– ?Es que no es facil! No es facil esto de ser… – no encontraba la expresion exacta.

– ?Famosa?

– Me carga esa palabra…

– Pero es corta… y precisa.

No me daria tregua, lo senti en el aire.

– Tu debieras entenderlo. ?Tu mas que nadie! ?Cuantos anos fui la hija de mi mama que cantaba! Luego la estudiante de musica que cantaba, despues la madre de Borja y Celeste que cantaba, mas adelante la profesora de musica que cantaba, hasta que por fin he llegado a ser, lisa y llanamente, una cantante. ?Crees que ha sido facil?

– No, se que no. Y nadie ha gozado mas de tu exito que yo. El problema es lo que la fama ha hecho contigo.

– Perdoname, pero exageras. No tengo quejas.

Lanzo una risa llena de ironia.

– Es que a ti nadie te dice nada.

– Quizas. Lo peor es que dudo de que me importe.

– Esta claro que no. Siempre fuiste esceptica, eso no se lo cobro a la fama. Pero no crei que tambien tu fueras a dar ese salto tan clasico del escepticismo al cinismo -se interrumpe a si misma con un gesto reflexivo, un gesto muy de Violeta cuando va embalada-. Creo que el exito favorece intrincados caminos de inconexion, y tu ya te has internado en ellos.

– ?Crees de verdad que me he convertido en una cinica?

Animada por su propia certeza, me respondio sin un quiebre en la voz:

– Yo comprendo, Josefa, que el cinismo funciona como una droga para distanciarse, un analgesico para no sentir el peligro de existir, hasta que te envenena. Al principio, no cabe duda, te alivio: pudiste burlarte de tus temores. Pero al final te ha intoxicado -vacila un instante, me mira-. Veneno acumulativo, morfina, cada vez dosis mas altas, hasta que tu adiccion se vuelve irreversible.

Se levanta. Toma su cartera y el abrigo, camina hacia la puerta y dicta su sentencia:

– Ojo, Josefa: el cinismo es una enfermedad de alto riesgo.

Quede helada. No hice gesto alguno para retenerla. Que se fuera. Prendi uno de mis cinco cigarrillos diarios… que usualmente guardaba para otros momentos. Fume con voracidad, como habria descrito Violeta.

Me sentia como una casa con sus rincones, recuerdos e intimidades que el otro nunca apreciara en su justa dimension. Esa caja de madera azul que Roberto me envio una vez, llena de dulces de colores, grandes dulces con manjar y coco rallado: esa caja es mirada como un adorno y yo la miro como un objeto de amor. Mi legitima reserva es abrir la puerta de mi casa y dejar entrar a la gente en la justa medida de mi deseo: algunos al hall de entrada, otros hasta el salon. No mas alla. Los dormitorios, la salita, los patios del fondo, son mios. ?Que dijo Violeta sobre los intrincados caminos de inconexion? No, no son caminos intrincados, es solo que ha entrado a operar la reserva y alli no hay vulnerabilidad posible. Claro, es tambien un rasgo de pobreza interior, ?que duda cabe!, pero asi estoy a salvo. Tengo derecho a cerrar mi casa. Si, Emily Dickinson tiene razon: then, shuts the door.

Es cierto que para sobrevivir yo les asignaba a las personas una cierta dosis de maldad, probablemente superior a la que ya tenian. Asi, me deslizaba fortalecida entre la turbulencia de las relaciones humanas. En cambio, Violeta no. Ella era naturalmente confiada y como tal se paseaba por la vida, leve, abierta, con menos carga que yo, ilusionada de encontrarse con lo mejor del otro. Hoy miro para atras, y aunque la optica se vuelve evidente cuando uno ya conoce el desenlace de los acontecimientos, afirmo -sin ninguna presuncion de pitonisa- que Violeta estaba equivocada.

Era mas facil herir a Violeta que herirme a mi.

No saque nada tratando de intelectualizar. Cuando pase al segundo cigarrillo comprendi que, aunque las relaciones humanas me complicaron siempre, ahora lo evidenciaba nitidamente. Pienso en las palabras de Violeta y mido el calibre de su resentimiento. ?Cuando empezo? Ni siquiera lo adverti. Con nadie he sido tan cuidadosa como con ella, ya relate lo de San Miguel de Allende y Violeta fue la elegida. He estado hablando de la reserva y de pronto caigo en cuenta de cuanta guardamos hasta con los mas queridos. Esto es como todo: reciproco. Cada relacion tiene su propia e instintiva division: lo que se muestra, lo que se guarda. Dios mio, si yo quiero a Violeta. Pero… y la lista de peros es enorme. Mi mirada siempre relativa frente a su entusiasmo, la cantidad de opiniones que no le escucho porque se las cuelgo a sus defectos: no, eso no es atendible porque Violeta es una exagerada; no pienso hacerle caso, Violeta es rigida; ni le discutire, es una fanatica. Sin embargo, aparte de Andres y los ninos, ella es la persona mas cercana que tengo. ?Cercania? Si esta es la cercania, ?como sera la distancia? ?La de los otros hacia mi? Nunca analizo lo que suscito en los demas. Me hago poquisimas preguntas, pues, a diferencia de Violeta, nunca he dudado de un afecto basico. Por ultimo, el de mis padres. Y el de Andres, si, el de Andres: me da tal seguridad que miro a los otros dando por sentado, muy tranquila, que tal me quiere, tal me odia, a tal le resulto indiferente. Pero ahora tengo miedo porque no he apreciado los matices, abarcando el «tal me quiere» como total, sin pensar mas. Los ojos de Violeta fueron acusadores: a ti nadie te dice nada. No. Probablemente, mi distancia lo ha impedido. Nadie se atreve a decirme nada. Y Violeta lo ha hecho.

Algo me ahoga. Deberia meterme a un convento. No relacionarme sino con un ser invisible. Las sutilezas del carino y el descarino me agobian. ?Que tentacion, la de arremeter contra Violeta, pisar a fondo el acelerador y no estrangular mas lo silenciado! Me acerco al telefono: llamarla inmediatamente y devolverle las agresiones… Pero me freno: es un chispazo de lucidez. No, Josefa, detente, dificilmente a esta edad estrecharias nuevos lazos, no despilfarres los que has mantenido por una vida entera. Cuidalos. Y siento en la piel el miedo de perder a Violeta. Hay lujos que ya no puedo darme, como el de la total sinceridad. Ese tiempo ya paso.

Me levanto del escritorio. Le pido una dipirona a mi secretaria. Vuelvo a trabajar con Alejandro. Doy vuelta la hoja.

?Por que no fui a buscarla con una gran bolsa de pistachos y le di no mas un abrazo? Habria bastado. Violeta tenia una especial capacidad para transformar mis defectos en virtudes. Los tomaba, les metia un poco de ideologia y me los devolvia en positivo. Nadie mas en el mundo hacia eso conmigo. Me habria perdonado de inmediato, ella nunca conocio el rencor. ?Por que la deje partir a las Bahias de Huatulco asi de sola?

– ?Quieres que te lleve al aeropuerto?

– No te preocupes, me lleva Eduardo.

– ?Tienes dolares suficientes?

– Si. Jose, si -nunca me habria dicho «Jose» estando enojada, me console. Ella, Andres y Mauricio eran los unicos que me llamaban asi.

Tendria que haberselo dicho en ese momento, antes de partir: Violeta, te echo de menos, olvidemos esa discusion. Ella estaba herida y yo lo sabia. Pero no hice nada.

– Escribeme, ?ya?

– Pero si voy por veinte dias…

– Siempre me mandas una postal, aunque vayas por una semana.

A Violeta la atraian los ritos, y tenia muchos. Era cuidadosa en su ejecucion, especialmente si comprometian a otros. Siempre compro una postal para mi, buscando algo fino o divertido; otra para Jacinta y una tercera para su padre.

– Si, te mandare una postal.

Y como fui incapaz de decirle otras cosas, le hable de Mexico, uno de nuestros amores compartidos.

(«Mexico es un pais desaforado», fue la definicion de Violeta. Y en ese desmadre nos dejamos seducir, cada una en su propio momento. En mi, cuando grabe alli mi primer disco; en Violeta, cuando hizo su romeria buscando a Cayetana. Y el exceso de ese pais invadio en nosotras diferentes vericuetos. Se nos adhirio. «Para siempre», dijo Violeta.)

– Avisame si te vas a construir una casa en Huatulco -le dije (otra casa mas para su lista de fantasias).

Cuando llego su primera postal, ?por que decidi ignorar los sintomas de su tristeza?

En la medida en que se disgrega el mundo que yo conoci, mis asideros se debilitan, la hostilidad me debilita a

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