– La hija de Ryan… -acote.
– Nadie les va a disputar este lugar, no necesitan mantenerlo secreto -nos envolvio a ambas con sus brazos-. Nadie en su sano juicio querria vivir en medio del viento.
Violeta, sorprendida, medito unos instantes y luego rio.
– ?Que raro! Nunca me habia dado cuenta de que aqui el viento es permanente. Lo he incorporado como parte del lugar y no se me habia ocurrido que existieran lugares sin viento.
– Tranquilizate, es por eso que los ricachones nunca llegaran aqui: este viento impide cualquier deporte acuatico. No tienes para que esconder tanto el lugar, Violeta -insistio Eduardo.
Esa primera noche, a la hora de comida y todavia asombrado con la casa del molino, Eduardo dijo con cierta ironia:
– En Violeta, hasta el estilo de veranear se convierte en un gesto comprometido.
– Bueno, si vivieras en Sudafrica el mero acto de respirar seria un «gesto comprometido» -contesto ella con rapidez.
Andres, que le celebraba casi todo, salio en su defensa:
– A la mirada comprometida de Violeta yo la llamaria, para ser exactos, responsabilidad.
– Mmm -lo mire con mi habitual escepticismo-. Me pregunto si a Violeta no le resulta agotador ser siempre responsable.
– ?Como? -pregunto Eduardo.
– No se, esto de la responsabilidad permanente…
– Es cuestion de tener algun tipo de disciplina frente al mundo -tercio Violeta, manteniendo su buen humor-. Creo que a eso se refiere Andres.
– No, yo creo que se refiere a tus famosas causas -lo dije en forma ligera, sin gravedad-. Tantas causas… ?que cansancio!
– Ya, que lata. ?Podriamos cambiar de tema? A Eduardo no le cuesta mucho reirse de mi; no le den mas razones ustedes. Despues de todo, se supone que son complices mios, ?no?
Esa noche Andres dejo un momento su libro y se dirigio a mi, serio.
– Violeta no es un alma sencilla, ?verdad, Jose?
– No, claro que no… ?Por que lo dices?
– No se… Presiento que se debate buscandole una respuesta satisfactoria a algo que es tan simple: vivir.
Era cierto. La pesadilla de Violeta, su sueno espantoso, era que el silencio vacio fuera la respuesta a sus propias preguntas -esas que se formulan sin formularse- sobre la forma mas justa de estar sobre esta tierra.
Al aproximarse febrero, cada ano, comenzabamos nuestro ritual. A medida que se acercaba el dia primero, sonaban los telefonos. Y esa noche, la vispera de la partida, al cargar los autos, llegabamos a hablar hasta diez veces de una casa a otra.
Nos habiamos puesto de acuerdo previamente sobre los libros. Andres y yo, por razones obvias, nos sometiamos docilmente al criterio de Violeta, y debo reconocer que era lo unico en que nos sometiamos a ella. Yo era la encargada de los videos, que mi hijo Borja habia ya grabado durante el invierno. Los primeros anos llevabamos peliculas antiguas, mucho clasico, mucho blanco y negro. Cuando el mercado de videos estuvo casi tan al dia como el del cine, veiamos en el verano las peliculas que nos saltabamos en el invierno. Yo ya no iba al cine; odiaba que me reconocieran y temia al inevitable companero de asiento, abriendo sus caramelos con ese ruido del celofan en el silencio de la sala, arruinandome todo goce posible. Y cuando luego empezaban a mascar o les daba por los chicles, sencillamente me cambiaba de asiento. (Nunca olvidare mi primera ida al cine en Nueva York, cuando en la cola vi a esos gringos con sus enormes vasos de papel encerado repletos de popcorn. Corte por lo sano: abandone la cola y nunca mas pise una sala. No sone que semejante costumbre llegaria mas tarde a mi pais.)
«?Llevas este ano la wafflera? Ya. ?Y la parrilla? Es que a mi no me cabe la plancha para la carne, no me cabe absolutamente nada mas.»
«La cafetera suiza, ?la echaste? Yo llevo la Bialetti.»
«?Y la guitarra?»
«Ay, Violeta, no jodas. Voy a descansar.»
«Entonces Jacinta lleva la suya. No te hagas la ilusion de no cantar en todo el verano.»
A medida que pasaban los anos, nos fuimos sofisticando.
«?Celular? ?No seas siutica, Josefa! ?Para que lo necesitamos? La idea es que el resto del mundo no exista.»
