decir. Sea como fuere, se esfumo el alegre disfrute del Barrio que nos habiamos propuesto. Hemos de intentar por todos los medios a nuestro alcance que ese maldito testamento desa-

parezca. Esta mujer tiene todavia unos anos de vida por delante. Y no olvides, Terenci, que cuando la trajimos con nosotros no solo pretendiamos que nos ayudara a completar nuestros recuerdos. Nos incumbe otra mision.

Me miro con ternura:

– O, como tu dirias, otra mision-mision.

– Me siento muy bien aqui, gracias. Muerta, con vosotros. Llevaba una vida de mierda, no os falta razon.

Manolo se levanto, consultando la hora en su reloj biologico.

– Vamos al cine. Nos relajara.

– Vale -acepto Terenci-, pero me dejas escoger a mi. Por lo menos, una de las dos. Y sin No-Do, ?vale?

Se apresuraron y no me quedo mas remedio que imitarles. Ni siquiera se volvieron para confirmar que les seguia.

8

Cine con cerveza

– Cuanta razon tenias, Manolo -comente-, cuando escribiste, lo recuerdo con exactitud, que «el paseo por esta ciudad, esta concreta ciudad, significa recorrer la geografia del transito». Henos aqui a los tres, sorteando el trafico del viejo Paralelo fantasmalmente, en pleno transito mortal. Yo, un poco menos que vosotros, segun me habeis narrado, y lo lamento.

– ?Mirad, tranvias! -se encandilo mi amigo-. No nos pueden atrepellar. ?Atravesemoslos!

Terenci, travieso, se lanzo el primero. Y cruzamos con nuestros cuerpos astrales uno de aquellos armatostes electricos que algun dia, mas sofisticados, regresarian con su elegante simplicidad a las ciudades europeas mejor urbanizadas.

– ?Lo veis? ?Podria realizar semejante prodigio de no estar practicamente muerta, lista para quedarme, valga la paradoja, viviendo con vosotros? -afirme, mas que pregunte, cuando alcanzamos, riendonos, la acera de la antigua Cerveceria Damm, la de los anos cincuenta, con cine al aire libre en la terraza superior.

Se encendian las luces de las farolas pero el cielo aun aparecia malva y, pinzada entre esos dos resplandores, se extendia la serpentina de locales teatrales y carteles realzados con bombillas anteriores a los anuncios de neon.

Recuperamos la ninez. Nos hicimos con una mesa bien centrada, ya que era ficticia, muy cerca de la pantalla, en donde pronto las estrellas de Hollywood competirian con las que brillaban en el cielo, sobre nuestras cabezas.

– ?Algun pervertido quiere gaseosa? -inquirio Manolo.

Era un nino regordete y serio, vestido en tonos agrisados, los de aquellos tiempos, y habia dejado una cartera de plastico marron sobre el velador cuya superficie de marmol, rajada y bordeada de chapa metalica, contribuia no poco, con su olor a cerveza aneja, a reproducir el ambiente de la epoca.

– ?Que escondes ahi, Manolo? ?Deberes? -senale la cartera.

Yo habia elegido un vestidito de viscosilla a cuadros escoceses rojos y verdes, con falda tableada y peto blanco de puntillas. Me tiraban las trenzas, como siempre que me peinaba mi madre, pero aquel ligero dolor me parecia muy soportable, casi una alegria. Para compensar, los zapatos de charol que en vida tanto me atormentaron me sentaban como guantes de seda, y tampoco me comia los calcetines.

– No -respondio Manolo-. Son los recibos

de seguros de vida y alquiler del nicho que voy a cobrar los domingos, de puerta en puerta, para ayudar a mi padre.

– Fijo que pasabas por mi casa. Otra cosa no, pero los pobres pagan el entierro religiosamente desde que tienen uso de razon…

– ?Ondia! ?Te veo de nino, y creo que te recuerdo de venir a la mia, a cobrarle a mi padre! -exclamo Terenci, rascandose los muslos a traves de los pantalones blancos. Se habia empenado en vestirse de Troy Donahue universitario, con un jersey de perle trenzado que lucia una gran H azul marino en la pechera: por Harvard.

– Y henos aqui a los tres -intervine, pomposa-, unidos en el transito final del que escribiste con acierto.

Manolo se impaciento.

– No me referia a este transcurrir, sino a la geografia de los transitos politicos. Si me permitis que me autocite, me satisface el parrafo: «… y de vez en cuando una maleta, una muchacha que corre, un reguero excesivo de hojas muertas o de brotes de flores rojas, indican que la esperanza, es decir, el deseo, es decir, la historia, crece entre las destrucciones, como los jaramagos, plantas tenaces donde las haya».

Nos quedamos mas transidos aun, ante tanta sabiduria.

– Regresa, amiga -dijo Manolo-. Aquello todavia vale la pena. En cuanto nos veamos las pe-lis y nos trinquemos las cervezas con unas almen-

dritas saladas, echaremos toda la carne en el asador y nos lanzaremos a tu rescate para la vida real.

Terenci se saco del bolsillo un punado de programas de cine de vivos colores, y los extendio sobre la mesa.

– Yo empezaria por un musical de Betty Gra-ble y remataria con aquella de Don Ameche, El Diablo dijo no, tambien dirigida por Lubitsch, santo patron de nuestra reunion en el Paraiso. Fue la ultima pelicula completa que rodo, el pobre, y ya tuvo un ataque al corazon mientras organizaba aquel infierno en colores pastel, tan exquisito como su conocimiento de los agridulces senderos del amor.

– Pues mira, si, me apetece -asintio Manolo-. Una de buenas piernas y otra de talento. ?Quien da mas?

Sorbi la cerveza con fervor, e hice lo posible para que su sabor me sorprendiera, porque a los diez u once anos ni siquiera una adelantada como yo habia probado el preciado liquido inventado por los egipcios. Y no queria recordar mis cervezas posteriores. Queria experimentar el primer sorbo, el primer aroma, la primera espumilla pegandose a mi nariz.

– Mmmmm -me relami-. No deseo irme de este lugar, sea lo que sea. La cerveza, el cafe, las castanas y la vida saben igual que huelen. No como ahi abajo, en donde la realidad todo lo estropea.

– Quien se autocita, con algunas modificaciones, eres tu -dijo Terenci-. Y solo para hablar de

lo que no sabes. No sabes lo que es morir. De modo que chiton. ?Tu no abras la boca hasta que meen las gallinas!

– Anda, eso lo solia decir mi madre -comente.

– Y la mia -anadio Manolo-. Todas las madres del Barrio compartian un vocabulario similar.

– ?Que gran titulo se me ocurre para un libro que nunca escribire! -se extasio Terenci-: ? «Todas las madres de Tebas»!

– ?Chisssssst! ? A ver si dejais de darle a la sinhueso, maleducados! ?Callad o dare parte al camarero y os detendran por delincuentes juveniles o rebeldes sin causa! ?A vuestra edad, bebiendo cerveza, habrase visto!

La bronca procedia de una voluminosa senora, sentada a la mesa de atras y acompanada por un marido resignadamente mineral.

Nos echamos a reir. Era fabuloso. Habiamos convocado a una autentica matrona del Barrio.

Varias horas mas tarde, todavia con las imagenes de la elegante antesala del infierno en la retina, renove la defensa de mi postura.

– Podeis pensar lo que querais -expuse con firmeza- pero, si de mi depende, no vuelvo, no vuelvo, ?y no

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