– ?Es injusto! ?El tiene una cama mas grande! -Ahora fue Terenci quien se interfirio-. ?Y mis gatos ni siquiera estan muertos!
Decididamente, hacer de Wendy con aquella tropa iba a resultar algo escarpado. No me arredre.
– Haberlos matado a ellos en lugar de a mi -murmure friamente, porque no queria salirme de quicio.
Mi amigo sopeso las posibilidades de replicarme, pero no le dio tiempo. Los perros de Manolo, como interpretando el pensamiento de su dueno, le lanzaron un triple ladrido muy convincente.
– Dejale hablar -dijo el otro-. ?No ves que nos tiene que ayudar en lo del Barrio?
– Os estais portando mal. Muy mal-muy mal. Tan mal que os podria castigar, por vuestro propio bien y para que os convirtierais en hombres de provecho el dia de manana. Pero ya lo habeis sido, y fue en el ayer. Asi que, ?para que preocuparme?
Tome impulso y me balancee con tanta fuerza que no me habria sorprendido salir disparada hacia el vacio con mecedora incluida… Recomence:
– Erase una vez…
Aprete los parpados con fuerza y deje que vinieran los colores. Primero aparecio un resplandor rojo que parecia surgir del horizonte y se ampliaba hasta cubrir la boveda ocular; luego retrocedio, convertido en un circulo nitido. Verde, azul y amarillo se unieron al rojo, formando tiras. Tiras de charol de colores en mis sandalias. De nina tenia los pies pequenos pero muy anchos y la mayor parte de los modelos de calzado me producian tumefacciones; solo me resultaban comodas las sandalias de verano, que estrenaba para el Corpus, siempre el mismo modelo, solo que un numero mayor, o dos, siempre compradas en la misma tienda del barrio, en la zapateria vecina a la farmacia de Sant Pau.
Sali de la perfumeria de la calle Robadors con una botella de colonia y otra de brillantina, pero el barniz para las unas y los polvos Maja de Myrurgia que pedian las mujeres de casa iba a tener que comprarlos en la calle Sant Sadurni, por lo que segui por Sant Pau hasta Sant Ramon, tantos santos y tantas putas, que decia mi madre -no pienses en ella, o se te aparecera-, y, ya en la otra perfumeria, que era mas grande y tenia una seccion de articulos de costura, cintas y bobinas de colores vistosos, para las putas y no para los santos, para la ropa interior chillona que ocupaba una parte del escaparate, salio a atenderme el hombre bajito, chaparro, vestido de gris, la nena va a salir mas fea que la mama, decia, ven aqui, deja que toque ese pelo tan suave, a ver, ?tienes tetitas?
– La vida dura lo que una siesta, nena -dijo entonces mi madre.
Oh, no, piensa en otra cosa, ?donde esta el conejo? Largate con el conejo por cualquier agujero. Los conejos, amontonados en jaulas, en la galeria posterior del piso de mi amiga… ?Como se llamaba? Vivia enfrente, en un entresuelo al que no llegaba la luz de la angosta calle. Su madre y ella criaban conejos. El aire de aquella vivienda olia a hierbas amargas y a excrementos, y los conejos, que tenian las pupilas anaranjadas, fruncian el hocico en la oscuridad del tugurio.
Segui caminando, calle Sant Sadurni hacia arriba, buscando el cine de los sabados y de los dias restantes, huyendo hacia la fantasia.
– Derruido, desaparecido, como toda esa parte del Barrio -dijo Manolo, cuyo rostro confiado asomaba entre el gran cojin peludo que los perros habian formado, apretandose en torno a sus brazos y su cabeza.
– La perfumeria continua alli, no se por cuanto tiempo -informe.
