morir uno tras otro y en el mismo ano, engrandeciendo las respectivas penas que me causabais.

Bajaron la cabeza. Humildemente, Manolo dijo:

– Eso fue merito tuyo. Nos llamabas, ?no te acuerdas? Muchos pensaban en nosotros, por separado, pero solo tu nos unias en tus monologos, en tus lloros, solo tu sufrias por los dos. Tu nos arrastraste hasta tu consternacion, nos sentaste a tu lado en el sofa Philip Starck…

– Es un Chippendale. No estoy para moderne-ces -aclare.

– ?Lo ves, reina? -se cruzo Terenci-. El sofa ni lo reconociamos. Solo teniamos ojos para ti, brincabamos en torno a tu dolor, preguntandonos que podiamos hacer para consolarte y, al mismo tiempo, comprendiendo que, en tu fuerza para convocarnos, subyacia algo que, Aqui Arriba, nos faltaba. De aquel entonces a este hoy, cuca, has pasado por muy malos momentos, y no solo a causa de nuestra ausencia.

– Pensamos -carraspeo Manolo, no sin cierta circunspeccion- que nuestras sucesivas muertes no solo te hundieron emocionalmente en el desanimo sino que removieron tu otrora audaz espiritu, preso entre los barrotes del personaje en que te habias convertido. Nos preocupaban tus insomnios, la frecuencia con que le dabas al frasco, las horas que pasabas haciendote dar masajes, para matar el tiempo hablando con la esteticista o con el peluquero o con la duena de la tienda en la que te vestian para salir en la tele. No te querias enterar de lo que, sin embargo, sabias muy bien.

Rebufe.

– ?Para que quiero una Eternidad en la que mis mejores amigos muertos se empenan en hacerme reproches? Maldita sea, ?es que no podemos ser celestialmente superficiales? ?Vais a contarme que pretendeis de mi?

– Como poeta que fui, investigo una lirica teoria que explica el porque de tu insustituible colaboracion en nuestro empeno.

– ?Como cual? ?Que teoria es esa? -Me puse en jarras. Con la engorrosa sabana humeda todavia encima, no resulto sencillo.

– El ouroboros. Nos llevo tiempo averiguarlo, pero hemos comprendido que, entre Terenci y yo, no formamos la representacion adecuada para reproducir un Barrio tan complejo como el nuestro ni unas infancias tan ricas. Esa figura es el ouroboros, la mitica serpiente que se muerde la cola, simbolo de perpetuidad y de plenitud, que ya Eliot utilizo, y yo mismo, en algun que otro poema. Una imagen de primera.

– ?Una serpiente! ?Para ver el Barrio? -me escandalice.

– Mujer, puesto asi… Supon que soy la cabeza… Y un gran cabezon si que me adorna, lo reconocereis. Terenci encarnaria la cola…

– ? Colita retrechera! -palmoteo el otro.

– Y tu serias la parte fecundadora… En fin, no hagas que me ponga rojo de verguenza.

Reflexione.

– Si no estuvieramos muertos, os diria que so-

mos carne de psiquiatrico -adverti-, pero os concedo que, dentro de la sinrazon, tiene sentido. No sentido- sentido, pero si sentido a secas.

Retire la sabanita de mi mano izquierda y me rasque el dorso con la derecha, un truco que utilizo a menudo para ganar tiempo. Manolo aprovecho para divagar:

– Entre este y yo sobran palabras. Una mirada, un gesto, y ya esta: servido un periodo historico, un acontecimiento…

– ?Un estreno de Hollywood! ?La Traviata de Maria con Visconti, en La Scala de Milan! -se extasio Terenci.

– Pero el Barrio… Aquel universo nos atane demasiado, somos incapaces de representarlo porque cuando uno de nosotros se pone a rememorar, que te dire, el aspecto de las azoteas, se le atraviesa el otro con una evocacion personal, intima. Como ambas memorias son centrifugas y simultaneas, el recuerdo se dispersa. No cuaja ni cuajara nunca, a menos que dispongamos del tercer elemento. Carecemos del tercio central de la metafora, esa parte que facilita la articulacion de sus prolongaciones, haciendonos fluir del uno al otro, de la cabeza a la cola. El vientre feraz de nuestra memoria emocional. Y ese eres tu.

– ?Ahora me llamais barriga! El uno es la Mente y el otro la alegre Colita. Para mi queda la tripa, la bodega, el utero, lo que siempre ha sido imprescindible pero que ancestralmente habeis opacado para montaroslo a lo grande.

Cerre los ojos, teatral.

– Maldita sea. Careceis de sensibilidad. Alla abajo no creia en los hombres, y aqui tampoco me va a ser posible.

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