no lograba ocupar el hueco de la otra ausencia. Y, sin embargo, nunca habia sido tan feliz como en esos instantes egocentricos en los que el mundo, literalmente, se reducia a su ombligo.
Cada tanto evocaba esas sensaciones y sentia ganas de morir. Procuraba evitar los recuerdos de los dias oscuros que siguieron al parto, pero se empecinaban en volver como buitres y la abrumaban con escenas macabras de la ninita muerta. Fue el hombre de las flores amarillas quien se apiado de ella cuando empezaron las contracciones prematuras y supo que no tendria fuerzas para llegar sola al hospital. Llamarlo fue una crueldad imprescindible, alimentar por unos segundos la ilusion para explicarle de inmediato que acudia a el por pura necesidad.
Mientras estuvo internada, el hombre se instalo al costado de su cama como el mas amante de los maridos y espero con paciencia que volviera en si mientras le secaba el sudor y repasaba con un respeto amoroso cada pliegue de su cuerpo. Con cuanto placer la hubiera besado entonces. Como tuvo que pedirle a Dios que lo librara de la horrible tentacion de acariciarla mientras dormia. Cuanto rezo junto a su cama, mas por el que por ella, avergonzado de descubrirse dudando si era preferible perderla para siempre en el limbo de la muerte a saberla en otros brazos. Y mientras buscaba en su interior la fuerza para contenerse, se le ocurrio que algo habria que hacer con la nina.
Gabriela nunca supo ni quiso preguntar como se las habia arreglado para que le dieran el cuerpecito. Y tampoco discutio cuando el propuso cremarlo. Estaba desesperada. Se golpeaba la cabeza y repetia que no iba a dejarla ahi, que queria morirse ella tambien, pero que por nada del mundo iba a enterrar a su hija en suelo limeno. Fue entonces cuando el le dio la idea de llevarla de vuelta a su pais convertida en cenizas.
El dia en que se despidieron en el aeropuerto, Gabriela lo abrazo y se mantuvo asi por unos instantes durante los cuales el creyo diluirse en un temblor de la sangre; temio que le explotaran las venas y que el sudor pusiera en evidencia la magnitud que aquel drama significaba en su vida. Nunca la tuvo tan cerca, metida en el hueco de sus brazos, y nunca la sintio tan lejos. Gabriela recordaba al hombre de las flores amarillas y lamentaba no haber sentido por el mas que la tibieza de una gratitud eterna. Hubiese querido quererlo, tanto como hubiese querido no querer al otro de esa manera desaforada que todavia la asaltaba cada tanto. Por eso, ademas, era el enojo. Porque pensaba que Horacio, con su egoismo, le habia negado la posibilidad de ser una mujer completa y no merecia ni la intimidad de un recuerdo.
Ahora estaba en su primer pais, donde quedaba la memoria de la mitad de sus dias. Habia venido para enterrar a su hija porque sabia que tampoco en Lima iba a encontrar su lugar definitivo. Su lugar definitivo no existia. Podia estar ahi, en el Peru o en Arizona, o donde el viento la llevara en los proximos anos. Queria que la hija echara raices, que perteneciera a un suelo y penso, en esa nebulosa irracional donde maduran las decisiones dolorosas, que no habia lugar mas adecuado que este donde, con el tiempo, terminaria mezclandose con las cenizas de sus abuelos.
De: Diaria
Para: Granuja
Enviado: jueves 24 de julio de 2003, 15:20
Asunto: ?Alguna vez…
…jugo a la rayuela? Hoy voy a regalarle algo que lei en un libro que se llama precisamente asi, Rayuela. Seguro que lo ha leido. Yo lo empece hace anares y lo deje porque era raro, dificil de leer, nombraba pintores y musicos que no conocia y, al final, me aburrio. Volvi a intentarlo varias veces, pero siempre era igual. Igual, no. Despues de los veinte lo intente de otra forma, saltandome algunos capitulos que me parecian pesados. Ahi empece a encontrar senales de que era un gran libro, un libro fuera de lo comun. Y ahora, recien ahora he podido terminarlo. No crea que lo lei palabra por palabra. Ningun libro se lee de punta a punta. No hay que preocuparse por eso.
