– Debe ser eso…

Se levanta y abraza su manta. Desde la arena tiro uno de sus bordes, al ver que comienza a alejarse.

– ?Como te sientes?

– No se -me dice ella.

Pense que Violeta se daba ciertos lujos y que de vez en cuando se concedia a si misma algo inadecuado. Recorde su amor por el filo de la navaja, por estar siempre cerca del limite, en el borde. Y por ello Violeta era mas vulnerable que yo.

– La cucaracha negra, ?te acuerdas? Y ahora el vidrio roto. ?No sera que se acerca el Espiritu Malo?

– No se, yo no necesito espiritus malos para justificar nada.

– ?Tan concreta que eres tu, Jose!

– Siempre he tenido claro que el genero humano es perverso, Viola querida.

– ?Y te quedas tan tranquila?

– Es que no hay nada que hacer. ?No te das cuenta de que la civilizacion y la norma son lo unico que nos impide comernos vivos? No entiendo como tu puedes tener todavia esperanzas en el futuro y la evolucion de esta especie.

Parecio volver la Violeta de siempre, con la risa otra vez en sus ojos. Apreto nuevamente la manta contra su cuerpo, como si efectivamente la acechara el peligro. Se separo de mi, despacio. Yo tenia fija la vista sobre sus dedos de bambu y apenas la oi cuando me dijo:

– Es un sentimiento conocido, Josefa. Debo escarbar. Mi observador interno me esta dando algunas senales… Bueno, como me las ha dado siempre.

7.

Nosotras, las otras, sabemos a que se refiere Violeta. Estabamos a su lado ese primer dia de colegio. Tambien el segundo y el tercero y todos los dias que vinieron.

La observamos aquel viernes, cuando a la hora del recreo saco su termo y su sandwich del bolson. La profesora, parada en el umbral de la puerta, controlaba el contenido del pan de cada nina en la fila. Tomo el de Violeta, lo examino e hizo una mueca despectiva.

– ?Pate! ?Escuchen todas, la nina nueva ha traido un sandwich de pate! Y metanselo bien en la cabeza para que aprendan lo que no se debe hacer.

Muchas caras -tantas, a los ojos de la pequena Violeta- giraron para mirarla.

– Hoy es viernes: la Iglesia Catolica prohibe comer carne o cualquiera de sus derivados en este dia.

– Perdon… no lo sabia.

– ?Y su mama? ?Acaso ella no lo sabe? -a Violeta le sono incomprensible el tono desdenoso de esta mujer.

– No se.

– ?Requisado! -grito la profesora, tirando el pan al basurero.

Violeta salio sola al patio. Al menos el termo apaciguaria su hambre.

Se sento en un banco y lo abrio. Algunas companeras la observaban desde una distancia prudente. Cuando vertio el liquido color cafe rojizo en el tazon, una de ellas exclamo:

– ?Cocacola!

Se abalanzaron, dispuestas a dirigirle la palabra por primera vez. Violeta se puso contenta, quizas le perdonarian sus anteojos celestes y el pate. Les ofrecio su taza, sonriendo.

– ?Uaaah! ?No es cocacola! -se espanto la primera nina que habia probado.

– No -explico ella-, es te puro.

Las demas companeras retrocedieron: por segunda vez esa manana habia desprecio en sus rostros.

– Trajo te… -sono a sentencia inapelable.

– ?Tomas te puro? ?A tu edad? -le pregunto otra.

– Eso lo hacen los pobres no mas -agrego una tercera.

– ?Vamonos!

Otra vez Violeta sola en el patio, con su te tan despreciado en una mano y el termo en la otra. Odia a su madre en ese momento. ?Es que no entiende que a un colegio como este no se puede traer te? Se lo dira esa noche. Pero ya le dijo lo de los lentes y ella no le hizo caso:

– Te los compro tu padre en Estados Unidos. Ya sabes, los inmigrantes nunca se han caracterizado por tener buen gusto.

– Cambiamelos, mama, se rien de mi.

– Por favor, Violeta, aprende a tener personalidad. Ya veras cuando grande lo importante que es ser distinta.

