– ?Y que importa, Violeta, que sea dificil Debussy?

– Es que me gustaria poder entenderlo. Y no solo a Debussy; quisiera entender cualquier manifestacion artistica, sea la que sea…

– Especialmente la literatura, en estos dias.

Se rio.

– ?A eso viniste!

– Tengo diez minutos, cuentame rapido -y empece a comerme, sin consulta, las dulces chirimoyas.

Fue el tiempo en que a Violeta le dio por hablar con sus muertos. Conversaba con ellos frente a sus fotografias en esa especie de feria ambulante que era su dormitorio. En la base del paraguero, pieza esencial de la habitacion, entre colgajos de todo tipo, sombreros, panuelos, bufandas, al lado de la hendidura de cobre que teoricamente recibia los paraguas chorreados de lluvia, habia acomodado una fotografia de Cayetana y otra de su abuela Carlota y del viejo Antonio. Tambien colgo junto al tocador una de Gonzalo, confundida entre aros, cuentas, pulseras y collares. «Pero si mi papa no ha muerto», le reclamo Jacinta. «No importa, mi amor, el concepto de muerte tiene varias acepciones.» Se activaron las velas rojas. Violeta siempre se rodeaba de velas prendidas y estas convivian con sus invariables inciensos. Ahora se multiplicaban frente a sus muertos. Se sentia protegida por ellos, y les pidio que ignoraran aquel bicho negro que la habia estremecido, y que la unieran a Eduardo para toda la vida.

Porque un par de semanas despues del primer hotel, Violeta y Eduardo van al Cajon del Maipo por el fin de semana. Comen champinones en una modesta hosteria y con el paisaje precordillerano frente al ventanal se hacen promesas de amor.

Ella le confia su obsesion por ser madre otra vez, habla de su potencialidad tan menguada y de su miedo de que Jacinta repita su historia siendo hija unica. Eduardo no parece amilanarse, como otros que han fingido ser complices de ese discurso. El tiene sus propias ambiciones: necesita una esposa. Luego de la perdida que sufrio tan joven en el maremoto de Corral, arranco de cualquier compromiso afectivo por muchos anos. «He hecho una vida de perros», le dice, «perro callejero, perro libre y libertino, pero perro al fin.» Cree que lo unico que le permitira escribir su gran novela seran una casa y una mujer. Una estructura domestica sobre la cual pueda descansar y crear. «Las mujeres le dan el tratamiento de algo sagrado a la escritura del hombre», comenta Eduardo, y Violeta se rie porque sabe que es cierto. «Yo tambien necesito una esposa», dice Violeta, «es el gran negocio para cualquiera.» «Como no puedes tenerla, conviertete en la mia», le sugiere Eduardo. Violeta se asombra de un hombre que en su cincuentena les tenga tan poco miedo a esas palabras. «Tu quieres casa, yo la tengo. Quieres esposa, yo puedo serlo. Quieres estructura, puedo dartela. Solo pido a cambio un hijo.» Todo esto fue dicho entre risas y mimos, pero lo dijeron de todos modos.

Violeta me cuenta que terminada esa dulce conversacion en sus brazos, se levanta al bano dejando a Eduardo en la cama. Al abrir la puerta, se le cruza por el piso una cucaracha negra: «Era la mas grande que he visto en toda mi vida, y la mas fea.» Violeta queda suspendida.

Paso diciembre con sus cerezas tambien dulces, mas dulces que nunca ese ano. En febrero nos fuimos.

Fue en la casa del molino donde Violeta me hablo por primera vez de «el ultimo bosque»: el no lugar, ese en su conciencia, aquel espacio para la solidaridad que su mente empieza a fabricar por el deseo de no perder los suenos.

– No es un lugar a alcanzar, Josefa. Es solo la fuerza para salir de la inmediatez. Si ya no existe la gran etica, quisiera que el ultimo bosque fuera mi pequena etica personal.

Esperaba a Eduardo.

La vispera de su llegada, se quiebra un vidrio en la ventana de su dormitorio. Corre donde Aguayito, todo debe estar impecable para el dia siguiente. Aguayito manda a su hijo con un vidrio nuevo. Yo entro tras el. Violeta esta encima de su cama con un libro, aun en traje de bano. Veo su sosten y sus calzones tirados sobre la unica silla disponible. El hijo de Aguayito, nervioso, no puede desprender sus ojos de esas prendas sedosas. Violeta no se inmuta.

– ?Como puedo agasajarlo, Josefa?

– Con salmon ahumado.

– Ya esta en el refrigerador. Pensaba en algo mas intimo, como alguna ropa especial. Pero no tengo nada aqui. ?Ya se! Tu me maquillaras.

– Tienes con que?

– ?Yo? Como se te ocurre, apenas tengo en Santiago.

– Tengo kohl.

Muy de ella, no tener nada con que arreglarse. Al dia siguiente llega a mi casa. Se ha sacado los bluyines, cambiandolos por una larga falda hindu.

Sentadas ambas sobre mi cama, la pinto: les invento a sus ojos una profundidad que no tienen. Mi hija Celeste nos observa. Deja de lado el album de fotografias que esta hojeando. Nos interrumpe:

– Violeta, mira estas fotos: son de hace cinco veranos y estas exactamente con la misma ropa.

Celeste no puede creerlo. Violeta se rie.

– No me sorprende, esta falda tiene diez anos. Pero es linda, ?cierto? ?Te gusta?

– Si…

– ?Que entusiasmo, Celeste! -comenta Violeta.

– Como puedes ver, hace gala de su edad -intervengo yo.

Cuando Violeta parte, un halo de sandalo, los ojos muy negros y destellando el naranjo de su falda, Celeste se vuelve hacia mi.

– ?Que antigua es Violeta para todo, mama!

– Es uno de sus grandes valores, Celeste. No lo mires en menos.

Aun hoy mis ojos pueden admirar, recordandolo, el espectaculo del lago enfurecido azotando la bahia. Y del volcan, enorme y majestuoso, como unico testigo; los cerros regados de verde callan.

Violeta sale envuelta en una manta, camina hacia la playa con paso lento, pensativo. Me encuentra alli. Se sienta a mi lado en silencio y mira hacia las olas.

– Eduardo esta igual que el agua -me comenta al cabo de un rato.

– ?Enojado?

– Parece.

– ?Que paso?

– Absolutamente nada. Eso es lo mas sorprendente.

Mi soledad esa tarde era total: los ninos en Ensenada -habian ido a tomar te al Bellavista-, Andres se hallaba en Santiago por unos dias. A Violeta y Eduardo no los habia visto en toda la jornada; presumi que estarian aprovechando el tiempo de intimidad, tan escaso casi siempre para las parejas adultas.

– Los cambios en su caracter son tan vertiginosos. Me apabullan.

Espero que diga algo mas.

Teme ponerse densa, la conozco. Ella es la primera en detestar la gravedad. Seria, si; grave, no: hagamos la distincion. Es una de sus maximas.

– ?Que paso, Violeta?

– Me violo.

No puedo dejar de reirme.

– Pero es lo unico que tu quieres, ?o me equivoco?

– Hablo en serio, Jose. Hicimos el amor, todo perfecto. Luego dormimos siesta. Al despertar, el quiso hacer el amor de nuevo. Yo no tenia ganas y le dije carinosamente que preteria leer un rato. Se levanto y se fue al living. Tome mi libro, creyendo que todo estaba tranquilo. Lo senti abriendo el refrigerador y pense que habria despertado hambriento. Al rato llego a la pieza, con otra cara. No quiero dar detalles, pero fue muy raro. Tenia olor a alcohol, un gesto como perverso, que no le conocia, en sus labios. Se me tiro encima, literalmente. Tu sabes que el es abstemio, por eso me extrano tanto. Le pregunte que le pasaba y me contesto algunas obscenidades. Y aqui viene lo peor de mi misma: esas obscenidades me calentaron. Y lo que partio siendo una violacion termino en una pasion desenfrenada. Ahora esta durmiendo. Y yo me siento avergonzada, he quedado con un sabor amargo en la boca.

– Me parece evidente que fue el alcohol -tambien yo estoy asombrada.

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