Cuando se permitia esos momentos de introspeccion, volvia a los primeros tiempos y sentia que su relacion con Diana no habia estado tan mal. Parecia claro que no existia mas razon para aquel desgaste que el tedio o quiza la necesidad de ser querido con ojos nuevos, descubrirse capaz de seducir como hacia veinte anos; quien podia saberlo. A veces, creia que su matrimonio habia empezado a desmoronarse desde el primer dia, imperceptiblemente, grano a grano, como un castillito de arena.

Ahora, todo era Victoria, amor Victoria, vida Victoria, aire Victoria, luz Victoria, ternura Victoria, risa Victoria, universo Victoria, pasion Victoria, deseo Victoria, Victoria, Victoria, Victoria, Victoria, Victoria clavada en el pecho como esa puntada dolorosa que sentia algunas tardes justo en el lado izquierdo, naciendole desde el brazo, y que se consumia en unos segundos. Aquella rara mezcla de culpa y felicidad lo estaba matando.

– Estoy jodido -pensaba, y encendia un cigarrillo con la colilla del anterior.

De: Granuja

Para: Diana

Enviado: jueves 24 de julio de 2003, 23:56

Asunto: “pero el amor… esa palabra”

Cortazar sabia de estas cosas:

“Creo que soy porque te invento alquimia de aguila en el viento desde la arena y las penumbras y tu en esa vigilia alientas la sombra con la que alumbras y el murmurar con que me inventas”

G.

XIV

Como cada sabado, Mercedes inauguro la manana poniendo la casa en orden. Ya no estiraba el brazo; ni siquiera le importaba que Lucio estuviera o no del otro lado de la cama. Abria los ojos, sentia que el dia se le desplomaba encima y solo lograba vencer la pereza cuando revolvia en su memoria hasta encontrar algun detalle casero pendiente. Entonces le venia un desasosiego que, a veces, terminaba en taquicardia, y que lograba levantarla para solucionar aquel desastre que amenazaba su mundo de seguridades. Jamas llegaba la sangre al rio, porque el tal detalle no era mas que alguna prenda por planchar o un vaso abandonado por Lucio en la pileta.

Estaba limpiando las gotas en la mampara del bano cuando cayo en la cuenta de que no le habia preguntado a Diana que llevar. “El postre”, penso, y con la dulzura vino a su mente la idea de que esa noche, aunque fuera de mentira, podria jugar a arreglarse para otro hombre. Era curioso, pero desde su ocurrencia en el bar no habia hecho otra cosa que pensar en Bruno, y el motivo inicial de la reunion empezaba a parecerle una tonteria. ?Que hombre soportaria a una engreida como Gabriela? “Pobrecito”, se dijo, “?como vamos a hacerle eso?”. Y en el mismo instante en que sonreia con malicia, decidio que aquella reunion no tenia mas razon de ser que probar si todavia podia seducir a un hombre.

Nando tomo su yogur de cada manana, preparo un par de tostadas y salio a trotar por el parque. Era una hora que se regalaba los sabados, temprano, antes de que los autos atestaran las calles y el aire se enrareciera en una mezcla de ruidos y olores que ni siquiera la arboleda podia mitigar. Le gustaba correr; experimentar esa sensacion de libertad metida en las piernas y que el viento le azotara la cara. Le gustaba tambien el cansancio saludable despues del ejercicio y la comprobacion semanal de que, rozando los cincuenta, aun se mantenia joven. Corria con la mente sintonizada en Victoria. Repasaba la textura de su piel y sentia los musculos ponerse a tono. Esa manana, mientras corria y la desnudaba en su mente, se dio cuenta de que no llevaba reloj.

Lucio comenzaba su sabado un poco mas tarde. Se tomaba su tiempo para estirarse en la cama, escuchar las noticias con la atencion puesta especialmente en los deportes. Despues, se duchaba y salia sin desayunar. En el quiosco lo esperaban con un cortado largo y dos medialunas rellenas, el mismo menu que venia repitiendo desde la infancia. No habia mucho para hacer alli. Los empleados tenian idoneidad suficiente, mas el estimulo de las comisiones, y se desenvolvian como si fueran los duenos. Lucio apenas hacia un simbolico acto de presencia y aprovechaba para hojear los diarios mientras desayunaba. Era un placer inmenso apoyar los pies en cualquier silla y comer sin preocuparse por dejar migas o la marca de un vaso en la mesa.

