Era una trola. Si su Gran Fallo me habia colmado de satisfaccion, saber que mi presencia a su lado era determinante para subsanarlo me llenaba de orgullo. Pero no podia demostrarlo. Tenia miedo de que se habituaran a mi, de que se cansaran. Y tambien de no dar la talla.

Habia olvidado que penetraban en mis pensamientos. Terenci alargo una mano envuelta en sabana empapada y me acaricio la cabeza.

– Ay, mujer a, esa inseguridad. Tu y yo hemos de hablar muy seriamente, y este tambien quiere decirte algo. ?Mas no ahora! ?Ahora, a lo nuestro! Anda, Wendy, pon un poco de orden en nuestras muertes.

Oh, si, un poco de orden-orden, me dije. Tantas emociones me mareaban.

– Sopesemos la situacion -decidi, tomando las riendas de nuestros destinos, al menos por esa noche.

– Si nos cuentas el Barrio tal como lo recuerdas, tu, que estas fresca aun y con una tercera version, la propia de tu experiencia, conseguiras que se ponga en pie.

No me gusto la entonacion que Terenci le dio a la palabra fresca. Repensando la figura eliptica que me proponian, me senti como una pescadilla recien enharinada, mordiendose la cola y lista para pasar a

la condicion de frita. ?Me mataron mis propios amigos? Era una pregunta que me habia planteado antes, sin que me importara: el asesinato por nostalgia no deberia figurar como delito. Otra cosa era que me hubieran liquidado para obtener el dichoso tronco de ouroboros. Aunque, en este caso, ?su accion no seria el resultado de una nostalgia aun mayor, y por lo tanto mas perdonable? La que sentian por el Barrio, y que les habia inducido a utilizarme.

– Nuestras memorias -anadio Manolo- se uniran a la tuya, creo yo, en cuanto revivamos, por tu mediacion, algunas emociones pertenecientes al tiempo y al lugar de la infancia.

– Y cuando lo hayais conseguido, ?que pensais hacer? -inquiri, ironica-. ?Abandonarme por un cadaver mas joven?

– ?Nunca Jamas! ?Nunca Jamas! -gorjearon.

Ahora se que no me mentian, pero entonces no les crei. Siempre he pensado que las cosas demasiado buenas no duran. Ni siquiera en la Eternidad.

– Esta bien, esta bien. Os contare un cuento. Pero antes, ya que me habeis adjudicado un papel central -el subrayado casi se arrastro por los infiernos, de marimandona que me puse- en vuestra historia, permitidme que asuma cuanto el mismo conlleva. Dejadme que os diga que vuestra Pos Vida es un desastre. Os disfrazais cada dos por tres, pero vuestra capacidad para reinventar interiores no os ha facilitado ni un solo entorno acogedor. Criaturas mias, ?os dais cuenta de que ni siquiera teneis zapatillas?

– Que rapapolvo -se quejo Terenci.

– Mujer, visto asi -se justifico Manolo.

– Anda, reina, con lo dispuesta que eres -Terenci, zalamero.

– Muy bien. Si es lo que quereis, lo obtendreis con creces. Os fiscalizare. Convertire vuestra inmortalidad en un sinvivir. Por ejemplo, ?esas manos! ?Cuando os las habeis lavado por ultima vez?

Extendieron los brazos, con las palmas hacia arriba, y bajaron la cabeza, como un solo crio.

– No nos rinas, no nos rinas. Por favor -suplicaron.

– ?Hum! ?Que barbaridad! -Pase somera revista al material-. ?Podeis hacerlo mejor! ?Estropajo y jabon de sosa!

Manolo esbozo su sonrisa de chinito, la de las sobremesas felices. La fue extendiendo como un biombo, hasta mostrar los ultimos molares.

– Que grande eres y como nos comprendes -dijo, mientras yo frotaba las cuatro manos con los susodichos enseres, que aparecieron en mi regazo en cuanto los convoque.