Me acerque a la taquilla. Mi frente apenas superaba la estrecha repisa de madera, que olia a lejia y que borro de mi memoria las agrias conejeras. «?Me da una?», pedi. La mujer sonrio: «Es la cuarta vez que vienes a verla. ?Tanto te gusta?». Pero accedio a entregarme otro pequeno broche de ba-quelita negra, en forma de rosa. «?Que haces? ?Se las das a tus amiguitas?» La ingenua publicidad, el obsequio de la distribuidora de «La rosa negra»
;
habia alcanzado en esta ocasion a la clientela del humilde cine de barrio. No le dije a la taquillera que conservaba para mi cada una de aquellas rosas de pasta, burdamente troqueladas. Eran mis joyas, mis unicas joyas, guardadas en la misma caja de puros que contenia mi tesoro de munecas y trajes de papel recortables, las estampas con las que jugaba en los bancos publicos, las chapas de gaseosa que prendia en mi solapa antes de que fueran reemplazadas por la rosa negra, todo el glamour de una estrella de la pantalla concentrado en el exotismo de aquella diminuta flor de color irreal.
– ?Lo recuerdo muy bien! -exclamo Teren-ci-. No es la mejor pelicula de Tyrone Power, por cierto.
Pase en el cine casi un par de horas, lo que duraba la sesion. Cuando acabe, mis amigos dormian. Tambien los perros.
Sali al balcon.
7
Casi todo el trabajo estaba hecho. Viejas fachadas de las casas, macetas, ropa tendida como en las mejores remembranzas, que se movia levemente, plegandose al amanecer.
En las azoteas danzaban farolillos de papel, restos de la ultima verbena de Sant Joan. Porque iba a ser verano para nosotros, verano incipiente, y seriamos ninos, ninos en sus peripecias mas felices del Barrio, ninos como eramos -o como no habiamos podido serlo- cuando aun no nos conociamos. Al menos, para ese desayuno. Eso seriamos. Ninos.
Una granja de leche en la acera de enfrente, una tienda de pinturas como la del padre de Te-renci y un comercio de comestibles encastillado entre cajas de madera repletas de mercancia, recien descargada de una de las camionetas que venian del Born y que rompian la manana con su traqueteo, dejando detras un rastro de hojas de verduras. El aire olia a melocotones, a cerezas, a manzanas tibias.
Demasiado ideal.
Tendi a un borracho a la entrada de un portal,
dormido a medio vomito, y una mujer que salia de la escalera paso por su lado sin mirarle. Iba en bata y arrastraba las zapatillas con ese aire de cansancio cronico que transforma a las pasivas esposas en madres iracundas. De su mano derecha colgaba una lechera de aluminio. Cuando abrio la puerta de la granja, una vaharada de leche fresca y estiercol ascendio hasta nuestro balcon, y escuche, amortiguado, el placentero mugido de una vaca que estaba siendo ordenada en la trastienda.
Traqueteo sobre los adoquines irregulares, ribeteados de bonigas frescas, de las ruedas del carro de la basura tirado por un caballo de crines encrespadas. Interjecciones del hombre a las riendas. Reclamo de un ciego tempranero que ofrecia sus cupones. Repicar de tazas, platos y cucharillas, y el perfumado vapor de una cafetera y su quejido. Una cancion de amor, un cruce de voces radiofonicas, el frenazo de un triciclo cargado con revistas y periodicos, la charla de aprendices vestidos con batas rayadas, el golpe seco de las puertas metalicas al ser propulsadas hacia arriba. Carteles en los balcones bajos: medicos especializados en venereas, academias de costura, se adivina el porvenir, un discreto «Habitaciones» para el cubiculo que, en un tercer piso, albergaba trasiegos de putas y clientes.
– Pasaban los hombres y yo sonreia… -canturree.
Otra vision cruzo sesgadamente mis recuerdos, mostrandome, en un corte vertical, las sombrias
viviendas en donde hombres ebrios de impotencia y escasos de libertad se entregaban al desahogo de pegar a sus mujeres; bofetones que las esposas, vengativas, propinaban a los hijos pequenos; peleas entre vecinas. Padres que se largaban y a quienes nadie nunca volvia a ver.
– ?Que hay para desayunar?
Me volvi. Apoyada en la barandilla de hierro, improvise: