y su enorme tina eran la envidia de todos los mios.
Violeta se levantaba siempre a medianoche, o de madrugada, y se dirigia al lugar mas tibio de la casa del molino: el bano era su espacio favorito. El gran termo de agua caliente, las muchas canerias al aire -como si su antiguedad o precariedad hubiese tenido la intencion mas vanguardista- y el calor que despedian esos tubos parecian llamarla: era un calor que Violeta no sabia bien de donde venia ni hacia donde iba. Su cuerpo avanzaba casi con independencia de su voluntad: como un fantasma, se deslizaba incorporea, apenas un movimiento, apenas la tibieza del roce de esos calidos cilindros.
Violeta y yo cantabamos. Eran los momentos predilectos de Andres, cuando armabamos de noche la fogata y yo veia asomarse, a traves de las lenguas anaranjadas, sutilmente, su amor. «Me enamore de tu voz antes que de ti», me decia. «No importa», lo disculpaba yo, «mi voz y yo somos la misma cosa.»
Hubo tiempos largos en que Violeta canto conmigo. Aferrada a cualquier forma de arte «para respirar la vida», la musica no podia estar ausente de ella. En distintos escenarios -el colegio, la universidad, el campo, las fiestas-, siempre la misma escena: Violeta me hacia la segunda voz. La suya era alta, fragil y dulce, una soprano si hubiese sido profesional. Yo era la que daba la partida con mi registro fuerte y sonoro de contralto:
La pericona se ha muerto, no pudo ver a la meica…
Ella entraria en el momento exacto:
La pericona se ha muerto, no pudo ver a la meica…
Y ambas voces se unian:
…le faltaron cuatro reales, por eso se cayo muerta…
En ese punto nos mirabamos; nos cambiaba el espiritu y continuabamos con alegre intensidad.
Asomate a la rincona…
Discutimos siempre sobre las canciones de Violeta Parra, nuestra favorita. Acordamos que las dos mejores eran Gracias a la vida y el Maldigo. Ella insistia en que esta ultima era, lejos, la mejor de todas, mientras yo no cejaba con Gracias a la vida.
– Es el desgarro, Josefa. ?El Maldigo es la esencia del desgarro!
Solo en la casa del molino volvia Violeta a acompanarme en el canto. Cantabamos la una junto a la otra, la otra junto a la una. Cantabamos a la pena, al amor, a la esperanza, al futuro. Cantabamos amorosamente. Yo segui cantando, Violeta se quedo con la pena y la esperanza… esta ultima, en Violeta, a toda prueba. Para mi, vislumbrar tal esperanza significaba ineludiblemente quedarse con la pena.
Si, Violeta cantaba a la vida. Le canto hasta que la maldijo. Siempre anhelando que abrir los ojos a la manana, cada manana, valiera la pena, incolume su ilusion de que la suerte cambiaria para los hombres, confiando en que los adoloridos no necesitarian esperar el fin del mundo.
3.
Estoy condenada por las catastrofes de mi tierra.
Corral. La culpa la tuvieron el muro de Berlin y el maremoto de Corral, dice Violeta en su diario, que por fin he tenido la valentia de abrir.
Aquel dia de mayo de 1960.
Entonces yo era una nina, pero no Eduardo. El cumplio en esa fecha los veinte anos. Y me conto muchas veces el cuento: el mar se retiro para adentro, para adentro, muchos kilometros. La gente, sorprendida, maravillada, corrio hacia este nuevo suelo de arena humeda que nunca habia visto. Hundian sus talones y sacaban mariscos, contemplando embelesados esos tesoros secretos al descubierto. De subito se oyo un estrepito que se acercaba desde el horizonte. Era un rumor gigantesco, como si, furioso, el mar rugiera. Un sonido extrano nunca antes escuchado y que probablemente nadie volveria a oir. Eduardo miro hacia arriba y penso: algo muy malo va a pasar. El cielo cambiaba sus colores, todo se ennegrecio. A lo lejos, muy a lo lejos, avanzaba hacia la costa una enorme ola, treinta metros de altura, negra, y el cielo dale con cambiar de color: con el rugido venia el rojo, luego el azul, incluso verde se puso el cielo. Eduardo echo a correr como un loco cerro arriba. Lo enceguecia la luminosidad del cielo, esos colores que se trucaban. Tomo su bufanda, se la puso sobre los ojos y por una pequena abertura miraba el cerro por el cual corria y corria, desaforadamente, subiendolo. Apenas llego a la cima, habiendo puesto la tierra pedregosa de por medio, volvio la cabeza y tuvo tiempo de ver la ola gigante abatiendose sobre la costa de Corral. El agua lo cubrio todo. Todo. Se trago, voraz, absolutamente todo lo que encontro en su camino.
Eduardo miro. Con sus ojos habia visto como el mar se completaba con lo que el habia tenido. Se quedo completamente solo. Su casa y la casa de sus padres habian desaparecido. Su familia, esposa, hijo, padre y madre, cada uno de los miembros de su familia enredado entre las aguas, sumergido entre las aguas, muerto entre las aguas.
Eduardo habia creido hasta entonces que los huerfanos solo existian en los cuentos.
La historia de Corral aparece en el cuaderno grande, el de las cubiertas de cuero marron. No debo abrirlo en cualquier pagina. Meticulosamente examino las fechas: nada al azar. Si me falto atencion para escucharla entonces, no puedo fallar ahora.
9 de noviembre de 1989
Presiento el dia de hoy como uno importante.
Dos cosas han ocurrido.
Cayo el muro de Berlin.
Di vueltas por la casa, desconcertada. No sabia bien que queria hacer. Hasta que fui a la libreria, necesitaba ver a mi papa, escuchar su opinion. Siempre he mantenido el gusto por hurgar en los estantes a esa ultima hora de la tarde, ver que nuevo texto ha llegado. Pero hoy no me preocupaban los libros. Sentia un raro desasosiego.
Mi padre conversaba con un hombre detras del meson, un senor de mediana edad, tambien mediana su estatura, de pelo oscuro y barba, vestido en forma muy casual (sin corbata, chaqueta informal, pantalones anchos). Me llamo para presentarmelo y, al mirarlo de frente, lo reconoci.
– No sabia que estuviera en Chile -le dije.
– Tampoco yo -me respondio.
Me rei y senti ganas de que se quedara. En ese momento, Carmencita llamo a papa; lidiaba con un cliente dificil.
– Perdonenme, ya vuelvo -muy educado, papa nos dejo solos.
Lo mire.
– Cayo el muro de Berlin -no sabia que otra cosa decir.
Me contesto que habia escuchado las noticias.
– ? Y que opina? -pregunte.
El: Nada en especial. Bien por la libertad. ?Y tu?
Yo: Si, bien por la libertad. Pero… no se, me tiene desconcertada, como si todo perdiera su rumbo.