Tenia razon Violeta: de eso se trataba. Si no fuera por los postes de la electricidad, no habriamos sabido en que siglo estabamos. Hasta la ausencia de un almacen nos ayudaba a construir este refugio contra todos los rasgos distintivos de nuestra civilizacion. Hace poco lei una encuesta; el dos por ciento de la poblacion no sabe quien es el Presidente de la Republica. Pense en los campesinos del Llanquihue: no me cupo duda de que Aguayito formaba parte de ese porcentaje.
El tiempo era la pieza clave en la casa del molino.
Nos sacaba de la contingencia. Nos convertia en una especie de vagabundos sin ancla, ni ropaje, ni deberes. Nos daba la oportunidad, una vez al ano, de contemplar nuestras vidas con distancia, y esto nos hacia pensar que nuestras raices eran duraderas. Rara calidad del tiempo. El unico espacio en la tierra donde yo no me ocupaba de el, hasta el punto de no poder asegurar si habian transcurrido quince o cinco dias, si era martes o domingo, si recien habia llegado o si ya debia partir.
Lo atemporal nos rejuvenecia y a mi me suavizaba. (Conoci esa sensacion cuando paso lo de Roberto. Solo que entonces el tiempo desaparecio en el horror, quedo suspendido. Ahora, en cambio, estabamos sobre el; no nos dominaba ni sometia.)
En la casa del molino cocinabamos nosotros, lo que raramente haciamos durante el ano. Cantabamos, algo a lo cual yo me negaba en mi vida diaria. Conversabamos… en circunstancias de que yo ya casi no conversaba con nadie, salvo algunas noches con Andres.
Todos los gestos cotidianos perdian su cualidad rutinaria y se convertian en sorpresas.
Nos instalabamos en mi cocina grande y mientras hablabamos de nuestros trabajos, maridos, hijos, o comentabamos el libro que ya habia terminado de leer la otra, surgian de nuestras manos las compotas de ciruela, las mermeladas de frambuesa, los waffles en las tardes frias. Violeta trasladaba su hamaca y la tendia entre los dos castanos del potrero de atras. El viento no la descorazonaba.
Necesitabamos un lugar de campo y de agua. No nos bastaba el campo. El agua, como siempre, nos daba una salida. Para los pies, para el pensamiento.
Violeta se quedo con la casa del molinero y yo con la del abuelo Richter. Era una division proporcional al tamano de nuestras familias. Subiamos por la misma escalera a nuestras dos puertas, que nunca se cerraron. Los ninos entraban indistintamente a una u otra. Una miraba al volcan, la de Violeta. La mia, al lago. Violeta, que tenia una verdadera pasion por las casas, se paraba entre ambas a contemplar con amor esas tablas grises. A pesar de todo lo que ha viajado en su vida y aun sabiendo que iba de paso, siempre quiso tener una casa en el pais que visitaba, o en cada ciudad o pueblo que le robaba el corazon. Mantenia la fantasia de echar raices donde estuviera, de disenar su propia casa en cada parada. «Si algun dia logramos convencer a Richter para que nos venda este lugar», me decia, «nos haremos dos casas… Las tengo totalmente disenadas en mi cabeza. No solamente la mia, la tuya tambien. Veras las preciosuras que seran, enteras de alerce. Las dos tendran vista al volcan y al lago. Las haremos sin coneteria, Josefa, ?preparate!» Y es que ella de verdad habitaba los lugares, se apropiaba de ellos y los inundaba de si misma. Rara cualidad esa. La he encontrado poco en la vida.
La comunidad acustica era total, por lo que no se podia compartir una casa asi entre desconocidos. Era divertida la division: a mi me toco la gran cocina, a Violeta el gran bano. La casa de ella tenia dos dormitorios. El suyo, casi monacal, era pequeno, con una cama matrimonial y una silla, nada mas. El otro era enorme, de techos muy altos, con muchos camarotes; Jacinta se apoderaba de el, procurando llenarlo con sus amigas. Violeta era mucho mas permisiva que yo al respecto. Yo me agotaba con la casa repleta de gente y limitaba el numero de amigos que podian invitar mis hijos. Ella no. «Mira, Josefa», solia decir, nada me importa mas que los recuerdos que Jacinta tenga de sus vacaciones: le daran consistencia cuando sea grande, lo se. No quiero que le pase lo mismo que a mi.»
Mi casa tenia cuatro dormitorios, dos banos chicos, modernos, provistos solo de una ducha. El bano de Violeta