trapecista, usaba en el anular un anillo de plata. La piedra era un delgado ovalo negro sujeto por un circulo macizo y plateado. El mundo en sus manos, pensaba Violeta. El mundo en un solo dedo, le decia Gonzalo. Obsidiana de Mexico, le dijo Jacinta, y Violeta buscaria ese anillo hasta encontrarlo, anos despues, en Mexico. Jacinta no mentia.
Jacinta provenia de Canada. (Cuando, siglos mas tarde a juicio de Violeta, supo que Eduardo habia vivido en ese pais, le pregunto si la conocia. Eduardo se rio de ella.) Su pareja era Maxx, con dos x. Maxx el trapecista, el acrobata de musculos fabulosos que le daba a Jacinta una seguridad total en los aires. Subyugados, Violeta y Gonzalo accedieron cuando Maxx y Jacinta los invitaron a compartir su carpa unos dias. Una de esas noches - ?elegida?- fue concebida la segunda Jacinta.
De vuelta en Roma, Violeta supo que estaba embarazada y se considero a si misma una reina y a su hija una elegida de las diosas. Despues de todo, su semilla fructifico en tierra de dioses, escribiria mas tarde en su diario. Y cuando crezca le ensenare sobre ellas. Le hablare de Hera, la matriarca, y del poder terreno y la forma de soldarse a un matrimonio. De Artemisa, la amazona, con su amor a la naturaleza. Y de Atenea, con su gran sentido civico y su logica intelectual originada en el mundo paterno. Tambien de Afrodita, la diosa de cuerpo sagrado, sagrada en la pasion y en las artes. Y por ultimo le hablare de Demeter, la madre-tierra fertil y nutricia, y de Persefone, duena de lo subterraneo y lo oculto, con sus suenos de muerte y transformacion. Conocer sus historias la ayudara a ser mujer. Eso si, le pedire que no se identifique solamente con una, porque puede ser fuente de impensables dolores. Que las conozca a todas y en cada una pueda reconocer una parte de si misma. Que no sea una diosa vulnerable como su madre, que ha existido solo en la medida del vinculo.
De alli viene el nombre de esta nina a quien Violeta, embarazada, nunca sono siquiera como varon. Y muchas veces especifico: Jacinta es mi hija. Pero Jacinta, la original, era una trapecista.
6.
Mauricio me llama por telefono. Esta sobresaltado.
– Es ella, ?cierto?
– Si, es ella.
– Pero Josefa, ?que diablos paso?
– No se, Mauricio, no se… Imaginate, estoy hecha pedazos.
Me niego a interpretar ni a dar explicaciones.
– No puedo dejar de pensar en el payaso -insiste Mauricio-. La deje tan linda ese dia… Fue ese el dia de los acontecimientos, ?cierto?
– Si. Yo tampoco he dejado de preguntarme que habria pasado si no la hubieras maquillado. No se habria atrasado y quizas todo habria sido distinto…
– La note nerviosa cuando vio que se hacia tarde.
– ?Si? No alcance a darme cuenta, estaba concentrada en otra cosa…
– Ay, Josefa…
No. no estoy para resistir los llantos de Mauricio. Me basta con los de Andres, los de Jacinta, los de mis hijos. Me basta con los mios.
Aquella noche fatidica, la vispera del salto de Violeta a la primera plana de los diarios, aquella noche, la de la fiesta del arlequin, ella paso por mi casa.
Se la ve apurada.
– Los zapatos, Josefa. ?Te acuerdas de que me ibas a prestar esos zapatones para mi disfraz?
Dice que ira a la fiesta vestida de payaso. Yo apenas la veo en el espejo, porque esta Mauricio arreglandome. No puedo vivir sin Mauricio, soy incapaz de dar un paso sin el, no concibo salir a la calle si mi cara y mi pelo no han pasado antes por sus manos. El le pregunta a Violeta por su disfraz. Ella se lo explica.
– ?Que pobreza! -comenta Mauricio.
Sigue maquillandome, pero mira de reojo a Violeta y no se resigna. Termina conmigo y la instala frente al espejo.
– Ven aca un poco, chiquilla, te voy a dar una manito de gato.
Se entusiasma y decide transformarla de payaso de circo pobre en un soberbio arlequin veneciano.
– ?Pierrot? ?Traje de patchwork o de ajedrez?
– No, no pienses en los arlequines de Picasso -le contesta Violeta con candor-. Solo parches rojos y amarillos.
Mauricio se engolosina con el trabajo sobre su rostro. No puede soltarla.
– Preciosa tu amiga -me dice-, pero tan dejada de la mano de Dios…
Violeta rie y se entrega. Van pasando los minutos y Mauricio no puede detenerse. Abre su maletin.
– Es totalmente magico -dice Violeta, embelesada al ver todos esos colores y brillos.
– ?El pelo! Tengo que hacerte un arreglo genial en el pelo… Jose, linda, dame todas las cintas que tengas.
– ?Tienes cintas? -le grito a Celeste, y siento un escozor de celos.
Luego vino el brillo, esos miles de puntos fucsia y oro. Violeta se transforma frente al espejo. Aparece esa otra que no es ella y que a ella le gusta tanto.
– Apurate, Mauricio -ruego yo de pronto-, nos vamos a atrasar.
– No importa que lleguen tarde, mira lo hermosa que va a quedar tu amiga.
– Eduardo se va a poner nervioso, lo conozco -dice Violeta.
Se dibuja ya el arlequin. Me entusiasmo. (Los celos se han diluido.)
– Es una obra de arte, Mauricio -exclamo-. ?Esta fantastica!
Violeta mira su reloj. Se toca el confetti rojo y dorado sobre su cuello.
– Llamalo tu, Josefa, yo no me atrevo, me va a retar.
– ?Pero quien es ese monstruo, por favor? – chilla Mauricio con su voz afectada.
– Mi marido no mas. No es un monstruo. Es que… anda un poco alterado.
– No le hagas caso, no le avises nada. Llega asi no mas, y apenas te vea, caera rendido.
La escarcha fucsia sobre su mascara de arlequin.
Efectivamente, Violeta llega tarde a la fiesta. Eduardo la esperaba con un gin-tonic en la mano y los labios fruncidos en un rictus distante. Segun alcanzo a contarme despues, en ese mismo momento tuvieron el primer desencuentro de la noche. De aquella noche.
En mis retinas, y en las de Mauricio, y en las de todos los que asistieron a esa fiesta, quedaron impresas las huellas de la tristeza veneciana.
Habia comenzado el calor a fines de 1989, el ano de la caida del muro de Berlin. Por esos dias yo grababa en un estudio ubicado a solo una cuadra de la casa de Violeta. Ya habia empezado a sumergirme, lentamente, en mi encierro, y convivia con muy poca gente. Pude verla esos dias estrictamente por la cercania entre el estudio y su casa. Cuando haciamos un intervalo que los sonidistas aprovechaban para una cerveza, yo caminaba hacia la calle Gerona y nos tomabamos juntas un cafe.
Esa tarde Jacinta me abrio la puerta y entre directamente al dormitorio de Violeta, deteniendome un instante para mirar el dibujo de la alfombra mas grande del living. La casa de Violeta era como una mezquita, estaba llena de alfombras. Lo que diferencia una casa de un hogar son las alfombras, decia ella. Hablaba de nudos por centimetro cuadrado, de la mezcla del algodon con la lana y la seda. Compro una Herecker en Estambul, que tenia firma y titulo: Flores de los siete montes. Frente a ella, con su jardin bordado en azules profundos, me detenia siempre al entrar a su casa.
La encontre tirada en la cama, sujetando su cara tensa y concentrada con ambas manos. A su lado, un plato de hermosas chirimoyas. La musica sonaba a todo volumen: Violeta no sabia escucharla sino de esa manera.
Me miro absorta.
– ?Por Dios, que dificil es Debussy!
Divertida, le devolvi la mirada.