El caso es que Rayuela es como un armario en el que hay guardadas seis, siete, nueve prendas finisimas, de la mejor calidad. Y entreveradas con esas telas delicadas tambien hay prendas mas rusticas, trapos, incluso algun panuelo. Lo bueno salta a la vista apenas uno abre la puerta. No requiere explicacion. Pero imagine que un dia usted esta resfriado. Le aseguro que lo unico que importara sera ese panuelito insignificante. Asi es Rayuela. Todo el mundo puede encontrar alli lo que busca.
No puedo seguir escribiendo. En un rato le mando lo prometido. Besos mil.
Diana
XII
Diana dedico los dias previos al sabado a ajustar las tuercas necesarias para lograr el milagro en las pocas horas que duraria la reunion. Lo hacia estimulada por el deseo de ver a su hermana contenta y lo hacia, tambien, por una necesidad de experimentar en otros lo que a ella le hubiera gustado sentir. Trataba de que Gabriela se distrajera de la oscuridad en que la dejaba sumida la espera del entierro y fue cuando entro en el cuarto de servicio y la vio sentada en la cama con la caja sobre la falda, que cayo en la cuenta de lo absurdo de sus intenciones. Gabriela levanto los ojos con cara de agotamiento.
– No puedo enterrarla por derechas, ni siquiera habia pensado en eso -le dijo, pero la voz parecio salir de cualquier parte menos de su cuerpo-. Hay que presentar documentos que no existen; ni siquiera puedo explicar como la entre al pais.
– ?Y entonces?
– Plata, con plata todo se soluciona. Pero tengo que esperar quince dias hasta que le toque el turno a un tipo que me atendio hoy. De lo mas desagradable.
Diana encendio un cigarrillo, acerco un cenicero y se sento en la cama sin retirar la colcha. Desvio los ojos hasta la comoda donde Gabriela habia puesto la cajita el primer dia. Era una caja de acrilico opaco, que habia preferido traer en su bolso de mano por miedo a que se extraviara durante el viaje. Se veia mas pequena que una de zapatos y Diana, al principio, habia dado por hecho que contenia perfumes y maquillaje.
– ?Y en el aeropuerto?
– Nada. Pase como si nada. Tenia miedo de que me hicieran abrirla -se le corto la voz-. No te conte la otra mitad de la historia. Supuse que no pasaria los controles de rayos, me desespere, pense mil cosas hasta que mi amigo, el de las flores amarillas, pobre, me dio la solucion. La hicimos cremar. Es de locos, ?no?
– Es de locos.
Gabriela abrio la boca como para dar una explicacion, pero su hermana la detuvo con un gesto rapido de las manos.
– No quiero saber los detalles, Gabriela. No me cuentes mas, por favor.
Por un instante quedo flotando entre ambas el halito funesto de la muerte. Diana busco cualquier cosa a la que aferrarse para espantar la conciencia aciaga de lo ineludible.
– Hay que ponerle un portarretratos -dijo por decir algo, pero pudo haber sido “tengo hambre” o “acaba de caer una estrella en el jardin”. Daba igual, mientras las rescatara de la melancolia inutil hacia la que se deslizaban.
– ?Que?
Diana tomo la foto que estaba bajo el vidrio de la mesita de luz. Tenia los bordes amarillos y una mancha de humedad. Sonrio con ternura. Las dos hermanas hacia treinta anos, durante algun domingo en el parque. Si, habia sido un domingo, podia recordarlo bien porque su madre lloro mucho aquella tarde y el padre decidio llevarlas a pasear aunque hacia frio y ellas hubieran preferido quedarse a consolarla. ?Claro! Todo estaba alli, en algun rincon de la memoria, apisonado por lo nuevo, pero bastaba con rascar apenas la superficie para que empezaran a brotar, como yuyos malqueridos, los instantes crepusculares sobre los que tambien se construye la vida.
– Fue un dia triste -completo Diana como conclusion de un dialogo que solo existio en su interior.
Gabriela no tuvo que mirar la foto. La habia visto apenas llego y de buena gana la hubiera mandado a la basura, junto con otros recuerdos que pesaban demasiado.
– Las fotos en blanco y negro no tendrian que existir -dijo.