Nada que responder. No acepte que me pasaran ni un solo llamado. Si en tiempos normales no los tolero, mucho menos ese dia. Me encerre en el estudio. Ni a los ninos les abri la puerta.

Le pedi a Andres que llegara temprano y se hiciera cargo… La casa entera vibra, convulsionada. Estamos todos igualmente inquietos. Hago esfuerzos por disimular. Tengo que acomodar un lugar para Jacinta entre nosotros. Me sorprende como se repite la historia: mi mama trajo a Violeta a nuestra casa cuando eramos ninas. Bueno, las circunstancias eran distintas, aunque no debo suponer que el abandono en que se debate ahora Jacinta sea mayor que el de Violeta en esa epoca.

Tarde o temprano tendre que declarar.

?De que hablare? ?De la infancia? ?Del colegio? ?De los anteojos celestes con marco de carey, alargados en sus puntas? No, no basta. Voy a tener que hablar sobre la fiesta de disfraces, sobre el atraso de Violeta esa noche, cuando mi maquillador la convirtio en ese precioso payaso de cara fucsia. Y sobre el gin. Tambien sobre su temor: Josefa, avisale tu, me atrase tanto, Eduardo se va a enojar.

Pero no basta. La unica defensa posible seria hablar sobre el ultimo bosque, el lugar aquel para guarecerse, el sueno de Violeta. Y sobre la casa del molino. Si, es lo unico de lo que debo hablar.

Contar la historia de una mujer.

Una mujer es la historia de sus actos y pensamientos, de sus celulas y neuronas, de sus heridas y entusiasmos, de sus amores y desamores. Una mujer es inevitablemente la historia de su vientre, de las semillas que en el fecundaron, o no lo hicieron, o dejaron de hacerlo, y del momento aquel, el unico en que se es diosa. Una mujer es la historia de lo pequeno, lo trivial, lo cotidiano, la suma de lo callado. Una mujer es siempre la historia de muchos hombres. Una mujer es la historia de su pueblo y de su raza. Y es la historia de sus raices y de su origen, de cada mujer que fue alimentada por la anterior para que ella naciera: una mujer es la historia de su sangre.

Pero tambien es la historia de una conciencia y de sus luchas interiores. Tambien una mujer es la historia de su utopia.

Violeta.

Esta quisiera ser la historia de Violeta, si la mia no se entretejiera tanto con la de ella. Pero nuestras biografias no me permiten la distancia necesaria. Tampoco algunas marcas comunes, como el sentido de la perdida, el de la exclusion y cierto desprecio por lo opaco.

Probablemente, ella definiria su vida como una historia de pasion. Sin embargo, si extiendo la mirada, creo que no, no es solo la pasion. La historia de Violeta es una historia de anoranza.

2.

A pesar de nuestras diferencias, Violeta y yo teniamos cosas en comun. Por ejemplo, la honestidad y el amor por las blusas de seda. Y el brillo. Siempre nos importo el brillo. No el usual ni el obvio. Requeriamos una cierta luz sobre nosotras. Una luz que nos salvara de lo inmediato, que nos alejara de la vulgaridad. Detestabamos lo ordinario. Por ello, compartiamos el deseo de soledad. La soledad fisica. A medida que pasaban los anos la valorabamos mas, como si su carencia impidiera todo florecimiento. Sin ella, Violeta y yo nos marchitabamos. Nos reconociamos como mujeres de nuestro tiempo y no eramos tan ilusas como para no comprender que nuestro tiempo se confabulaba contra este inocente deseo. Fue buscando esta soledad, entonces, que Violeta dio con ese lugar: la casa del molino.

Lugar innombrado, secreto. Lugar del viento perenne, del abandono, desconectado de todos los otros lugares que lo circundan. Cerrado, autosuficiente, donde la totalidad de los elementos del paisaje no depende de otros: un pequeno universo reservado para nosotras. Y fue Violeta quien hizo la analogia entre la casa del molino y el paraiso.

?Donde, sino en el sur de Chile, se puede encontrar ese lugar?

