Creo que, despues de la noche del pub, he empezado a vivir en la demencia. No tengo otra forma de vivir con el. Quizas es muy alto el precio que estoy pagando por una proxima maternidad. ?Como saberlo?
10.
Nosotras, las otras, sabemos de que hablo Violeta cuando nombro los refugios. Estuvimos ahi para el rompimiento del primero.
Tales refugios no habrian sido posibles sin un elemento ordenador: el amor de Violeta por el arte. La pintura de Gonzalo, la musica de Josefa, la escritura de Eduardo. La musa-madre. Ella pudo pintar, pero gasto sus ojos en los planos que dibujaba en esa oficina italiana para cuidar la pintura de Gonzalo. Nacio con la musica en los oidos, pero le hizo siempre la segunda voz a Josefa. Las palabras le brotaron como borbotones en la cuna misma. Le brotaron, pero no opto por ellas.
Fue arquitecta. Como decia Josefa, Violeta deduce las casas de la gente. Y sostenia que los espacios condensan todo lo que les sucede a las personas. En ellos intervenia. Mas tarde quiso ir mas lejos, pensando en los espacios colectivos, y estudio el desarrollo urbano. Llego a idear bellos proyectos que pudo desarrollar a traves de organizaciones no gubernamentales. Pero para ello debio esperar.
Porque amaba a Gonzalo.
Porque estuvo ocupada todos esos anos en Europa, ejerciendo de proveedora, trabajando para la pintura de su marido, siendo su mas rigurosa critica y actuando como manager en la venta y la exposicion de sus cuadros.
Viajaron mucho, miraron aceitandose los ojos, compartieron mil anhelos. Violeta no tenia tiempo para contestarse las interrogantes de la vida, pues debia tener la respuesta pronta para Gonzalo, cuyas propias preguntas lo hacian desfallecer. Cualquier estructura debil en el interior de Violeta se fortalecia para evitarle a el su propia debilidad, para seguir mirandose en el profundo reflejo que uno le daba al otro.
Violeta, Gonzalo y el reflejo.
Gonzalo actuaba como caja de resonancia de amor y orfandad, de abrigo y desaliento. Eran tan fuertes sus sentimientos que ella se veia obligada a sentirlos tambien. Y se acostumbro a sentir en la imagen de Gonzalo. (Josefa le dice mas tarde: «Igual lo habrias dejado, a la larga esos niveles de dependencia mutua asfixian.»)
Yo lo miraba a los ojos, escribe Violeta, encontraba su desamparo, se encontraba este con el mio, y nos ibamos ambos en el; nos montabamos en su grupa, galopabamos, cruzabamos el mundo ahi arriba y volviamos exhaustos, muertos de desamparo los dos.
Nacio Jacinta.
Algo cambio.
Una vez por semana, de noche, Violeta tomaba el pelo de Gonzalo y se lo trenzaba, largos y pacientes sus dedos curvando mechones claros, uno sobre otro. Ahora la nina lloraba, debia atenderla, y aquel gesto se interrumpia.
Violeta no daba la bienvenida a los cambios entre ellos dos, ella que amo siempre el cambio. No los acogia, pues sospechaba que si las leyes del juego se transformaban, los espejos en que Gonzalo y ella se miraban -a si mismos, al otro- se romperian.
– Podriamos volver -dijo Violeta un dia- a lo nuestro… a America Latina.
Nuestra America: la reina de las naciones.
Convencio a Gonzalo, le hablo de las raices y del otro color. Ella albergaba mas de una intencion frente a ese viaje. Mandaron a Jacinta donde sus abuelos y cruzaron el Atlantico. Comenzaron a descender por Mexico, y en cada ciudad Violeta dejo su corazon. Bolivia era la ultima escala, la antesala de Chile.
El primer recuerdo horadante en Violeta es el de la nada haciendose carne. Un par de incautos extranjeros, totalmente europeizados, llegando a Santa Cruz de la Sierra en el dia del Carnaval.
Ya en el hotel tuvieron un anticipo de la potencia de la soledad que los embargaria mas tarde. Luego del desayuno, los empleados empezaron a retirarse. Se despedian de la patrona con aire de triunfo: la libertad del feriado se leia en sus semblantes.