Puede ser, penso la nina, pero ella solo sabia que era chica, y lo unico que le interesaba era ser lo mas parecida posible a las demas.

No lo lograba.

Que no llueva, que no llueva, se decia en el invierno. Los dias de lluvia eran los unicos en que su madre iba a buscarla al colegio. Con la lluvia aparecian casi todas las mamas, y la suya no era como las otras.

Cayetana tenia el pelo liso y lo usaba largo, muy largo. Antes de entrar al nuevo colegio, Violeta adoraba el pelo de su mama, ese castano brillante que seguia magicamente el ritmo vivo y energico de Cayetana, mojado a la salida de la ducha, secado al viento incluso en invierno, las gotas de agua temblando en sus hombros cuando se paseaba por la casa semidesnuda: se tapaba solamente con una toalla corta, sujeta con su mano izquierda mientras la derecha seguia el ritmo de la musica que escuchaba a todo volumen. Su marido siempre la reganaba, sin demasiado convencimiento: «?Que facha, Cayetana, por Dios!» Y Violeta la contemplaba, fascinada ante la libertad de esos movimientos secundados por su cabellera. Pero ahora esa misma melena la avergonzaba. Era la unica mama con pelo largo en todo el colegio. Durante los anos cincuenta, el escarmenado y la permanente eran los unicos peinados tolerables. Las senoras finas usaban el pelo corto y abombado. Y jamas se las veia en pantalones. Cayetana no habia cumplido aun los treinta, pero su hija la veia como una persona mayor; por lo tanto, debia parecerlo.

La casa de Cayetana, en Nunoa, fue la cuna de Violeta. El patio de atras, amplio y nostalgico, le enseno el amor por los arboles y los parrones. Violeta caminaba hasta el almacen de la esquina, mientras que a sus companeras no las dejaban salir solas ni siquiera a la puerta de calle. Mas tarde ella misma le inventaria «estricteces» a su madre (que nunca las tuvo), pues se sentia inadecuada con los permisos que Cayetana le daba, y no los reconocia frente a sus companeras. «?Quieres quedarte a alojar donde la Isabel? ?Que entretenido, Viola, quedate!», le decia Cayetana; en cambio, las otras mamas del curso consideraban de mal gusto acceder. «No, no me dejo», le decia Violeta a su amiga Isabel, y esta respondia con resignacion: «Tipico de las mamas, a mi nunca me dejan.»

El almacenero la saludaba por su nombre de pila y, antes de que Violeta pidiera nada, decia invariablemente: «Un paraguas para la Violetera.» Alargaba su mano hacia el estante de colores, que a la nina le parecia un carrusel, y sacaba un dulce alargado, pino o paraguas, verde y rojo, forrado en celofan. Ella lo recibia y entregaba su moneda. Violeta vivia intensamente su pertenencia al barrio, se sentia participe de sus ritos. Ella era parte de esos senores con cara de inteligentes que discutian en la fuente de soda Las Lanzas y la saludaban al verla pasar, o de los viejos que se sentaban a leer en la pequena plaza. A la plaza grande debia ir acompanada, pero a la pequena, esa en la esquina de la calle Richards, la dejaban ir sola. Ya mas grande aprendio a fumar en esa misma plaza: compraba los cigarrillos de a uno en el quiosco de la esquina. Los amigos del barrio tenian madres del estilo de la suya. Uno era hijo de pintores, el otro de un diputado, la nina de los vestidos con vuelos era hija de una escritora. Y el papa de Alicia, su amiguita mas intima, era filosofo. Que su padre fuese dueno de una libreria era normal entre ellos. Tambien lo era que Violeta acompanase a su madre a las marchas en la calle antes de las elecciones. Sin embargo, nada de eso parecia suceder en su colegio. Violeta amaba su barrio y no sospecho que ese dato seria el que terminaria de liquidarla ante sus nuevas companeras.

Decidio celebrar su cumpleanos. Cayetana se entusiasmo y preparo la fiesta en grande. Dibujo a mano, una

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