brazos para tomarle las manos, fue como si lo despertaran de un pesimo sueno. Dio vuelta la mesa y se ensano con ella como nunca mientras le gritaba: '?Hija de puta! Ya te voy a ensenar yo a hacerte la viva. ?A mi me vas a pasar? ?A mi?'.

Los golpes venian de todos lados, como si tuviera mil punos y una fuerza incontenible. Las patadas iban al vientre y ella se arrollaba sobre el piso como una oruga y se protegia con las manos, arqueando la espalda, gritando de panico y dolor. Juan no podia oirla, se habia hundido en su furia y estaba ciego; ni siquiera oyo cuando se abrio la puerta y entraron vecinos hartos de compartir la verguenza de saber y no animarse. Esta vez, pensaron que la mataba y se decidieron a intervenir. Elena fue a parar al hospital y Juan a la comisaria.

Las dos semanas que estuvo internada sirvieron para ordenar las ideas. En la cabeza de Elena se mezclaban las mas extranas sensaciones. Un momento, era la ira; al otro, una melancolia aplastante que la dejaba mas debil aun. Una unica cosa estaba clara en medio de la voragine de pensamientos: nada queria de Juan, y mucho menos un hijo. Penso en su madre, pero de inmediato desecho la idea porque otra humillacion la mataria.

Pasaba los dias mirando la aguja clavada en la vena del antebrazo, deseando arrancarla y morir sin mas compania que la vieja de la cama de al lado que se pasaba las noches aullando de dolor y los dias durmiendo como una marmota. Elena temia que llegara la noche y comenzara el lugubre concierto de quejidos. Sentia pena por la muchacha a sueldo que venia a matar el hambre junto a la cama de la moribunda a cambio de unos pocos pesos que la familia le tiraba para sacarse de encima el lastre de estar velando por adelantado. Como Elena estaba sola y no parecia tener a nadie que se interesara por ella, la muchacha le alcanzaba el agua y hasta llegaba a darle de comer en la boca mientras la vieja dormia, y las dos pedian en silencio que estuviera muerta para no tener que pasar por otra noche de horror.

Se llamaba Corina y tenia menos anos que los que delataba su piel seca y su mirada, seca tambien. Habia llegado a la ciudad como tantas, en busca de un sueno, sin saber exactamente cual, pero con la certeza de que cualquier cosa seria mejor que la miseria sin horizonte de sus pagos. Como muchas, encontro otro infierno. Corina habia entrado en la prostitucion cuando tenia diecisiete apenas, y no tuvo tiempo de aprender la diferencia entre sexo y amor. Se convencio de que nada mas podia esperar de la vida que complacer a los clientes, cuanto mas rapido mejor porque podia hacerlo mas veces, llevarle la plata al fulano y agradecer su proteccion, sin la cual vaya a saber que hubiese sido de ella. A los veinte ya llevaba cinco abortos, 'culpa de los condones pinchados', decia, por donde tambien se colo el virus maldito que la estaba matando de a poco. Por eso, cuando Elena solto su pena y le conto de ese hijo que venia, Corina no dudo en darle la direccion de una clinica donde por algunos pesos le solucionaban el problema, y la tranquilizo contandole su historia con la esperanza de que, en la comparacion, Elena encontrara consuelo.

Cuando le dieron el alta, se vio en la calle con lo puesto y una sensacion de pajaro con alas quebradas, pero Corina, que tenia esa virtud solidaria de las mujeres sufridas, la invito a su cuarto de pension, lujo que, segun le explico, se habia ganado en buena ley con el sudor de su cuerpo. Nunca mejor dicho. Habia dejado de trabajar para aquel hombre y justo cuando estaba logrando juntar una clientela que le daba para vivir, se le habia despertado aquel bicho infernal que le devoraba el cuerpo y que la obligo a abandonar sus artes amatorias por la tediosa tarea de cuidar enfermos.

Al otro dia de llegar, Elena ya estaba limpiando los pisos de la pension para arrimar algo a la magra olla de su protectora, y porque necesitaba como nunca el dinero para costear el aborto. Se levantaba al alba y empezaba por el cuarto hasta dejarlo tan reluciente que Corina se sintio contenta de haber tenido la idea de traersela consigo. Despues venian las escaleras y los corredores largos, iluminados por la luz del sol que se colaba a traves de las claraboyas delatando el polvo del aire. Limpiaba ventanas, fregaba ollas, barria y hacia todo el trabajo sucio que la duena, una vieja en silla de ruedas, se complacia en indicarle.

Al cabo de un mes, con algo menos de la mitad del dinero necesario y el resto que consiguio Corina pidiendo aqui y alla, cobrando algun antiguo favor y jurando devoluciones falsas, Elena llego hasta la clinica. Era en un viejo edificio y tuvo que subir cuatro pisos por escalera. La sorprendio encontrar tres mujeres, todas con las miradas clavadas en el suelo, sin levantar ni por un segundo los ojos, en el mas absoluto de los silencios. Elena solo se animo a mirarles los zapatos. Habia sandalias, tacos altos y hasta unos mocasines negros con medias tres cuartos. Tampoco se animo a levantar la vista. Espero hundida en el terrible silencio de aquellas mujeres que iban a lo mismo, como si temieran crear un lazo minimo que pudiera, mas tarde, cuando ya estuviera hecho, recordarles aquello con lo que iban a vivir el resto de sus vidas.

