ningun otro regalo le ha marcado tanto los dias.

?Como estaria ella frente a su cajon? ?Se permitiria el descaro de llorarlo como una Julieta o fingiria una pena correcta mientras se rompia por dentro? ?Y los demas? Tantas veces se habia preguntado quienes, cuantos irian a su entierro. Queria gozar de esa satisfaccion de observarlos y descubrir quien lloraba en serio, quien ocultaba aburrimiento tras los lentes oscuros, quien no podia evitar un chiste de mal gusto, quien lo recordaba mejor de lo que habia sido; y, ya casi sintiendose un ser superior, tener el don de penetrarles el pensamiento para medirles el exacto nivel de la tristeza.

En todo esto pensaba mientras exprimia dos naranjas y hervia agua para el cafe. La habia querido tanto que, el dia en que le dio aquel no tan brutal y rotundo supo que lo estaba atando a la eternidad de una pena sin esperanza. Alguien dijo la estupidez de que los hombres no deben llorar, que son menos sensibles, que no sufren por estas cosas. O que sufren menos. Tadeo sintio que se derretia aquella tarde, que una parte de el se volvia una baba de miserias y que esa baba lo iba tragando de adentro hacia fuera, hasta convertirlo en un ser transparente, amorfo. Asi habia vuelto a sentirse otras veces, y ese martes, el ultimo de su vida, volvia a experimentar esa sensacion tan cercana a la nada.

Tenian diecisiete anos y se habian gustado desde el principio. Crecieron en esa ambiguedad deliciosa de los primos que pueden permitirse cierta intimidad rodeada por el halo de lo prohibido. Se vieron florecer los cuerpos y se acompanaron primero con curiosidad, despues con delectacion, mirandose desde lejos sin animarse a tocar aquella piel que los perturbaba hasta en suenos. Y jugaban cada vez mas cercanos unos juegos bruscos en los que, por momentos, parecian querer lastimarse. Hasta que una tarde se vieron enredados en un mar de piel, piernas y pelo, un unico sudor, y una fuerza devastadora que los levantaba como un tentaculo hasta el mismo cielo, los revolvia por el aire cargado de olores, que eran los suyos, y luego los aplastaba uno contra el otro, apretados, felices y muertos de miedo.

Lo hicieron tantas veces… tantas veces entro en su cuerpo con un deseo tan puro, tan absoluto. Y podia sentir lo mismo en su forma de tocarlo, de olerlo, de pedirle que se hundiera en ella, de mirarlo a los ojos cuando explotaba feliz, pleno. Entonces, el se retorcia de placer y angustia, como si estuviera muriendo entre sus brazos, y le alcanzaba una minima lucidez para ver como ella lo miraba, como fijaba sus ojos en los suyos y sabia que era feliz viendose a si misma en el reflejo de felicidad que le devolvian. Luego la abrazaba, y temblaban los dos empapados en una culpa dichosa.

Fueron varios meses de mentir a los padres que siempre eran los tios de uno o del otro, de leer cuanta enciclopedia habia para ilustrarse acerca de los monstruos que su amor podia engendrar. Nada importaba. Nada mas que aquel vacio hacia el que se lanzaban cada vez para resucitar luego de las bellas muertes y quedar abrazados en silencio, por temor de que alguien los descubriera; con mayor temor de que cualquier palabra los devolviera a una realidad que deseaban poner bien lejos. Aunque sabian, los dos sabian que aquello estaba condenado a terminar mas temprano que tarde.

Ella le dijo no, un no rotundo y brutal, y a el le tomo unos segundos recomponerse para verla tan cruel, tan serena, impavida, con un brillo imperceptible titilandole en la mirada, una lagrima contenida a fuerza de responsabilidad, de anteponer el deber al querer que habian forjado juntos. Tardo anos en comprender que ella tambien estaba rota por dentro y que solo se mantenia firme para sostenerlos a los dos.

El tio Ignacio la mando lejos, a estudiar cualquier cosa en cualquier parte, un lugar hasta donde su amor no pudiera alcanzarla. Y volvio, siete anos despues, convertida en senora de un gringo insulso que nunca mostro interes por hablar ni una palabra de espanol y que la lleno de hijos pecosos. Trato de verla lo menos posible, pero, cada tanto, las circunstancias familiares los cruzaban, y entonces Tadeo se vengaba clavandole una mirada de acero desde donde le decia que se habia puesto gorda y fea, y le desplegaba la imagen de la mujer plena que hubiera sido a su lado. Intentaba, con la sola fuerza de esa mirada, hacerle pagar por cada noche que habia pasado mordiendo la almohada, pero la pobrecita ya tenia su castigo y, en lugar de defenderse, lo miraba suplicante, como pidiendo: “Ya basta, querido, ?no ves que con esto alcanza?”. En ese martes tan particular, la veria de nuevo, le daria el pesame por la muerte de su padre y, ante la vista de todos, volveria a abrazarla con aquella ternura, aunque ya no fueran los mismos.

No debia perder de vista lo mas importante de ese dia, su ultimo dia, un dia que venia a torcerse con esa muerte fuera de tiempo. Si su ego hubiera estado mas energico, le habria resultado insoportable que el tio Ignacio le hubiera robado el protagonismo familiar de una muerte inesperada. Pero el ego de Tadeo era polvo machacado, con paciencia destruido en los ultimos veinte o treinta anos, o quizas en los cuarenta y siete completos que llevaba de vida.

Abrio el cajon de las servilletas y ahi estaba, una puntita apenas que asomaba debajo de los repasadores. Hacia tanto que no se permitia pensar en eso, pero ese dia todas sus frustraciones parecian confabular para ir a amontonarse sobre sus espaldas. Era la unica copia que quedaba de las tantas que habia hecho y que alguna vez anduvieron desperdigadas por la casa como un tesoro en un arenal. Aquel manuscrito habia sido su mayor ilusion. Una coleccion de cuentos breves con la que Tadeo habia recorrido editorial tras editorial y de la que no guardaba mas que la sensacion de un inmenso agujero, un pozo al que habian ido a parar sus pobres veleidades de escritor. De tantas alas desplegadas solo quedaba aquel manuscrito amarilleando en el oscuro olvido del cajon de las servilletas.

Tadeo suspiro para aliviar el peso de los recuerdos, cerro el cajon y se sento a desayunar como hacia tiempo no se permitia. Numeral 1: jugo de naranjas, cafe, dos galletas y un complejo vitaminico que tomaba cada dia. Le hizo gracia este detalle, pero era parte de la rutina y no le parecio que le hiciera dano tomarsela, pobre vitamina, tan inutil, vitamina sin futuro. Luego, se vistio sin prisa, eligiendo la ropa que mas le gustaba y pensando todo el tiempo en ella, en que ella debia verlo bien esta ultima vez que iban a encontrarse. Los demas le importaban menos que nada; incluido el tio Ignacio, que el Diablo se lo llevara bien abajo desde donde no pudiera hacer mas dano a nadie ni separar amores como quien arranca un azahar del limonero.

Jano le habia dicho a las once en el panteon familiar. Tenia un par de horas por delante. Habia confeccionado una lista para no dejar nada librado a la suerte que, en su caso, pocas veces habia sido buena. Lo primero era el desayuno, y lo habia cumplido con la unica alteracion de aquella llamada telefonica que lo habia sacado de foco por un instante, pero que no lo perturbaria mas de lo necesario. De hecho, tampoco se enganaba. Si iba a aquel entierro era solamente por verla a ella. La habia incluido en el numeral 3, pero ahora ya no seria necesaria la patetica despedida por telefono. Un dia le dijo: “Vos y yo vamos a estar juntos cuando seamos viejos”. Un abrazo seria lo bastante elocuente para que ella entendiera que ahora si se les cerraba la posibilidad de ese encuentro.

Repaso el numeral 3: carta y llamadas.

a) Cesar y Alma (un beso para el bebe)

b) Laura

c) Marga

d) Victor

e) Familia (la puta que los pario)

Como le divertia esto ultimo. Finalmente, gozaria de la impunidad de insultarlos. A lo sumo, pensaba, no irian a su entierro. ?Y que? A quien le importaba una parva de caras falsas sin sentimiento de pena, sin el menor remordimiento. Eso lo molestaba. Su muerte tampoco iba a darles culpa. Los buenos tiempos en familia habian pasado hacia mucho. Como en aquella foto, la unica foto suya que Tadeo conservaba a la vista, en su escritorio, un poco descolorida, ajada en las puntas, pero lo interesante se veia igual. El a los tres, corriendo hacia la camara, como si fuera a llevarsela por delante, con la mirada limpia, de una transparencia conmovedora y una sonrisa sin sombra. En una chacra. Al fondo se veian macetas con malvones rojos, y al mirarlos volvia a el ese olor tan particular que se queda en las manos apenas se los toca, como si fuera polvo de alas de mariposa; asi se pega el olor a malvones, un olor tan cercano a los recuerdos de su infancia. Se miraba correr y pensaba donde habian quedado aquellas ilusiones; donde quedaste, Tadeo, donde te dejaron, donde te perdiste, cuando. Esa foto vieja era su recordatorio de un tiempo en el que todo estaba por hacerse, y era la prueba mas dolorosa de su fracaso.

Es sabado por la noche y Tadeo no puede dormir. Jano ha tenido pesadillas; como de costumbre, hablo su lengua de sonambulo y se hundio en un sueno tumbal. Pero esos segundos han bastado para que Tadeo se

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