– ?Es jabon Lagarto! -suspiro Terenci-. La marca predilecta de las torturadoras de mi familia. Nueve de cada diez amas de casa lo usaban cuando yo era nino.

Fanfarrona, ataje:

– Callate. Cuando se ha convocado una especie de cadalso mezclado con tribuna del Ensanche, y se ha pretendido tratarlo como a un balcon del Barrio Chino, lo menos que hace uno es callarse.

Me repantigue en la mecedora y cruce las manos sobre el regazo, tirando del camison azul para que me cubriera las piernas.

– Creo que comienzo a gozar de potestades ul-trahumanas -sonrei-. He pensado jabon y estropajo, he pensado mecedora y camison, y aqui me teneis. Os voy a poner un piso en la Eternidad como Dios manda. ?Hala! Pijamicas y a la cama, y os contare un cuento que hara surgir el Barrio junto con el sol del nuevo dia que nos espera.

6

?El Barrio!

Despues de que se lavaran los dientes les vesti para el descanso nocturno. Elegi pijamas de franela, que en el Barrio se consideraban un lujo con el que afrontar algo menos desvalidamente los inviernos que manchaban de humedad las paredes. Me tento concederles sabanones en los dedos de los pies, pero mi bondad innata me lo impidio. Les instale en camas gemelas. La de Manolo, sin embargo, sufrio un proceso rapido de reformas, ya que:

– Erase una vez… -empece.

Y entonces una ruidosa mezcla de ladridos, lametazos, carcajadas y chupetones detuvo mi relato. Manolo, sentado en la cama, recibia la visita de sus tres ultimos perros -que fallecieron poco antes que el-, y hasta yo me emocione al comprobar el afecto con que se dirigia a ellos, empleando susurros aplacadores.

He visto a mucha gente ser cruel con los perros. He visto a menos gente ser justa con ellos. Pero he conocido a muy pocas personas que les dediquen el respeto y la comprension que Manolo mostraba hacia sus canes, como si nunca olvidara agradecer

el pacto que los ancestros de estas sensibles bestias suscribieron con el hombre, aquel por el cual los perros dejaron de ser nuestros enemigos y abandonaron la manada del lobo, confiando en que les protegeriamos.

Habia en Manolo una ternura no carantonera. Era la empatia de su inteligencia, ofendida por las traiciones y el dolor que, generacion tras generacion, han recibido los perros como pago a su lealtad y su amor sin condiciones. Como escritor, Manolo sabia que ni siquiera los diccionarios les hacen justicia. Perro, igual a perfido, sinverguenza, traidor, servil, innoble, astuto… sinonimos con que topamos en cualquier volumen cuyos autores se precian de conocer a humanos y a animales.

La mirada de sus perros solia seguir la de Manolo, en vida. Plantados sobre sus patas, a su lado, rastreaban la orientacion de esa mirada suya, de modo que, cuando el se asomaba a un ventanal de su estudio, que daba al jardin, y se quedaba con los ojos prendidos en la fronda, los perros enderezaban el hocico como si los pensamientos de su companero humano fueran ovejas discolas a las que habia que guardar desde la distancia, con prudencia pero sin desmayo, para que regresaran a la casa perfectamente esquiladas y limpias, listas para agruparse bajo los dedos del hombre, en ordenada alineacion de imagenes y conceptos, de dudas y razones. Los perros de Manolo murieron para esperarle, pense al contemplar la escena de su reencuentro. Quiza ya sabian.

Amplie su lecho, feliz con mis dotes magicas, para que los cuatro pudieran pasar la noche juntos. Si, muy feliz porque los seis estabamos alli, en el umbral de un Barrio que nos iba a ser devuelto, no sabia como ni por que, ni para cuanto, ni que vendria despues.

Solo por aquello habria valido la pena morir.

– Erase una vez… -segui.

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