sabado.
– No se, el sabado Lucio tenia algo. Pero, vemos… -hizo como que contaba y dijo al pasar:- Serian Lucio, Mercedes, Bruno…
– ??Bruno?!
– ?Te acordas? El amigo de Lucio.
– Ni idea. Pero ?que tiene que ver?
– ?Por que no?
– Que se yo. Me parece como tirado de los pelos.
– Con Mercedes pensamos que a Gaby le vendria bien conocer gente.
Nando acababa de llevarse un pedazo de pan a la boca, pero la indignacion no lo dejo terminar de tragar.
– ?Vas a hacer de celestina ahora? ?Desde cuando te necesita tu hermana para conseguir novio?
– No es conseguir novio. Los presentamos a ver que pasa, nada mas.
– Pero, si Gabriela se va en cualquier momento.
– No sabe si se va y, ademas, que problema tenes, si no es para que se casen.
– ?Dios los libre y los guarde! -dijo creyendose gracioso.
Ella se levanto con un gesto que quiso ser de dignidad y fue a la cocina. Mientras servia los platos penso que aquella resistencia no habia estado en sus calculos. Cuando Mercedes le conto de la reaccion de Lucio, le parecio una ridiculez y, en seguida, ofrecio su casa descontando que a Nando no le importaria. Volvio a la mesa con la comida humeante. El probo la carne y elogio su mano de cocinera. Era una gentileza mantenida a traves de los anos, como un vestigio amoroso de epocas mejores.
– A Gaby le gusto la idea -insistio Diana.
– ?Lo que faltaba! -rugio Nando cada vez mas irritado-. Resulta que la dama sabe y el caballero es el pelotudo. ?Mira que bien!
– Si saben los dos, se estropea. Alguien tiene que guiar el asunto.
– Me sorprende tanta profesionalidad, Dianita. ?Desde cuando esa cancha?
Le hubiera gustado decirle que desde que le metia los cuernos, pero su aventura cibernetica le parecio demasiado pobre para pavonearse.
– No es cancha, es sentido comun.
– Y una trampa. ?Tenia que estar la tilinga de Mercedes detras de esto!
– ?Por favor, Nando! No dramatices. Es una reunion, nada mas. Si no se gustan, chau.
– A mi me molestaria mucho, pero mucho, ir como un corderito al matadero sin que por lo menos me avisen que es Navidad, ?estamos? Resulta que el pobre tipo cae como en paracaidas y todos sabemos, menos el. Decime si eso no es pasar por pelotudo.
Diana decidio jugar la ultima carta.
– Me decias que te queda mejor el sabado.
Nando bajo la guardia y, por un segundo, temio que la intuicion de su esposa hubiera ido mas alla. La noche de los viernes estaba reservada para Victoria. Una unica vez, hacia tiempo, habia anunciado que cada viernes se reuniria con amigos y Diana no volvio a preguntar, ni siquiera cuando alguna madrugada, en la duermevela, lo oyo volver mientras afuera empezaba a clarear.
– Y si, el sabado me parece mejor.
– Bueno, veo como arreglo. Claro que si no estas de acuerdo en lo de…
– Hace lo que quieras, pero a mi no me metas en el asunto -Nando dio por terminada la cuestion, vencido por el miedo de que los nervios que ya sentia crecer le jugaran una mala pasada.
De: Diana
Para: Granuja
Enviado: martes, 22 de julio de 2003, 00:15
Asunto: Me gustaria…
…decirle que esta equivocado, pero yo tambien pienso que no dura para siempre. Al principio hay campanitas, ?las oyo alguna vez? Y nos sentimos mas lindos, mas buenos. Pero es un espejismo, nada mas, y dura poco. Lo otro, ?para que voy a hablarle de lo otro! Es mas el miedo a quedarse solo, a no poder pagar las cuentas, al trauma de los hijos, a los dedos que apuntan, siempre apuntan, a quedar senalado con una marca demasiado visible de que “por algo habra sido”, a no soportar el fracaso. Pero ?fracaso de que? ?Donde esta escrito que esto deba ser para siempre?
No me haga caso. Es de noche y no es bueno andar pensando en estas cosas de noche. Seguro que manana veo todo de otro color. Me voy a la cama. Que duerma bien (?duerme solo?)
Diana
De: Granuja
Para: Diana
Enviado: martes 22 de julio de 2003, 10:18
Asunto: pistas
Muy lindo discurso, pero de vernos, nada. Si no fuera porque hace tiempo que no me sentia asi, no insistiria mas. Al final, estoy siendo un pesado. Y no termino de entenderte, Diana. Dame pistas. Por ejemplo, ?por que estas tan triste?
G.
P.D.: Duermo solo, ?y vos?
XI
Gabriela paso sus primeros dias de regreso con la punzada constante del desarraigo clavada en el estomago. Al final, admitio que andaba partida en dos y que, a menos que fuera cierto aquello de que el tiempo todo lo cura, estaba perdida para siempre. La noche en que salio con las amigas se esforzo para no ser descortes y reprimio las ganas de ahogarse en alguna almohada donde no la vieran llorar. Cuando pudo hacerlo, a media madrugada, tuvo la certeza aplastante de que era infeliz.
Cada vez que pensaba en Lima, su biblioteca era la primera imagen que se le instalaba con precision fotografica y le nacia una especie de nostalgia intelectual. Extranaba las mananas grises en las que desayunaba en pijama tras los ventanales de su balcon, por donde se colaba la rama ancha de un arbol cubierto en su copa con unas flores inmensas como orquideas. Aquella primera liturgia matinal era el comienzo de un dia atareado, casi siempre enclaustrada entre las paredes antiguas de la universidad, donde perdia la nocion del tiempo. Pasaba jornadas completas sin probar bocado, hasta que algun portero venia a avisarle que iban a cerrar y caia en la cuenta de que habia estado sumergida durante horas entre libros polvorientos descifrando citas en griego o latin.
Pero Gabriela no se enganaba. Sabia que la herida no sangraba por los libros, ni por su casa frente al olivar, sino por el recuerdo de las horas felices con aquel argentino alegre que llevaba desparramado en el cuerpo como un mar de lava. Mientras Diana estaba ocupada con sus mensajes, aprovechaba para recordar gestos y palabras que se magnificaban ambiguamente por el efecto de la distancia. Ahora, lo amaba con locura, y al rato, el amor era un odio visceral. Los sentimientos solo parecian hallar acomodo en un rencor definido cuando dejaba fluir su lado maternal, que la alejaba de toda piedad y no podia perdonar aunque se esforzara en ello.
Desde la separacion, se habia vuelto taciturna, como si de golpe le hubieran arrebatado la luz interior. Solamente encontraba consuelo en el hijo que le crecia y que, paradojicamente, le habia dado y quitado todo. El placer de echarse boca arriba en la cama para sentir los movimientos acuosos en las entranas y saber que era vida dentro de su propia vida la llenaba de gozo. Pero era un gozo distinto, una alegria apacible, una plenitud que