Fue hace diez anos, cuando Violeta volvio a este pais. Su larga ausencia la indujo a retomar de inmediato el camino del sur. Esa vez levantaba carpa cerca de Puerto Octay, a orillas del lago Llanquihue, para dirigirse a Ensenada. Habiendo dejado atras el pueblo de Cascadas, bordeando un camino rustico, elevado y panoramico que serpentea junto al lago, Violeta capto de pronto la totalidad del paisaje y recibio el primer impacto de su majestad. Era un dia claro y ante sus ojos se presento el volcan Osorno: el emperador de los volcanes, como lo bautizo ella. A ambos lados diviso, nitidos, el Puntiagudo y el Tronador. Sus cumbres cubiertas de nieve contrastaron armoniosamente con el azul intenso de las aguas del lago y los variados verdes de la vegetacion. (Mas tarde iba a aprender que en los dias de lluvia, en cambio, las aguas y el cielo se aproximan a los diversos matices del gris, y hasta las plantas y los arboles se hacen borrosos, con un color indefinible que se asocia a esa rara combinacion: fuerza y serenidad.) Continuo el serpenteo, cada vez mas subyugada por el panorama del lago. En un momento observo que el camino se bifurcaba y que todos los automovilistas seguian el trazado principal de manera natural. Lo importante es que Violeta percibio un desvio y quiso seguirlo. El amigo que la acompanaba reclamo que no era esa la direccion. Violeta insistio y descendio por una huella abrupta, con curvas suficientes como para no ver lo que habia abajo, y con obstaculos y baches como para desalentar al mas entusiasta. Pero desalentar a Violeta es casi imposible. El camino volvio a hacerse recto y sus ojos se encontraron con una bahia, no mas de un kilometro de largo, atravesada de extremo a extremo por un sendero a cuya izquierda habia campo puro; a su derecha, el lago. La mirada de Violeta quedo fija en ese campo, flanqueado por cerros y monticulos verdes, donde reconocio el bosque nativo y los arbustos de la zona. Se entrecruzaban pequenos grupos de animales domesticos -gansos y patos entre los mas pobres; cabritos, corderos y vacas, los mas ricos- que por si mismos animaban este escenario. Luego volvio su cabeza hacia el otro lado de la huella: densas hileras de pinos formaban una cortina que protegia la extensa playa.

Se bajo del auto. Corrio hacia la arena y se hinco en ella. La geografia abrigaba esta bahia cerrada y apacible con sus dos puntillas, que penetraban en el lago creando un vasto espacio de agua quieta. Es un lugar propio, penso Violeta hechizada, y es la bahia la que da la sensacion de espacio propio. Contemplo el silencio. Se dijo por fin que este era un pequeno mundo, separado del resto del mundo grande. Las colinas que lo rodeaban, con sus arboles altos y anosos, afianzaban la sensacion de una comarca en miniatura.

Diviso a traves de los pinos los restos de un molino. Y a su lado, una casa. La tipica casa del sur, con tejuelas de alerce, dos pisos, madera gris que alguna vez fue color caramelo oscuro. Parecia abandonada a su suerte. En la reja habia una tabla de pino, cepillada y angosta, con un letrero: Casa del Molino. Avanzo hacia la amplia entrada, con sus clasicos escalones y su descanso de tablas sujeto por cuatro vigas, y encontro la puerta. Pero eran dos puertas, no una. Golpeo en ambas a la vez, intuyendo el silencio que efectivamente le respondio.

Bajo los escalones y se interno por una senda angosta, cerrada por grandes castanos, y se topo a boca de jarro con una segunda casa, una cabana. Cuando se acerco a tocarla, como si fuera la de un lenador en los cuentos de la infancia, reparo en otro pequeno cartel de madera: Casa del Castano. ?Por que estaban nombradas? ?Para quien?

Encontrar al senor Richter media hora mas tarde fue facil. El entusiasmo de Violeta la llevo hasta el.

«Cuando se cerro el molino, puse en arriendo sus casas. Mi abuelo dividio la suya hace muchos anos, para vivir ahi el y la familia del molinero. Tambien construyo bajo los castanos una choza para almacenar el trigo; yo la converti en esa cabana. En ella veranea mi hija casada, no cabe aqui con los nietos. Y si usted camina un poco mas lejos, unos pasos mas alla de la casa del castano, vera la mediagua de unos campesinos. Ahi viven Aguayito y la Maria. Tienen un huerto, abastecen de verduras a los arrendatarios, hacen el pan, ordenan las vacas, ahuman el salmon. Y tienen un hijo, un cabro muy habiloso que lo resuelve todo: corta la lena, arregla los enchufes, acarrea los balones de gas al pueblo, todo lo que necesiten los de la casa grande.»

Esto fue en noviembre de aquel ano, y Violeta abandono el lugar tras dejar ambas casas arrendadas para el primero de febrero.

«Nunca le contaras a nadie que estuviste aqui», le dijo a su acompanante, unico testigo.

– Mas pareces una hija del rigor que una veraneante -fue el comentario de Eduardo cuando llego por primera vez a nuestro santuario-. Solo Violeta podia elegir como balneario lo que parece la mas furiosa costa irlandesa - agrego, mirandome a mi.

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