Entonces, llego el turno. Entro en un cuarto dividido en dos ambientes por un biombo. Sentada frente a una pequena mesa cubierta de papeles, una mujer vestida con una bata rosada le hizo unas cuantas preguntas, pidio el dinero y la condujo con suavidad hacia el otro lado del biombo donde habia una camilla, una mesita repleta de pinzas y una pileta junto a la ventana. Elena se trepo a la camilla, sintio el pinchazo; apenas vio al hombre de blanco que se acercaba, conto uno, dos, tres…, siete, y creyo que la habitacion daba vueltas. Cuando desperto, aun estaba acostada y queria vomitar. La mujer le pregunto si habia venido acompanada y, ante la respuesta negativa, le dijo que no se preocupara, que no habia mas pacientes y que podia quedarse hasta que se sintiera bien.

La noche ya habia caido cuando Elena volvio a la pension. A falta de dinero, camino unas veinte cuadras y se sintio desfallecer. Corina, como de costumbre, habia comenzado su ronda nocturna en algun hospital y no volveria hasta la manana. Elena cayo desplomada al intentar subir la escalera y ahi quedo hasta que el borracho de la pieza dos entro tambaleandose y se tropezo con ella. La cargaron entre cuatro, incluido el hijo de los polacos, que tenia no mas de nueve anos pero una fuerza de toro, y la pusieron sobre su cama. La polaca le coloco panos frios sobre la frente y se santiguo tres veces; despues hizo senas a los otros para que salieran y se sento a su lado con su instinto de madre alerta. La cuido hasta bien entrada la madrugada, cuando llego Corina. A media tarde, Elena hervia. Corina se hizo la sorda cuando la polaca dijo que habia que llamar a la emergencia, pero a la primera convulsion el miedo pudo mas que la duda y salio disparada hacia el cuarto de la duena para que le prestara el telefono.

En el hospital le suministraron antibioticos y le hicieron mil preguntas. Ella contesto con largos silencios que, por piedad, nadie quiso descifrar. Durante el tiempo que permanecio alli, internada en una sala enorme, las camas separadas por cortinas, compartiendo olores y gemidos, Corina estuvo siempre a sus pies, dandole los alimentos, conversando con medicos y enfermeras como si se tratara de su hermana y contandole historias puercas de clientes ricachones hasta hacerla reir. Cuando creyo que le darian el alta, intento convencerla para que llamara a su madre.

Olga llego esa misma tarde. Entro en la sala con expresion firme y las manos crispadas, como si estuviera pronta para soltar un largo sermon. Camino por el corredor, mirando a un lado y a otro y se detuvo al final de la sala. Cuando volvio sobre sus pasos, le atrajo la atencion una mujer gorda que dormia con la boca abierta y tenia un brazo morado atado a una bolsita con suero. Creyo que las piernas le flaqueaban; se acerco a la cama mal hecha y vio lo que quedaba de aquella hija que no habia sabido retener. Apenas podia reconocer la cara hinchada, el cabello enmaranado, el envejecimiento prematuro de las manos, toda la miseria reunida en ese pobre cuerpo. ?Cuanto habia pasado desde la ultima vez? ?Un ano? ?Por que estaba asi? ?Donde estaba el? ?Que le habia hecho? Corina llego a las seis y se detuvo cuando vio a la mujer sentada junto al cuerpo de Elena, sosteniendole la mano libre y apretandola contra el pecho mientras lloraba sin ruido, como una lluvia suave de primavera. Volvio sobre sus pasos y salio.

* * *

Elena regreso a la casa materna y empezo a recuperar fuerzas. Juan intento varias veces una reconciliacion, pero choco con la firmeza de Olga, que no se dejo intimidar por sus amenazas y, finalmente, desistio. Elena no tuvo que encargarse de los pormenores del divorcio mas que cuando era imprescindible que asistiera a una audiencia o cuando debia firmar papeles. De Corina no supo mas; intento llamarla a la pension, pero la duena le dijo de malos modos que se habia ido sin dejar mas rastro que la deuda de un mes completo.

Volver a la vieja casa fue como empezar de cero en un punto de partida no deseado y con un camino incierto por delante. Jamas hablaron de aquel ano durante el cual no se vieron. Olga la recibio con la misma calidez con la que se recoge a un perro herido en una noche de tormenta. Le proporciono comida y una cama limpia, ropa nueva y bano con agua caliente, un detalle que a Elena le parecio palaciego, pero nada mas; ni un beso, ni un abrazo, menos una palabra de consuelo. Varias veces Elena ensayo timidos intentos de conversacion para poder desahogar penas y porque creia justo que su madre supiera como habia llegado hasta ese limite de su dignidad,

Вы читаете La rosa de Jerico
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату