hambre a ese miedo oscuro y ambiguo, ese miedo maquillado de fiesta. Salieron. El sol caia sobre ellos, ese sol del oriente boliviano que opacaba una ciudad ya harta en su propio festejo. Violeta penso en Graham Greene, en Malcolm Lowry. Las palmeras latinoamericanas, en su alucinacion, se le confundian con las de Yakarta, las de Vietnam. El polvo, con ese de los pueblos mexicanos en el Dia de los Muertos. La misma inquietud de no saber cual es ni donde esta el limite.
Y de subito, la lluvia.
El agua de carnaval.
Y el cuerpo empapado de Violeta no distinguia ya entre el sudor, las comparsas y el cielo.
Al fin, vio a lo lejos un pequeno almacen con su puerta abierta. Corrio hacia el. Un grupo la persiguio. La ensuciaron con el barro, volvieron a mojarla, algo le golpeo la espalda otra vez. No importaba nada: habia alimento en un meson. Era queso de cabra. Tambien unas galletas de chuno, duras, anejas, de color pardo. Y cerveza. Violeta empatizo con esta mujer que se lo ofrecia, como una nina pequena con su madre cuando la ha despertado de una pesadilla. Gonzalo, con la cara negra de pintura y adolorido por algun golpe, miraba como enajenado desde la distancia con que un loco puede mirar su propio manicomio. Violeta armo un paquete con la escasa comida y emprendio la aventura de regresar al hotel con su tesoro. Volvio a cruzarse con sus enemigos y empezaron a serle invisibles. Cientos de ojos vidriosos, cerebros escindidos por el alcohol, la coca y la musica enferma avanzaban. La danza maldita, continuando como a pesar de si. Se acercaba la noche y el agua que tiraban traia ahora piedras: deshechos los miembros de las comparsas, deshechos Violeta y Gonzalo, y esos tambores en sus oidos operando como un mal presagio.
Violeta extendio su desesperacion y el mal a la ciudad entera, a todo ese pueblo. Un continente de males incurables, penso, toda nuestra miseria hecha carne en estas calles y en estos seres embobados en su demencia.
Con las percusiones ya no en sus oidos sino en la mente, llegaron al hotel cayendo el sol. Empapados, lodo y suciedad pegados al cuerpo, al pelo, a la cabeza entera, a la fatiga inmensa, subieron a la pieza por los pasillos desiertos y alli, abriendo el paquete con las manos sucias, Violeta trago queso y mas queso y volvio a tragar. De un golpe le arranco la tapa a la cerveza, dejando que el liquido la atravesara mientras los ojos de Gonzalo no se despegaban de ella. Gonzalo no comia.
Ella se tiro con todo su asco y su desolacion encima de la cama. Fue entonces cuando el pronuncio su nombre, como entre tinieblas.
– Violeta.
No lo miro, expectante. Habia en ese tono una severidad que la alarmaba.
– ?Si?
– Tengo algo que decirte.
– ?Ahora? -pregunto incredula.
– Si. Ahora y de una vez.
– …
– Me vuelvo a Europa.
– ?Como?
– Voy a dejarte.
11.
La nostalgia de tierras heridas y presentidas: Violeta respiro asi su vuelta a Chile.
«Patria celeste», murmuro.
– Ahora empieza mi propia vida. Siempre supe que la historia de la mujer existe en la medida en que ella se cuela en la historia de los hombres. Si no lo hace, queda en el olvido. Y no pienso resignarme.
Eso fue lo que me dijo.
Y puso manos a la obra. Partio por lo mas basico: una casa para Jacinta y para ella. Le pidio a su padre que le entregara la herencia de su madre.
– Las librerias son tuyas, papa, y tienes varios hijos a quienes no les corresponde el dinero de Cayetana. Lo quiero para mi: su heredera soy yo.
– Tendria que liquidar parte de mi capital… capital que tambien sera tuyo en el futuro.
– No estoy interesada en el futuro. Las cosas son dificiles en Chile, papa, y voy a tener que estar muy atenta para que este sistema no me trague. Quiero hacerlo bien. Lo siento por ti, pero tendras que liquidar alguno de tus bienes y darme lo que es mio.
Con el dinero en la mano -y con la sorpresa del padre, despues de tantos anos, ante una hija tan asertiva-, Violeta se aboco a la busqueda de una casa.
En esos dias me acompano donde una costurera que vivia en los barrios perifericos. Divisamos, desde lejos, una escena que nos suena conocida, escena del barrio alto. Casa perfecta, pero en miniatura; antejardin, pero chiquito; balcon con flores, el perro al lado de los ninos. Estan bien vestidos, se ven tan impecables como la casa. A la distancia, la presencia de la mujer, los colores de la ropa infantil, todo resuena como el modelo requerido.
– Yo no recordaba asi La Florida -me dice Violeta desconcertada ante el nuevo aspecto de ese sector de Santiago.
La vision va cambiando a medida que nos acercamos. La casa ya no es tan blanca, su pintura esta descascarada. La mujer, que parecia lucir un buen corte en su pelo, lo tiene danado y sus senos estan muy caidos. El acrilico, no el algodon que semejaba ser, le da una nota estatica a la ropa de los ninos. El perro es un vulgar quiltro.
– Esta es la parodia del barrio alto -digo-. Para ser imitada desde la miseria, imitan bien.
Violeta me mira angustiada.
– ?Y la identidad, Josefa? ?Quienes somos, despues de todo?
Inquieta ante una ciudad cuya fisonomia apenas reconoce, vuelve a Nunoa, el barrio de su infancia.
Desde la Plaza Nunoa camino y busco y averiguo. Hasta que dio con la casa de la calle Gerona, a tres cuadras de la antigua casa de Cayetana. Parrones, una palmera, dos aromos donde colgo la hamaca, molduras en los techos, mampara de pino oregon, vidrios biselados y su galeria con los mil rectangulos de sol.
– ?Sera lo adecuado? -no pude dejar de preguntar al ver las dimensiones.
– Nunca un metro cuadrado es inutil, nunca. Preguntamelo a mi, despues de mis ocho anos en Via del Pavone. Los pobres europeos se mueren de sofoco en la avaricia de sus espacios.
– ?No pasaras miedo en esta casa tan grande, tu sola con una nina?
– Traje el revolver de mi papa.
– ?Violeta! No son los tiempos mas adecuados para tener armas en la casa. ?No sera un desatino?
– Puede ser. Pero esta inscrito a nombre de Tadeo, todo en orden, no te preocupes.
– ?Y sabes dispararlo?
– Perfecto -se rio-, acuerdate de que soy nieta de un mariscal.
Lleno su casa de musica, de cuadros, de libros y de alfombras. Eran su unico capital, no necesitaba mas.
– Te pierdes muchas cosas -le dije un dia.
– Esa es mi libertad -me contesto-, dejarlas pasar… Tiene que ver con un cierto modo de mirar el mundo.
Habia gestos de Violeta que me sorprendian por su contraste conmigo. Ella misma se cortaba el pelo, entresacandose rizos cerca del cuello, sin mirarse al espejo, sin ir nunca a una peluqueria. Su odio por los muebles modulares, por los restaurantes de moda, por las revistas femeninas, por los centros comerciales, por las reproducciones, me hacia aparecer mundana sin serlo de veras.
(La primera vez que visito mi casa tras su vuelta a Chile, me dijo directamente: «Es preciosa, Josefa, pero tienes que volar de aqui esas reproducciones. Son pretenciosas y vulgares.» «?Por que?», le pregunte. «Si fueran afiches, solos en un bastidor, sin vidrio, respetando su sentido de anuncio, vale. Pero darle caracter de cuadro a una simple reproduccion, no.» «Exageras», le dije. «No, no exagero, lo unico que merece ser colgado en una pared es un original.» «Pero Violeta», reclame, «no tengo plata todavia para comprarlos.» «Entonces deja el