crujio por su peso.
Derguin se froto los brazos y tirito. La luz que entraba por la puerta y las rendijas de las paredes indicaba que ya habia amanecido hacia al menos una hora, de modo que no debia tratarse de ese frio desapacible que precede al alba. Era la gelidez que se le habia incrustado en el cuerpo desde que perdiera la Espada de Fuego y que solo desaparecia a ratos, sustituida por sofocos que le hacian sudar como una mujer menopausica.
Desperto al Mazo clavandole el pie en la espalda. El gigante de las Kremnas gruno, pero Derguin insistio. Era su pequena venganza por haberlo destapado.
El cobertizo en el que habian dormido unas pocas horas -tres o cuatro como mucho- pertenecia al padre del chico. Derguin y El Mazo habian llegado al pueblo ya entrada la noche. Por suerte, la desaparicion de las lunas los sorprendio cuando ya estaban en la larga playa situada al oeste de la aldea. Durante mas de una hora caminaron en una oscuridad casi total, orientados por el son de la marea y el brillo fantasmal de la espuma en las crestas de las olas que rompian contra la arena a su izquierda. De haberles ocurrido en el tortuoso sendero que unia la ciudad de Narak con Arubak, habrian tenido que detenerse a pernoctar alli mismo o correr el riesgo de despenarse por los farallones.
Al final de aquel prolongado paseo encontraron un promontorio que, segun recordaba Derguin de sus visitas a la zona, se internaba en el mar como un espolon. Treparon por el casi a gatas. Al otro lado se abria una bahia arenosa protegida de las olas por una bocana natural. Alli estaba el pueblo de Arubak.
Sus habitantes habian encendido hogueras y antorchas en la playa y hacian rogativas junto al fuego para que regresaran las lunas. Algunos hombres se mesaban los cabellos y se hacian cortes en la cara como si estuvieran en un barbaro funeral.
Al principio, la llegada de Derguin y El Mazo suscito recelos. Normalmente, toda la isla vivia en paz, pues la flota de la ciudad garantizaba que no se produjeran ataques desde el mar. Pero aquella noche reinaba un animo diferente. Durante el dia, aunque el cielo estaba despejado, los moradores de Arubak habian oido truenos distantes que provenian del oeste. Aquella extrana tormenta habia durado un par de horas. Despues el viento trajo pavesas y olor a quemado. A media tarde, los pescadores y mejilloneros que iban a pie a Narak a vender sus productos regresaron para contar a los demas que la orgullosa capital de la isla era una ruina humeante.
Como aldeanos, sentian una mezcla de desconfianza y envidia por los refinados habitantes de la ciudad. Por eso, la destruccion de la flota les consterno mucho mas que la perdida de tantas vidas y tanta belleza. Sin los barcos de guerra, ?quien impediria ahora las incursiones de los piratas?
Para colmo, la noche habia estado plagada de portentos que culminaron con la desaparicion de las lunas. Era comprensible que no recibiesen con los brazos abiertos a dos extranjeros salidos de la oscuridad, uno de ellos ataviado con una armadura de aspecto amenazador y el otro un tipo barbudo casi tan grande como un corueco.
No obstante, al final triunfaron los preceptos de la hospitalidad. Ademas, Derguin traia monedas de cobre y de plata -las de oro prefirio no ensenarlas-. Un pescador llamado Foltar preparo una parrilla y les aso dos lubinas que acompanaron con cerveza y verduras crujientes. El Mazo se zampo pieza y media, mas un pulpo a la brasa como propina.
– ?Cuanto hacia que no comia como los dioses mandan!
Incluso Derguin, que apenas disfrutaba de la comida desde que le habian robado la Espada de Fuego, encontro que aquel pescado jugoso y con sabor a brasa estaba delicioso. Mientras daban cuenta de la cena, respondieron a las preguntas de los aldeanos. No, ellos no habian presenciado la destruccion de Narak. Habian llegado en un barco; su capitan, al ver el estado de la ciudad y sus puertos, habia decidido dar media vuelta y regresar a la isla de Beliz, situada al este. Pero antes los habia desembarcado a ellos, que venian buscando a unas mujeres. ?Por que? Porque tenian algo que les pertenecia y querian recuperarlo.
Esas mujeres, les contaron los aldeanos, habian llegado a media manana, poco despues de que cesaran los truenos en la ciudad. Eran ocho y viajaban solas, sin la compania de ningun hombre, algo que extrano sumamente a los vecinos de Arubak. Cinco de ellas se tapaban la cabeza para que no les diera el sol.
– Atagairas, sin duda -dijo Derguin.
De las tres que llevaban la cabeza descubierta, dos eran mujeres adultas y extraordinariamente hermosas, aunque vinieran tan sucias de polvo y hollin y despeinadas como todas las demas. Los aldeanos se las describieron con todo detalle. Una, la que parecia mas joven -aunque se comportaba a ratos como si fuera la jefa del grupo- tenia el cabello negro, los ojos rasgados y oscuros y el cutis blanco. La otra era mas alta, casi uno ochenta, y tambien tenia los cabellos negros; pero su tez era cobriza y los iris de ambar destacaban en su rostro como gotas de oro liquido. La ropa que llevaba encima parecia la mas cara y la menos apropiada para viajar.
A Derguin se le acelero el corazon cuando escucho la descripcion de la segunda mujer. Solo podia ser Neerya. ?De modo que se habia salvado de la catastrofe! Eso explicaria en parte que otro de los supervivientes, aunque por pocas horas, hubiese sido Agmadan. Derguin no alcanzaba a comprender por que el politarca no estaba con la bella cortesana Bazu, pero carecia de importancia. Lo importante era que Neerya seguia viva.
Al pensar en ello, aferro con fuerza la empunadura de Brauna. Tal vez las tornas cambiasen. Habia recuperado la espada de su padre. Agmadan estaba muerto y Neerya viva. Solo faltaba encontrarla…, y recuperar la Espada de Fuego.
– ?Quien era la tercera mujer? -pregunto a su anfitrion.
– Una nina de once o doce anos. Guapa tambien, aunque no tanto como esas dos mujeres.
– ?Como era la nina? ?Morena, con los ojos muy verdes?
– Si, has acertado, senor.
– ?No estaran aqui todavia, en la aldea?
– No. Querian viajar hacia el norte. Preguntaron por alguien que las llevara a Tishipan, en Ainar, pero eso esta muy lejos para nuestras barcas.
– ?Y entonces adonde fueron?
– Embarcaron con Gorasmas, que tiene un atunero. Le pagaron para que las llevara a Lantria.
Lantria era un puerto Rition, situado al sur de Zirna, su ciudad natal. Derguin reflexiono y examino mentalmente el mapa. ?Adonde se dirigian las ocho mujeres? Al principio habian querido navegar hasta Tishipan. Eso significaba que su lugar de destino debia de encontrarse al oeste de Zirna. Si desembarcaban en Lantria, tendrian que viajar al norte hasta Zirna, dejar atras esta y atravesar el desfiladero de Agros, siguiendo la Ruta de la Seda.
– ?Puedes llevarnos tu a Lantria? -le pregunto a Foltar.
El pescador se resistio: para cruzar hasta el continente tardarian dos o tres dias, les explico, dependiendo de la mar y del viento, y el no estaba acostumbrado a alejarse tanto de la costa. Derguin, impaciente, le ofrecio ocho imbriales, mas de lo que aquel hombre debia ver en medio ano de trabajo.
Fue el mismo Foltar quien los alojo en un cobertizo donde el y sus parientes guardaban los aparejos. Olia a sal, a brea y a humedad. Pero estaban tan cansados que incluso Derguin acabo durmiendose. Como era de esperar, sono con Ariel y Zemal. Pero las imagenes eran confusas. Ariel se convertia en Mikhon Tiq y le ponia unas esmeraldas a Zemal en el puno. «Asi esta mucho mas bonita, ?ves? Puedes ofrecersela a Triane como regalo de bodas.» «Yo no me quiero casar con Triane, sino con Neerya», contesto Derguin.
Le parecia que acababa de cerrar los ojos cuando el crio lo desperto. Despues de espabilar al Mazo, tarea que se demostro improba, salieron a la playa. Alli ardian todavia un par de hogueras; las demas habian quedado reducidas a rescoldos. Muchos de los aldeanos dormian alrededor de las brasas, formando circulos. Algunos seguian rogando a los dioses de rodillas, haciendo zalemas una y otra vez hasta tocar con la frente en la arena e implorando con tonos gimoteantes.
Derguin no los culpaba por sentir miedo. Levanto la mirada y busco a Taniar en el cielo. Deberia haberse vislumbrado como un tenue circulo rojizo al oeste, pero no estaba alli. La desaparicion de las lunas no era una de esas pesadillas que se desvanecen al despertar.
– Llevanos adonde has visto a ese gigante -le dijo al crio, ofreciendole una moneda de cobre.
Antes de ponerse en camino, Derguin volvio a embutirse en la armadura. Si en verdad habia un gigante en los acantilados, podia tratarse del mismo que lo lanzo por los aires. En tal caso, Derguin no pensaba acercarse a el. Pero, por si acaso, mejor protegerse con el blindaje que le habia salvado la vida.
Anduvieron hasta el extremo oriental de la bahia, dejando atras las casas de la aldea, que formaban una especie de herradura pegada a la playa. Una vez alli, siguieron caminando entre las piedras bajo un acantilado oscuro lleno de nidos de cormoranes que se zambullian ruidosamente en el mar.