no lo resiente.

Frente al deseo nunca aprendi a desprenderme, quizas por eso he sido generosa: pozo impermeable del que todavia no filtro cuanto ha caido en el.

Este estado de mi ser no me es nativo

*

Aburrida de esperar a Eduardo, encendi el televisor. Entrevistaban a un joven dirigente politico. Le preguntaron por la nostalgia. El respondio: ?Que es eso? No la conozco.

Apague la tele y supe que nunca votaria por el.

Recorde mi encuentro en el restaurante con ese antiguo dirigente estudiantil de quien fui tan amiga. Estaba yo en una mesa esperando a Josefa para acompanarla al Canal 7, donde iba a participar en un programa sobre los anos sesenta. Al verlo, pense: nadie mejor que el para darme una idea que soplarle a Josefa.

El: ?Los anos sesenta? Solo una cosa se puede hacer con ellos, Violeta.

Yo (ansiosa por la respuesta inteligente): ? Cual? ?Dime!

El: ?Olvidarlos!

*

Hoy comimos con Josefa y Andres. Era el cumpleanos de Celeste y, como Jacinta no podia fallar, fuimos los tres.

Nota al margen: Jacinta me llevo al dormitorio de Celeste a conocer su nueva disposicion: cama nueva, tocador, comoda con florcitas pintadas… Toda la parafernalia necesaria para alegrar a una nina de su edad. «?Es preciosa, Celeste!», le dije entusiasmada, «tu madre es un angel por habertela regalado.» «No le cuesta nada-, me respondio enojada, – si plata es lo unico que tiene.» «Eres injusta, ?y el tiempo, el esfuerzo? ?Eso no cuenta?» Pero terminaba yo de hablar y veo en la boca de Celeste formarse un puchero, el gesto infantil por esencia. «No nos quiere-, me dice, «su unico afan es deshacerse de nosotros.» La sente en la cama y le di un discurso. Debo acordarme de hablar con Josefa sobre el tema, ?malditos adolescentes!

Eduardo estuvo encantador, ingenioso y divertido. Caigo en cuenta de que uso este cuaderno solo para las quejas y me siento muy injusta, casi tanto como Celeste. ?Por que sera que nunca necesito escribir cuando estoy contenta? En el momento en que encendiamos las velas de la torta en la cocina, Josefa me pregunto como iban las cosas en mi nuevo matrimonio. «Son los ajustes», le explique, «los famosos ajustes; ?cuanto crees tu que tarda una pareja en limarlos?» «La vida entera, Violeta», me contesto.

*

Llame a Josefa para comentarle lo de Celeste. El episodio termino en que llego Celeste hoy, perfectamente alegre, diciendole a su madre; «Violeta es divertida, mama. A los hombres los trata con el carino, a las mujeres con la cabeza.» Josefa le respondio; «Sera alguna sabiduria de las de Violeta, tratar a cada uno con lo que mas le hare falta.»

Bien por ella, bien por mi.

*

Eduardo es, como todo hombre que se precie de serlo, un total egocentrico.

?Me habre convertido en una de esas neuroticas del amor adictivo?

Lo que me vuelve loca es que no me escuche. Cada noche yo podria escribir aqui una pequena pieza de tres actos, demostrando tres situaciones diarias en que no soy oida por el. ?Que le pasa? ?Es que le aburre contestar? ?Es que no tiene tiempo interno para mi? ?Es que sencillamente su yo lo repleta todo?

Me va a dar cancer. Generare un cancer de pura desesperacion por no ser escuchada.

*

?Por que pienso en penetrar y no en envolver? El pene penetra, la vagina envuelve.

*

Recuerdo a la Agustina, esa pobladora que recogi porque el marido la habia golpeado. Trabajaba en las ollas comunes de la poblacion. Esa primera noche, contandome de su vida, me dijo: «El me ocupo anoche, companera, y asi y todo se atrevio a pegarme despues.»

Eduardo ronca, me he levantado en puntillas a la galeria, presa de la angustia. Ha vuelto a suceder esta noche lo de la casa del molino. ?Como tendria que nombrarlo? De un momento a otro se transformo y se volvio un ser brutal. Me opuse y me opuse hasta la inutilidad, hasta que asquerosamente me entregue. Es su faceta obscena la que mas me confunde, mas me dana. Sin embargo, es la que termina por ganar.

La Agustina y yo somos lo mismo: la mujer deposito. Todo lo liquido se deposita en nosotras, el semen y el sudor. ?Seran liquidas las penas? Deben serlo, como el agua del feto, como la sangre, como las lagrimas.

Esta noche he sido ocupada por mi marido. *

*

Decidi enfrentar el tema de su sed. Prefiero llamarla asi, quisiera embellecer lo canalla.

Todavia era temprano y el bar estaba casi vacio. Escuchando una musica new-age, le pregunto cual sera el publico del lugar. «Ciertamente no son los parroquianos de los barrios de las orillas, ni las oficinistas del centro de la ciudad-, me responde hosco. «Puta burguesia», agrega, «el bar pasa a llamarse pub y cambian los boleros por Vangelis. Ponen mani junto al whisky, hablan ingles en la mesa de la esquina. Ya no existen esos bares donde veniamos a emborracharnos cuando llegue a vivir a Santiago. Ya no queda ni siquiera el vino en jarro, solamente tragos sofisticados. Esto no parece mi pais.» Lo miro, complice, y me arrimo a su recuerdo de un pais que ambos quisimos y que nos han transformado sin nuestra venia.

El bar Los Tres Mosqueteros, me cuenta. Era enorme y oscuro, las mesas se perdian en la opacidad. Un largo tubo de bronce reluciente al pie de la barra. Bajo los arcos de la sala, las maletas de los vendedores de libros puerta a puerta. El sonido de los dados batidos en cubiletes de cuero. Habia hombres, solo hombres. Una vieja radio y la voz de Lucho Barrios. «La cerveza y el vino compartian ese reino», me dice con la mirada lejana, y agrega: «Yo sospechaba lazos invisibles entre esos seres que no hablaban entre si; fue entonces, Violeta, que senti la solidaridad tacita entre los que han optado, a pesar de si mismos, por la profundidad del alcohol.»

Pidio el segundo gin con gin.

«La soledad es devastadora», me dice, «y esta noche amenaza con ser eterna; mis perdiciones son tantas, y tu lo sabes, no me juzgues por un trago de mas o de menos.» «?De que soledad hablas, Eduardo, si yo estoy aqui?» Me mira sin comprender y entiendo que existen viajes en los que no lo acompano y el remordimiento me acomete y el amor me trepa por el cuerpo y me duele. Pido un gin con gin para mi. Y a poco andar, otro. Estoy con el, en su piel. Me acoge como a uno de los suyos. Y me dice: «Necesitaras el gin, Violeta, solo cuando tu lucidez se acerque a lo metafisico, solo cuando dejes de estar atenta a este pedazo de vida en este pedazo de mundo tan real, cuando tu inteligencia no pueda ignorar el pesimismo. Entonces te dare la bienvenida entre los nuestros.»

Pense que el gin estaba en su sangre aun antes de beberlo.

«Te odio por tu fortaleza», fue lo ultimo que me dijo, «y te amo por eso. Es raro que los dioses no hayan logrado nublarte los ojos.»

*
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