El avion de Violeta y Gonzalo habia aterrizado esa manana a las siete proveniente de La Paz. Caminando hacia el hotel, a dos cuadras de la plaza principal, la piel los hizo comprender que habian llegado al tropico. El pelo de Violeta transpirando bajo el sombrero de paja, la ropa de algodon cinendose al cuerpo, las manos mojadas de sudor. Y la ciudad desierta. «No me sorprende», dijo Gonzalo, «despues de todo, es domingo.» A las ocho de la manana, cuando ya instalados en el Hotel Italia tomaban un cafe, la morena que los servia, con gran encanto, les anuncio la jornada que se les avecinaba: Carnaval.
Cuando llego el momento de recorrer la ciudad, salieron a gozar de los arboles centenarios que rodeaban la gran plaza, con ese verde prodigo que solo la selva -o su cercania- regala. Hasta que comprendieron, a poco andar, que eran los unicos con semejante ocurrencia ese dia. Hasta que respirar los comenzo a ahogar.
Nadie en las calles. Las veredas vacias. Las tiendas y los restaurantes hermeticamente cerrados. Y los grupos carnavaleros -las comparsas- haciendo sonar sus trompetas y tambores, caminando con un extrano ritmo, entre el baile y el andar cansado. En torno a ellos, muchachos pintados y embarrados, con bolsas llenas de agua, de pintura, de desechos. Su tarea parecia ser la de asaltar al caminante. Desde una galeria de la plaza -galerias de portales, antiguo y bello el tropico colonial- Violeta trato de cruzar la calle y sintio un fuerte golpe en el costado derecho. No entendio de que se trataba. La invadio un frio extrano y sintio un punzante dolor en las costillas. Grito por Gonzalo. El habia arrancado a tiempo y se agazapaba tras un portal. Cuando se vio a salvo, corrio hacia Violeta. Su mirada encerraba una ira impotente, mientras recogia a los pies de su esposa una bolsa plastica en cuyo interior barroso se escondian palos con agudas puntas en sus extremos.
Eran las doce del dia de un domingo extranjero y extrano. Solos, mojados y adoloridos, no encontrarian ningun aliado en las calles.
Gonzalo tomo el brazo de su mujer con decision y se dirigieron al hotel, caminando a saltos, mirando para todos lados, buscando una via libre. Violeta tenia hambre -se habian levantado al alba para tomar el avion- y no pensaba mas que en comer. Pero el no admitio discusion: habia que desaparecer. Alcanzaron el hotel corriendo, escondiendose cuando la musica les anunciaba una comparsa. El sol ardia. Abandonando la plaza, no hubo mas techos ni sombras. Solo ese sol sin cobertizo alguno.
Tambien el hotel estaba vacio. El comedor, cerrado. En el meson dieron con un muchacho de aspecto un poco oligofrenico cuya unica capacidad aparente consistia en entregar las llaves de la habitacion. Y la vaga informacion, quizas inventada ante el apremio, de que a alguna hora era posible que abrieran el Pamplona, un restaurante ubicado frente al hotel. Su puerta daba a la ventana de Violeta y Gonzalo. Nada para comer.
Tomo el libro de Jack Kerouac que en ese momento leia. De tanto en tanto se asomaba a la ventana con la esperanza de ver aquella puerta abierta. Avanzada la media tarde, sus ojos se habian fijado alli compulsivamente, como si de pronto una llave magica pudiera abrir esa puerta. El hambre se desataba a medida que pasaban las horas y se hacia mas nitida la imposibilidad de satisfacerla. Los ojos de Violeta se cansaron de tanto clavarse en el Pamplona de Santa Cruz. Detras, los tambores v las trompetas envenenando el aire, ese sonido cansado, gastado, aterrador en su monotonia.
– Violeta, quisiera hablarte de un par de cosas que he estado pensando -Gonzalo interrumpio desde su cama el silencio inmaculado del dormitorio.
– ?Sobre que tema? -pregunto, sorprendida de que le dirigieran la palabra cuando su mente no estaba ahi.
– Sobre mi pintura. Sobre el tema de America Latina y de Europa y nosotros dos…
Violeta lo miro sin disimular su malestar. Reprimio la brusquedad con que espontaneamente le habria respondido.
– No, Gonzalo, tengo demasiada hambre para conversar… Por favor, dejemoslo para despues.
Continuaban desfilando las comparsas bajo la ventana. Cada vez mas pobres, con disfraces mas desencajados, mas sucios, mas caoticos, mas agotados. Y el aire en la habitacion, cada vez mas denso. El ventilador era insuficiente y ningun libro parecia capaz de distraer a Violeta de su cansancio enervado.
A las cinco de la tarde Violeta decidio salir. Tenia que encontrar algo para comer. Gonzalo, furioso, preferia el