Ese sabado, Nando fue al club un poco mas temprano que de costumbre. Se saludo con los amigos intercambiando las palmadas habituales en la espalda, con tanta brusquedad que parecia una forma sutil de golpearse. Si alguien lo hubiera sugerido, habrian quedado atonitos ante una conjetura tan disparatada. Sin embargo, apenas entraban en la cancha, se ponia en funcionamiento una maquinaria de exhibicion fisica que terminaba pareciendose mucho a una cordial batalla. Cruzaban insultos con la misma naturalidad con que se daban los buenos dias, y cuando querian mostrar aprobacion por una buena jugada, no encontraban mejor forma de traducir su alegria que descargando una mano abierta como un zarpazo.

Lucio merendo con su ahijado menor, que cumplia cuatro anos. Como era su costumbre, habia gastado en el regalo una suma exorbitante que hubiera sacado a Mercedes de las casillas si no fuera porque el jamas la participaba de esos gastos y ella tenia la inteligencia de no preguntar. De hecho, Lucio ejercia el padrinazgo en soledad, y hacia tiempo que ella se habia desentendido de aquel molesto compromiso de tener que acompanarlo a fiestitas infantiles que solamente servian para recordarle la falta del hijo. La admiracion inicial confundida con amor habia ido dando paso a unos celos incontrolables, primero, y a la absoluta indiferencia, despues. Asi que Lucio decidio que aquella tarde de sabado disfrutaria con su ahijado hasta que llegara la hora de ir a la maldita reunion, de la que se hubiera excusado gustoso si hubiera sabido la formula para evitar el enojo de Mercedes.

Nando no se preocupo por el reloj. Aquel olvido parecia exonerarlo de la puntualidad. Era la primera vez en anos que le pasaba esto. Lo llevaba como un apendice natural de su cuerpo; se regia por el tan al segundo que su ausencia le hubiera causado desesperacion en otras circunstancias. Se entrego al premio de una ducha caliente despues del ejercicio y fue dejando que los musculos se ablandaran con un placer que lo llevaba, sin esfuerzo, a las tibiezas de Victoria.

* * *

Gabriela vomito durante toda la manana en un presagio funesto de que la reunion se estropearia. A eso de las once pidio un te y, cuando Diana se disponia a preparar cualquier yuyo convencional, le dijo que en su maleta traia unos saquitos de manzanilla y coca que levantaban muertos de sus tumbas.

– ?Coca! -se espanto Diana, como si ya viera irrumpir en su casa el jaleo de una brigada antidroga.

– Si, coca, no seas burra, ?por Dios! Es un te, nada mas, se compra en el super. Para un gramito de lo otro, se necesita bastante mas que unas hojas.

Diana salio de la habitacion refunfunando acerca de tornillos sueltos y mundos patas arriba, mientras Gabriela trataba de controlar una nausea y se decia que a su hermana le vendria bien viajar un poco. Al rato, se olian en la cocina los primeros vahos del te y Diana, con los nervios de quien hace una travesura, se servia un pocillo y lo bebia a escondidas. Espero unos minutos y comprobo con alivio que los ojos no se le escapaban de las orbitas ni le entraban ganas de salir a los saltos como un mono enloquecido. Cuando regreso con Gabriela, la encontro acostada junto a la caja, puesta como un animalito muerto en el hueco de su vientre.

– Esto no puede seguir asi. Vas a enfermarte, Gaby.

– ?Y que hago?

– No se, terminemos de una vez. ?Para cuando te dijeron?

– Este martes no, el otro, a las diez.

– Bueno, hasta entonces olvidate, por favor.

Gabriela la miro con recelo.

– No entendiste nada, Diana -volvio a usar el vos como hacia cada vez que le afloraba su parte mas intima-. No entendes nada. Nunca entendes.

– ?De que me estas hablando?

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