– Senora… -titubeaba el pobre, su mirada oscura yendo del bolso a mis ojos, de mis ojos al bolso. Entonces hice algo impropio de mi caracter: le ofreci un autografo. Aquella mirada oscilante se ilumino.

Avance hasta el escritorio de Violeta. Por principio, ella siempre tenia papel fresco a la mano. Al lado de la resma descansaba un libro abierto en la pagina 90. Luego de preguntarle al policia por su nombre de pila, le dedique un largo y carinoso saludo.

Mi salida fue triunfal. (Pobre Andres, ?como explicarle que el no lo habria conseguido?) Tan concentrada habia estado en mi tarea, que habia olvidado a la prensa. Me dio una rabia tremenda cuando, al cruzar el porton, senti el calor de los focos en la cara: la television habia llegado. Le pedi sin vacilar al carabinero, con su autografo en el bolsillo, que me escoltara hasta el auto: yo no tenia nada que declarar.

A las tres cuadras mi aparente prestancia se derrumbo. Es que al acercarme al escritorio de Violeta habia leido la pagina 90 de ese libro abierto. No pude dejar de hacerlo. Supongo que fue lo ultimo que Violeta leyo. Aquellos dos parrafos, subrayados con linea insegura y en tinta cafe, me sobrecogieron.

La pagina era «Poem of Women», de Adrienne Rich. Ay, Violeta, no fue mi deseo afanarme en el desencuentro. No, creeme que no elegi ser esa testigo desatenta de lo que te estaba pasando.

Puedo reproducir lo subrayado, me lo se de memoria:

And all the limbs of a woman plead for the ache

of birth.

And women come down to lie like sick sheep

by the wells -to heal their bodies,

their faces blackened with your long thirst for a

child's cry

and pregnant women approach the white tables

of the hospital

with quiet steps

and smile at the unborn child

and perhaps at death. [1]

Violeta, dime que tu sonrisa fue para el nino no-nacido, pero no me lo digas si fue para la muerte.

Es que durante el sueno habia vuelto a mi una imagen olvidada. Esta imagen establecio, en ese dificil momento del despertar, una relacion entre el presente y la vispera. Andres aparecio con el diario. Comence a adaptarme a esta nueva realidad cuando senti la puntada en la sien, no antes.

Una imagen de la infancia.

Violeta llegando a mi casa con una caja de carton en las manos. Era bastante grande y el leve temblor de su cuerpo delataba el esfuerzo que habia hecho para sostenerla, cuidadosamente, durante el recorrido en micro de su casa a la mia.

– ?Me la puedes guardar? -sus ojos de nina, interrogantes y recelosos a la vez.

Con el mismo resquemor con que se entrega un botin en custodia, estiro sus manos depositando la caja en las mias.

– ?Cual es el lugar mas tuyo de toda tu casa, donde no llegue nadie mas que tu?

Tan serias sonaban sus palabras, que hice un esfuerzo para responder a su altura.

– Mi cama.

– Ya. Vamos.

Subimos silenciosas hasta mi habitacion. Me quito la caja y ella misma la metio debajo de la cama.

– Listo.

Se disponia a partir cuando le pedi una explicacion.

– Manana es la famosa mudanza y se que nadie va a respetar mis cosas. Los grandes creen que son cachivaches. Por eso quiero que tu guardes todos mis tesoros hasta que pase el peligro, cuando hayan arreglado la casa nueva. Asi, nadie puede botarlos.

Al irse me clavo la mirada.

– Me los vas a cuidar, ?verdad, Josefa?

Al dia siguiente me abordo en el primer recreo.

– ?Dormiste sobre mis papeles? ?Nadie los ha tocado?

– ?Son papeles? -pregunte asombrada. No me habia prohibido abrir la caja, pero fue como si lo hiciera, y a pesar de mi curiosidad no me atrevi-. ?No dijiste que eran tesoros?

Me miro entre arrogante y sorprendida.

– Si, son tesoros.

Transcurrida una semana, le recorde la caja.

– No, no me la devuelvas ahora. Yo te aviso cuando.

Pasado el tiempo que considero prudente, fue a recogerla. La acompane al paradero del bus. Iba muy concentrada. Cuando nos despedimos, me dijo:

– Este es un acto de confianza muy grande. Seras mi amiga toda la vida.

Violeta siempre escribio. ?Diarios? Ella no los llamaria asi. Apuntes. «Para ordenarme la cabeza», decia. Era facil contentarla. De cada viaje yo le traia algun cuaderno bonito. Notebooks, but not golden. Recuerdo uno con la fotografia de Virginia Woolf en la portada. Otro en cuyo carton reluciente se reproducia el Senecio de Paul Klee. Y los que se forraban con telas de colores, esos eran sus favoritos. Sus paginas virgenes, suaves, incitadoras como el cuerpo de una joven para un hombre maduro, decia Violeta al pasar sus manos por ellas.

Los pistachos y los cuadernos: facil Violeta para regalar. No me exigia concentracion.

Los acumulaba. Su letra era muy grande, bonita, desordenada y generosa. Los consumia rapido, mas aun si llegaban a sus manos en algun momento de crisis. Me atreveria a afirmar que durante su matrimonio con Eduardo lleno mas cuadernos que en el resto de su vida.

Logre salvarlos. No resisti la idea de ver su intimidad en manos de la prensa o la policia, cual de ambas mas despiadada. Es que fue tan casual ese dia, hace un par de meses… Estabamos en la galeria -nunca se estaba en otro lugar con Violeta, dentro de su casa- y ella interrumpio la conversacion al mirar hacia el baul de mimbre, como si recordara algo que temia olvidar pronto:

– Sabes, ya no retengo nada. No se que le pasa a mi pobre cabeza, el dia que estalle encontraran adentro miles de cuadraditos con anotaciones de todo lo que no debia olvidar, las mil estupideces diarias. Para eso solamente parece estar la cabeza, o al menos la mia… y detras de los cuadraditos aparecera un polvo negro que sera la medida del esfuerzo que he hecho por acordarme de cada una de esas cosas. Y creeme que habra mas polvo que cuadrados…

– ?Y que es lo que no tienes que olvidar de ese baul?

– Ah, si. Eso… si me pasa algo, Josefa, imaginate que me muero sin aviso, un ataque en plena calle, cualquier cosa: mis diarios estan en el baul. Por favor, haz algo con ellos, protegelos.

Me rei.

– ?Para que los escribes, entonces? -Porque no puedo dejar de hacerlo, es mi unico orden posible. ?Me lo prometes?

– Si, te lo prometo.

– Ya, despachado: una variable menos. Tantas veces me he dicho: tengo que pedirle a Josefa… Luego te veo y se me olvida. ?En que estabamos? Ah, en la Pamela. Sigue contandome.

No necesite mirar los diarios a la manana siguiente: las llamadas telefonicas de innumerables periodistas me lo hicieron suponer. Era mi fotografia esta vez, entrando en la casa de Violeta, y la prensa haciendo conjeturas sobre nuestra relacion.

?Que hacia yo ahi? Esa era la gran pregunta.

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